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eEstoy totalmente intrigado por el inusual interés en este post, desde hace unos días recibe una cantidad de visitas inusitadas y tiene algo que ver con Mafalda, ya que muchos llegan aquí googleando «Mafalda», ¿algún caritativo lector me podría explicar de que se trata? Por mail o en un comentario…
Un diálogo que comenzamos con Desahuciado II, con ocasión de un párrafo de mi punto de vista, y  que seguimos con Perpleja, en Pigmalión y las profecías de autocumplimiento,  se ha vuelto un muy interesante ida y vuelta que comparto con ustedes:
Digo en mi “Desde donde miro”:
Por contradictorio que parezca el intento de este blog será que renunciemos a conocer nuestra propia imagen, que le demos poca bola, que de-reflexionemos, y que, como decía Ortega y Gasset, volvamos a las cosas, porque el ojo que se ve a sí mismo es el ojo que está enfermo, el ojo que tiene cataratas. El ojo sano, por el contrario, es pura transparencia de lo real. Del mismo modo nuestra imagen, o la imagen que tenemos de los otros, es más sana mientras está más ajustada a lo real, y por ese mismo ajuste funciona tan bien que ella misma desaparece de la conciencia transparentando lo real y no dejándose ver a sí misma.
D II – Con respecto a lo que dice de la propia imagen, y la que suponemos que tienen los otros de la nuestra, y que, a su vez, condiciona la nuestra, lleva mucho tiempo deshacerse de ella. Que, además, muchas veces, es fuente de desasosiegos e, incluso, enfermedades psico-emocionales. En fin, es lo que me parece, tal vez sea totalmente errado.
En realidad nunca nos deshacemos ni de nuestra imagen, ni de la imagen de los demás. Siempre necesitamos de nuestra imagen y de la de los demás para poder obrar. Pero como decían los escolásticos el concepto puede ser un signo “in quo” o un signo “quod”. Si la imagen aparece como un signo “in quo” es decir, como dice Maritain, algo que desaparece él mismo para revelar una alteridad, es de lo más sano para nuestra mente. Cuando la imagen se presenta ella misma como objeto, es decir como signo “quod”, ahí comienza el problema, ahí nos creamos arquetipos de “lo que deberíamos ser” que nos devoran, nos engullen y no nos dejan vivir.
No, no está errado, un desajuste en este plano produce todo lo que usted menciona y mucho más.
D II- Le agradezco su pronta respuesta. De todos modos, no entendí muy bien, no sé nada de filosofía. Si la imagen es necesaria, cómo puede desaparecer para revelar una identidad, y al mismo tiempo, no la dejamos de tener. Probablemente mi incomprensión surja de que no sé qué es un signo, y menos, un signo “in quo” o “quod”.
Sí capto muy bien que nuestra imagen (¿será la “quod”?) nos devora, nos engulle y, sobre todo, no nos deja vivir.
Pongámoslo así, cuando usted ve una foto de su madre, ¿qué ve? ¿a su madre?¿o la foto?. Si me concentro por la emoción y miro a mi madre de algún modo me olvido que estoy viendo una foto, la foto desaparece (en cierto modo). Si comienzo a mirar si la foto tiene buena iluminación, si está bien encuadrada, si la calidad del papel es buena, si está o no fuera de foco, ya dejé de ver a mi madre ahora solo veo la foto. La imagen de los demás es necesaria como un vidrio que transparenta la realidad. Si al vidrio le pinto una figura de lo que yo creo que debería ver, entonces ya no veo la realidad, sino el remedo de realidad pintado en el vidrio. El vidrio cumple su función en la medida que es transparente, que no se deja ver a sí mismo. Cuando comienza a mostrarse porque le pinté algo, entonces ya no veo más lo que está afuera, ahora veo nada más que lo que pinté. Y por desgracia lo que yo pueda pintar nunca llega ni de cerca a la policrómica riqueza de lo real. Nuestras pinturas siempre reducen y deforman lo real. Cuando una persona comienza a definirse mucho a sí misma: Viste, yo soy así y asá, y me gusta que las cosas se hagan así y de este modo, etc., es entonces cuando crea una imagen de sí y comienza a obrar mirando ese arquetipo que se convierte en un verdadero infierno, porque todo arquetipo es insaciable porque de suyo pide rigurosidad infinita en su cumplimiento. Espero haber sido más claro.
Perpleja- Sé que es muuuuyyy difícil liberarse de las etiquetas que nos han puesto; y que, a veces, constituyen como una segunda naturaleza; pero, al menos, ayuda saber que nuestra primera reacción (y tal vez la segunda, y tercera…) va a estar influida por ese cliché que se supone que somos nosotros, creado por la mirada ajena. Entonces, hay que encontrar la fuerza para ver nuestra verdadera identidad, y no dejarnos enredar por el pesimismo que nos impide vivir, y que puede convertirse en una excusa para justificar nuestro miedo a ser nosotros mismos. En fin, es una lucha que dura toda la vida, y a los que detestamos luchar, nos cansa. Es como una especie de cojera, no nos impide caminar, pero nos lo hace un poco más complicado.

Bueno, y lo mismo tenemos que aplicar a los demás, a los que muchas veces etiquetamos y les imponemos un padrón de conducta mediante nuestra expectativa, que se funda en una imagen falseada del otro.

Ahora, ¿por qué creamos esas expectativas negativas con respecto a los demás?
En primer lugar, Perpleja, como hablábamos con Desahuciado II en otro comentario, no podemos prescindir de las imágenes para conocer la realidad. No estamos en la realidad de un modo directo, necesitamos una mediación que hace presente la realidad en nosotros que es la representación de la realidad, esa representación son las imágenes. De modo que las imágenes, en su más íntima razón de ser, son vehículos de la realidad en nosotros.  También, como hablábamos con D II, llegamos a la conclusión que la imagen tiene dos realidades o más bien dos modos de presentarse a la consciencia, una como objeto, es decir mostrándose ella misma (siendo significante según Saussure, mutatis mutandis [cambiando lo que tiene que ser cambiado], signo quod según los escolásticos), y otra como puro vehículo, sin mostrar nada de sí misma (significado en Sausurre, mutatis mutandis, signo in quo en los escolásticos), desapareciendo toda para transparentar la infinita policromía de lo real.
Como vehículo puro, que es su razón de ser, la imagen es una ventana abierta al aire puro del ser y sus vecindarios. Como objeto, mostrándose a ella misma, tiene algunas propiedades que nos complican para interpretar lo real (si miramos la historia de la filosofía, todo error es una atribución a la realidad de algo que, en última instancia, está nada más en la imagen. Por eso siempre es necesario un ejercicio crítico sobre cualquier teoría), empezamos a creer que eso que nos muestra la imagen como objeto es algo que está en la realidad.
Cuando nacemos comenzamos a elaborar imágenes del mundo que se nos presenta. Formamos imágenes más bien toscas de la realidad y las vamos afinando mientras crecemos. Todos los chistes sobre niños tienen que ver con esto, fijate esta viñeta de Mafalda:

Mafalda se ha formado una imagen de la realidad. Le han explicado que las vacunas previenen males, pero ella va más allá, mira la imagen de la realidad que se ha hecho: “la vacuna previene males” y le agrega algo, a esa interpretación, que no es propio de la realidad, sino que es propio del concepto que usa como vehículo para  representar la realidad. Ese “algo” que le agrega es la universalidad propia del concepto (bueno esto es discutible, pero no vamos a entrar en tecnicismos lógicos) y pasa a formular: “la vacuna previene todos los males” y a partir de eso razona con toda corrección: “el despotismo es un mal”, ergo “vamos con todos los chicos a vacunarnos contra el despotismo”.
Nuestra vida está plagada de este tipo de inferencias, no tan groseras, mucho más sutiles, pero no por eso menos destructivas y luciferinas.
¿Viste ese tipo de personas que usan mucho en su discurso frases como: yo siempre…, yo nunca…, yo jamás…? Hacen lo que Mafalda, miran la imagen, más que la realidad y crean una interpretación de sí mismos basados en la imagen, no en lo real. Ponen universalidad y absolutez en donde no puede y no debe ir, en la conducta humana (por eso son estultas, de la mayor estulticia, fórmulas como: “los hombres son buenos”, “los hombres son malos”, que subrepticiamente filtran un “todos” en el sujeto sintáctico) . La conducta humana posee el arcano don de la libertad. Per se es imposible de encerrar en los estrechísimos espacios de lo racional. Desde cierto punto de vista la conducta humana es incomprensible e irracional, no por defecto, sino por exceso, se encuentra en un plano, que, en sus últimas consecuencias, es inasible desde lo racional porque lo sobrepasa en excelencia. Es como querer mirar el sol, es inasible para nuestros ojos, no porque haya poca luz, sino, por el contrario, porque sobreexcede la capacidad y estructura del mismo ojo.
En nuestra vida hemos tenido “algunas” experiencias negativas con respecto a los demás, tomamos todas esas experiencias negativas, miramos la imagen que se nos presenta, y le agregamos un “todo” y quedan fijadas nuestras expectativas negativas con una atribución de universalidad frente a cada individuo que se nos presenta.
Perpleja- Creamos esas expectativas negativas con respecto a los demás ¿Para justificar algún ansia nuestra de poder, de autojustificación de no sé qué, esconder algún complejo de inferioridad?, en fin, u otros motivos que se nos escapan.
Arriba está descripta la estructura del error, no la intencionalidad. Veamos ahora el por qué caemos en el error, no desde el cómo, sino mirando lo que buscamos y pretendemos generando ese tipo de mirada.
En los niños es tipo de error de inferencia es involuntario, son bellísimas ingenuidades que nos llenan de ternura, como el chiste (o mensaje) de arriba de Mafalda y este de abajo:

Perdoname, no resistí la tentación de poner un ejemplo más.
Sin embargo en nosotros, estas falsas inferencias, no son tan ingenuas ni tan involuntarias. Se vuelven más sutiles y diabólicas porque las vamos incorporando a nuestra interpretación de la realidad para afirmar nuestro yo.
Cuando dejamos de ser niños, cuando dejamos de ser frágiles, consolidamos y fraguamos una imagen interpretativa del mundo que nos rodea y de nosotros mismos. Esto es sano y normal, esto es lo que llamamos crecer y madurar. Usamos esta interpretación para “aprender”, que no es otra cosa que acumular experiencia, sería enfermo tener que empezar de nuevo y totalmente frente a cada experiencia. La usamos también, esa interpretación de la realidad, para lidiar con las amenazas externas a nuestro yo y adaptarnos al salvaje afuera. Pero este escudo natural de nuestro yo se puede dislocar y, de a poco, se cuela en nosotros el mirar anciano (Aristóteles atribuye este vicio a los viejos) y la hegeliana idea de que ya conocemos todo, de que ya navegamos todos los mares que había para navegar, de que leímos todos los libros que había para leer, de que están escritas todas las poesías posibles, de que están compuestas todas las partituras escuchables, de que nihil novum sub solem (nada nuevo bajo el sol). Comenzamos a mirarnos, remedos de Narciso, comenzamos a enamorarnos de nosotros mismos y a defender a capa y espada la imagen que nos devuelve el estanque. Ya hemos abandonado, en este punto, hace rato la realidad, ahora nos movemos bajo las exigencias de la imagen. Ahora sí, la configuración astronómica del universo se vuelve “Yoyocéntrica”. No basta con un yo, son dos, un monstruo de dos cabezas que por la pretensión de ser todo es al mismo tiempo nada. Al diablo con Tolomeo y Galileo juntos,  al diablo con el heliocentrismo y el geocentrismo, esta es la verdad: el “yoyocentrismo”. Y…, la verdad que sí, el Yo tiene una fuerza de gravedad estructurante más potente que la de la tierra y que la del sol juntos. Así todas mis interpretaciones se vuelven “yoyocéntricas” y: – ¿que pasa con la realidad? – La realidad que se joda, peor para la realidad (como una muy dudosa tradición oral reza: «Hegel tenía una representación del estado ideal. En una clase donde lo explica, un alumno se atrevió a decirle que estaba muy bien el estado que explicó, que era perfecto, pero que no existe en la realidad. Y Hegel, luego de pensar un rato, dijo: “tanto peor para la realidad”»). Nos volvemos meros confirmadores del sistema, nos volvemos un agujero negro, de una gravedad tan potente, que ni siguiera la luz puede salir… ni entrar. Dejo por aquí que se volvió enorme. Lo del complejo de inferioridad te lo cuento otra vuelta (como dicen por mis pagos).
Psique y Eros
Estoy totalmente intrigado por el inusual interés en este post, desde hace unos días recibe una cantidad de visitas inusitadas y tiene algo que ver con Mafalda, ya que muchos llegan aquí googleando «Mafalda», ¿algún caritativo lector me podría explicar de que se trata? Por mail o en un comentario…

Autor: Eduardo Montoro

Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.

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