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Veíamos en el artículo de Grimson, el post anterior, las posibilidades de miradas ingenuas en el tema droga. En principio no me gusta usar la palabra ingenuo con una carga negativa, es una palabra de gran profundidad metafísica y en última instancia, en el momento fundante más profundo de nuestro yo en el mundo no podemos sino ser ingenuos… pero bueno eso es metafísica. Además ingenuo es una palabra ligada a un momento, a un estado en relación con otros estados de cosas, o con el estado de cosas de los otros. Por eso el calificativo ‘ingenuo’ se lo dicen todos los filósofos a todos los demás… obvio, nadie está en el momento, ni en el estadio de análisis de quien critica en ese momento, por tanto el resto del mundo es ‘ingenuo’. La ingenuidad fue por tanto, como calificativo negativo, un invento de la mirada crítica y del giro copernicano.
Justamente lo que tenemos aquí, en este artículo sobre la droga, es una mirada deconstructivista  sobre el problema de tipo ‘giro copernicano’, que a su vez comienza a volverse un lugar común, algo trillado, y hasta… ingenuo por la incapacidad de escapar del puro deconstructivismo y del puro ‘giro copernicano’.
Bueno, basta de digresiones, y juzguen por ustedes mismos:

De drogas, mitos y tabúes…

La palabra tabú designa a una conducta, actividad o costumbre prohibida por una sociedad. Los mitos forman parte del sistema de creencias de una cultura o de una comunidad, la cual los considera historias verdadera.
En la última década se han escuchado diversas discusiones sobre las drogas, las adicciones, las drogodependencias y los tabues asociados a ellas. Hablar de drogas y de las problemáticas del consumo, implica  considerar -o por lo menos nombrar- otras variables que generalmente se dejan de lado.
Los derechos humanos de los usuarios-consumidores, las políticas estatales existentes, el imaginario presente en la cultura, las prácticas relacionadas con el consumo, las reglamentaciones jurídicas, las prácticas sociales, la química, la toxicología, la juventud, los espacios públicos y privados…todos temas incluidos en esta problemática.
Ahora: hablar de usuarios y de drogas es desmitificar todo precepto que ponga a los sujetos como culpables. Las drogas no son ni el pecado mortal, ni la poción mágica que da vida eterna. La droga es -entre tantas otras cosas- el síntoma de una sociedad que intenta construir la figura de un ser humano que pueda trabajar más de 12 horas sin cansarse, que pueda cumplir con los ideales de belleza y felicidad impuestos por la sociedad. Un ser humano “perfecto”, “normal” y “equilibrado”… Por lo tanto, inexistente.
Se piensa  a “las drogas” como la causa de muchos males: violencia, delincuencia, enfermedad…Ocultando así verdaderos problemas como  la pobreza, la angustia, el sufrimiento, la sociedad de consumo, las conductas de riesgo por falta de información.
Parece ser muy difícil correrse de los estereotipos que sostienen como relevantes a algunas sustancias: cocaína, cannabis, opiáceos… En tanto se excluyen o consideran mucho menos relevantes a otras: alcohol, tabaco, psicofármacos… Esta distinción no tiene ningún fundamento desde el punto de vista del daño social, o de la dependencia, ni responde a la lógica científica. No obstante ello, para la representación social, «la» droga es siempre un producto ilícito, «mortalmente dañino»; y esto justificaría la prohibición de su uso, sin reconocer que las sustancias permitidas también son drogas, y se sostiene la fantasía de  que su nocividad es mucho menor.
Se disminuyen o acentúan atributos del objeto, según este sea legal o ilegal. La afirmación aceptada de que las drogas ilegales son malas, nos hace creer que las drogas legales son buenas. Pero, no es ni una cosa ni la otra.
El hecho de ser nocivas o benéficas depende de: la dosis, la ocasión para la que se emplea, la pureza, las condiciones de acceso a ese producto y de las pautas culturales de uso, entre otras variables.
El consumidor de sustancias ilegales -cualquiera sea la dosis, frecuencia y circunstancias del uso- es visualizado como un adicto, y siempre se lo identifica con una personalidad autodestructiva y con una actitud despreocupada respecto de su salud. ¿Vemos de la misma forma a los usuarios de ansiolíticos? ¿A los usuarios de tabaco?
La identificación a la sustancia como enfermedad –alcohólico, cocainómano, adicto- ofrece una explicación más tranquilizadora a la sociedad; las causas se atribuyen a un agente externo, la droga. En esa lógica, los esfuerzos deben entonces centrarse en identificarlo, aislarlo y destruirlo. No hace falta así, analizar la complejidad social, ni las injusticias que los atraviesan.
El uso de drogas se asocia cada vez más a los sectores sociales vinculados al poder y al prestigio social, en tanto que en las poblaciones excluidas del sistema productivo, la droga se constituye como estrategia de supervivencia y de inclusión.
Un gran punto del debate actual es la supuesta peligrosidad del sujeto que consume drogas.
Como se sabe, hay muchas cosas que son peligrosas, y sin embargo, no tienen la misma situación de prohibición legal o social. Así, por ejemplo, tenemos una persona diabética no medicada correctamente, los excesos de velocidad en el tránsito, entre tantos otros. Una constatación que no admitiría oposición es que en nuestro país, muere más gente de sobredosis de velocidad, que de sobredosis de drogas.
Parecemos respetar o  tolerar mucho más que otros se lastimen, se autoagredan o se castiguen con: violencia, alcohol, tabaco, intento de suicidio, grasa, colesterol, azúcares. Pero no soportamos que lo hagan con drogas.
Defendemos nuestros derechos a consumir otro tipo de objetos, comprar cosas –tal vez innecesarias-, resolver sufrimientos con medicamentos.
Corrernos de visiones simplistas que se atribuyen a las drogas y las problemáticas asociadas al consumo, es un proceso imprescindible, con el fin de posibilitar y abrir discusiones en los centros de salud, en los barrios, con vecinos, familiares de usuarios, consumidores, operadores terapéuticos, maestros, docentes, médicos, comunicadores y políticos…Entre nosotros mismos.
¿La ignorancia y el miedo no serán más adictivos que “las drogas”?
Lic. Laura Alcaraz

Autor: Eduardo Montoro

Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.

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