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Manejando en auto temprano y medio dormido hacia un colegio secundario, mientras escuchaba la radio del auto, escuché una expresión de un comentarista deportivo (Ariel Donatucci) que definitivamente compré para mi conjunto de nociones estables. Este comentarista explicaba uno de los matices de la reciente deportación de barras bravas desde Sudáfrica. Intentaba explicar la violencia y después de haber propuesto varias hipótesis finalizó diciendo que se trataba de tipos que habían creado un personaje: “el barra brava violento” y que se lo habían tragado. Hablando de uno de estos tipos dijo literalmente “se tragó el personaje”. Di saltitos de alegría en el asiento del auto por lo gráfico de la expresión y definitivamente la hice mía, parte de mi lenguaje.
El riesgo de las identidades virtuales en los blogs radica en lo que este periodista señalaba: “tragarse el personaje”. Obvio que los que escribimos en los blogs sobre temas peliagudos queremos evitar una exposición pública demasiado grande, pero, al menos en mi caso, no me preocupa demasiado que se sepa quien soy, no hay que ser Sherlock para descubrirlo, y creo que es sano que así sea.
Sin embargo,  insisto, en estas identidades virtuales, más o menos guardadas con éxito, hay un riesgo muy grande de “tragarse el personaje”. ¿Qué significa? Ante todo que el personaje no es la misma persona real concreta y existente, con sus virtudes y debilidades, con sus bondades y miserias, el personaje es un producto artificial de la mente del bloguero, donde puede suceder que se cree a sí mismo con total omnipotencia, según lo que le gustaría ser y no según lo que realmente es.


Además, una vez que ha creado el personaje, se “lo traga”, tragarse algo sin masticarlo es sinónimo de no asimilar. Y así lo tragado y la persona real subsisten juntos, sin asimilarse, como una especie de monstruo de dos cabezas, con muchas identidades, pero en realidad con menos de una.
El bloguero, como publicador de verdades, o, al menos en su pretensión, se instala en el lugar del Maestro. Alguien que se instala en el lugar del Maestro y “se tragó el personaje” se convierte automáticamente en iconólatra –feliz expresión de Ludovicus- de sí mismo. El Maestro iconólatra, o, lo que es lo mismo, que “se tragó el personaje”, es el peor instrumento de tortura, avasallamiento y subyugación que pueda concebirse para el discípulo: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble que vosotros!
Es esa la temática que atraviesa el diálogo con Don Ignorante que ahora publico:

Me avergüenzo de mí mismo, Don Ignorante, no es la actitud que buscaba generar. En realidad la idea es que usted es “causa intrínseca” de su aprendizaje (le prometo un post sobre el maestro y esta realidad). La idea es que usted sea protagonista, que quiera aprender, que tenga motor propio: Aude sapere! gritaba Kant. «Los discípulos de un maestro sufren mucho más que el mártir» decía el impío de Nietzsche. No quiero ser su Maestro, en la medida que Maestro esté contaminado con “paternalismo” o con “alimentación nutricia y directa”. No quiero someterlo al martirio de querer hacerlo caber en la imagen de mí mismo proyectada sobre usted. No le deseo esa camisa de fuerza. NO, NO, NO, y no, ya sufrí demasiado en primera persona ese martirio. No, su alma y su libertad, y el infinito juego policrómico que ella tiene con la realidad y con Dios no cabe en ninguna pútrida imagen de ningún pútrido trasnochado. No, apenas me gustaría ser su mayeuta. Ocasión, estímulo y límite negativo de su investigación.
En todo este abstracto post seguramente habrá para usted una punta del ovillo, pregunte e iremos paso por paso, pero nadie puede prestarle el motor de su aprendizaje.
Intenté algo con lo del concurso, pero me equivoqué, mucha gente que navega por aquí no está preparada para algo que aparentemente pueda mostrarse tan banalizador. Mucha gente del palo todavía es iconólatra de sí misma. Sin darse cuenta caen en lo mismo que le critican a Buela. Se sitúan a sí mismos en un polo dialéctico que no está por encima de lo que critican, sino que simplemente se opone, y, por tanto, se colocan al mismo nivel que está el objeto de su crítica. De este modo logran que aquello que critican los determine, los condicione, en cierto modo, como en la dialéctica hegeliana del amo y del esclavo. Así, jugando al amo, se sitúan en: “el perfecto purista de la lengua”, “el perfecto traductor”, “el perfecto no banalizador de ningún tema”, “el perfecto señor estilo”, “el perfecto no grasa”, etc. Sin embargo, de este modo, con un criterio elitista se vuelven esclavos de los esclavos, como muy bien lo muestra Hegel, porque si no se fundan en lo puramente emergente, es decir en lo que verdaderamente está por encima de la actitud del otro, terminan necesitando del “grasa” para poder ser “el no grasa”. Decía Gracián: “no hay maestro que no pueda ser discípulo” y agrego yo, aun en su propio campo. La iconolatría es el primer enemigo del aprendizaje y el mayor y el más impensablemente monstruoso instrumento de tortura de cualquier posible discípulo que la mente más sórdida y abominable pueda concebir. El primero que la usó logró partir el cielo en dos y arrastrar y torturar por toda la eternidad un tercio de los habitantes celestiales condenándoles a ser sus discípulos bajo el grito de ¡Non serviam!.
Estimado P&E, muchísimas gracias por la rta. … La seguiré releyendo con calma: hay mucho por analizar en ella.
Pero, le diría, utilizando un lenguaje de la “jerga” cognitivo-conductual, que hagamos el análisis funcional de la conducta-problema que Ud. manifiesta en el escrito: su angustia ante la posibilidad de producir en otros lo que a Ud. mismo le han hecho sufrir, el imponer a otros su propio “molde”… (permítame hacer un poco de chiste con estas cosas, así a Ud. se le disipa el temor y le cambia el ánimo)
Mire, no esté atado a ese temor de “imponer cosas a otros”. Recuerde que la base temperamental y la educación que hemos recibido hace que algunos sean (seamos) más dóciles, o más naturalmente dispuestos a recurrir a quienes consideramos autoridad en las cosas que no sabemos y que estimamos como demasiado importantes/serias para lanzarnos a ellas por nosotros mismos. Necesitamos que se nos de primero una base sólida y, con ello, una cierta seguridad, como para que después podamos echar a andar. Otros no necesitan de ello, y pueden moverse como Ud. dice, desde un comienzo. Sinceramente, admiro a quienes obran así.
Si Ud. aplicara a todos el mismo tratamiento, también podría hacer daño: en este caso, los Emotivo-Activo-Secundarios (chiste) como yo, no sabríamos para dónde correr.
En fin, de verdad, no tenga miedo. Nuestro Señor, el Mayeuta Mayor, muchísimas veces tuvo que dar la papa en la boca a semejantes grandulones como eran sus apóstoles, y aún así muchas veces no entendían nada.
Siga adelante con los temas del blog y no tenga reparos en ser “nutricio” cuando algunos “pequeños” en estas lides piden la sopa…
Está bien Don Ignorante, usted me llama al equilibrio, y concedo 100%, tal vez, movido por mis temores, he sido demasiado radical en este tema. Lo he enfocado demasiado a la “Kirkegaard” o a la “Rogers” (versión americana de Kirkegaard, al menos en este aspecto). Tiene razón, no puede decirse que no haga falta nunca “lo nutricio”, lo nutricio tiene su función, sobre todo cuando se está creciendo. Cuando nacemos somos heterónomos, la ley viene de afuera, absorbemos de modo directo lo que nos dicen, y ahí se activan por primera vez nuestros mecanismos “morales-culturales”. No porque no subyazca una potencia (en el sentido amplio de capacidad) que sea el fundamento último de la posibilidad de lo moral: la sindéresis. No, esa capacidad está, la moral no es un mero constructo cultural, pero paradójicamente esa capacidad no puede construir nada sin la mediación de lo cultural. Esa mediación trabaja siempre desde afuera hacia adentro, de lo extrínseco a lo intrínseco. Entonces, mientras se es niño, mientras se crea la mielina que genera, a la postre, la tonicidad muscular que nos hace posible caminar, mientras sucede esto, no queda otra solución que ser “nutricios”, no podemos más que sostener al crío o ponerlo en un andador.Pero esto TIENE que acabar, si queremos que el crío camine. Un buen maestro no sólo recuerda siempre este hecho, no, no alcanza, no basta, es necesario que lo tenga incómodamente grabado a fuego en su alma. De modo que siempre le pique, le inquiete, le moleste y le haga preguntarse ¿no será ya el momento de soltarle la mano? El maestro, como el águila, siempre tendrá que acometer el crudelísimo acto de lanzar sus pichones al vacío, y no hay otro modo, no hay un camino menos brutal.
Nuestro Señor, como dice Kirkegaard, es el único Maestro, con mayúsculas, sólo él es causa intrínseca y extrínseca de lo enseñado. “Posdata definitiva, no científica, a las nonadas filosóficas” durante 600 páginas no hace más que tratar de esto, la diferencia entre el maestro humano y el maestro divino. Siendo que sólo él es Maestro, no por eso renuncia a ser Mayeuta, y se esconde, se esconde furiosamente para crear espacio, para dejar espacio a nuestra libertad. Su esconderse es la Cruz verdadera, no la caterva de demonios que los mismos iconólatras han invocado –causándola- y le han puesto el nombre de “persecución”. No, mi amigo, la Cruz verdadera es una perla preciosa, muy difícil de encontrar, en la cual no nos cabe responsabilidad alguna. El resto de nuestros sufrimientos espirituales, la casi mayoría absoluta de ellos, son productos de nuestros conjuros demoníacos y responsabilidad nuestra, que con el pincel de nuestra iconolatría decoramos –y por lo mismo oscurecemos- el poco de transparente que le queda a nuestra burbuja egocéntrica y le ponemos el nombre de Cruz. No, mi amigo, no, la Cruz es algo raro y mínimo en nuestra vida, el resto… invención nuestra.

Autor: Eduardo Montoro

Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.

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