Hay una soledad material, que no es de temer, no hay un otro de hecho presente. Hay una soledad formal, que sí es de temer, cuando no se han construido los «otros internos» que han de estar en nosotros, por toda la eternidad, como el molde en el yeso. Eso es estar solo de verdad, eso es el infierno, no haber sido y elegido ser lo suficientemente plásticos para que la bondad de los otros y del Otro, dejen huellas indelebles en nosotros. Pretender la presencia material y permanente del otro es simplemente egoísmo infantiloide.
Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.
Mi comentario inicial en Facebook, y que originó tu respuesta fue:
Reflexión fugaz
Creo que hay soledades gozosas. La soledad está muy desvalorizada, y ello no es justo: si tienes riqueza interior, capacidad de asombro, afición a la buena música y curiosidad por el conocer, estimo que la soledad es, paradógicamente, buena compañera. Pero también hay compañías placenteras: vivir buenos momentos, realizar viajes para descubrir paisajes y gentes, compartir silencios, saber que nos preocupamos mutuamente ante los sinsabores inevitables de la vida, y abonar continuamente nuestras existencias con buenas intenciones y confianza mutua, seguro que hace muy bien. También la convivencia puede hacer mucho por nuestro crecimiento personal. Esto me salió de corrido. Casi sin pensar. Disculpen si no es original, y menos, profundo; pero ciertos domingos matinales de invierno, predisponen a esbozar lo que el acerbo existencial de cada uno pueda permitir; acaso, líneas fugaces, líquidas si se quiere.
Y mi respuesta a tu comentario, fue:
Eduardo: comparto con vos tus conceptos, aunque creo que la convivencia material es una condición necesaria, aunque no suficiente, para conformar una vida plena. Gracias por leer estas reflexiones «líquidas».