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Leí en un libro de psicología evolutiva un artículo que me llamó mucho la atención y me hizo pensar bastante. Era un experimento realizado en los Estados Unidos, creo, por un tal Rosenthal. En una High School se tomó un curso determinado y se llamó a todos los profesores del primer año -calculo que será como un tercer año de la vieja secundaria, primero del polimodal o cuarto de la actual (¡qué quilombo!). A los profesores de ese curso se les dijo que determinados alumnos, pongamos Pedrito, Ana y Javier eran brillantes, con un coeficiente intelectual mayor al de sus compañeros, cosa que no era verdad. Esta mentira se mantuvo todo el año por parte de todos los directivos. Resultado final Pedrito, Ana y Javier fueron los mejores alumnos de esa división, obteniendo los mejores resultados.
Nada nuevo, ya la mitología griega conocía este vericueto psíquico. Copio aquí la bellísima historia de Pigmalión:
“Pigmalión buscó durante muchísimo tiempo a una mujer con la cual casarse. Pero, con una condición: debía ser la mujer perfecta. Frustrado en su búsqueda, decidió no casarse y dedicar su tiempo a crear esculturas preciosas para compensar. Una de ellas, Galatea, era tan bonita que Pigmalión se enamoró de ella. Mediante la intervención de Afrodita, Pigmalión soñó que Galatea cobraba vida. Pigmalión se dirigió a la estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se ablandaba y que, deponiendo su dureza, cedía a los dedos suavemente, como la cera del monte Himeto se ablanda a los rayos del Sol y se deja manejar con los dedos, tomando varias figuras y haciéndose más dócil y blanda con el manejo. Al ver esto, Pigmalión se llenó de un gran gozo mezclado de temor, creyendo que se engañaba. Volvió a tocar la estatua otra vez y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al explorarlas con los dedos. Al despertar, Pigmalión se encontró con Afrodita, quien, conmovida por el deseo del rey, le dijo: ‘mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado. Aquí tienes a la reina que has buscado. Ámala y defiéndela del mal’. Y así fue como Galatea se convirtió en humana”.
Nuestras expectativas crean el resultado. He visto muchos profesores que se plantan frente a un aula pensando que los alumnos son unos atorrantes, vagos, posmodernos, que no les interesa nada de nada, y terminan siendo eso: atorrantes, vagos, posmodernos a quienes no les interesa nada de nada. Conozco padres que creen que tienen hijos muy débiles, que deben enseñarles y transmitirles toda su experiencia, y que esta enseñanza debe ser asimilada indiscriminadamente, y terminan generando eso que es la expectativa que tenían sobre sus hijos, unos debiluchos dependientes emocionales, buenos para nada.
Las expectativas que tenemos sobre los que nos rodean son como moldes que intentan dar forma a la identidad de los demás y muchas veces lo logran. No siempre; gracias a Dios, siempre han existido rebeldes que se resisten contra viento y marea, cuando el molde de la expectativa ajena, en vez de ser espejo de la propia identidad, se convierte en camisa de fuerza. Tampoco el efecto es siempre negativo, si la expectativa es la adecuada no es un corset, sino un trampolín para desarrollarse a sí mismo.
El pesimismo que nos invade termina creando el mundo de mierda que nos rodea. Tal vez el optimismo y la expectativa adecuada no generen siempre el resultado esperado porque se choca con el arcano misterio de la libertad del otro. Pero lo que es seguro es que, si la expectativa no es la adecuada, el resultado será negativo. Y si, por accidente, hay un resultado positivo, porque un rebelde no quiso ajustarse a nuestra mirada, no será en virtud nuestra, sino a pesar nuestro.
Es necesario un profundo análisis de todas nuestras expectativas, no es fácil, hay cosas y modos de ver la realidad, que la vida nos ha tallado, y que están tan profundamente inscriptos en nosotros que solamente un metamorfósico esfuerzo de humildad puede llegar a identificarlos. Pero vale la pena, se siente el alivio de sacarse una espina, de sacarse la ropa mojada frente al cálido hogar de nuestra verdadera identidad. Sólo así será posible que nos sea dicho “mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado” y que podamos seguir la recomendación de amar y defender nuestra Galatea del mal, principalmente el que habita en nosotros, el que construye nuestras cárceles, el que atiza nuestros infiernos.
Psique y Eros
Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.
Introduje algunos signos de puntuación en el texto, y alguna que otra corrección. Es una mera propuesta; sorry, pero es más fuerte que yo. No sé cómo se usa la negrita en los comentarios, por eso, lamentablemente, no le puedo señalar los cambios.
De todas formas, ha mejorado su puntuación (para crear una expectativa positiva, je, je).
Ahí va:
Leí en un libro de psicología evolutiva un artículo que me llamó mucho la atención y me hizo pensar bastante. Era un experimento realizado en los Estados Unidos, creo, por un tal Rosenthal. En una High School se tomó un curso determinado y se llamó a todos los profesores del primer año -calculo que será como un tercer año de la vieja secundaria, primero del polimodal o cuarto de la actual (¡qué quilombo!). A los profesores de ese curso se les dijo que determinados alumnos, pongamos Pedrito, Ana y Javier eran brillantes, con un coeficiente intelectual mayor al de sus compañeros, cosa que no era verdad. Esta mentira se mantuvo todo el año por parte de todos los directivos. Resultado final Pedrito, Ana y Javier fueron los mejores alumnos de esa división, obteniendo los mejores resultados.
Nada nuevo, ya la mitología griega conocía este vericueto psíquico. Copio aquí la bellísima historia de Pigmalión:
“Pigmalión buscó durante muchísimo tiempo a una mujer con la cual casarse. Pero, con una condición: debía ser la mujer perfecta. Frustrado en su búsqueda, decidió no casarse y dedicar su tiempo a crear esculturas preciosas para compensar. Una de ellas, Galatea, era tan bonita que Pigmalión se enamoró de ella. Mediante la intervención de Afrodita, Pigmalión soñó que Galatea cobraba vida. Pigmalión se dirigió a la estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se ablandaba y que, deponiendo su dureza, cedía a los dedos suavemente, como la cera del monte Himeto se ablanda a los rayos del Sol y se deja manejar con los dedos, tomando varias figuras y haciéndose más dócil y blanda con el manejo. Al ver esto, Pigmalión se llenó de un gran gozo mezclado de temor, creyendo que se engañaba. Volvió a tocar la estatua otra vez y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al explorarlas con los dedos. Al despertar, Pigmalión se encontró con Afrodita, quien, conmovida por el deseo del rey, le dijo: ‘mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado. Aquí tienes a la reina que has buscado. Ámala y defiéndela del mal’. Y así fue como Galatea se convirtió en humana”.
Nuestras expectativas crean el resultado. He visto muchos profesores que se plantan frente a un aula pensando que los alumnos son unos atorrantes, vagos, posmodernos, que no les interesa nada de nada, y terminan siendo eso: atorrantes, vagos, posmodernos a quienes no les interesa nada de nada. Conozco padres que creen que tienen hijos muy débiles, que deben enseñarles y transmitirles toda su experiencia, y que esta enseñanza debe ser asimilada indiscriminadamente, y terminan generando eso que es la expectativa que tenían sobre sus hijos, unos debiluchos dependientes emocionales, buenos para nada.
Las expectativas que tenemos sobre los que nos rodean son como moldes que intentan dar forma a la identidad de los demás y muchas veces lo logran. No siempre; gracias a Dios, siempre han existido rebeldes que se resisten contra viento y marea, cuando el molde de la expectativa ajena, en vez de ser espejo de la propia identidad, se convierte en camisa de fuerza. Tampoco el efecto es siempre negativo, si la expectativa es la adecuada no es un corset, sino un trampolín para desarrollarse a sí mismo.
El pesimismo que nos invade termina creando el mundo de mierda que nos rodea. Tal vez el optimismo y la expectativa adecuada no generen siempre el resultado esperado porque se choca con el arcano misterio de la libertad del otro. Pero lo que es seguro es que, si la expectativa no es la adecuada, el resultado será negativo. Y si, por accidente, hay un resultado positivo, porque un rebelde no quiso ajustarse a nuestra mirada, no será en virtud nuestra, sino a pesar nuestro.
Es necesario un profundo análisis de todas nuestras expectativas, no es fácil, hay cosas y modos de ver la realidad, que la vida nos ha tallado, y que están tan profundamente inscriptos en nosotros que solamente un metamorfósico esfuerzo de humildad puede llegar a identificarlos. Pero vale la pena, se siente el alivio de sacarse una espina, de sacarse la ropa mojada frente al cálido hogar de nuestra verdadera identidad. Sólo así será posible que nos sea dicho “mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado” y que podamos seguir la recomendación de amar y defender nuestra Galatea del mal, principalmente el que habita en nosotros, el que construye nuestras cárceles, el que atiza nuestros infiernos.
Psique y Eros
Gracias de nuevo.
Excelente. Siga adelante. Puede hacer un bien inmenso, cosa que Ud. ya sabe pero que, por las dudas, necesito decirle, por aquello de la fábula de Castellani: «que los que entienden elogien a los que saben. No sea que vengan los que no saben y se hagan dueños del mundo».
¿Sabés una cosa Roberto? En realidad uno no lo sabe hasta que otro se lo dice. Los demás son espejos que nos van diciendo quienes somos. Por supuesto, no nos agotamos en ser meros reflejos, nuestra libertad emerge por sobre el reflejo, pero el reflejo media siempre la construcción de lo que somos. Por eso humildemente te agradezco que lo digas.
Bueno, como decís en el post sobre el «NO», esto no pretende ser más que un «tá bueno, mirá vos qué piola».
Gracias por la reflexión, porque ayuda a orientar nuestra «mirada» sobre nosotros mismos y los demás.
Sé que es muuuuyyy difícil liberarse de las etiquetas que nos han puesto; y que, a veces, constituyen como una segunda naturaleza; pero, al menos, ayuda saber que nuestra primera reacción (y tal vez la segunda, y tercera…) va a estar influida por ese cliché que se supone que somos nosotros, creado por la mirada ajena. Entonces, hay que encontrar la fuerza para ver nuestra verdadera identidad, y no dejarnos enredar por el pesimismo que nos impide vivir, y que puede convertirse en una excusa para justificar nuestro miedo a ser nosotros mismos. En fin, es una lucha que dura toda la vida, y a los que detestamos luchar, nos cansa. Es como una especie de cojera, no nos impide caminar, pero nos lo hace un poco más complicado.
Bueno, y lo mismo tenemos que aplicar a los demás, a los que muchas veces etiquetamos y les imponemos un padrón de conducta mediante nuestra expectativa, que se funda en una imagen falseada del otro.
Ahora, ¿por qué creamos esas expectativas negativas con respecto a los demás? ¿Para justificar algún ansia nuestra de poder, de autojustificación de no sé qué, esconder algún complejo de inferioridad?, en fin, u otros motivos que se nos escapan.
Perpleja