INTRODUCCIÓN
El término paranoia deriva del griego para, de lado, paralelo, y nous, espíritu, pensamiento. Tal vez podría traducirse como pensamiento paralelo o espíritu no centrado-, La primera utilización de paranoia proviene de las culturas clásicas y concretamente de Hipócrates, quien utilizaba este término de modo coherente con tal fundamento etimológico, como veremos, alejado notablemente del uso actual. Para Hipócrates, dicho estado implicaba un deterioro mental extremo o lo generalizaba como trastorno mental.
En el siglo xiii los médicos árabes describieron un trastorno mental con ideas persecutorias,.muy semejante al concepto de nuestros días,4pero sin mención del aforismo paranoia.
Por supuesto, sin ordenación taxonómica alguna, encontramos excelentes descripciones literarias e históricas de sujetos que padecieron trastornos de esta índole. Citemos a Otelo, con sus celos morbosos en Shakespeare; al inefable Don Quijote, con sus interpretaciones delirantes en Cervantes, y al mismo W. A. Mozart, quien compuso su Requiero convencido de que un complot iba a asesinarle. También Robert Schumann y Juan Jacobo Rousseau desarrollaron ideas paranoides en la segunda parte de su vida, que adquirieron en ambos casos suma intensidad.
En el contexto clínico, las alusiones a este tipo de manifestaciones adquieren diferentes nombres y adscripción. En su revisión, Fuentenebro (1980) señala con acierto que pocos cuadros en psiquiatría son tributarios de una revisión histórica como la paranoia. Además de la que aporta este autor, destacan la de Lewis (1970) y, en nuestro país, las de Sarró (1982) y Barcia (1982).
Par-tiremos aquí de la contribución de Kraepelin, con quien empieza la época moderna de la concepción de la paranoia como
- cuadro delirante crónico, que cursa
- sin deterioro ni alucinaciones, a diferencia de la demencia precoz (esquizofrenia).
La definió así: «Desarrollo insidioso, bajo la dependencia de causas internas y según una evolución continua, de un sistema delirante duradero e imposible de sacudir, y que se instaura con una conservación completa de la claridad y del orden en el pensamiento, el querer y la acción». Además, este autor aporta otros datos de gran valor, distribuidos en dos apartados: trastornos elementales y delirio. Entre los primeros cita las «experiencias visionarias», relacionadas con las ideas de referencia junto a la ausencia de alucinaciones; el fenómeno de «ilusiones de memoria», y también el «delirio de relación»; se refiere a la versión que el paciente hace de gestos, palabras, etc., y proclama una alteración de la interpretación.
En cuanto al delirio, destacan dos direcciones frecuentemente coexistentes. Una es el delirio de perjuicio, en el que se albergan el de persecución, el de celos y la hipocondría. El otro es el de grandeza, en el que se incluye el de inventores, interpretadores genealógicos,
místicos, erotómanos. Llamó también la atención a Kraepelin la sistematización del delirio
dice al respecto: «Es elaborado intelectualmente, coherente a una unidad, sin
contradicciones internas». Parece lógico, pero según autores más recients no lo es. Al introducir la variable de la etiología Kraepelin lo intentó distinguir de las psicógenas reactivas, aunque las descripciones de ambas (paranoia y psicosis) eran sumamente parecidas. Este interpretaba la paranoia como una psicosis endógena. Posteriormente hubo otros que insistieron en las características psicógenas de la paranoia. E. Bleuler y la escuela
suiza defendieron esta postura. Freud también había ya aportado elementos clave en este sentido. La mayor discrepancia ha sido la consideración de la paranoia como entidad indepente o como un subtipo de esquizofrenia. Diferentes razones han contribuido a ello. Primero varios casos diagnosticados de paranoia por Kraepelin siguieron una evolución esquizofrénica (Kolle). Por otra parte, la valoración de síntomas, como la organización y sistematización del delirio, la presencia de alucinaciones, los trastornos en el curso del pensamiento, etc., no ha sido siempre unánime, así como tampoco su adscripción a una entidad u otra (Kendler y Tsuang, 1981).
- Por último, mientras que Kraepelin insistió en considerar también los aspectos longitudinales del cuadro clínico, otros autores como
- Bleuler enfatizaron más los aspectos transversales.
Autores escandinavos, como Jorgensen (1989), han señalado criterios operativos especialmente para los cuadros breves reactivos.
Otros autores han propuesto sus propios criterios, como Winokur (1977) y Munro (1982). Kendler, por su parte, distingue de forma similar a la escuela francesa un trastorno delirante simple (parecido a la paranoia de las otras clasificaciones) y otro trastorno delirante con alucinaciones, que lo denomina trastorno delirante alucinatorio. En las clasificaciones actuales se elimina el término paranoia como enfermedad para sustituirlo por el de trastorno delirante, al objeto de no confundir el tema del delirio con la enfermedad. Aunque, como se ha visto, la historia del concepto da validez al uso de paranoia como de-nominativo de la enfermedad, también es cierto que el término trastorno delirante es más específico.
En el DSM-IV, dejando aparte los trastornos inducidos por enfermedades médicas o por abuso de sustancias, se incluyen el trastorno delirante, el trastorno psicótico breve y el trastorno psicótico compartido (tabla 30-1).
Enla CIE-10dela OMS, el capítulo de los trastornos delirantes no esquizofrénicos es más voluminoso, lo cual no es de extrañar teniendo en cuenta la tradición secular de las psicosis breves de los autores franceses (bouffées) y escandinavos y de las psicosis tardías de los autores franceses e ingleses. A diferencia del DSM-IV, que daba 1 mes como mínimo para el diagnóstico,la CIE-10exige 3 meses y por ello añade el término persistentes a la denominación diagnóstica (trastorno de ideas delirantes persistentes) (tabla 30-2). En cambio, ofrece un repertorio variado para los cuadros más breves (tabla 30-3). En cualquier caso siempre debe especificarse para todo el grupo si el cuadro es o no secundario a situación estresante.
Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.