La respuesta de miedo, biológicamente heredada, actúa como una reacción defensiva instantánea frente al peligro, que ha protegido al hombre durante miles de años. La dotación genética que nos han legado nuestros antepasados, modelada gradualmente por siglos de existencia en medios adversos, nos ha dotado de respuestas rápidas, automáticas y complejas, que nos protegen de peligros potenciales o situaciones amenazantes y contribuyen a nuestra supervivencia. Para las crías, el miedo es un recurso biológico destinado a protegerlas de los peligros potenciales del entorno. En los mamíferos, la madre protege a su cría de su falta de discriminación durante las primeras semanas, pero al comenzar la separación física de ella y la exploración del entorno, el miedo se convierte en su niñera, equilibrando la tentación de la curiosidad. Por ejemplo, el miedo a las serpientes y a las tormentas, tan común entre los seres humanos, es casi universal en los primates. Cuando un niño explora el entorno, otros temores lo protegen contra los daños. El temor a las alturas, frecuentemente evita que los niños muy pequeños se trepen a los árboles, y si lo hacen, al mirar hacia abajo y asustarse, tienden a quedarse inmóviles en una rama, demandando ayuda. Estos mecanismos protectores son automáticos y biológicamente heredados.
Ciertos miedos son comunes en determinados estadios del desarrollo evolutivo, y no son considerados fobias, a menos que originen una disfunción o incapacidad funcional significativa. Como dijimos, la distinción esencial entre un miedo común y una fobia es la medida en que esta última perturba la vida cotidiana. Un miedo común puede ser sobrellevado, aunque con cierto malestar, y causa mínima o ninguna alteración en la vida cotidiana. En cambio una fobia se define, al menos en parte, por la incapacidad que origina.
Un fóbico hace todo lo posible para evitar cualquier objeto o situación temida, y si se topa con ellos, huye lo antes posible. Asimismo, un fóbico anticipará tales encuentros manifestando una gran ansiedad anticipatoria o «miedo al miedo». Un miedo intenso común y una fobia específica leve, no presentan límites claramente establecidos, depende en cierto modo de cómo considere el individuo su aflicción o se sienta suficientemente afectado como para buscar un tratamiento.
Cerca del 10% de los niños y entre el 2 al 3% de los adolescentes presentan temores significativos (Duncan M.K. y Popper Ch.W., 1991), pero muchos niños con fobias no son nunca vistos en un consultorio. Las fobias aisladas de la infancia comúnmente remiten espontáneamente; las que aparecen o continúan en la pubertad y adolescencia es probable que persistan si no reciben tratamiento. Muchas veces los padres ignoran los síntomas fóbicos de sus hijos, lo que hace en estos casos especialmente importante la entrevista clínica.
Concepto general de fobia
Se entiende por fobia a un trastorno caracterizado por un miedo intenso, persistente, excesivo e irracional hacia objetos o situaciones concretas que, por lo general, se acompaña por una pronunciada tendencia a evitarlos.
Síntomas generales de las Fobias
Las personas que padecen fobias presentan síntomas característicos, estos son: la ansiedad fóbica y la evitación fóbica.
La ansiedad fóbica se manifiesta ante la presencia real o imaginaria del objeto, persona o situación temida. En este último caso se denomina ansiedad anticipatoria o «miedo al miedo», puesto que se da en ausencia directa del estímulo fóbico.
La ansiedad fóbica comprende un conjunto de síntomas mentales, fisiológicos y conductuales que varían, tanto en sus manifestaciones como en su intensidad general. Entre ellos se encuentran: sentimientos de inseguridad e incapacidad, aprensión intensa, pérdida de control, taquicardia, tensión muscular, etc.
La evitación fóbica consiste en una tendencia del individuo a alejarse o rehuir del contacto con el estímulo temido. De hecho, el sujeto fóbico trata de adquirir la mayor información posible acerca de las situaciones en que pueda estar presente el estímulo fóbico, a fin de evitarlo.
Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.