Acabo de encontrar un post viejo de Infocaótica, by Ludovicus, que no tiene desperdicio:
Sin ánimo de escribir una receta, arriesgo a vuelapluma algunos temperamentos. Buscan más que nada propiciar el debate para que la jerarquía tome cartas, de modo sistemático, en el asunto y no reaccione cual bombero ante el incendio. Lo que queda claro es que la inercia o la complacencia no es una opción. Tienen un costo humano y sobrenatural, como hemos explicado, que ninguna contabilidad resultadista podrá equiparar.
Si tuviéramos que cifrar la acción requerida en una palabra, diríamos “control”. Control teológico, control sobre todo de la praxis, control interdisciplinario (a la luz de la sociología y psicología) de las conductas, control económico. Y no sólo cuando salta la liebre. Y asociando al control a los Ordinarios.
1) Hay que relativizar los movimientos, en lo que tienen de coyunturales, en sus propias normas, costumbres y convicciones. El precio de apartarse de la tradición es jugar por libre, a nadie es lícito refrendar con la autoridad de la Iglesia una novedad. Ninguna congregación o movimiento surge como Atenea de la cabeza de Júpiter. Toda organización humana, salvo la Iglesia que es de directa fundación divina, no es más que un experimento, una tentativa falible de responder a la llamada de Dios. Esta relativización es la base para poder corregir la organización, en lo que tienen de heteroprácticas, de irracionales o de absurdas sus normas, costumbres y convicciones. Al contrario, si se afirma que el Fundador ha recibido del Espíritu Santo un combo completo y perfecto de reglas, es obvio que cuestionar aspectos de la organización es cuestionar a Dios. Hay mucho repetidor mecánico de que “esto es obra indudable del Espíritu Santo”. Pues todo lo que es bueno, en tanto bueno, es obra, en cierto modo, del Espíritu Santo, pero eso no autoriza a librar cheques en blanco a su cuenta o convertirlo en avalista de nuestras propias iniciativas e ideas personales.
Esto también implica revisar la barroca “teología del Fundador” y del “carisma institucional”. Es decir, la idea, dicho bastamente, de que Dios periódicamente envía nuevas revelaciones al mundo, cuyo vehículo o instrumento es un iluminado que recibe íntegra una visión y una misión que lo lleva a construir una mini Iglesia, más Iglesia que la Iglesia, que no se puede corregir ni discutir so pena de discutirle al Espíritu Santo. Caricaturizo pero no tanto. En estas condiciones, claro que la crítica es una locura. La clave está, por un lado, en no matar la vitalidad de un movimiento en sus peculiaridades lícitas y católicas, y por el otro, evitar que se desarrollen idiotismos y peculiaridades sectarizantes o lo que es lo mismo, heteropraxis.
2) Reconocer la verdad de la heteropraxis, aislando las conductas. Una organización con tendencia sectaria tiende a esconder, reinterpretar, banalizar o desmentir las notas más cuestionables. En el limite, el adepto dice que “no comprendes porque desconoces la organización”. Pues bien, hay que establecer claramente cuál sea la verdad de la organización en relación con conductas heteroprácticas. Hay que resistir la fácil afirmación: “no es así como dices” “es falso que ocurra tal cosa” “los rebotados y los resentidos mienten”. Puede haber calumnias, pero cuando las afirmaciones se reiteran, en diversos tiempos y espacios, una y otra vez, algo hay. Habrá que separar, cuidadosamente, hechos de interpretaciones. Dejar bien establecidos los hechos, y las interpretaciones benévolas para después. Para eso sirven y cómo, los ex.
La desviación interpretativa no necesariamente obedece a mala fe o simple lavado de cerebro, sino a la reacción que genera la existencia de conductas cuestionables o irracionales en toda organización amada y valorada por sus miembros, y al consecuente impulso de disimularlas. Es una reacción de defensa de la psiquis. Para este reconocimiento, hace falta un tercero ajeno a la organización, que actúe como objetivador de las relaciones y las conductas. Y obre todo, de las “creencias internas”, que son invisibles al análisis de la documentación pero se encuentran a buen resguardo en el disco rígido de todos los miembros y conforman, junto con el “buen espíritu” el núcleo vivo de toda organización con heteropraxis. Volveremos sobre este tema en algún artículo posterior.
Se cuidará sobre todo el lenguaje, evitando cuidadosamente el doble discurso, la reserva o restricción mental, el maquiavelismo conceptual, la falta de amor a la verdad, la manipulación, la contradicción y el absurdo y la doble vara de medir, que son el humus del sectarismo.
3) Autodetección. Al igual que enseñamos a las personas a prevenir ciertas enfermedades por medio del autoexamen, se debe instruir a los fieles a detectar las desviaciones de la correcta praxis católica o simplemente racional por medio de un entrenamiento sencillo. Bastará con enumerar los principales patrones de comportamiento sectario, que suelen ser constantes, y fomentar la sana actitud crítica a la luz de la razón iluminada por la fe. Sería de agradecer un documento o manual de algún dicasterio romano al respecto, al estilo del decálogo de Pete Vere sobre detección de tendencias sectarias o heteroprácticas. Se deberá calificar claramente qué medios son lícitos y qué medios son ilícitos, con prescindencia de la nobleza del fin procurado.
El “buen espíritu”, que suele ser un prisma deformante que a veces usan los miembros de una organización para asegurarse el control subjetivo y consolidar las convicciones al margen de la letra escrita, debe transformarse en “espíritu objetivo” o “crítico”, no por ello menos “bueno”. La conformidad con la “regula”, no sólo con la voluntad del superior, es la garantía de la objetividad y sanidad de la estructura.
4) Prohibición de documentación interna secreta. Publicación de todo lo que se lee en un movimiento. Y si no se puede publicar, pues que no circule tampoco. Pocas reglas, claras y objetivas. Acento en la ortopraxis respecto de la dirección espiritual, proselitismo, ingreso de menores, relacion con las familias de sangre, control de la intimidad y egreso de los miembros.
¿Doctrina? La del Magisterio, sin perjuicio de la investigación teológica.
No se trata de reprimir la producción y creatividad intelectual de los integrantes de la organización, sino de limitar la “doctrina oficial” de la misma, para evitar que se transforme en un magisterio paralelo, con la fuerza presurizante del líder y del movimiento, que desplaza de facto o reinterpreta al magisterio oficial.
5) Evitar los hechos consumados. Que ninguna organización ostente el marbete de católica sin un control previo. Que toda regla vinculada con el control de conciencias, manejo de la intimidad, correspondencia, relaciones familiares, relaciones con los menores y en general todo lo que constituye peligro de parangón con el patrón sectario sea cuidadosamente examinada, ex ante. Y si no se quiere pasar por este escrutinio, que se adopte sin más una regla universal, como se hace en Oriente. Que no haya iniciativa litúrgica, conforme la regla vigente en la Sacrosanctum Concilium. Que cualquier modificación de la pauta normal sea sometida en principio a Roma y sólo después adoptada.
6) No a los Fundadores vitalicios. Revisión seria del rol del fundador, con miras a la “eutanasia” o “suicidio” de su personalidad en sus miembros. También al Fundador le cabe, máximamente, el mandato de negarse a sí mismo. El Fundador es el responsable del culto que recibe en la organización, con prescindencia de que lo quiera o no. Debe ser el principal enemigo de su dulía. Un buen Fundador debe aborrecer a los adoradores y a los clones, debe disminuir para que los miembros crezcan.
7) Instancias de apelación expedita a Roma por cuestiones internas, con vista a quien ejerza el control de la organización.
8) Todo lo anterior confluye en la necesidad de un control extrínseco y objetivo a la organización. Roma deberá gastar en Síndicos y Auditores. No otra cosa se exige a las empresas que hacen franchising de un producto. Aquí el producto es demasiado valioso para someterlo a controles de calidad posteriores, lentos y gravosos para quienes ya lo han consumido.
Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.
Los dos artículos de Ludovicus son brillantes.
Absolutamente.