Les dejo un luminoso texto de Royo Marin, enviado por un lector, que ciertamente no puede ser acusado de heterodoxia. Creo que deberían hacérselo recitar de memoria todas las mañanas a los formadores de consagrados, en especial neoconservadores y tradicionalistas que tienen la deletérea tendencia a aplicar en este campo una estricta lógica maniquea. Una vocación no puesta a prueba, protegida por una dicotomía condenación-salvación, infidelidad-fidelidad, ángel-demonio, y además conservada en la incubadora, que son las casas de formación, no es una vocación, es apenas un esperpento grotesco que da un espectáculo lamentable a quienes debiera iluminar.
Después de respetar y aceptar —escribe a este propósito el P. César Vaca — la doctrina moral sobre la responsabilidad que engendra la vocación y la obligación moral de responder al llamamiento de Dios, se exagera mucho, incluso en libros espirituales que tratan del tema, sobre los peligros del abandono de la vida religiosa, sin distinguir lo suficiente en los casos en que ese abandono es por voluntad propia y falta de fidelidad a la gracia, de aquellos otros en los cuales la vocación no se reveló con plena claridad. Para algunos, el hecho de que un niño haya ingresado en una escuela apostólica o en un seminario ya es señal indiscutible de vocación, y mucho más cuando se trata de un novicio o de un profeso, aplicándole entonces, sin duda con la mejor intención de fortificar su decisión de perseverancia, toda la doctrina de temor a quien es infiel a la voluntad de Dios.
Las consecuencias de esta actitud son desastrosas para esas pobres almas que, al abandonar por fin el convento, vuelven al mundo con un verdadero complejo de infidelidad, que les aleja de la vida religiosa. Estoy seguro de que muchos de los escándalos dados por antiguos seminaristas y religiosos que gozan de mala fama arrancan de este proceso. Al salir del convento creyeron que dejaban a Dios en él. De mi experiencia personal puedo decir que entre los muchos casos de religiosos y seminaristas que he conocido y aconsejado que dejasen su vocación, de ninguno podría asegurar que fuese una vocación clara y, por consiguiente, una infidelidad culpable. ¿Quién puede saber esto con certeza si no es Dios? Y si no podemos estar ciertos de la vocación, ¿con qué derecho emplearemos amenazas de condenación eterna contra esas almas?
Nada se pierde con alentar a quien tiene que dejar el convento a ser un buen cristiano en el mundo, aprovechando toda la formación y toda la ciencia que su permanencia en la vida religiosa le proporcionó. El alma que sale con esas disposiciones continúa de ordinario una vida piadosa y puede prestar grandes servicios en Acción Católica, por ejemplo. Hasta considero digna del mayor elogio la formación de agrupaciones de estos jóvenes, para la salvaguardia y protección espiritual, y hasta temporal, de los mismos, evitando desviaciones y pérdidas de estas almas.
Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.
Claro y muy rico en aplicaciones es este texto, que muchos conocen… El problema se agrava cuando entra a jugar «la Gran Causa o Mision» del instituto en la Iglesia… Entoces funciona como una trampa perfecta.