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Quiero inaugurar una sección sobre psicoanálisis con este artículo de la serie Identidad y Felicidad. En realidad este post nace con una discusión que atraviesa, recurrentemente, el blog de Wanderer respecto de la formación de los consagrados. Viendo los problemas actuales siempre surge, una y otra vez, el interrogante de qué está fallando en esa formación y por qué no brinda los resultados que promete, aun, y sobre todo, desde las mismísimas huestes neoconservadoras y tradicionalistas. En ese contexto de la mano de Thibon, Castellani, entre otrosse hizo recurso a la noción de sublimación, siguiendo un texto de Castellani. Quiero poner en duda el concepto mismo de “sublimación” más allá del hecho de que las auctoritas, arriba citadas, lo usen en la más potable de sus acepciones.
Si quiere encontrarse la solución a la problemática planteada más arriba, puedo asegurar que no se encuentra en el sublimar actividades, aunque esto último sea condición sine qua non de esa solución –pero por sí solo no basta. La dificultad se encuentra en condicionantes previos de hasta la misma posibilidad de sublimación. El nocciolo de la cuestión está en el mismo constituirse de la identidad humana, en sus tres vectores: la individuación, la mismidad, y por sobre todas las cosas, la pertenencia. Más importante que el hecho de que algo funcione mejor o peor es que tenga una estructura que le permita funcionar. Encarar por el lado de la sublimación es pretender que algo que funciona mal, pero funciona, funcione mejor. Supongamos que tengo que arar con un caballo flaco, que no rinde, entonces lo alimento bien para que rinda más. Pero esto supone que contamos con un “caballo flaco” que “funciona”. Sin embargo, hay estructuras que son anteriores al “caballo flaco que funciona” y que lo hacen posible. Imaginemos que repentinamente el “caballo flaco que funciona” sufriese una osteoporosis, sumamente agresiva,  que, en breve tiempo, destruye una de las estructuras condicionantes de la misma posibilidad del “caballo flaco que funciona”: el esqueleto. Entonces, a causa de esta enfermedad, en poco tiempo no tenemos más “caballo flaco que funciona”, no nos queda nada. Cuando la identidad del hombre, o, lo que es lo mismo, cualquiera de sus vectores, se ve amenazado y/o agresivamente atacado de osteoporosis anímica entonces no hay sublimación que valga, el esqueleto mismo del alma humana se destruye y solo nos queda entre manos nada.
En posts futuros trataré el tema de la estructura dinámica de la identidad del hombre, pero comencemos por aquí, criticando la sublimación y construyendo una semántica adecuada.
P&E
A pesar de mi amplísima actitud respectos de los diversos lenguajes de las ciencias, hasta el punto de que algunos piensan que arriesgo abandonar el punto de vista clásico, o volverme progresista (alguna vez escribiré sobre las categorías progresista conservador, que en sí mismas me parecen estúpidas), u otros que piensan que incorporo un montón de palabras de lenguajes que no son el clásico-conservador porque soy un pedante, a pesar de mi apertura y de mi optimismo respecto de la redención o correcta asunción de lenguajes nacidos en cosmovisiones ajenas; a pesar de todo eso, hay una palabra que no logro procesar y me resisto a usar inconciente y concientemente. Esa palabra es sublimación.
No hay caso, siempre que pasa el fantasma de esa palabra por mi cabeza me hace ruido. No la he usado nunca en primera persona, es decir asumida desde mi yo y vuelta vehículo de expresión de una realidad, o, lo que es lo mismo, asimilada en cosmovisión.
Sé que la han usado grandes autoridades, respecto de las cuales no cabe ni la más mínima sospecha de nada. Sé, que como cita Teseo, la han usado Castellani, Thibon, y otros.
No hay caso, es más fuerte que yo, no puedo usarla. Creo que es porque la considero intrínsecamente pervertida (de perversus, a su vez de per y verto: girado, invertido, dado vuelta), ontológicamente hablando. Sí, ya sé, la usaron Castellani, Thibon y el buen amigo Teseo, y han dado la mejor versión que se puede dar de ella en una ontología realista, pero a mí me sigue haciendo ruido.
Veamos de donde nace. Como sabemos, su creador en el campo sicológico es Freud, y tal vez la mejor definición que da de ella (y una de las primeras) está en La moral sexual «cultural» y la neurosis moderna (1908): «La pulsión sexual pone a disposición del trabajo cultural cantidades de fuerza extraordinariamente grandes, en virtud de la particularidad, singularmente marcada en dicha pulsión, de poder desplazar su fin sin perder en esencia intensidad. Esta capacidad de reemplazar el fin sexual originario por otro fin, que ya no es sexual pero se le halla psíquicamente emparentada, la denominamos capacidad de sublimación»[1]. Es decir, que, básicamente, existe una “pulsión sexual” que es una energía básica disponible para muchos fines, que tiene un fin primario obvio que es el “fin sexual originario”, pero que puede “desplazarse” para otros fines que no son el originario. Justamente a esa capacidad de “reemplazar el fin sexual originario” por otro fin, que no es sexual pero le está emparentado, es lo que llamamos sublimación. Esa misma “pulsión sexual” en su manifestación dinámica en la vida psíquica es lo que llamamos “libido”[2]. De modo que la libido es la “pulsión sexual” cargada de significado psíquico para el sujeto. Por lo que también podríamos definir a la sublimación como la capacidad de reemplazar la orientación originaria de la libido, respecto de su fin sexual, en dirección a otros fines.
Pero volvamos a la sublimación. Toda palabra, que se vuelve técnica (y la mayoría de las que no son técnicas también, esto es lo que hace posible la etimología), nace en su lengua originaria de un modo metonímico o metafórico.
El modo es metafórico cuando la relación, entre el nuevo significado técnico atribuido a una palabra del lenguaje común y su significado vulgar, es de similitud. Así por ejemplo “pneuma”,  que originariamente sólo significaba aire y también aliento, se vuelve “espíritu” en un vocabulario técnico posterior al lenguaje común. Porque justamente lo que quiero significar con “pneuma” (espíritu) se asemeja a la levedad y ligereza del “pneuma” (aire), y ambos se oponen al “soma” (cuerpo) que es pesado.
El modo es metonímico cuando la relación, entre el significado técnico y el significado común de la palabra, es de cualquier tipo de contigüidad. Así, para ejemplificar, tenemos la famosa, y no menos dudosa, etimología de “lapis” (piedra) de Santo Tomás, que explica que viene de “laedere pedem” (lastimar el pie). Entonces en latín, siempre según esta interpretación, “lapis” (piedra) se le pone ese nombre por el efecto que causa en el pie (imponitur ab effectu), es decir una relación de contigüidad.
Vengamos a nuestra palabra: “sublimación” viene del latín, del verbo “sublimo”, que significa levantar, elevar, exaltar; a su vez “sublimo” viene de la unión del prefijo “sub”, que significa lo que está debajo, lo que permanece, y del verbo “limo”, que en su acepción más primitiva era “pulir una piedra preciosa”, por lo que traslaticiamente significa también perfeccionar. De ahí que, etimológicamente, sublimación es la acción de lo que está debajo y que permanece en un proceso de perfeccionamiento.
Más allá del significado etimológico de la palabra, Freud, fuertemente influido por el mecanicismo de la época y los descubrimientos termodinámicos, toma el significado de sublimación de la química; en esta ciencia, sublimación designa el paso de un cuerpo del estado sólido al gaseoso. En definitiva, el paso de una misma substancia de idéntica naturaleza por dos estados diferentes, dando un salto en relación al proceso normal de cambios de estado.
Aquí justamente es donde me hace ruido la sublimación; Freud no cambia en nada el modo químico de concebir el proceso, tenemos un “impulso sexual” o “libido” (en su manifestación dinámica en la vida psíquica) que, siendo siempre idéntico a sí mismo, se transforma en manifestaciones diversas, desde el “fin sexual originario” hasta llegar al estado de un fin diverso de orden cultural. De modo tal que “la pulsión sexual pone a disposición del trabajo cultural cantidades de fuerza extraordinariamente grandes” pero permaneciendo básicamente “pulsión sexual” o “libido”. Como el mismo Freud lo reconoce en un texto tardío: «llamamos sublimación cierto tipo de modificación del fin y de cambio del objeto, en el cual entra en consideración nuestra valoración social»[3]. Es decir, que lo que cambia es el fin y el objeto de la “pulsión sexual” pero no ella misma, sigue siendo la misma energía. Dejo de lado todo lo que sería la segunda teoría freudiana de la sublimación y la desexualización de la libido, ya que creo que tampoco desde esta perspectiva se podría solucionar mi problema, para pasar directamente a mis objeciones.
El principal problema está en que de lo menos no sale lo más, de una pulsión sexual, desviando sus energías y cambiando de fines y de objeto, no se puede obtener un producto que es intrínsecamente más perfecto. El amor no lo puedo entender como una pulsión sexual sublimada. El amor es una experiencia infinitamente más perfecta, que la puedo entender solamente haciendo la experiencia de amar. Sublimar es poner la analogía de atribución (intrínseca o extrínseca) del lenguaje patas para arriba. En una analogía de atribución el analogado princeps posee la cualidad predicada en su grado máximo, por lo que la cualidad del analogado princeps causa el significado de los analogados secundarios (la causalidad es semántica, en el caso de la analogía de atribución extrínseca y ontológica en el caso de la analogía de atribución intrínseca); así, en el famoso ejemplo aristotélico, la comida, el aire y la orina se dicen sanos por referencia al hombre sano. En el caso de la sublimación ponemos todo patas para arriba, la “pulsión sexual” o la libido (que es su manifestación psíquica) se convierte en el analogado princeps desde el cual se pretende explicar toda una serie de fenómenos con cualidades emergentes, es decir que sobrepasan cualitativamente a esa “pulsión sexual”, y como se pretende explicar algo superior con algo inferior, en realidad se termina creando una visión reduccionista de una experiencia, que por emerger cualitativamente, solo puede ser juzgada y valuada en el contacto de primera mano de esa misma experiencia y no por una actividad analítica y resolutiva a un principio más bajo. En coherencia con esto, fíjense la lectura que Freud hace del amor según San Pablo: “El hombre afectivo, el amigo y el admirador buscan también la proximidad corporal y la vista de la persona amada, pero con un amor de sentido «paulino». Podemos ver en esta desviación del fin un principio de sublimación de los instintos sexuales, o también alejar aún más los límites de estos últimos”[4]. Es decir que a los “impulsos sexuales” se les cambia el fin o se le alejan los límites, pero ellos siguen siendo, cualitativamente, la misma energía. En este sentido podemos decir con toda tranquilidad que el sistema freudiano es pansexualista. No porque, como vulgarmente se cree, propicie la propagación indiscriminada de un genitalismo, sino porque es una explicación reductiva de las operaciones superiores del hombre, que son convertidas en epifenómenos, al menos en su instancia fundante, de los “impulsos sexuales” y de la libido[5].
– Bueno, ok, concedido, ¿pero no se puede usar la palabra como la entienden Castellani, Thibon, etc.?
– Las palabras sirven para comunicarnos con las personas y es el uso actual y su semántica lo que determina su significado. La mayoría de las personas la usan como una analogía de atribución puesta de patas para arriba. Está bien, las auctoritas citadas la entienden como una comunicación de una energía o libido que no es necesariamente sexual, en su íntima constitución, sino que en realidad es yoica, más basada en el instinto de supervivencia, que en el de propagación de la especie. En realidad, en última instancia, según mi opinión, no hay un substrato energético de la misma especie comunicándose de acá para allá, desde los instintos hasta las instancias más sublimes del hombre. En realidad, lo que sucede es que el hombre tiene una especie de principio homeostático, cuando se sobrecarga de tensiones y angustia necesita descargarse buscando el placer. Cualquier placer de cualquier nivel descarga en algo esa tensión, partiendo de los placeres sexuales, pasando por los alimenticios (el sobrepeso es más causado por la ansiedad que por cualquier otra cosa) y llegando a los placeres propios de la contemplación o de cualquier potencia superior. Por supuesto, no del mismo modo, los placeres más instintivos descargan la tensión de un modo mucho más veloz pero más precario, por lo que la tensión vuelve a subir al poco tiempo, exigiendo una nueva descarga. Por su lado, mientras más elevado es el placer (en cuanto a su naturaleza, no en cuanto a su intensidad) es más duradero y permanente, y se trasvasa de ser placer a una tonalidad de vida permanente que llamamos felicidad. Según mi opinión, cada uno de estos placeres es totalmente heterogéneo y diverso del otro, no hay una libido (que es una y la misma para todos los placeres) acumulada buscando descargarse según un modelo termodinámico y mecanicista; por el contrario, sí hay un deseo de aliviar la tensión que es unívoco y busca, o puede buscar, cualquier placer que lo alivie, placeres que en realidad, en sí mismos, son absolutamente heterogéneos, porque están producidos por potencias distintas. Esa búsqueda de aliviar la tensión es claramente derivada del instinto de supervivencia, el sistema busca protegerse ya que se está sobrecargando, y es encausada por el individuo, dentro de ciertos niveles de intensidad, por la elección de su libertad. Esta búsqueda de alivio de las tensiones es percibida como una energía y es, justamente, esa energía la que se aplica o puede aplicarse a diversas actividades. Cuando esa energía se aplica a una actividad, de un modo intenso, le quita las energías a las demás actividades. Quien, por ejemplo, está súper concentrado en algo puede hasta dejar de percibir el mundo que lo rodea, un jugador de rugby apasionado en su juego directamente deja de sentir todos los golpes que recibe; y así con toda actividad que ocupe un gran espacio de conciencia. Cuando escasea una actividad que tense todo el ser en una dirección, entonces, esa búsqueda de alivio se vuelve hacia los instintos más básicos: la actividad sexual, la alimentación (las drogas, que son un modo de gula, ahora convertida no ya en el más simpático de los pecados capitales), etc. Esa búsqueda homeostática de alivio, y su contracara energética, puede generar fácilmente la fantasía de un sustrato que se comunica de una región a otra, siendo ella misma siempre idéntica. Pero esa lectura, basada en la imaginación, no me convence en absoluto, la psiquis de un hombre se parece a un dique que está repleto y que tiene mil maneras distintas de aliviar el peso energético del agua acumulada. Ese peso puede ser aliviado por la descarga principal del dique, por la evaporación del agua, por la filtración del agua en el suelo, por canales de riego, etc. Sin embargo, cada una de esas actividades es absolutamente heterogénea y distinta de las demás y todas cumplen el mismo propósito.
Psique– Pero, entonces, decime ¿se puede usar la palabra sublimación en el sentido de significar la tensión de todas las energías absorbidas por una actividad superior?
Eros– Mirá, vos usála si querés, e intentá cambiar la semántica que usa el mundo entero, pero a mí me sigue haciendo ruido, es más fuerte que yo.
Psique– Y ¿qué te parece la receta de Castellani proponiendo diversas actividades superiores para restarle energía a los instintos inferiores en la formación del seminarista?
Eros– Dejando de lado el punto 5 de la lista (el seminarista necesita vida familiar), el resto de los puntos me parecen absolutamente necesarios para la formación sacerdotal, pero no creo que la esencia del problema de los “Mazzolo” pase por ahí.
Psique– Y ¿por dónde pasa, pichón de iluminado?
Eros– Estoy convencido de que el problema está en la “pertenencia” como constitutivo de la identidad de la persona, por eso saqué el punto 5 de la lista de elementos necesarios pero no esenciales como respuesta a los “Mazzolo”.
Psique– Y el 5 ¿lo pondrías con los esenciales o lo sacarías hasta de los necesarios?
Eros– Vamos, ya sabés que lo pondría con los esenciales, pero no es lo único, hay mucho más entre los constitutivos de la “pertenencia”.
Psique– Pero ¿la cuestión no es sacarle energía a los instintos para mandarla a las potencias superiores?¿Qué tiene que ver la “pertenencia” con esto?
Eros– Mucho, la pertenencia o su carencia desestructurante pueden convertirse en un afluente tipo Amazonas de tensiones para la psiquis del hombre, y ahí no hay contemplación, ni cualquiera de los puntos que Castellani enuncia (excepto el 5), ni siquiera todos juntos, para frenar la marejada de tensiones, angustias y dudas con las que desborda el alma del hombre.
Psique– Y ¿cuándo lo hablamos?
Eros– Pronto, pronto…


[1] Más o menos lo mismo dice en la Quinta Conferencia: “Precisamente los componentes del instinto sexual se caracterizan por esta capacidad de sublimación de cambiar su fin sexual por otro más lejano y de un mayor valor social. A las aportaciones de energía conseguidas de este modo para nuestras funciones anímicas debemos probablemente los más altos éxitos civilizados. Una represión prematura excluye la sublimación del instinto reprimido. Mas, una vez levantada la represión, queda libre de nuevo el camino para efectuar la sublimación. No debemos, por último, omitir el tercero de los resultados posibles de la labor psicoanalítica. Cierta parte de los impulsos libidinosos reprimidos tiene derecho a una satisfacción directa, y debe hallarla en la vida. Nuestras aspiraciones civilizadoras hacen demasiado difícil la existencia a la mayoría de las organizaciones humanas, coadyuvando así al apartamiento de la realidad y a la formación de la neurosis sin conseguir un aumento de civilización por esta exagerada represión sexual. No debíamos engreírnos tanto como para descuidar por completo lo originariamente animal de nuestra naturaleza, ni debemos tampoco olvidar que la felicidad del individuo no puede ser borrada de entre los fines de nuestra civilización. La plasticidad de los componentes sexuales que se manifiesta en su capacidad de sublimación, puede constituir una gran tentación de perseguir, por medio de una sublimación progresiva, efectos civilizadores cada vez más grandes. Pero así como no contamos con transformar en nuestras máquinas más de una parte del calor empleado en trabajo mecánico útil, así tampoco debíamos aspirar a apartar de sus fines propios toda la energía del instinto sexual. No es posible conseguir tal cosa, y si la limitación de la sexualidad ha de llevarse demasiado lejos, traerá consigo todos los daños de un agotamiento de la tierra de cultivo.”, 1909.
[2] como el mismo Freud la define “La pulsión sexual, cuya manifestación dinámica en la vida anímica es lo que denominamos «libido»” Psicoanálisis y teoría de la libido, Dos artículos de Enciclopedia, 1922.
[3] Continuación de las lecciones de introducción al psicoanálisis, 1932:
[4] Psicología de las masas y análisis del yo, 1920-1921.
[5] Véase la actitud reduccionista del método en el siguiente texto de Freud a Binswanger : “…no he habitado más que en la planta baja y el subsuelo del edificio. Usted afirma que si se cambia el punto de vista, se ve también un piso superior donde se alojan huéspedes tan distinguidos como la religión, el arte, etc…Si todavía tuviera una vida de trabajo por delante, me atrevería a asignar también a esos personajes de alto linaje una habitación en mi casita de una planta” Binswanger L., Recuerdos de una amistad, Almagesto, Bs. As., 1992, pp. 112-113.

Eduardo Montoro

Autor: Eduardo Montoro

Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.

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