He sido gran parte de mi vida un gran “quejoso” y, por eso mismo, desde que logré despegarme de un modo total y radical de todo conato de queja en mi vida -en términos humanos obviamente- me ha quedado una hiperalergia cuando la detecto. No sé si sea justo o no, no se si deba mejorar eso también o no, pero sencillamente no soporto las quejas ni las personas que se quejan. Me compadezco de mi padre, un santo, que tiene que escuchar las quejas de mi madre. Me compadezco también de mi suegro, otro santo, que tiene que escuchar quejas al cuadrado, las de mi suegra y de la hermana de mi suegra. Si alguna vez discutimos con mi esposa es por sus quejas, ella dice que yo no la escucho que ya no me puede contar nada porque todo lo que me cuenta yo lo interpreto como quejas. Tal vez tenga razón, y algo de culpa tenga yo, pero no soporto toda la carga no verbal y gestual “quejosa” que adjunta a los mensajes que quiere comunicar y se lo hago saber, por supuesto siempre llegamos a un punto muerto, ambos absolutamente convencidos que el otro está equivocado. Ella pensando que sólo deseaba “comunicar” y yo pensando que por el modo en que lo decía en realidad “se estaba quejando”.
Más allá de esto, que no creo que tenga solución porque requiere un insight potente que desde mi lugar no estoy en condiciones, ni remotamente, de provocar, queda claro que odio las quejas…
Hasta tal punto, que si bien reconozco que la regla emperatriz de todas las reglas, en cuestiones humanas, es el equilibrio, en todo equilibrio, aquí no encuentro equilibrio posible, la queja, por experiencia personal, hay que arrancarla de cuajo, es un cáncer, un agujero por donde se nos escapan todas las posibles energías para enfrentar el problema que nos “aqueja”. Sé que esto puede desatar la polémica, y estoy dispuesto a cambiar mi punto de vista, o a ampliarlo, si alguien me ofrece una visión superadora aportando con su experiencia un equilibrio distinto del combatir de un modo radical toda queja posible. Pero a esta conclusión he llegado en mi experiencia personal, sin que nada nunca la haya contradicho o negado, o siquiera me haya hecho dudar de que las cosas son de ese modo. Bueno, por eso, para debatir y salir de esta opinión solipsista les dejo este post.
Otra actitud típicamente egocéntrica es la queja. Este fenómeno merece una consideración especial. La queja parece sobrepasar el horizonte estrictamente humano, ya que es posible observar un proceso análogo hasta en los animales. No parece imprudente afirmar que la totalidad de los animales de un grado de desenvolvimiento superior, es decir aquellos que poseen una mayor capacidad perceptiva de valores (intentiones) respecto del medio que los rodea, presentan este fenómeno. Cuando un animal está sufriendo un dolor actual, expresa ese dolor actual por varios medios, chillidos, estremecimientos, etc. Esa expresión de dolor parece tener el fin inmediato de un pedido de auxilio a los de su misma especie, dejando de lado la eficacia actual de ese pedido, parece ser también un modo de reclamar la solidaridad del medio en la comunicación al medio del dolor propio. Esa comunicación del dolor tiene un papel importantísimo en las crías de cualquier raza, ya que llama la atención de los padres sobre cualquier peligro inminente. Es por eso que hasta en los animales las crías siempre son más chillonas y quejosas que el animal adulto y desarrollado.
De aquí nos resulta patente que la queja en una personalidad infantil es un modo de perpetuar el deseo del nido, es decir de la seguridad de la vigilancia paterna. En el hombre esa comunicación del dolor adquiere también la característica específica de un deseo de alivio al participar a otros el sufrimiento propio. Sin embargo, esa comunicación tiene un efecto indeseado, si lo único que se busca en el otro es la captación de su atención por medio de la conmiseración ajena. Ese efecto indeseado es que la expansión de nuestro dolor a otro, por medio de la comunicación de ese dolor, crea una especie de caja de resonancia que termina aumentando el mismo dolor. Esto sucede porque la comunicación del dolor deja de ser una búsqueda esperanzada en el otro de la solución al problema, o de la visión que nos hace encarar, del modo más realista posible, el sentido último de ese dolor. Por tanto, si dejo de buscar ayuda real en el otro, para simplemente captar su atención por medio de la queja, encontrando únicamente el alivio transitorio del tibio refugio en el otro, es claro que esa comunicación del dolor o queja lo único que hace es aumentar el dolor.
Esto podemos verlo clarísimamente en los niños, cuando un niño se golpea y nadie lo ve, en el caso que el golpe no sea muy fuerte, muy probablemente ni siquiera llore. Por el contrario, si percibe que está siendo visto, exactamente en el momento que toma conciencia de eso, comienza a llorar, justamente para atraer la compasión ajena. Y llora no necesariamente porque adopte una actitud artística absolutamente consciente, imposible en el niño. Llora porque de algún modo la percepción ajena aumentó realmente el dolor subjetivo. Ese aumento del dolor se da porque el otro cuando percibe nuestra miseria, de algún modo, la confirma. De un modo inconsciente es como si dijera “no es una ilusión que estoy sufriendo otro también percibe que estoy sufriendo”. Entonces si el padre le resta importancia, porque ve realmente que el golpe carece de ella, rápidamente el llanto se extingue. Si por el contrario, refuerza la confirmación del dolor por medio de un consuelo desproporcionado a la magnitud del dolor, es muy probable que el llanto se extienda mucho más de lo necesario. Y si ese sobreconsuelo o sobreprotección es una actitud constante, por parte de los padres, en la etapa de crecimiento, esa sobreprotección nos va a dar un resultado seguro: una persona incapaz de afrontar por sí misma el dolor. El defecto contrario, es decir el de carencia afectiva por parte de los padres, puede conducir al mismo resultado, aunque en bastante menor grado, y no como consecuencia directa. En este caso, la incapacidad de una persona para enfrentar el dolor, no sucede como un desprendimiento necesario de la carencia. Se llega a esa incapacidad por un camino indirecto, es decir que esa carencia afectiva genera un complejo de inferioridad, que a su vez se refuerza por medio de la autocompasión.
La autocompasión, como veremos, termina generando una incapacidad de afrontar los sufrimientos. Por tanto, la educación de este problema va a ser siempre enseñar a la persona que cuando comunica el dolor es para encontrar en el otro una esperanza, una solución o la visión del sentido de ese dolor, en definitiva para esperar del otro una ayuda real y no simplemente el dulce refugio de la compasión. Siguiendo ese principio, la comunicación del dolor tiene que ser lo más natural posible, sin exageraciones, sin tomar poses artísticas artificiales, siendo siempre una exposición de los hechos lo más objetiva posible. Ahora bien, surge una duda de orden práctico, ¿qué hacer cuando estamos en la duda de si estamos queriendo comunicar nuestro sufrimiento para buscar compasión o si realmente buscamos una ayuda concreta?. Creo que una norma sana es retener esa comunicación de nuestros dolores hasta no tener una idea clara de la ayuda en concreto que vamos a pedir. Es mejor el riesgo del defecto de comunicación de las tribulaciones que el riesgo del exceso. Por supuesto en este punto estamos hablando de personas que tienen la manía de quejarse, y es necesario reeducarlas. Todavía podría objetarse que reprimir la queja o la expresión del dolor es algo dañino siempre, ya que existen muchas personas que reprimen esas quejas y que no expresan esos dolores y eso ciertamente no les ayuda ni les hace bien. Esto es totalmente cierto, salvo por una pequeña distinción, lo único que se reprime es la queja externa, es decir la comunicación a otros del dolor propio, no se reprime la queja interna sino que se alimenta con un proceso de autocompasión. Ciertamente que esta situación crea una bomba de tiempo, y entre dos defectos, el de quejarse externamente y el de quejarse internamente, es siempre menos dañina la queja externa, y al mismo tiempo esta se presenta como un alivio para la queja interna. Sin embargo, este desahogarse no termina de resolver el problema íntimo de la actitud del hombre frente al sufrimiento, que es la raíz última de la antedicha dificultad. Ese desahogo es apenas un parche transitorio y ambas quejas deben ser reeducadas. Tanto la que busca la atención externa del otro, como la que busca el refugio en sí mismo por medio de la autocompasión.
Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.
Muy bueno. Es el pan nuestro de cada día. Tanto que no nos damos cuenta de cuánto perdemos. Nos confirma incapacitados para el diálogo. Encerrados en la mezquindad del ego caminamos la vida quejándonos sin ser capaces de pedir ayuda, porque hasta para eso somos egoístas. Egocéntricos egoístas, egotistas. Gracias.
Muy bueno. Y sí, al menos yo, soy de quejarme con una sola persona. Pero creo que la mayoría de las veces por superficialidades.
La queja como «desagüadero de penas»: mientras no se tenga la apazeia, es más bien algo a tolerar que un remedio transitorio.
Jim Carrey tiene un apelícula titulada «Yo, yo mismo e Irene». Muy desagradable, pero el argumento trata de un tipo que se traga todas las que le hacen, y nunca una queja sale de sus labios. Hasta que un día explota y se forma en él una doble personalidad.
Me parece que los sapos a tragarse tienen que ser muy gordos, o la persona ser muy vulnerable o sensible, para estallar.
T.
El mecanismo de los nicks tiene brujería. No puede ser tan certero.
No me extraña que explote el personaje de la película. No entiendo el «no-quejarse» como no reclamar los propios derechos ni luchar por ellos, o a veces, en ciertos ámbitos determinados que se mueven por el deleznable «el que no llora no mama», hasta la misma queja externa, pero usada como instrumento para obtener algo, no «creyéndosela».
Mi radicalidad en este tema va contra, principalmente, la «queja interna» que es de algún modo un mensaje autocompasivo y fatalista que le dice al mundo: «Miren lo que me sucede a mí, pobre de mí».
Esto no me lo permito de ningún modo, trato de no lamentarme jamás, veo como lo puedo solucionar y gasto mis energías en simplemente salir del atolladero, jamás quejarme. Sobre todo internamente, si me tengo que quejar externamente de algo, aun usando las modalidades comunicacionales de la queja, es teniendo en claro que es simplemente para obtener algo, nada más.
Les aseguro que cuando uno cierra ese hueco logra disponer de muchas más energías anímicas para muchísimas más cosas.
¡Qué bueno que alguien se haya decidido a tocar el tema dela queja! Los argentinos somos peritos, licenciados y doctores en queja. Desde lo psicológico es nociva, y desde lo teológico puede llegar a ser fatal: es en definitiva negar la Providencia, fomentar la desesperanza, faltar a la caridad e incentivar a los poderes del mal para que se floreen en nuestra alma. Es no aceptar la cruz y no aceptar una realidad que sea distinta a la que nosotros nos creamos. Es amargar a los que nos rodean y hacer todo lo posible para que se alejen de nosotros. Y lo peor de todo: es comenzar un tenebroso camino que puede llegar a desembocar en la ruta que lleva a cometer el pecado contra el Espíritu Santo.
¿Cómo tratar con una persona que se queja continuamente por todo?
Bueno, eso de la queja que se expresa pero sin buscar solución, no sé, ahora me acordé de haber leído en «Las mujeres son de Venus y los hombres de Marte» (lo hojée en una librería, así que me puedo estar re confundiendo), que las mujeres, en general, no buscan una solución cuando se quejan, sino que las escuchen y se les pasa con un poco de afecto y mimo que reciban. Para un hombre, parece incomprensible, porque cuando ven un problema, tienden a buscarle la solución. En fin, tal vez no te estuvieras refiriendo a ese tipo de quejas. En todo caso, parece que las mujeres nos quejamos más que los hombres; no sé si es así, o más bien, que lo expresamos de modo «histérico», y los hombres, «rabioso». Por suerte, en mi caso, la mujer que tuve como referencia, mi madre, claro, es lo contrario de la queja y de la crítica.
En mi experiencia, me quejo cuando estoy mal, si ando medio depre, amargada, abrumada, de mal humor (ay, qué insoportable); si no, no (bueh, habría que preguntarle a los que me codean). Por suerte, hace tiempo que no me pasa. Es más, la última vez que tuve un bajón más o menos importante, no me dio por quejarme. Pero no es porque haya decidido «luchar» contra la queja, o «desalojarla» de mi vida. No soy de tomar decisiones así. Fue simplemente algo que cambió sin que yo me diera cuenta.
Cande
La verdad que yo soy un profesional de la queja y por ahí me comparo con aquellos que en el evangelio, dicen que «no» de entrada pero luego terminan haciendo las cosas. Pero bueno el punto es que es cierto que cuando he podido lograr quejarme menos el peso de la existencia es bastante menos.
P&E le propongo una reflexión entorno a la ira (honestamente no me he fijado si lo ha tratado con anterioridad) y le cuento por qué: soy muy propenso a la ira, lo cual no está bueno, pero la contracara de mi ira es que por otro lado me pasa que me genera un gran caudal de creatividad en diversos ámbitos que van desde lo intelectual hasta lo musical, por ejemplo.
Le agradecería algunas precisiones al respecto.
Saludos!
Mi idea es que para poder quejarse con garantías, debe haber al menos una persona al otro lado, frente a ti, que te escuche, y a la que des pena y asco. Una persona que no te soporte mas, una persona que vea como mueves tus labios pero sin procesar información alguna, y deseando que acabes de una maldita vez de hablar y de quejarte. Que nunca quiera volver a escucharte, por pesado, insurso e imbécil. OH OH, creo que cada vez que escribi la palabra persona, cometi un error. Nunca hemos de llamar persona a un hijo de SATAN.