En esta entrega de la serie yoyocentrismo se describe la estructura interna del egocéntrico infantil. Esta estructura siempre está presente, por otro lado, en toda persona insegura, que probablemente, en algún grado, también sea egocéntrica. Aunque pueda parecer muy sumisa, o aunque no parezca insegura -externamente- y se muestre autoritaria. Esta estructura es la que justifica el nombre «yoyocentrismo». No porque sea una simple reduplicación del yo que intente decir que se pone en primer plano o por encima de todas las cosas el yo -cosa que, por su parte, también sucede- sino que realmente existe una división interna en dos imágenes de sí que generan dos remedos de yo. En realidad son pura imitación de un «yo» verdadero y fuerte, porque quien tiene dos personalidades en realidad tiene menos de una.
Ya hemos dicho que el nido paterno es una especie de campo de entrenamiento en el cual se moldea y se prepara la sicología infantil para la vida real, o vida de adulto. Biológicamente el niño se separa de la dependencia materna al nacer, sin embargo, la sicología de una persona, sobre todo en cuanto a la imagen de si mismo, se separa definitivamente del nido paterno mucho más tarde. El niño depende absolutamente en la formación de esa imagen de sí de la opinión de los padres. La misma relación de dependencia que existe, en el plano biológico, entre un feto y su madre, análogamente se da entre el niño y el nido paterno. En la medida que esa imagen de sí fue formada de un modo más realista y estrictamente ajustado a la realidad objetiva, en ese grado el nido paterno cumple su función de campo de entrenamiento para la vida adulta. Sin embargo, pueden existir dos tipos de déficit en la formación adecuada de la imagen de sí. Uno por parte de un desequilibrio paterno en la formación afectiva del hijo, sea por exceso, superprotección, sea por defecto, carencias afectivas. Otro por parte de cierta condición de inferioridad objetiva o subjetiva del niño.
Cuando se da el primero de los casos, es decir de desequilibrio en la tensión paterna por el bienestar afectivo del hijo, esto puede suceder, como ya dijimos, por exceso o por defecto. En el caso que sea por exceso, estamos en un fenómeno de superprotección. En este caso la protección que brinda el “campo de entrenamiento” o “nido paterno” se extiende más de lo que debería, sea en el tiempo, sea en la intensidad del grado calificativo de las opiniones paternas que influencian en la valoración de sí del niño. Entonces la persona entra en el camino de la vida adulta con un cierto “universo artificial” de la valoración de sí mismo, o en la imagen de sí que posee.
En este caso, esa imagen de sí es sobrevaluada, y por el hecho de ser sobrevaluada, normalmente entra en conflicto con el mundo real de la vida adulta, sobre todo con la valoración que de esa persona hacen los otros adultos. Ese choque genera un complejo de inferioridad basado en una duplicidad de imágenes.
choque con la realidad
Por un lado una imagen sobrevaluada, que proviene de la continuación del universo artificial paterno, y por otro lado, una imagen subvaluada, que proviene de los choques y contrastes con la realidad.
¿Cuál es la imagen real,la joven o la vieja, lo lindo o lo feo?
Normalmente esta segunda imagen es más realista, sin embargo, la hemos llamado de subvaluada porque las características negativas de la persona son aumentadas desproporcionadamente por el fenómeno de la autocompasión, que estudiaremos de un modo adecuado más adelante. Ese fenómeno de la dupla imagen explica perfectamente por qué esas personas con complejo de inferioridad, pueden tener actitudes que están muy lejos de aparecer como de inferioridad, por el contrario se manifiestan como superiores y quieren demostrar a los otros esa superioridad.
deseo de mostrarse superior
Esto se debe a que la persona cree íntimamente en su imagen sobrevaluada, su interior clama por un deseo de que el infantil universo artificial de la supervaloración de sí mismo se propague y se imponga en todo el universo de la vida adulta. Sin embargo la realidad no permite esto, y muchas decepciones y choques terminan desenvolviendo en la persona esa segunda imagen, no asimilada, y subvaluada en la valoración de sí mismo.
la fuente de inseguridad una imagen subvaluada de sí
Dijimos anteriormente “no asimilada” para remarcar el hecho que en una persona siempre existen los contrastes y choques con la realidad, muchas veces la realidad nos enseña que no somos todo lo buenos, inteligentes, o dotados que pensábamos ser. Sin embargo, no necesariamente esto tiene que ser una experiencia traumática, aunque a veces pueda ser difícil de aceptar. En una sicología normal eso se traduce en una simple, aunque pueda ser dolorosa, corrección de la imagen de sí mismo. Incorporando, al conocimiento de sí, un dato que invariablemente es muy valioso para las experiencias futuras. En definitiva, esos choques o contrastes se vuelven “aprendizaje” o “entrenamiento” pacíficamente asimilados, y forman parte connatural de si mismo y “experiencia positiva” para el futuro.
Por el contrario, en la personalidad infantil, esos choques con la realidad no son asimilados. Esos choques son desviados por el mismo ego a formar parte de una segunda imagen de sí, que tampoco se asimila, al único conocimiento de si que debería tener la persona. Y así esas dos imágenes son como agua y aceite.
el enano y el gigante que conviven en el interior del egocéntrico
La sobrevaluada es el núcleo más íntimo de las aspiraciones y deseos de la persona. La subvaluada es generada por la autocompasión y ordenada a alimentar la autocompasión. La no asimilación de ambas imágenes tiene como raíz profunda el mismo ego, el deseo de que el yo sea el eje del universo, en este caso si el yo es el eje del universo no puede ser determinado ni modificado por nada distinto de él mismo, es decir, que no puede ser moldeado por la realidad en sí misma, por el contrario esa realidad debe moldearse a las exigencias del yo. Esto último es imposible, y la realidad termina, de algún modo, agrediendo ese mundo fantástico del yo, entonces el mismo yo desenvuelve otro mecanismo de intento de dominio sobre la realidad: generar compasión, delante de otros o delante de sí mismo. Pero para generar compasión la imagen superevaluada no sirve, porque es a esa imagen que la realidad no se quiere someter, en ese momento se desenvuelve el segundo mecanismo de dominio que es la imagen subvaluada. Que por ser apenas un artilugio en orden al sometimiento es evidente que en lo íntimo de la persona no cree en esa imagen, simplemente le miente a la realidad para poder dominarla. Y como es formalmente una mentira ambas imágenes son imposibles de asimilar, porque en lo íntimo una tiene valor de verdad y la otra valor de mentira. Todo el problema se genera en razón de que el individuo busca el equilibrio encerrado en el mismo yo, no existen otros términos distintos del ego, y como el ego no es omnipotente es imposible encontrar el equilibrio usando apenas ese elemento. Es necesario encontrar el equilibrio restituyendo la noción de verdad como una relación a algo otro, a algo distinto del mismo yo. En margen opuesto del egocentrismo está la actitud de humildad frente a la realidad, en la cual todos los datos que esa realidad me brinda son asimilados pacíficamente, porque no hay un voluntarismo autosuficiente creador del universo, sino que la voluntad busca la perfección como venida de afuera, a causa del reconocimiento de la limitación esencial del yo. Decíamos que los datos que aporta la realidad son asimilados pacíficamente ya que el yo no es un omnipotente en eterno conflicto con una realidad que no se somete a su omnipotencia, ahora desde que reconoce auténticamente su limitación intrínseca y su perfección en la búsqueda de lo otro distinto y fuera de sí, ese otro plenificante es lo que mide, regula y moldea al yo. Entonces lo positivo y bueno del yo no se disloca en una imagen inflada de sí, porque está siempre la referencia al otro distinto de mi que es lo que regula y da testimonio último de la perfección estrictamente real que poseo. Y tampoco se disloca el conocimiento de lo de negativo que pueda encontrar en mi, ya que eso es interpretado como algo sumamente útil en orden a la corrección de aquello negativo para perfeccionar la búsqueda de lo verdaderamente plenificante, que siempre es algo otro. Así el conocimiento de lo negativo y lo positivo se asimilan perfectamente y potencian cada vez más la búsqueda de plenitud por medio de una imagen única de si mismo lo más realista posible.
la imagen debe ser lo más ajustada a la realidad
También, a veces, esta segunda imagen, la negativa, es usada para la convivencia social, ya que la imagen sobrevaluada acarrea demasiadas dificultades, entonces la persona se comporta, según esa imágen, como los otros esperan que ella se comporte, no según la bondad y conveniencia de la acción en sí misma. De este modo obtiene un rédito de tranquilidad y valoración social. De todos modos hay en ello una suerte de hipocresía. Es como un pollo al horno que se cocina perfectamente por fuera y está totalmente crudo por dentro. Tampoco es un comportamiento natural, es decir guiado por un adecuado conocimiento de sí, siempre es posible ver algo de la artificialidad de estar siempre tenso por la valoración ajena. En algunos casos este hecho degenera en un comportamiento servil, esto en razón de dos elementos. En primer lugar porque lo que se busca con ese comportamiento es el rédito de la aprobación social y en segundo lugar porque ese obrar proviene de una imagen subvaluada, es decir de baja estima de sí mismo. No es extraño que este comportamiento servil, en ocasiones, estalle en una desproporcionada revolución contra el medio que lo rodea. Es como si ese comportamiento servil fuese apenas un muro de contención del rencor por no ser valorado como debería. Cuando ese muro es derribado por la presión, el egocéntrico busca una revancha, una venganza, con todo aquello que lo desvalorizaba. Veamos un ejemplo de este tipo de crisis: “al final estallé y le dije de todo, todo lo que tenía acumulado de tantas salidas arruinadas y de las vacaciones que por su mal humor también me las arruinó, todo se lo largué en una hora; vi que el se quedaba mudo, pálido, se ve que no se imaginaba que yo un día le iba largar todo eso junto”[1].
el estallido después de la falsa resignación y sumisión
De aquí podemos extraer varios elementos que confirman lo dicho. Hay un estallido e inmediatamente se da la razón de tal estallido: todo lo que tenía acumulado. Quiere decir que hasta el momento de la crisis no hay una pacífica comunicación o asimilación de las dificultades, sino que hay una contención y acumulamiento de todo lo que se considera negativo. Esto porque el principal fin del egocéntrico no es el bien del otro en sí mismo, sino captar la valoración ajena, entonces se reprime todo lo que pueda disminuir en el otro esa valoración, se busca agradar al otro. Sin embargo, esto genera una presión interna sin ningún tipo de descargas, que tarde o temprano va a estallar, ya que según la imagen sobrevaluada de sí mismo el otro jamás considera adecuadamente los esfuerzos propios, que por otro lado es imposible que lo haga porque hay una sobrevaluación de tales esfuerzos. Entonces finalmente cuando la angustia acumulada por la infravaloración ajena supera el nivel del deseo servil de ser valorado, el timón de la conducta cambia 180 grados y de servil pasa a altamente agresiva.
dividido y enemistado consigo mismo
A partir de la existencia de estas dos imágenes de sí mismo se hace perfectamente entendible la angustia y división interna que existe en una personalidad infantil. Y la lucha permanente por definirse a sí mismo. Esa lucha genera una lógica supervaloración de la opinión ajena. Porque no importando si la opinión ajena favorezca a una u otra imagen, ambas están hambrientas de confirmación de sí, y de prevalecer sobre la otra. Cosa que jamás puede suceder porque ninguna de las dos se basa en un conocimiento realista de si mismo. Es por eso que el egocéntrico infantil vive de la opinión ajena. Por eso, también, está siempre midiendo lo que se dice de él. De modo que lo conmueve hasta la más pequeña de las observaciones y lo vuelve altamente influenciable. Otra consecuencia obvia es el alto grado de dependencia del elogio. El egocéntrico está siempre a la caza de elogios, esto es natural, ya que su imagen sobrevaluada vive de ellos. De lo cual se desprende también que haga muchas cosas, del mismo modo que obran los niños, simplemente para ser visto, o para llamar la atención movido por esa carencia. En este punto las necesidades de ambas imágenes coinciden. Otra consecuencia de este comportamiento es que, muchas veces, se niega a hacer muchas cosas en las cuales no hay un reconocimiento evidente, y las califica como indignas de sí. En resumen, no obra por el bien en sí, sino por el rédito en términos de valoración ajena.
Hasta ahora hemos analizado, de las tres posibilidades presentadas en el comienzo, apenas las consecuencias del efecto de superprotección. También se puede llegar a la misma situación del desenvolvimiento de una personalidad infantil, por el camino de la carencia afectiva de parte de los padres. Sin embargo, el motor que desenvuelve el complejo de inferioridad no es ahora la supervaloración paterna, sino la autocompasión.
la necesidad de autocompensarse las heridas
En este caso, la infravaloración paterna es destinada a aumentar la autocompasión. Por un lado se perciben las carencias, y por otro se percibe la injusticia de esas carencias valorativas, porque la realidad muestra a esa persona que no es de tan poco valor como lo sugiere el poco aprecio de sus padres, o del mundo que la rodea. Entonces ya tenemos instalada en la sicología de la persona la contraposición dialéctica de las dos imágenes, una en la cual se supervalora, que en este caso es más realista, aunque no todo lo que debería. Y otra en la cual se infravalora, como una continuación de la infravaloración paterna. Esa dialéctica de la contraposición de imágenes tiene exactamente el mismo efecto y consecuencias que en el caso anterior.
También hay otra carencia que puede conducir al mismo efecto de personalidad infantil. Esta otra posibilidad no necesariamente es generada por superprotección o carencia afectiva como sucede en los casos anteriores. En este caso se puede dar una carencia objetiva de alguna cualidad altamente valorada en el medio social donde la persona o el niño se desenvuelve. Supongamos el caso de un niño en un hogar de padres equilibrados, ni superprotectores, ni carentes de afectividad y valoración respecto de sus hijos. Supongamos, también que ese hogar hay un alto desarrollo de lo intelectual con la consiguiente valoración de esa cualidad. Y además en medio de ese hogar encontramos un hijo de no muy altas dotes intelectuales.
Aún suponiendo la comprensión paterna, es posible imaginar la presión que significa ese ambiente en el desarrollo de la psicología infantil. Estas condiciones pueden conducir a un complejo de inferioridad. La persona extiende esa carencia real de una cualidad determinada a la totalidad de su persona. Dicho de otro modo, en vez de decir no soy lo suficientemente inteligente (o soy gordo, flaco, feo, poco atractivo, demasiado alto, etc), extiende esta carencia por medio de la autocompasión, y dice, yo no sirvo para nada. Aquí la autocompasión genera de nuevo esa duplicidad de imagen, que tiene como consecuencias los mismos efectos de los casos anteriores.
Conselheiro
[1] FIORINI, H. I., Estructuras y abordajes en psicoterapias psicoanalíticas, Nueva Visión, 1993 Buenos Aires, p. 110
Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.
Me parece un análisis muy interesante. ¿Sería posible que nos dieras alguna orientación sobre cómo ayudar a los niños (y adultos) que se encuentren inmersos en esa situación? ¿De qué manera poder luchar contra ese egocentrismo ya instalado?
Con los niños la cosa es más simple, habría que ver el estilo de la persona en concreto que es madre o padre de un chico egocéntrico, puede ser sobreprotector, o abandónico, y, a veces, ambos. Entonces según la persona se le hace la ‘receta’. Con los adultos yo desarrollo una terapia específica que en algunos casos también la administro on line. ¿Qué hacer las personas cercanas a quien lo sufre? Es muy poco ya que siempre serán sospechosos por parte de la persona afectada.