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Por Enrique Monterroso
Buscar en vos mismo
Otras conductas muy frecuentes que obstaculizan el proceso empático son consolar, educar, corregir, minimizar, aconsejar, juzgar, asociar, tranquilizar, compadecer, comparar, entre otras. Has­ta nuestras propias resonancias y reac­ciones emocionales, cosa muy difícil de autocontrolar, constituyen verdaderas in­terferencias. El tema es saber qué clase de lentes tenemos puestos en el momen­to de la observación.
Es muy útil tener en cuenta el modelo de comunicación propuesto por Pearce basa­do en las múltiples conversaciones. Dicho modelo establece que cuando contamos un evento ya ocurrido, estamos conver­sando simultáneamente con los actores intervinientes en dicho evento, con quien nos está escuchando y con nosotros mis­-mos resignificando lo ocurrido.
¿Y qué capta del otro nuestra recepción empática? Bajo términos muy generales, en un primer plano tendremos el contenido del mensaje (lo digital) y la autoexpresión del hablante (lo analógico). Sus observa­ciones y la manera en que son expresadas – desnudan su modelo mental, sus imagina­rios, sus mandatos, creencias, escalas de valores; en suma, el mapa que representa la construcción personal que ha realizado del territorio de la realidad. En un plano más profundo podremos captar sus sen­timientos y sus necesidades quedando al descubierto sus asuntos inconclusos, sus diálogos de voces interiores, sus po­laridades, su propio desacuerdo interior y, muy principalmente, el trato que se da a sí mismo para cambiar lo que rechaza de sí, para resolver el desacuerdo entre lo que está siendo y lo que desea ser.
Ambos planos de captación nos condu­cen a conocer la petición del hablante; a veces se resume simplemente a ser es­cuchado. Y si no tenemos en claro la pe­tición, ya llegará ese momento, mientras tanto es suficiente con saber que las per­sonas logran superar los efectos parali­zantes del dolor psicológico cuando es­tablecen suficiente contacto con alguien que puede escucharlas con empatía.
Algunos autores afirman que no existe la empatía absoluta. Si tomamos en cuenta que en el fenómeno de la percepción co­existen inseparablemente las sensacio­nes con los elementos interpretativos, di­cha afirmación podría ser cierta. Por otra parte, ¿cómo «despojarnos» de nosotros mismos para ponernos enteramente en
En suma, la empatía se da y se recibe. En la interacción parece fluir una potente aunque sutil ‘energía empáticaí Se trata de un radar que todos tenemos, un radar interpeal, muy pero ‘,uy sutil».
la piel del otro? De todos modos, está comprobado que se puede arribar a niveles de empatía profundos e íntimos creando un «clímax» muy difícil de describir en pocas palabras.
Manteniendo la empatía, permitimos que el otro llegue a niveles más profundos de sí mismo. Si todo va bien, al cabo de cierto tiempo, registraremos en el otro una sensación de alivio y una liberación de tensiones en nuestro propio cuerpo. Es muy frecuente que vayan aumentando los lapsos de silencio y que el discurso se haga más espontáneo. Es muy importante salir gradualmente de este espacio teniendo muy en cuenta el nivel energético con el que ahora se halla la persona que ha hablado y que, muchas veces para su sorpresa, ha sido escuchada.
Rogers ha dicho: «Sólo cuando yo veo y comprendo los sentimientos del otro, y al aceptarlos lo acepto a él, recién entonces el otro se siente capaz de abrirse a la relación y de explorar todos los rincones ocultos de su experiencia, tantas veces guardadas por temor a no ser comprendido y ser rechazado».
Rogers observa la presencia de un camino de ida y vuelta entre los participantes del proceso empático, una interacción dinámica y recíproca. Inspirado en este concepto, podemos asociar la empatía con el principio de funcionamiento de un radar. Un radar se basa en la emisión de cierto tipo de señales y en la detección de información. Para captar, tiene primero que emitir.
En suma, la empatía se da y se recibe. En la interacción parece fluir una potente
aunque sutil «energía empática». Se trata de un radar que todos tenemos, un radar interpersonal, muy pero muy sutil.
Practicá la empatía
Se da como un proceso, hay que respe­tar ciertos pasos y es bueno hacerlo para iniciar este camino empático sin fallas ni interferencias.
A modo general, se pueden tener en cuenta los siguientes puntos para encen­der el famoso radar:
Cambio de actitud: Tenés que dejar que el otro se convierta en protagonis­ta. Hacé de cuenta que te sentaste en un cine y estás predispuesto a ver una pelí­cula. Estás del lado del espectador y no del actor o actriz. Entonces, ponete muy cómodo en tu lugar y disfruta de tu rol de observador.
Cambio de situación: Es importante que seas consciente de que alguien va a po­der hablar sin interrupciones y que vos vas a escuchar atentamente. Ambos se darán cuenta de esto y se generará es­pontáneamente un clima muy especial, poco conocido en lo cotidiano. Tratá de mantener ese clima.
Escucha activa: Prestá mucha atención a lo que el otro está diciendo (mensaje) y a la forma con que lo dice (expresión). Te vas a dar cuenta de que hay cosas que sobresalen por sobre otras. Poco a poco, notarás que se escucha con los oídos, con la mirada. Y con el corazón. Dejá tus asuntos para otro momento. Este pre­sente es lo único que hay ahora.
Ponete en el lugar del otro: Voluntaria o involuntariamente te irás colocando en la
piel del otro. Es como si te dijeras: «eso me está pasando a mí», «yo veo el mun­do de esa manera», «¿qué podría hacer en su lugar…?». Se trata de un juego muy sutil entre una mente atenta y un corazón abierto. Si te emocionás, intentó reco­nocer tus propias emociones y dejarlas para después.
No interrumpas: Aceptá la experiencia del otro como si fuera tuya. No les tengas miedo a los largos silencios ni a las emo­ciones repentinas. Estás escuchando y ese es tu nivel de intervención, no lo olvi­des. Tu conexión va a ser cada vez más profunda, más relajada. Tené en cuenta que todo está sucediendo en el otro y a su manera. Podés hacer unas pocas preguntas sólo para favorecer el avance del mensaje pero hacelas en un código parecido al del hablante.
Recordá a tus enemigos: Todo lo que quieras explicar, los juicios que quieras emitir, los consejos que quieras brindar, tu intento innato de compadecer o con­solar, tus explicaciones lógicas desde «tu verdad», tus impulsos asociativos e inter­pretativos; hacé un esfuerzo por dejarlos a un lado. Hay alguien enfrente tuyo que al fin se puede expresar. iEs mucho!
Salir de la empatía: Ayudó a la otra per­sona a tomar conciencia de lo que está pidiendo y necesita. Tratá de orientarlo en el reconocimiento de sus emociones y de sus sensaciones corporales. Reco­noce la profunda conexión que han es­tablecido. Es un buen momento para in­suflar ánimo y confianza en sus propios recursos.
Por último y para cerrar el proceso, un largo abrazo nunca está de más.

Eduardo Montoro

Autor: Eduardo Montoro

Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.

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