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Por Enrique Monterroso
Comunicarse con el otro desde un lugar más profundo y comprometido no es una tarea sencilla. Pero hay formas efectivas para que este proceso empático se logre con éxito. El enfoque gestáltico nos enseña cómo conseguirlo.
Mucho se ha escrito acerca de la empatía. Sin embargo, percibo la existencia de una brecha importan­te entre las teorías que la sustentan o de­finen y la práctica vivencial del proceso empático.
Trataré de centrarme en la práctica «en vivo» de esta cualidad o recurso que parece ser que tenemos en mayor o en menor medida todos los seres humanos. Desde mi punto de vista, la empatía pue­de ser aprendida o desarrollada tomando conciencia de los obstáculos que la inhi­ben y de los recursos que la potencian.
Pero veamos antes algunas definicio­nes básicas de empatía. Por de pronto, nos servirá para no confundirnos con la compasión, una emoción frecuentemen­te ligada con el deseo de aliviar un sufrimiento; ni con la simpatía, una conducta relacionada con la intención de agradar a los demás.
Etimológicamente, la palabra empatía proviene de un vocablo griego que signi­fica algo así como «en el interior del sufri­miento». Segúnla Real AcademiaEspa­ñola, es la identificación mental y afecti­va de un sujeto con el estado de ánimo de otro. Marshall Rosemberg afirma que la empatía consiste en una comprensión respetuosa acerca de lo que los demás están experimentando.
Howard Gardner, en su teoría de las in­teligencias múltiples, la define como la capacidad cognitiva de percibir en un contexto común lo que otro individuo puede sentir. Se refiere a la empatía como un sentimiento objetivo de partici­pación afectiva de una persona en una realidad ajena a ella. El mismo Gardner la denomina también «inteligencia inter­personal».
Daniel Goleman en su libro «La Inteligen­cia Emocional» sostiene que la empatía es la más esencial de las competencias sociales propias del mundo laboral. Y agrega: «La empatía es nuestro radar social. Sin ella, las personas dentro de una organización están literalmente des‑ conectadas». Define la empatía con toma de conciencia de los sentimien necesidades ajenas a partir de un inl activo en los asuntos que preocup otras personas.
Casi todos hemos escuchado aqu frases populares que se refieren empatía, tales como «ponerse en la del otro», «ponerse en el lugar del e «ponerse en los zapatos del otro». A bien, avancemos hacia otros conce más estrechamente vinculados cc práctica de la empatía.
El filósofo chino Chuang-Tzu sos que la verdadera empatía «exige vl todas las facultades. Y cuando las f tades están vacías, es todo el ser el escucha. Entonces se capta de ma directa aquello que se tiene delant cual jamás podría oírse a través del ni comprenderse con la mente».
En mi experiencia práctica, esto es to. Quiere decir que el proceso empi no sólo implica una ampliación de r tro campo perceptivo y de nuestra ciencia sino que compromete a la pi confianza en la sabiduría de nue: intuiciones y de nuestras sensacii viscerales. Esto no es tan sencillo nemos en cuenta la primacía que ha teni­do en nuestra educación lo cognitivo por sobre lo emocional.
La empatía constituye un fenómeno de comunicación en profundidad, algo así como un espacio multidimensional donde convergen palabras y silencios, movimientos y quietudes, pensamien­tos y sentimientos, presencias y au­sencias, luces y sombras.
Podríamos afirmar que la empatía es más una actitud que una técnica en sí misma. Una actitud que requiere desnudarse o despojarse de teorías e ideas preconce­bidas, de parecerse más a un artista con experiencia que a un terapeuta experi­mentado. Una actitud que fundamental­mente se centra en la aceptación y en un genuino interés en lograr que la otra per­sona sea lo que es, haciendo a un lado los primeros impulsos de asistirlo o de cambiarlo.
La terapia gestáltica aporta sus tres ele­mentos esenciales a la generación y el desarrollo del proceso empático: Pre­sencia (el aquí y ahora), Conciencia y Responsabilidad. Esta actitud en la cual se basala Gestaltcontribuye en la prác­tica a centrar toda la atención en el men­saje que nos transmite la otra persona para observar activamente como es su contacto con el entorno y el trato que se dispensa a sí mismo y a los demás.
Nuestra tarea principal consiste en ob­servar y escuchar. Existe un proverbio budista que expresa todo esto con mucha sencillez: «No se limite a hacer algo, esté presente».
Si el ser humano es único e irrepetible, cada fenómeno empático debería ser también único e irrepetible e ir más allá de nuestras asociaciones e interpreta­ciones. A esto se refiere el filósofo israelí Martín Buber cuando habla de empatía: «Pese a todas las similitudes, cada si­tuación de la vida, como un niño recién nacido, tiene un nuevo rostro que no ha aparecido nunca ni volverá a aparecer ja­más. Exige, pues, una manera de actuar que no puede preverse de antemano. No exige nada de otro momento vivido en el pasado, sino presencia, responsabilidad; nos exige a no­sotros mismos.»
El proceso empático co­mienza a partir de la escu­cha y de la mirada activas, un verdadero estado de alerta que, al no darse con frecuencia y espontaneidad en la vida cotidiana, necesita mu­cha práctica para su
entrenamiento. No es tan fá­cil escuchar desde nuestro propio silencio, postergar y a la vez actualizar nuestras respuestas internas. Tampoco es fácil dejar de ser selectivos en nuestro foco de atención ni preguntar o interrumpir sin producir una fractura o una desviación en el discurso del hablante. No es nada sencillo, pero lo podemos lograr. No estamos diciendo que la empatía sea sinónimo de silencio; cuando necesitemos intervenir también lo haremos empáticamente con el objeti­vo de encuadrar y favorecer el proceso.
Marshall Rosenberg afirma: «La empatía empieza con uno mismo. Para ofrecer empatía, necesitamos empatía». El re­quisito previo de la empatía es la con­ciencia de sí mismo, es decir, nuestro propio darse cuenta del mundo exterior (señales del hablante), del mundo inte­rior (nuestras propias señales) y de una zona intermedia, muy diferente a las otras dos, que llamamos la zona de las fantasías. Esta última zona se refiere a toda la actividad mental que abarca más allá de lo que transcurre en el presente.
Son imágenes de cosas y de hechos que no existen en la realidad actual. Abarca todo el explicar, imaginar, aconsejar, adi­vinar, pensar, planificar, recordar el pa­sado, anticipar el futuro, etc. Esta zona intermedia constituye tal vez el principal obstáculo al libre fluir empático puesto que nos saca del aquí y ahora de la ex­periencia y nos coloca en el espacio no conveniente de las interpretaciones, las cuales podrán ser útiles en una instancia posterior.
John Stevens sostiene que «nuestro darse cuenta es como un reflector». Sea lo que sea aquello sobre lo cual enfo­camos nuestra atención, ciertas cosas aparecen nítidas pero otras tienden a desaparecer de la conciencia. Existe un proceso selectivo que dirige nues­tra atención hacia cierto tipo de cosas que son de alguna manera importantes para cada uno de nosotros, y que otros tienden a ignorar. Este enfoque selecti­vo es también un modo de no enfocar sobre algo más, una manera de evitar y excluir ciertas experiencias. En suma, otro paso clave para lograr empatía es ampliar el foco de nuestro reflector y desarrollar nuestra capacidad de darse cuenta. Esto nos conducirá a respues­tas propias en sintonía con nuestro ser y con quien tenemos enfrente, algo así como una danza armónica y cambiante entre las figuras y fondos nuestras y las del otro.

Autor: Eduardo Montoro

Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.

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