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Les dejo aquí otro viejo texto mío, con una idea interesante: «el sentimiento de derecho» en relación a ciertas compensaciones.
Otro mecanismo igualmente dañino para la sicología de la persona es el mecanismo de autocompensación. El que está sufriendo normalmente busca compensar sus sufrimientos con placeres. Es típico en el mundo de hoy ver personas que cuando están tristes salen a hacer compras, es decir a autocompensarse con cosas. En otros casos más extremos la compensación puede hacerse con sexo, drogas, etc. Allí la persona se convence que está sufriendo demasiado y que esto le da derecho a “descargar tensiones”, o ansiedades por medio del sexo, masturbación, drogas, comiendo, etc. Es ciertamente una fuga que no soluciona nada ya que la misma persona percibe que eso solo trae un alivio parcial y temporario. Y además genera un sentimiento de culpabilidad que desemboca en más frustración y tristeza, que a su vez pide más compensaciones. El hacer algo de lo cual después uno puede sentirse culpable nunca puede ser remedio ni alivio verdadero para ningún tipo de problemas. La raíz del problema se encuentra en el sentimiento, o en algunos casos hasta la idea de derecho, que forja el que está sufriendo. El derecho es una noción que surge de la vida en sociedad de los hombres, en la cual la persona establece una especie de relación de posibilidad de posesión legítima respecto de aquellas cosas que la perfeccionan. En otras palabras tengo derecho a aquellas cosas que me plenifican. Eso que sucede delante de los hombres, el hecho de tener derecho, también sucede con el hombre delante de si mismo. Subjetivamente la persona tiene derecho a todo aquello que constituye su propia perfección. Ahora bien esos derechos en el plano social se restringen a las cosas que hacen a la vida social y muchas veces no pueden limitar o legislar lo que hace a la vida íntima de la persona, con tal que es vida íntima no afecte la vida social. Por ejemplo, si una persona en su vida íntima mantiene relaciones homosexuales, difícilmente el derecho civil de los hombres, sobre todo en el mundo de hoy, pueda tener alguna ingerencia en ese hecho. Por eso podríamos decir, de algún modo, en el plano civil, que esa persona tiene derecho delante de los hombres a obrar homosexualmente. Ese derecho civil delante de los hombres no es tal delante de la propia naturaleza, y de la propia consciencia. La persona cuando se enfrenta a la propia consciencia, que es testigo de un orden distinto de sí misma, sólo tiene derecho única y estrictamente a aquellas cosas que la plenifican. Jamás tiene derecho a algo que no sea constructivo de esa plenificación. Sin embargo, el hombre cuando sufre desarrolla en sí mismo una especie de sentimiento, como decíamos a veces puede llegar a una idea explícita, de tener derecho a hacer cosas erradas, a causa de los padecimientos sufridos. La venganza es también un mecanismo de esta naturaleza[1]. En todas estas tendencias a procurar cosas que no plenifican hay una especie de compensación que viene del instinto de conservación. Si un animal está deshidratado busca por cualquier medio agua, hasta que compensa y satisface esa deshidratación. Ese instinto de conservación en la vida afectiva humana toma el siguiente modo de manifestarse: quien está sufriendo (principalmente en el plano sicológico, no tanto en el físico y real) siente una intensidad mayor en el deseo de placer, es algo lógico ya que ese placer lo hace descansar del sufrimiento.  Ese deseo de satisfacción empuja a la afectividad del hombre a crear un sentimiento o idea de derecho de la compensación que se satisface en la búsqueda de eso placeres. Sin embargo, esos placeres compensatorios, la mayoría de las veces no son cosas plenificantes, o por lo menos no son por ellos mismos la solución del problema del sufrimiento. Esto hace que naturalmente el problema del sufrimiento no disminuya sino transitoriamente. Porque la misma consciencia se hace testigo de que aquellos placeres son solamente una fuga pasajera al problema de fondo. Entonces esa consciencia se hace oír con más frustración y dolor. Es claro entonces que hay que hacer crecer a la persona en la consciencia de que el hombre no tiene derecho a compensarse con cosas que no lo plenifican verdaderamente. Y aunque esas cosas fueran legítimas, también hay que hacer crecer a esa persona en la consciencia de que la compensación por sí misma no resuelve nada en absoluto. Además si hay algo que causa tristeza, el único modo de vencer el efecto de la tristeza es encontrando y enfrentado la causa, jamás poniendo la esperanza del alivio en algo que no tiene nada que ver con el eje íntimo del problema.
Ese sentimiento de derecho es, según mi opinión, la raíz de varias perversiones de orden sexual, como por ejemplo la masturbación crónica o la homosexualidad. Ese sentimiento de derecho crea un mecanismo de consciencia muy difícil de quebrar, ya que borra o disminuye notablemente la consciencia de responsabilidad en el acto errado. Esa disminución de la consciencia se percibe en el echo que, por ejemplo en la masturbación crónica, quien ejecuta ese acto normalmente sustenta que es apenas un mecanismo de alivio, percibe que se trata de una compensación, y aunque desearía no estar esclavizado por esa compensación, le resta importancia sobre todo en cuanto a la carga de responsabilidad, o a la nocividad de ese acto respecto de su mecanismo sicológico. Esa disminución de la consciencia de la nocividad del acto lógicamente le hace bajar los brazos, ya que prácticamente no se considera responsable por ese acto, lo considera como algo compulsivo e involuntario. Evidentemente el círculo vicioso está cerrado, no hay fuerzas ni responsabilidad para salir porque no afecta el núcleo íntimo de la libertad, ya que es algo compulsivo e involuntarioy al mismo tiempo la práctica del acto se perpetua, haciendo cada vez más difícil la recuperación. Con esto no queremos decir que la responsabilidad no esté disminuida de ningún modo, ciertamente que esa responsabilidad tiene atenuantes. Sin embargo, jamás está disminuida al nivel que la persona cree que está y eso ciertamente dificulta la recuperación. Exactamente el mismo proceso se da con intoxicaciones crónicas como la drogadicción y el alcoholismo. Siempre el modo más eficaz en ayudarlos va a ser descubrirles el sistema interno de autocompensación que conllevan sus actos y también fortalecer serenamente la conciencia de libertad y responsabilidad frente a esos actos. Y aunque no toca estrictamente el plano de lo sicológico es bueno poner también de manifiesto que este proceso de autocompensación se da también en muchos casos de infidelidad matrimonial. En estos casos de apoco el egoísmo va apagando el amor, al mismo tiempo que activa el mecanismo de búsqueda de compensaciones a raíz de ese amor que está faltando, y se busca en la ilusión de una persona distinta de aquella con la cual se ha asumido una relación, y por qué no, un compromiso.


[1] Nos relata Frankl una experiencia muy interesante en el momento de liberación de los presos de un campo de concentración: “Durante esta fase psicológica se observaba que las personas de naturaleza más primitivas no podían escapar de las influencias de la brutalidad que les había rodeado mientras vivieron en el campo. Ahora, al verse libres, pensaban que podían hacer uso de su libertad licenciosamente y sin sujetarse a ninguna norma. Lo único que había cambiado para ellos era que en vez de ser oprimidos eran opresores. Se convirtieron en instigadores y no objetores, de la fuerza y de la injusticia. Justificaban su conducta en sus propias y terribles experiencias y ello solía ponerse de manifiesto en situaciones aparentemente inofensivas. En una ocasión paseaba yo con un amigo camino del campo de concentración, cuando de pronto llegamos a un sembrado de espigas verdes. Automáticamente yo las evité, pero él me agarró del brazo y me arrastró hacia el sembrado. Yo balbucí algo referente a no tronchar las tiernas espigas. Se enfadó mucho conmigo, me lanzó una mirada airada y me gritó: ‘¡No me digas! ¿No nos han quitado bastante ellos a nosotros? Mi mujer y mi hijo han muerto en la cámara de gas -por no mencionar las demás cosas- y tu me vas a prohibir que tronche unas pocas espigas de trigo?’. Solo muy lentamente se podía devolver a aquellos hombre la verdad lisa y llana de que nadie tenía derecho a obrar mal, ni aun cuando a él le hubieran hecho daño. Tendríamos que luchar para hacerles volver a esa verdad, o las consecuencias serían aún peores que la pérdida de unos cuantos cientos de granos de trigo. Todavía puedo ver a aquél prisionero que, enrollándose las mangas de la camisa, metió su mano derecha bajo mi nariz y gritó: ‘¡Que me corten la mano si no me la tiño con sangre el día que vuelva a casa!’Quiero recalcar que quien decía estas palabras no era un mal tipo: fue el mejor de los camaradas en el campo y también después” (FRANKL, V., El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, decimoctava edición 1996, p. 91).

Eduardo Montoro

Autor: Eduardo Montoro

Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.

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