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Aquí va el primer capítulo de Identidad y Cambio, de León y Rebeca Grinberg, es bastante más complicado desde lo terminológico que el anterior, por lo que cualquier duda en los comentarios pidan aclaraciones lingüísticas e iremos construyendo el lexicon ad hoc.

EL CONCEPTO DE IDENTIDAD Y LOS VINCULOS
DE INTEGRACION ESPACIAL, TEMPORAL
Y SOCIAL[1]

I

«Yo soy yo» es la expresión corrientemente utilizada para refe­rirse al sentimiento de identidad y traduce una experiencia de auto-conocimiento.
La noción de identidad es una de las más controvertidas tanto en el terreno filosófico como psicoanalítico.
En la literatura psicoanalítica, quien introdujo el término iden­tidad, fue Víctor Tausk, en su clásico trabajo sobre el origen del «aparato de influencia» (16). En ese artículo, Tausk estudió cómo el niño descubría los objetos y su self, afirmando que el hombre, en su lucha por la supervivencia, debe constantemente encontrarse y experimentarse a sí mismo.
Freud utilizó el término identidad solamente una vez en toda su obra, y lo hizo en forma incidental y con una connotación psico­social. Fue cuando trató de explicar en un discurso su vínculo con el judaísmo y habló de «oscuras fuerzas emocionales que eran tanto alas poderosas cuanto menos se las podía expresar con palabras y una clara conciencia de una identidad interior» que no está basada en raza o religión, sino en una aptitud común a un grupo a vivir en oposición y estar libres de prejuicios que coartarían el uso del intelecto (6) (la bastardilla es nuestra). Se refiere, pues, a algo medular del interior del individuo, que tiene relación con un aspecto esencial de la coherencia interna de un grupo.
Erikson (3), al comentar esta afirmación de Freud, deduce que el término identidad expresa «una relación entre un individuo y su grupo» con la connotación de una persistente mismidad y un persistente compartir cierto carácter esencial con otros, Volveremos sobre este concepto porque lo consideramos esencial para la conceptualización de la identidad como un sistema en el que importa establecer la relación solidaria entre todas las partes que lo com­ponen.
La formación de la identidad es un proceso que surge de la asimilación mutua y exitosa de todas las identificaciones fragmen­tarias de la niñez que, a su vez, presuponen un contener exitoso de las introyecciones tempranas. Mientras ese éxito depende de la relación satisfactoria con la madre y luego con la familia en su totalidad, la formación de la identidad más madura depende, para Erikson, del desarrollo del yo, que obtiene apoyo para sus funciones de los recursos de una comunidad más amplia. La gradual selección de las identificaciones significativas, la anticipación de la identidad y la resíntesis al final de la adolescencia, serían trabajo del yo. Es a esa parte del trabajo del yo que Erikson llama «identidad del yo» (3) para diferenciarla de la «identidad ilusoria» que no responde a un sentimiento de la realidad del ser en su realidad social.
Sin embargo, la denominación «identidad del yo» parecería implicar que sólo el yo está involucrado en el sentimiento de iden­tidad, y no queda claro que se trata de un logro del yo. Los que objetaron esa limitación propusieron en cambio el término «forma­ción de identidad» en el sentido de que se trata de un desarrollo progresivo, y agregaron que «la captación del self como una entidad organizada y diferenciada, separada y distinta del ambiente que la rodea, que tiene continuidad y capacidad de seguir siendo la misma en la sucesión de cambios, forma la base de la experiencia emocional de la identidad» (10). Se trataría, pues, de una «identidad del self», criterio al que nos adherimos y que tenemos presente cuando hablamos de «sentimiento de identidad», como preferimos denomi­narlo.
Otros autores relacionan la aparición del sentimiento de iden­tidad con el desarrollo psicosexual (7). Destacan especialmente dos aspectos: uno que acentúa las semejanzas consigo mismo, y otro las diferencias específicas entre el self y los otros, que surgen de la com­paración y contraste con los demás. Es decir, tiene identidad un individuo cuyas partes componentes están suficientemente integra­das en la organización de un todo, de manera que produzcan efecto de unidad, y que al mismo tiempo tiene características únicas que permiten distinguirlo de todos los demás. Greenacre sostiene que el núcleo del yo incipiente y posteriormente la imagen del self es la imagen corporal; destaca la relación del niño con los objetos a través de la piel y la boca, con la cooperación de ojos y manos; señala que el rostro y los genitales son las áreas más significativas para el reconocimiento del cuerpo propio y ajeno. Destaca la im­portancia de la visión de los genitales del sexo opuesto que se fusiona con la del propio cuerpo, de los seis meses al año y medio de edad. Después, el incremento de las sensaciones genitales provoca un componente sensorial endógeno que se agrega a las percepcio­nes visuales y táctiles de los genitales. Pero cuando el niño está temprana y frecuentemente expuesto a ver los genitales de los otros, la incorporación primaria de esas percepciones conduce a problemas de identidad, más aún si esta situación ocurre cuando ya es mayor.
Las regiones del cuerpo más significativas en la comparación y el contraste para el establecimiento de un reconocimiento indi­vidual del yo corporal, así como del de los demás, son el rostro y los genitales (7). Quienes estudiaron las perturbaciones de la identidad en los cuadros de autismo y simbiosis sostienen que el sentimiento de identidad está determinado por nuestras sensaciones corporales, siendo la imagen corporal la base de dicha identidad (14).
Las percepciones visuales son importantes en la formación de la identidad. Ocurre también que un ritmo de estimulación y presencia de la madre que alterna con ausencia es necesario para diferenciarse.
El sentimiento de la identidad es el conocimiento de la persona de ser una entidad separada y distinta de las otras (11). Todo aquello que el individuo considera «suyo» está incluido en los «límites fluctuantes del self», corresponde al self con sus pertenen­cias (5). Por su parte, algunos autores entienden por identidad la unidad del individuo en el tiempo, en la comparación consigo mismo, lo que se relaciona con su continuidad y mismidad (13), considerando el logro de la individuación-diferenciación como sus prerrequisitos (15).
Uno de nosotros (8) ha estudiado el sentimiento de identidad vinculándolo con los estados de duelo determinados por la pérdida de objetos y de partes del self. En su definición señala que «este sentimiento implica la noción de un self que se apoya esencialmente, en la continuidad y semejanza de las fantasías inconscientes referidas a las sensaciones corporales, a las ansiedades y emociones expe­rimentadas por el yo, a los impulsos y afectos en relación con el mundo interno y el externo, el superyó, al funcionamiento especí­fico de los mecanismos de defensa y al tipo particular de identifi­caciones asimiladas resultantes de los procesos de introyección y proyección. La dinámica de estas fantasías inconscientes presentará una cierta uniformidad en sus diferentes expresiones, que estará determinada por las series complementarias desarrolladas por Freud; es decir, aquella que comprende los factores constitucionales, repre­sentaciones heredadas, evolución embrionario-fetal, trauma de naci­miento y experiencias post-natales». Agregaríamos ahora que estos. mismos elementos que entran en juego para mantener la semejanza del individuo consigo mismo son los que sirven a los fines de man­tener la diferenciación de cada individuo con respecto a los demás y le dan el carácter de único. «La interacción específica y continua­da entre todos estos elementos brindará al self un estado de cohe­sión, sustento de la identidad, que se mantendrá dentro de ciertos límites que podrán experimentar alteraciones o pérdidas en deter­minadas circunstancias. Esto sucederá inevitablemente a lo largo de la evolución, pero en forma tal (cuando ocurre normalmente) que dará tiempo al yo para elaborar los duelos ocasionados por tales pérdidas, y restablecerse de las transitorias perturbaciones de la identidad que la mayor parte de las veces pasan desapercibidas. En casos patológicos se producirán graves perturbaciones de la identidad (psicosis, estados ‘como si’, psicopatías, despersonalizacio­nes, etcétera).»

II

Actualmente pensamos que el sentimiento de identidad es la resultante de un proceso de interacción continua de tres vínculos de integración que denominamos espacial, temporal y grupal, y que desarrollaremos a lo largo de este libro.
Hemos podido estudiar estos vínculos en nuestro campo espe­cífico de trabajo: la experiencia de la relación paciente-analista en el tratamiento psicoanalítico. Por lo tanto presentaremos una sín­tesis de las complejas vicisitudes que subyacen a la adquisición del sentimiento de identidad en el proceso analítico. De ahí se podrán extraer inferencias acerca de cómo se configura la identidad, y también de cómo se producen sus perturbaciones, en el desarrollo del individuo y en su relación con la sociedad.
Partimos del supuesto de que los pacientes que llegan al aná­lisis tienen su identidad afectada, en mayor o menor grado, por los conflictos que los aquejan. Precisamente, creemos que uno de los motivos conscientes o inconscientes por el que acuden al análisis es la necesidad de consolidar su sentimiento de identidad[2].*
Los cuadros obsesivos y los esquizoides marcarían los extremos de una gama de trastornos de la identidad, configurando la identi­dad rígida y poco plástica por un lado, opuesta a la excesivamente débil y fragmentaria, por el otro.
La puesta en marcha del proceso que conduce a la adquisición o maduración del sentimiento de identidad coincide con el comienzo mismo del proceso analítico, pues el mismo encuadre analítico provee de un «continente» que sirve de contención y límite para las proyecciones que vehiculizan «pedazos de identidad». Al mismo tiempo, ese continente será el crisol donde tendrán lugar las com­plejas operaciones que sufrirán esos «pedazos» hasta poder ser integrados.
Al hablar de «pedazos de identidad» usamos una metáfora que creemos que describe las fantasías inconscientes de ciertos pacientes, subyacentes a la falta de relación entre distintos niveles de regre­sión yoica, partes disociadas de su yo, determinados roles o bien identificaciones con distintos objetos que funcionan independiente­mente unos de otros, como «islotes», hasta cierto punto desvincu­lados entre sí.
Si bien es cierto que con la imagen que acabamos de describir nos referimos más bien a las características de la identidad dispersa, propias de la esquizoidía, creemos que la noción de continente es igualmente válida para los otros tipos de perturbación de la iden­tidad, que afectan a las otras formas clínicas de neurosis y psicosis.
Quisiéramos aportar otra imagen plástica que nos parece ilus­trativa para la comprensión del significado de la situación analítica y de su encuadre, como límite y continente: es la que representa al analista como brazos y, más regresivamente, como una piel que contiene todas las partes del bebé-paciente (1).
Estamos de acuerdo con M. Mahler (14) cuando señala la im­portancia de la experiencia del contacto corporal placentero con la madre en que se libidiniza la superficie del cuerpo, percibiéndose esta superficie como límite entre el yo y el mundo. Agrega que la madre debe servir de buffer frente a los estímulos internos y exter­nos difíciles de tolerar, como condición para el establecimiento del sentimiento de identidad.
Este concepto se acerca al de la capacidad de réverie (2) o ensoñación de la madre, que puede hacerse cargo de la intensa an­gustia de muerte del niño. Podríamos decir que la madre-analista contiene, se hace depositaria, del germen de la identidad rudimen­taria del paciente, su memoria, su función sintética: el analista contiene el germen y la argamasa de la identidad del paciente.
Creemos que con la garantía del continente-piel-análisis el ana­lizado puede aceptar más fácilmente la regresión que, en estas con­diciones, implica menos riesgos.
La regresión es otro de los factores esenciales dentro del pro­ceso de adquisición de identidad en el análisis, ya que lleva al pa­ciente a revivir distintos momentos de su evolución, que determina­ron la patología de su identidad.
Tenemos en cuenta los conceptos de Winnicott (17), Kris (12) y Erikson (4) acerca de la regresión que permite la actividad crea­tiva, como aplicables también al problema que estamos estudiando. Sobre todo Winnicott es quien ha acentuado la regresión como un fenómeno que forma parte de la curación, ya que permite volver atrás para deshacer el «falso self» y reinstalar, en cambio, el self auténtico.
En ciertos casos se producen regresiones extremas en las que los pacientes buscan «tocar fondo», como respondiendo a la fanta­sía inconsciente de un nacer de nuevo, con otra identidad.
Otra de las características importantes del encuadre de la situa­ción analítica es que determina, además, una dosis de frustración que creemos necesaria y útil, como motor de progreso, en cuanto la ansiedad que determina impulsa a la búsqueda de las capacidades potenciales del propio self. Naturalmente, un exceso de frustración sería contraproducente, ya que anularía una de las garantías básicas que debe ofrecer el encuadre analítico en su función de marco estable y permanente. Por la misma razón, la técnica de apoyo, en ocasiones inducida por requerimiento del paciente angustiado, así como ocurre con las madres sobreprotectoras que coartan la posibi­lidad de independencia de los hijos, dificulta el proceso de diferen­ciación de la identidad propia.
Es importante considerar también las relaciones objetales y los mecanismos de identificación que operan en el escenario del proceso analítico, mediante la relación transferencial. Las relaciones objetales son trascendentales en la formación de la identidad, por la necesidad de depositarios que se hagan cargo de las angustias persecutorias y depresivas que el paciente no puede tolerar, y cuya intensidad impide al yo estar en condiciones de organizarse y estabilizarse adecuadamente.
También son importantes por ser fuentes de elementos de identificaciones, necesarias en la construcción de la identidad. Por otra parte, sirven de puntos de referencia indispensables para la diferenciación.
Todas estas funciones, que cumplen las relaciones objetales, se realizan por medio de los mecanismos de identificación proyectiva e introyectiva respectivamente. Debido al déficit de su sentimiento de identidad muchos pa­cientes pueden mostrar gran resistencia al análisis, por la fantasía persecutoria de sentirse invadidos por el analista con la amenaza de que éste les imponga su propia identidad. En otros casos, por el contrario, buscan ser «tragados» o instalarse dentro de la identi­dad del analista para asumir, indiscriminadamente, las cualidades que se le adjudican (identificaciones maníacas) o identificándose totalmente con sus ideologías o teorías[3].*
Nos hemos referido a algunos de los trastornos de identidad que presentan los pacientes que acuden al tratamiento psicoanalítico, y a los aspectos «continente» del analista y del encuadre que intervienen en la modificación de esos trastornos.
Es precisamente esa función «continente», junto con la labor interpretativa, lo que dará lugar a que el proceso de elaboración contribuya a la consolidación del sentimiento de identidad. Por la acción de este proceso se podrá aceptar la pérdida de las partes infantiles del self, y también el desprendimiento de aquellos aspec­tos regresivos que bloquean el camino para el establecimiento de los aspectos adultos.
Al hablar de la elaboración tenemos presente el concepto de duelo involucrado en ella, ya que creemos que se trata de dos proce­sos íntimamente relacionados. Se puede hablar igualmente de un «trabajo de elaboración» y de un «trabajo de duelo», como referencia a la penosa labor que debe realizar el paciente en su enfrentamiento con las inevitables pérdidas y adquisición de nuevos logros. Una de las renuncias más significativas, con particular gravitación para el desarrollo auténtico del sentimiento de identidad, es la renuncia a la omnipotencia.
Estos trabajos de elaboración y duelos son los que permitirán alcanzar el sentimiento de autenticidad dado, a nuestro juicio, por la capacidad de discriminación, producto de sucesivos momentos de insight que implican la toma de conocimiento directo de la realidad interna y externa.

III

Hemos considerado el encuadre analítico y el papel del analista como un crisol «continente» que integra los «pedazos de identidad» del paciente, a través de un proceso que se desarrolla en el tiempo, permitiendo integrar imágenes del self de momentos distintos fun­cionando con vínculos objetales diferentes proyectados en la relación transferencial. Sobre la base de los conceptos expuestos, queremos plantear la idea de que la identidad es la resultante de un proceso de interrelación de tres vínculos de integración: espacial, temporal y social respectivamente.
El primero ‘comprende la relación entre las distintas partes del self entre si, incluso el self corporal, manteniendo su cohesión y permitiendo la comparación y el contraste con los objetos; tiende a la diferenciación self-no self: individuación. Lo denominamos vínculo de integración espacial.
El segundo apunta a señalar un vínculo entre las distintas repre­sentaciones del self en el tiempo, estableciendo una continuidad entre ellas y otorgando la base al sentimiento de mismidad. Lo de­nominamos vínculo de integración temporal.
El tercer vínculo es el que se refiere a la connotación social de la identidad y está dado, a nuestro juicio, por la relación entre aspectos del self y aspectos de los objetos, mediante los mecanismos de identificación proyectiva e introyectiva. Sería el vínculo de inte­gración social.
¿Cómo se observan y evolucionan estos vínculos en el proceso analítico?
En lo que se refiere al vínculo de integración espacial, en las primeras etapas del proceso analítico, el paciente no se siente inte­grado ni es capaz de discriminarse del analista (discriminación sujeto-objeto); por el contrario, las características de este primer período son de extrema dependencia que se intenta neutralizar me­diante el aumento del acting out y la intensificación de defensas paranoide-esquizoides y maníacas.
Ya nos habíamos referido anteriormente a que la vinculación de las distintas partes del self entre sí puede establecerse y conso­lidarse gradualmente mediante la utilización del encuadre y del analista como continente.
En cuanto al segundo vínculo, el de integración temporal, mientras el paciente se encuentra en plena fase paranoide-esquizoide, la disociación esquizoide se produce también en el tiempo, con predominio del proceso primario, de modo que la noción de mis­midad en el tiempo es muy lábil. El paciente suele hablar de su pasado, pero manteniendo su yo anterior disociado de su yo actual, o sin capacidad para prever el futuro.
En este sentido, la continuidad y regularidad de las sesiones es un aspecto del encuadre que fortalece el sentimiento de continuidad de las distintas representaciones del self en el tiempo. Por la misma razón es útil poder hacer interpretaciones-síntesis que esclarezcan el sentido o el movimiento de todo un período de análisis.
El tercer vínculo, el de integración social, implica la nación de pertenencia a un grupo que, en la situación analítica, es el constituido por la pareja paciente-analista que reproduce el primer vínculo grupal madre-hijo.
La incorporación del padre que, en la situación analítica estaría dada por la doble connotación transferencia materno-paterna del analista, amplía los límites grupales.
Si bien con un propósito didáctico y de mayor claridad hemos descripto separadamente cada uno de estos vínculos, debe enten­derse que funcionan simultáneamente e interactuando. Las distin­tas partes del self no podrían integrarse a lo largo del tiempo sin encontrarse integradas espacialmente; sobre la base de estas integraciones espaciales y grupales el sujeto podrá vincularse con los objetos del mundo externo (vínculo social) de una manera real y discriminada.
Por otro lado, la patología incluye también todos los vínculos al mismo tiempo, aunque puedan predominar los trastornos de uno de ellos mientras los otros vínculos permanecen más preservados. Así por ejemplo, en los estados esquizoides, en la despersonalización y en la confusión, la patología más importante se presenta en el nivel del vínculo espacial; en los estados seniles, ciertas formas de esquizofrenia, lesiones cerebrales, el trastorno mayor se mani­fiesta en el vínculo temporal; en la simbiosis, acting out, psicopa­tías, paranoia, el vínculo más afectado es el social.
Estos tres vínculos que se caracterizan al comienzo del análisis por su precariedad y falta de consistencia, se van consolidando pau­latinamente a medida que, con la evolución del proceso analítico, disminuyen las identificaciones proyectivas y aumentan las identi­ficaciones introyectivas, brindando mayor fuerza y cohesión al yo, con adquisición de insight y mayor capacidad de discriminación entre mundo interno y externo, sujeto y objeto, fantasía y realidad, y con una elaboración de los duelos por aspectos del self y del objeto; es decir, todo lo que lleva a la elaboración de la posición depresiva.

IV

El sentimiento de identidad, resultante del proceso de interacción de esos tres vínculos, integración espacial del self, integra­ción temporal del self e integración social, pasa por distintas crisis a lo largo de su evolución en el proceso psicoanalítico.
Estas crisis comienzan, generalmente, con marcadas característi­cas paranoide-esquizoides y se resuelven por medio de mecanismos depresivos. Claro está que en los primeros períodos predominan los aspectos paranoide-esquizoides de estas crisis, especialmente cuando las seudoidentidades y fachadas empiezan a desmoronarse. Pueden surgir entonces estados de confusión, despersonalización, o pueden manifestarse psicosis latentes, como consecuencia de la rup­tura de las defensas. Las separaciones pueden actuar como factores desencadenantes de estos episodios.
Más avanzado el análisis, y sobre todo en sus etapas finales, predominan los aspectos depresivos de estas crisis de identidad, especialmente cuando se produce la elaboración de los duelos.
Las distintas crisis descriptas que ocurren durante el proceso analítico corresponden a las crisis que surgen desde las primeras épocas del desarrollo. A partir de la primera separación madre-hijo en el momento del nacimiento, seguida de una etapa confusional y un período paranoide-esquizoide, que se resuelve en una primera posición depresiva, estos ciclos se repiten a lo largo de la vida. Así se producen crisis como consecuencia del destete, en la culminación de la situación edípica resuelta en la latencia, en la eclosión puberal resuelta al final de la adolescencia y en el acmé de la edad media de la vida, donde surge por un más cercano enfrentamiento con la fantasía de muerte y se resuelve por una nueva elaboración de la posición depresiva. Un nuevo repunte de ansiedades paranoide-esquizoides se produce en la crisis de identidad de la senectud, que debería poder resolverse también en forma depresiva. Esto justifica la utilidad del análisis a cualquier altura de la vida, como una forma de garantizar la adquisición y mantenimiento de un sólido sentimiento de identidad, expresión de salud mental.
SÍNTESIS
En este primer capítulo pasamos revista a las definiciones del concepto de identidad más aceptadas en la literatura psicoanalítica.
Exponemos luego nuestro punto de vista, de acuerdo con el cual el «sentimiento de identidad» es la resultante de un proceso de interacción continua de tres vínculos de integración, que deno­minamos espacial, temporal y grupal.
Consideramos como vínculo de integración espacial la relación entre las distintas partes del self entre sí, que permite correlativa­mente la diferenciación self-no self; el vínculo de integración tem­poral es el que establece una continuidad entre las distintas repre­sentaciones del self en el tiempo; el vínculo de integración social es el que relaciona aspectos del self con aspectos de los objetos, me­diante los mecanismos de identificación proyectiva e introyectiva.
Describimos luego estos procesos de integración, en el campo de la relación paciente-analista durante el tratamiento psicoanalítico y las funciones que cumplen, en ese sentido, el encuadre, la relación transferencial y la posibilidad de elaboración de los duelos.

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

1) Bick, E.: «La experiencia de la piel en las relaciones de objeto tempranas». Rey. de Psic., XXVII. 1. 1970.
2) Bion, W. R.: Aprendiendo de la experiencia. Buenos Aires. Paidós, 1966.
3) Erikson, E. H.: «The problem of Ego identity». J. Am. Psycho-Anal. Ass., IV, 1956.
4) Erikson, E. H.: Childhood and society. Nueva York, Norton Co., 1963, 2v edición.
5) Federn, P.: «Panel on child analysis», The Annual Survey of Psychoanalysis. Ed. by J. Frosch and N. Ross. Nueva York, Int. Univ. Press, V, 1959.
6) Freud, S.: «Address to the Society of B’nai B’rith». S.E. XX.
7) Greenacre, Ph.: «Early physical determinants in the development of the sense of identity», J. Am. Psycho-Anal. Ass., VI, 1958.
8) Grinberg. L.: «Sentimiento de identidad y elaboración del duelo por el self» en Culpa y depresión. Estudio psicoanalítico, Buenos Aires, Paidós, 1971, 21 edición.
9) Grinberg, L. y R.: «La adquisición del sentimiento de identidad en el pro­ceso analítico», Reo. Urug. de Psic., VIII, 3, 1966.
10) Jacobson, E.: The self and the object world. Nueva York, Int. Univ. Press.1969.
11) Kratner, P.: «Problems of identity». Comunicación a la J. Am. Psycho-Anal. Ass., VI, 1958.
12) .Kris, E.: Psicoanálisis y arte. Buenos Aires, Paidós, 1955.
13) Lichtenstein, H.: «Identity and sexuality». J. Am. Psycho-Anal. Ass., IX, 2, 1961.
14) Mahler, M.: «Problems of identity». Panel publicado en la J. Am. Psycho‑ Anal. Ass., VI., 1958).
15) Royer, G.: «Dificultades en el duelo, en relación con los procesos de diferenciación e individuación». Presentada en la Asoc. Psicoanal. Argentina, 1963.
16) Tausk, V.: «Sobre el origen del aparato de influencia en la esquizofrenia», Rev. de Psic., II, 3, 1944-45.
17) Winnicott, D.: «Metapsychological and clinical aspects of regression within the psychoanalytical set-up». Int, J. Psycho-Anal., XXXVI, 1, 1955.


[1] Las ideas principales de este capítulo aparecieron publicadas en un trabajo de L. y R. Grinberg con el título de: «La adquisición del sentimiento de identidad en el proceso analítico» (9)
[2] El sentimiento de identidad expresa en el nivel preconsciente y consciente una serie de fantasías inconscientes que, integradas, constituyen lo que podríamos llamar la «fantasía inconsciente del self», concepto que será tratado en el capítulo II. En otras palabras, el sentimiento de identidad tiene una parte consciente y otra inconsciente.
[3] Estos mecanismos pueden ser tolerados y, a veces, inducidos por el propio analista que, por problemas narcisistas o contratransferenciales (muchas veces debidos a conflictos de su propia identidad), necesita tener «hijos incondicionales» que refuercen y mantengan su identidad en el mundo externo.

Autor: Eduardo Montoro

Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.

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