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Después de buscar varias imágenes para ilustrar el tema, no pude encontrar ninguna que transmitiera la culpa como la mirada de este cachorrito. Les dejo también aquí un antiguo texto mío, paciencia puede ser duro de roer y falto de estilo.
Antes de entrar directamente en el problema y su relación con la tipología que estamos analizando, es necesario aclarar que entendemos por el término “culpa”, ya que varias veces, y sin ningún tipo de complejo lo hemos usado.  Dejando de lado las cargas negativas y la mala imagen de la palabra culpa, que tiene el mundo moderno, para los fines estrictamente sicológicos la entendemos simplemente como la falta, o ausencia de realización, frente a aquello de lo cual se es responsable y libre. Entendido así el sentimiento o conciencia de la culpa es ciertamente algo sano, deseable y profundamente humano, en la medida que esté estrictamente relacionado con aquellas cosas de las cuales se es verdaderamente responsable. Así y todo este sentimiento ha sido denigrado en no pocas ocasiones sobre todo por dos razones.
En primer lugar por el abuso que se pueda haber hecho de él en otras circunstancias históricas. Ciertamente que como el sentimiento de culpa es algo natural en el hombre libre, y ese sentimiento ayuda a reforzar la responsabilidad, se puede usar legítimamente con ese fin. Sin embargo, no se puede abusar del sentimiento de culpa, volviéndolo el eje de las motivaciones humanas o la esencia de la responsabilidad, porque se cae en algo insano. El eje de las motivaciones humanas no es algo negativo como la culpa, sino algo positivo que es la búsqueda libre de aquello que es plenificante en el hombre. En esa búsqueda el hombre se guía por su consciencia como si se guiase por un testigo de un orden distinto de ella misma. Cuando el hombre obra algo que discorda con ese orden testimoniado por la consciencia, la consciencia misma se resiente, y envía un mensaje a la persona generando tristeza y sentimiento de culpa. Por tanto queda claro que ese sentimiento de culpa, y la tristeza que conlleva, es tan sano como el dolor físico, que aparece cuando alguna parte del cuerpo es lesionada. En este caso lo lesionado es el proceso de plenificación humano y la culpa es su correspondiente reacción. Por lo que si suprimimos el dolor sin reparar la lesión es exactamente como si alguien que tiene cáncer en vez de hacer radioterapia simplemente toma fuertes calmantes y suprime el dolor. Con esto se condena a muerte a la persona. Algo análogo sucede en el plano sicológico, si simplemente se suprime el sentimiento de culpa, convenciendo a la persona que no es culpable de nada, indirectamente se le está diciendo que no es responsable de nada. Y si no es responsable de nada no existe plenificación por la cual responder, con lo cual se destruye y se condena a muerte la posibilidad de un auténtico, sanamente tensionante, y dinámico sentido plenificante de la propia vida. Sin embargo, como ya dijimos, existe la posibilidad de abusar de ese sentimiento, haciéndolo el eje de la educación, cuando en la realidad el eje de la formación de la personalidad es la positiva bondad de aquello que se busca y que es plenificante. La culpa tiene que usarse apenas como un feedback, un retorno para saber que hay algo a corregir. Que de algún modo hay que reparar o sanar algo de la propia conducta en el auténtico orden de la plenificación. Este auténtico sentido de la culpa, como un humilde reconocimiento de que algo debe ser corregido en mi conducta, es algo fuertemente disminuido en la conciencia del egocéntrico. Normalmente el egocéntrico piensa que todo está perfectamente bien con su conducta y que los culpables son los otros.
En segundo lugar, este sentimiento de culpa ha sido injustamente denigrado, a causa de las formas insanas o desviadas que puede asumir. Normalmente en la modernidad se lo valora como algo morboso, en razón de que no se lo distingue, o directamente no se conoce el recto sentido de la culpa. Una primera manifestación desviada de este sentido de culpa, es el caso en que la persona comienza a obrar más por temor a la culpa, que por la búsqueda positiva del objeto plenificante. En estos casos podemos ver una actitud siempre tensa y temerosa, poco natural, porque siempre se procura más que el bien en sí de la acción, el satisfacer el deseo de no aparecer como culpable, frente a la imagen de sí, y lo que es más grave, hasta frente a la valoración de los otros. Este comportamiento, basado en el miedo y en el temor, en última instancia desemboca en un puritanismo cátaro, rígido, formalista y vacío de la positiva búsqueda de lo plenificante, que jamás es tensa, sino que distiende, descansa y hace salir de la cárcel del propio ego. Por el contrario, el obrar principalmente por la culpa reconcentra tensamente en la imagen de si mismo, y por tanto en el propio ego. Hasta en la compulsividad de quien se siente culpable por todo, sin una relación estricta con lo real, hay una hiperactividad del yo y un cierto egocentrismo de no reconocer humildemente que apenas se es culpable de aquellas cosas respecto de la cual se es responsable. Una persona enferma de escrúpulos considera hasta tal punto el yo centro del mundo que cualquier cosa aparentemente errada la atribuye a la propia actividad. Contrariamente a lo que se podría pensar, el hiperescrupuloso en el sentido de culpa, no es una persona humilde, aunque sea capaz de admitir rápidamente la culpa, ya que no reconoce jamás, y en esto es sumamente obcecado, que no es culpable de cosas que no tienen importancia o que no están sujetas a su propio arbitrio, actividad y responsabilidad.
Otro uso desviado de ese sentimiento de culpa es el que el egocéntrico hace en orden a autocompadecerse. En vez de usar el sentido de culpa rectamente, lo invierte para alimentar la imagen subvaluada de sí y decir “soy un miserable, pobre de mí”. Es por eso que en una persona egocéntrica el error y la culpa se convierten en algo altamente traumático, por un lado porque es una bofetada a la imagen de infalible que el egocéntrico tiene de sí y por otro lado se convierte en algo altamente desalentador ya que normalmente el egocéntrico usa el sentimiento de culpa para alimentar la autocompasión, poniéndose como una especie de víctima fatal de las circunstancias: “yo no podría haber sino un miserable con todo lo que me tocó vivir”. Esa fatalidad cierra las puertas para encarar una modificación de la conducta y también para crecer en la conciencia de la propia responsabilidad, ya que todo el peso de la conducta se traslada de la libertad propia en dirección al cómodo reposo de las circunstancias.
En las antípodas de estas actitudes está un sano sentimiento de culpa, ya que tiene dos efectos altamente constructivos. El primero como ya dijimos es la corrección de la conducta, es decir usar la culpa como lo que es: un señal de que se esta obrando erradamente, y por tanto un motor para detectar y corregir actitudes erradas en la propia personalidad. El segundo efecto es un sanísimo sentido de reparación del orden dañado. Quien se siente culpable de alguna cosa siente una obligación legítima respecto de aquello que es culpable y en cuanto dura ese sentimiento procura reparar el daño causado. Cuando ese daño causado consta en un atentado contra la propia plenificación, ese sentimiento empuja a reparar esa carencia, haciendo, a veces, hasta más intensa que antes la búsqueda del objeto plenificante. Esto se percibe en que muchas personas sólo se corrigen después de haber cometido un gran error. Y también existe un tipo de personas que muchas veces sólo aprende golpeando la cabeza contra la pared, no sólo por la experiencia del error, sino también por la dinámica de reparación que activa esa experiencia. De lo que concluimos que en la sana vida sicológica del hombre no se puede extirpar de ningún modo un también sano sentido de la culpa. Por el contrario, debe usárselo,  purificándolo de todo lo que pueda tener de destructivo o morboso, como un auxiliar importante de la positiva búsqueda de plenificación.

Autor: Eduardo Montoro

Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.

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