Cuando hubiera resultado fácil caer en una retórica triunfalista, Freud, en un virtuoso gesto intelectual, comenta en una conferencia sobre la neurosis: “es casi humillante que, luego de un trabajo tan prolongado, sigamos tropezando con dificultades para concebir hasta las constelaciones más fundamentales, pero nos hemos propuesto no simplificar ni callar nada. Si no podemos ver claro, al menos, veamos mejor las oscuridades.” El psicoanálisis, que tantas constelaciones de la mente ha vislumbrado y desanudado, ha visto de lejos en los últimos tiempos los magníficos descubrimientos que están acumulando otras ciencias de la mente más formales y tal vez menos interesadas en metáforas, estructuras míticas o el trabajo con la palabra.
Estas ciencias están trabajando juntas. El prestigioso neurólogo Jean-Pierre Changeaux ha escrito: “ya no se estila, como antes, abrirse paso de manera individual, cada uno encerrado en su disciplina, o incluso en su corporativismo fisiológico, farmacológico, anatómico o comportamental”. La biología, la física, la química e incluso la psiquiatría, ya tiene aceitados varios mecanismos de ensamblaje. No sucede lo mismo con el psicoanálisis: es más común el duelo mediático con estas ciencias por mutuas descalificaciones, o la simple indiferencia. Para dejar de lado este divorcio y explorar posibilidades de cooperación, un grupo de médicos y psicoanalistas ha construido el libro Cruces entre psicoanálisis y neurobiología (Lugar Editorial): 14 trabajos de desarrollos en práctica, teoría y epistemología interdisciplinaria.
Se podría decir que el primer psicoanalista en interesarse por la neurobiología fue Freud. Sus maestros fueron neurólogos, pero cuando empezó a interesarse por los extraños síntomas de la histeria femenina vio que la neurología de la época no podía explicarlos, por lo que comenzó a idear el psicoanálisis y a fundarlo en los recuerdos, la asociación libre y las relaciones interpersonales. Su objetivo era medir y curar el conflicto psíquico que no podía hacerse en términos exclusivamente físicos. El médico Carlos Názara repasa el tratado pionero de Freud “proyecto de una psicología para neurólogos”, remarcando que este cruce entre neurología y actividad psíquica no es nuevo y que en cierto modo ambas disciplinas estaban prefiguradas para volver a cruzarse. El mismo Freud dice, muchos años después y con su teoría ya consolidada, que la biología “es un reino de posibilidades ilimitadas” y que sus futuras respuestas tal vez “derrumben todo nuestro artificial edificio de hipótesis”.
Contrariamente, la psicoanalista Laura Lueiro afirma que las hipótesis de Freud vienen siendo verificadas por las neurociencias, principalmente la existencia de una vasta región inconciente y la concepción de la mente como un sistema abierto y relativamente dúctil a la acción de la introspección y el entorno. El descubrimiento científico más importante en este sentido es el de la plasticidad neuronal, que señala la capacidad del cerebro de modificarse contínuamente con la experiencia, por lo que una terapéutica basada en la relación analista-paciente estaría sustentada por lo que aquí llaman “el efecto neurobiológico de la palabra”.
El psicoanalista Sergio Rodríguez destaca que el psicoanálisis desde hace más de cien años viene investigando los efectos de la implicación de lo real con las dimensiones imaginarias y simbólicas, de la mente como vivencia de un cuerpo y el fenómeno de la somatización, los conflictos entre emociones y razón. Este es otro punto fuerte de contacto, puesto que parece que la condición del avance de las neurociencias es abandonar la vieja distinción mente-cuerpo. Se ha demostrado abundantemente que la parte material de nuestro organismo y sus expresiones mentales se causan recíprocamente en distintos niveles, ya sea en los genéticos, funcionales o socioculturales. El neurólogo portugués Antonio Damasio fue uno de los primeros en exponer el error de Descartes, en su libro así titulado, un texto dedicado a establecer las relaciones intrínsecas entre las emociones y la razón, uno de los más citados en este libro junto con los fundamentales trabajos del neurobiólogo Eric Kandel sobre la memoria, y de los extraordinarios casos clínicos de Oliver Sacks.
A lo largo de los ensayos se delinean posibilidades o imposibilidades de cruce entre estas disciplinas. Según Laura Lueiro: “Los psicoanalistas podemos abrevar en los avances de la neurobiología para profundizar en áreas donde hasta ahora nos habíamos embarcado a tientas y expandir nuestros horizontes teóricos y clínicos. A su vez, la neurobiología necesita de quienes trabajemos con lo que a ellas les queda afuera de su campo: el sujeto entramado en el nudo borromeo en relación a sus deseos y goces. Las psicosis, las distintas formas de autismo, las llamadas ‘deficiencias mentales’, las demencias y los cuadros neurológicos, no son sólo patologías. Están encarnadas en personas y familias que sufren y requieren de una colaboración entre psicoanalistas y neurobiólogos.” Si esta colaboración es profunda, naturalmente algunos conceptos caerán, algunas prácticas se probarán superadas o desviadas desde la raíz, pero principalmente se logrará un enriquecimiento y una dinamización de la investigación que beneficie al conocimiento de la psicología humana en general, y a los tratamientos terapéuticos que de este se desprende. Este libro es un punto de partida.
Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.