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Les dejo una excelente entrevista a una antropóloga, Paula Sibila, hecha por María García Terán. Un análisis profundo, pliegue por pliegue, de la pérdida de intimidad en nuestra era de la comunicación. Interesante para tener en cuenta cuantos usamos de esta poderosa herramienta que es internet. No necesita más consideraciones de mi parte ya que es muy profunda y al mismo tiempo amena. La verdad hace pensar, es probable que muchos se vean afectados por el síndrome Truman Show, pero que no puedan decir «on the air unaware», sino que están todo el tiempo en el aire, simplemente porque quieren o porque no tienen otro modo de ser, así han construido su identidad.

-¿Por qué te propusiste estudiar la intimidad?
-Empecé a hacerlo a partir de la perplejidad frente a los Blogs en los que se escriben «pensamientos íntimos» y que la gente publica en Internet, como si fuera un detalle esto de que «el diario personal» esté al alcance de todos. Lo mismo pasa con los reality shows, que despiertan mucha curiosidad en el público y también muchas ganas de querer «mostrar», de hacer de sí mismo un show. A partir de la investigación, me fui dando cuenta de que lo que está pasando ahora es que se está transformando la subjetividad, que es la forma en que nos construimos como sujetos. Y en ese cambio, la intimidad juega un papel fundamental.
-¿Qué cambió? ¿Qué es íntimo y qué no es íntimo hoy?
-Para pensar eso tenemos que remontarnos un poco atrás. Pensemos que el sujeto moderno del siglo XIX y de principios del XX se construía en el tránsito entre dos esferas, dos espacios diferentes y mutuamente excluyentes, muy definidos y con una barrera física: las puertas y las ventanas de su casa que se cerraban. Para transformarse en una persona, el varón y la mujer necesitaban la privacidad, porque en el silencio y en soledad se construía el yo: a partir de la reflexión, de la introspección, de la lectura y la escritura. Pero a principios del siglo XX aparece el cine y, unas décadas después, la televisión. Después, los celulares, Internet… Todo esto lleva a una transformación, relacionada también con una crisis de la lectura y la escritura, que ya no ocupan la función que ocupaban antes. Los medios interactivos vienen a apoyar y a reforzar ese movimiento y empiezan a cambiar la forma en que nos relacionamos con los otros. Se da una valorización de la imagen, de la palabra hablada más que de la palabra escrita y la lectura, y empezamos a usar herramientas audiovisuales para relacionarnos.
Vos decís que en este tránsito se va construyendo una «sociedad del espectáculo» que establece un régimen de visibilidad importante…
Los años sesenta son importantes en esta transformación de la subjetividad. En 1967 el pensador Guy Debord advirtió la llegada de un nuevo tipo de sociedad, la sociedad del espectáculo, que es una sociedad capitalista, como era antes, pero basada en la producción y el consumo de espectáculos. Pero Debord no se refiere sólo a los medios de comunicación, sino a que nuestras vidas están espectacularizadas también: nos construimos a nosotros mismos usando las herramientas del espectáculo y tenemos relaciones con los otros mediadas por imágenes. También usamos la dramática y los recursos que usa la televisión, el cine o Internet para mostrarnos a nosotros mismos como imágenes.
-¿No hay algo de narcisismo en todo eso?
-Sí. Hay muchas personas tratando de entender lo que está pasando hoy en día con este concepto, que tiene raíces en el mito de Narciso, luego tomado por la psicología. Ahora el narcisismo se habría transformando en un fenómeno cultural en lugar de ser una patología, como describe el psicoanálisis. Es como una tendencia en una sociedad excesivamente indi­vidualista, que profesaría el narcisismo -o sea, el culto a uno mismo- con características como el hedonismo y un declive del valor del trabajo, del esfuerzo, de la disciplina, de la autoridad o del pudor. Y que vive con esta idea de que hay que aprender a «venderse» a uno mismo.
-¿Con una lógica de mercado?
-Claro, los dos actores fundamentales son los medios de comunicación audiovisual y el mercado, que tienen una relación muy compleja entre ellos y distinta influencia. Ahora se forma como un nuevo credo: si tenés algo valioso pero no se ve, tenés que hacer algo para que se vea, mostrarlo. Acá se usa mucho la palabra «valorizar», pero darle valor implica mostrarlo, darle valor de mercado. Por eso, también aparece todo este movimiento de prácticas corporales, como las cirugías plásticas, la gimnasia… El mercado nos dice que cada vez más somos lo que se ve; por eso es que se vuelve tan insoportable el silencio de la soledad, porque nadie me está mirando…
-¿Tenemos problemas para estar con nosotros mismos y en silencio?
Sí, creo que en la base de este fenómeno hay un problema grave con la soledad. O sea, una dificultad creciente en tratar con la soledad, en lidiar con la soledad… La soledad y el silencio son los dos elementos que yo destaco. Nos intiman a que todo el tiempo estemos conectados y esa intimación es útil a la sociedad contemporánea. A través de las redes sociales, del Messenger, de los mensajes de texto, estamos reportando continuamente qué es lo que hacemos, dónde estamos, qué pensamos… Aunque sean cosas completamente triviales, estamos todo el tiempo llenando ese banco de datos universal; y también enterándonos de lo que hacen los otros.
¿Por qué lo hacemos?
Porque los demás lo hacen y también porque sentimos una necesidad o nos da placer. Es muy complicado ese interjuego entre lo que queremos nosotros y la apelación de los otros. Si uno quiere aislarse a leer una novela, es muy difícil; no sólo porque el mundo exterior no te deja, sino porque nosotros tampoco soportamos la concentración en una actividad exclusiva, fija. Tenemos como una especie de dispersión internalizada; entonces, la soledad y el silencio se presentan como una cuestión angustiante.
¿Por qué aparece esa angustia?
La explicación que encuentro es que la transformación que se está gestando desde mediados del siglo XX ahora parece estar consolidándose definitivamente. Y ahí se ve un cambio respecto de la forma en la que el sujeto moderno se construía a sí mismo con ese interior, con ese mirarse hacia adentro, atento a su alma, a su interioridad, a su espíritu y a su psiquismo. Es ese algo que está adentro nuestro, ese algo que no se ve, que es invisible, pero es una esencia más verdadera y más valiosa que las apariencias.

Aunque era importante la mirada del otro, había un refugio en la interioridad. Yo podía estar solo o tener el mundo en contra, pero tenía una verdad interior en la que creía, que me fundamentaba y que, aunque nadie la viera, era superior a las apariencias. Es ese refugio de la interioridad lo que estamos perdiendo. Hablo de movimientos que se ven en la sociedad en general, no digo que nadie mire hacia adentro.
¿Quién dice que yo no valgo si no muestro? ¿El mercado? ¿Los medios?
Es muy complicado saber de quién es la responsabi­lidad. Está claro que los medios de comunicación, el mercado y la tecno­ciencia juegan roles muy importantes, pero están insertos en una sociedad de la que somos parte.
Más allá de que haya alguien o algo que nos lleva a eso, yo diría que seguimos un proyecto de mundo, que podríamos llamar el «capitalismo global».
¿Cómo es ese proyecto de mundo?
Ese proyecto de mundo necesita cierto tipo de sujetos, necesita ciertos modos de ser, ciertas habilidades, cualidades que son útiles a esta estructura y que no eran útiles en el siglo XIX. Quizás hoy es mas útil un tipo que quiera hacer muchas cosas al mismo tiempo, que quiera cambiar, que quiera conectarse, que necesite esto y que le guste; más allá de que pensemos que es bueno o malo, hablo de lo que este proyecto de mundo busca.
¿Busca también la «extimidad», ese término que vos usás para definir a la «intimidad que se exhibe»?
Sí, esta intimidad que se muestra, que no es más la intimidad. al menos la del siglo XIX, forma parte de este proyecto. A nosotros nos enseñaron que algo no se contaba o no se mostraba porque era parte de nuestra intimidad. Y no sólo por un pudor interno, sino porque quizás el otro tampoco quería verlo. Además, uno pensaría que esas cosas que aparecen en los reality shows o se leen en los blogs no le interesan a nadie más que a uno. Pero ahora, de repente, se transforman en noticias que aparecen en los diarios «serios» o en los noticieros, y mucha gente ve televisión o lee revistas o blogs sólo para ver esas cosas.
–Es que se juntan personalidades con ribetes narcisistas, gente que quiere exhibirse, «ser vista» a toda costa, con cierto ánimo voyeurista de aquellos que quieren ver lo que los otros tienen para mostrar…
Sí, hay como un ansia por consumir chispazos de vidas ajenas, de la intimidad de los otros. Los reality shows nos muestran que el espectáculo de la realidad tiene éxito. Son dos caras de una misma moneda y no sólo en la televisión; Internet es un escenario privilegiado, porque le da a cualquiera la posibilidad de mostrar o de mirar vidas reales.
-En tu libro aclarás que no es necesario que estas vidas sean reales, sino que alcanza con que «parezcan» reales.
-Estos dos conceptos se  confunden en la sociedad de espectáculo. Si uno parece algo, entonces, ES algo. Esto no era así hace cien años: la diferencia entre ser y parecer era mucho más clara y se valoraba el ser. Esto tiene que ver también con la idea de interioridad y exterioridad, porque se desdibuja esa línea que separa lo público de lo privado. No sé si soy clara: no es exactamente que estemos perdiendo la interioridad porque estamos privilegiando la exterioridad, sino que se desplazó el eje y, por eso, la diferencia entre esencia y apariencia ya no opera con la misma eficacia que antes y ahora lo importante es parecer.
-Estamos en una época más maquiavélica, entonces. ¿Cómo se comporta la gente?
-No alcanza con ser, hay que parecer. Lo podés ver en el caso de las celebridades, por ejemplo. Cuando van a un evento muy importante, llegan con una Ferrari que les prestaron o con joyas o vestidos que les dieron por esa noche. No compraron esas cosas ni les interesa comprarlas. No quieren tener la Ferrari en el garaje, donde nadie la ve, porque además mañana le prestan un Lamborghini. Lo único que les importa es la imagen que dan en el momento en el que llegan al evento; es lo que «parecen» no lo que «son». Eso muestra que son ricos. Antes era rico el que compraba y acumulaba, pero hoy no. El poder está hoy en el «acceso» a esas cosas, en «poder tenerlas», no en tenerlas.
–¿Cuáles son los riesgos de vivir con estos valores?
Bueno, creo que aunque algunas cosas hayan cambiado para bien, en esta transformación también perdimos otras cosas, como el refugio en la interioridad. Eso es un riesgo de vulnerabilidad, de fragilidad, porque no tenemos más referencias sólidas, porque la interioridad nos anda, nos cobija. Además, vamos perdiendo el lugar del trabajo estable, la familia estable, la nacionalidad… También hay un riesgo enorme de dejar «lo que somos» en manos de la mirada ajena. Todas esas cosas traen problemas, como síndrome de pánico, fobias sociales, anorexia, bulimia o depresión. O sea, toda una serie de fragilidades contemporáneas que son fruto de esta transforma­ción y de su contexto y que ocurren en una sociedad de mercado en la que todo tiene precio, todo es comercializable, incluso lo que somos. Y esto está mediado por la tecnología.
-¿Cómo usamos esta tecnología?
-La tecnología no es buena, ni mala, ni neutra. Se puede usar para fines positivos o negativos, sin duda, pero lo que hace es suscitar una manera de relacionarnos, atravesados por una tecnología que valora la cantidad y la rapidez, la variedad. Ojo, no digo que no pueda haber relaciones intensas y de calidad en Internet, porque de hecho las hay, pero lo cierto es que, en términos generales, la gente lo que busca en la red es velocidad, exterioridad, cambio continuo, muchos contactos.
¿Cómo podemos usar la tecnología para fomentar la inclusión en un mundo donde hay exclusión?
En principio, Internet excluye, porque una enorme proporción de la población no tiene acceso a la Red, no sabe qué es Internet y jamás ha visto una computadora. Si en esta lógica del mercado para ser alguien tenés que estar conectado, el que no lo está se cae del mundo. Por eso, son tan importantes estos programas de inclusión digital, que son supuestamente democratizadores y contemplan que los chicos tengan acceso a Internet. Todavía falta mucho, pero creo que hay que seguir en ese camino.

Autor: Eduardo Montoro

Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.

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