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Queridos Cardenales, Arzobispos, Obispos, Superiores Generales, queridos colegas y compañeros participantes, es un honor y un privilegio dirigirnos a ustedes en este día.
Gracias por permitirnos presentarnos ante ustedes.
Introducción
La crisis internacional de delitos sexuales ha tenido profundas consecuencias negativas en la Iglesia católica. Este es un hecho incuestionable. El precio último de estas consecuencias es imposible de discernir o medir en este momento. Con el tiempo, tanto los historiadores eclesiásticos como los seculares darán sus opiniones que serán evaluadas por las próximas generaciones. Sin embargo, nosotros, como Iglesia –mucha gente en general en todo el mundo— estamos viviendo actualmente los efectos de la crisis, y por tanto podemos brindar algún testimonio y análisis sobre el tema.
La tarea de intentar valorar el daño causado a la Iglesia por la crisis es ciertamente desalentadora, y puede parecer una meta inalcanzable. No puede ponérsele precio a ningún alma. No hay valoración que pueda hacerse a las miles de víctimas cuyas vidas cambiaron para siempre. No puede ponerse un precio a aquellas pobres víctimas que se quitaron la vida por la desesperación. No hay análisis de costes que pueda proporcionarnos el verdadero sentido de lo que le cuesta a la Santa Madre Iglesia, que sigue sufriendo pérdidas todos los días mientras se desarrolla la crisis alrededor del mundo. San Pablo nos enseña que «…Nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo». (Romanos 12,5), y si uno de nosotros sufre, todos sufrimos. Estamos aquí reunidos por esa sola razón. Para escuchar con claridad el sufrimiento de otros, y, juntos, seguimos compartiendo y enseñándonos los unos a los otros a ofrecer sanación y reconciliación. No estamos aquí para calcular nuestras pérdidas, más bien, nos reunimos para valorar las ganancias. Por paradójico que parezca, nos basamos en el poder de Dios y su gracia operante para ver que no todo está perdido. Hemos visto, por medio de esta horrible crisis, el poder sanador de Dios de maneras que nunca creímos posibles. Más específicamente, mucho bien ha venido de las medidas coordinadas de líderes activos en la construcción de comunidades más seguras para niños y adultos vulnerables. Sea como fuere, nunca podremos olvidar las pérdidas. Nos consolamos de nuevo con las palabras de san Pablo: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia» (Filipenses 1,21). Nada es más importante aquí que el amor de Cristo por su esposa, que es la Iglesia.
Sin embargo, es posible desglosar el problema en sus elementos constitutivos que son más fáciles de analizar y resumir. Ese es el propósito de esta presentación.

 

Preám bu lo
Antes de proceder con nuestro análisis, es necesario disipar cualquier equívoco que pueda haber, asociado con uno o más de los varios mitos nacidos de la crisis. Estos incluyen: 1) la crisis es un problema de Estados Unidos, 2) la crisis ha sido exagerada por los medios de comunicación ateos, que son antagónicos a las personas o instituciones de fe, y 3) la crisis ha sido instigada por abogados avariciosos cuyo único objetivo es hacerse ricos y 4) la orientación homosexual es causa de que los hombres sean delincuentes sexuales. [Nota Bene: los delitos sexuales, no tienen que ver con la orientación sexual. El corolario lógico de la proposición de que la orientación homosexual hace que los hombres abusen sexualmente de otros hombres, es que la orientación heterosexual hace que los hombres abusen sexualmente de las mujeres. La realidad es que ni la orientación homosexual ni la heterosexual son un factor de riesgo, sino más bien, la orientación sexual desordenada o confusa es un factor de riesgo.]1
Para ser justos, debemos señalar que hay, en efecto, elementos de verdad en relación con cada una de las proposiciones anteriores; pero ninguna por sí sola, ni todas ellas combinadas, pueden explicar y describir por completo la crisis.
Teniendo en cuenta nuestra tradición teológica sobre la comprensión del pecado y la gracia, entendemos también la crisis como un fallo de la naturaleza humana y la realidad siempre presente del pecado y la tentación. Las consecuencias negativas de la crisis que la Iglesia ha sufrido han sido afectadas, sin duda, por los cuatro mitos previamente identificados, pero no están en el centro de la misma.
Costes de la crisis en general
Las categorías de costes que la crisis ha generado para la Iglesia son:

  • Pérdidas financieras que afectan a la misión permanente de la Iglesia
  • La victimización de miles de personas
  • La angustia emocional causada a los familiares o seres queridos de las víctimas
  • La sombra del escándalo y su efecto de carga para los buenos sacerdotes, religiosos y ministros laicos
  • Distanciamiento de los laicos

1Terry K, Smith M, Schuth K, Kelly R, et al. The Causes and Context of Sexual Abuse of Minors by Catholic Priests in the United States, 1950-2010, John Jay College of Criminal Justice of the City University of New York, 38, 62, 63, 64, 74, 100, 102, 119

 

  • · Salida de personas de la Iglesia – o pérdida de la fe – fruto de la desilusión
  • Disminución de la autoridad moral de la Iglesia, de su enseñanza y de su vida sacramental
  • Daños en última instancia a la misión del Evangelio. Examinaremos cada una de estas categorías, en orden. Costes financieros

Comenzamos nuestro análisis con este elemento, reconociendo que no es el más importante, sino más bien, el menos importante de todos los indicados. Es, sin embargo, de importancia, aunque ninguna suma de dinero pueda compararse con la pérdida de la inocencia de niños y adultos vulnerables. Por favor, que quede claro que nada se compara con las pérdidas que hemos experimentado a través de la victimización de niños y adultos vulnerables.
Los costes financieros pueden dividirse en costes directos, costes indirectos y costes de oportunidad.
Los costes directos son aquellos que pueden ser identificados específicamente con una determinada actividad, proyecto, servicio, operación o empresa. En el contexto de la crisis, esto incluiría: El costo del arreglo al que se llegó en la demanda, los gastos legales y litigios, costes de asesoramiento y terapia para individuos específicos, costes de orientación, terapia y seguimiento de los agresores que no han sido encarcelados, y los costes de los trabajos para desarrollar, implementar y supervisar ambientes más seguros.
Los costes indirectos incluyen aquello que con frecuencia se describe como «gastos generales», pero en el contexto de la crisis incluirían: el costo de los esfuerzos para llevar a cabo tareas como la investigación de los archivos personales de los sacerdotes para obtener pruebas de antiguas acusaciones y su manejo en el momento actual, el costo para producir copias permanentes o crear registros informáticos de tales trabajos para su revisión por personal eclesiástico, abogados de la Iglesia u otro tipo de asesores de la Iglesia; el costo incrementado de las primas de seguros que impone una diócesis o instituto religioso; el coste de la reducción de las contribuciones y del apoyo de un laicado descontento o de fundaciones que estarían normalmente inclinadas a ayudar a la Iglesia, y el coste de «daño a la reputación», que se hace evidente a través del abandono de la Iglesia por parte de muchos laicos para unirse a una confesión protestante.
Antes de abordar los costes de oportunidad, es ilustrador tratar de estimar el costo financiero internacional de la crisis de la Iglesia.
Para empezar, tenemos que aceptar que este costo es desconocido y no se conocerá nunca por completo. ¿Por qué?, pueden ustedes preguntarse. Usando la experiencia de la Iglesia de EE.UU. como un ejemplo, el estudio del “John Jay College of Criminal Justice”
titulado La naturaleza y el alcance del abuso sexual de menores por sacerdotes católicos y diáconos en los Estados Unidos 1950-2002 (que fue lanzado en febrero de 2004), identificó en las encuestas entregadas por diócesis e institutos religiosos 472 millones de dólares reportados. Sin embargo, la cantidad real es mucho mayor actualmente, por las siguientes razones:
1)        El estudio únicamente abordó los costes asociados con delitos perpetrados por sacerdotes y diáconos, pero se han realizado importantes acuerdos económicos en relación a delitos cometidos por profesores, entrenadores, preparadores físicos, agentes de pastoral juvenil, directores de coro, etc.
2)        El índice de respuesta diocesana para el estudio fue muy superior a la de los institutos religiosos, aunque estos han tenido arreglos finales por delitos sexuales mucho más costosos.
3)        En los Estados Unidos, se han realizado arreglos finales que suman al menos 1,8 billones de dólares, después del período analizado por los investigadores de John Jay.
4)        Los investigadores estipulan que no estaba claro qué porcentaje de todos los casos concretos se registró en las cifras presentadas con las encuestas.
5)        Por lo menos algunas diócesis habían realizado muchos acuerdos de manera confidencial a través de los años, cuyo valor total nunca se sabrá.
6)        Algunos acuerdos exigían terapia continua y servicios de apoyo a las víctimas, cuyo costo final no se puede determinar.
7)        En ninguna caso las compañías de seguros reembolsaron siquiera una cantidad aproximada al valor total de los arreglos finales.
8)        Si bien la incidencia y la tasa de nuevas demandas se ha reducido enormemente, con todo, hay nuevas demandas cada año.
Nada de lo anterior refleja de ninguna manera la situación fuera de los Estados Unidos, los costos internacionales relacionados con las investigaciones en curso, y en algunos casos, los litigios en curso, en varias naciones africanas, Australia, Austria, Bélgica, Brasil, Canadá, Chile, Alemania, India, Irlanda, los Países Bajos, Filipinas y Suiza.
Probablemente sea razonable estimar que hasta el momento la Iglesia a nivel internacional ha tenido que pagar, de su propio bolsillo, una cantidad muy por encima de los dos mil millones de dólares.
Ahora vamos a hablar del coste de oportunidad. El coste de oportunidad es el importe de cualquier actividad medida en términos del valor de las actividades alternativas a las que se ha renunciado. Se ha renunciado a estas actividades alternativas precisamente porque los recursos disponibles de dinero, tiempo y trabajo humano son finitos y no renovables y ya se han disminuido o agotado totalmente en la búsqueda de alguna otra iniciativa o
actividad. En consecuencia, las oportunidades asociadas con estas alternativas están perdidas para siempre o por lo menos indefinidamente pospuestas.
El coste de oportunidad es dinero perdido para siempre. Por ejemplo, usando nuestro cálculo de dos billones de dólares (1, 451, 235, 407 euros) o más, como un medio para evaluar el coste de oportunidad, tendríamos que hacernos preguntas como: ¿Cuántos hospitales, seminarios, escuelas, iglesias, centros de acogida para mujeres y niños maltratados, comedores, clínicas médicas y dentales, etc., podríamos haber construido con esta cantidad de dinero? ¿Cuántas organizaciones católicas de caridad o programas de servicio social y voluntariado podríamos haber financiado? ¿Cuántos nuevos empleados, urgentemente necesitados, podríamos haber contratado? En cambio, no construimos, no financiamos, y no contratamos.
El coste de oportunidad es también tiempo perdido para siempre. Por ejemplo, los litigios relacionados con la crisis de abuso sexual no solo son costosos en términos del precio de los servicios prestados a la Iglesia por sus abogados, gestores de riesgo, asesores financieros, etc., sino también en relación con la inmensa cantidad de tiempo -tiempo empleado por el clero, religiosos y ministros laicos- dedicado a responder a estas demandas. Responder a los interrogatorios, la participación en las declaraciones; reunirse con los abogados para discutir y determinar las estrategias de conciliación o del juicio, ser llamados como testigos a juicio, lo cual es extremadamente lento. Imagínense la enorme cantidad de tiempo utilizada que se ha perdido para siempre y que podría haber sido empleada en la misión.
Por último, el coste de oportunidad es esfuerzo perdido para siempre. Tengan en cuenta el talento pastoral y los esfuerzos que se han desviado y distraído por la crisis de abusos sexuales. Los obispos comprometidos en conferencias de prensa y reuniones con los medios de comunicación, asesores legales y financieros; las horas de esfuerzo de los sacerdotes, religiosos, ministros laicos y fieles laicos invertidos en la capacitación y educación para la prevención del abuso infantil y otras formas de abuso sexual. Voceros de la Iglesia, incluyendo no solo directores de comunicación, sino también obispos, sacerdotes, religiosos e incluso el Santo Padre, gastando tiempo en responder a las consultas o implicados en entrevistas con la prensa. Además, no podemos pasar por alto los esfuerzos de los fieles laicos católicos hombres y mujeres que intentan defender a la Iglesia y sus acciones en respuesta a la crisis, cuando se enfrentan a críticos, escépticos o simplemente a gente que busca genuinamente la verdad y una explicación razonable. Todos estos esfuerzos podrían haber sido invertidos en actividades pastorales, de beneficencia o de devoción, sin embargo han sido absorbidos por los asuntos relacionados con los abusos sexuales.
La triste realidad es que hay una enorme cantidad de bien que podríamos estar haciendo ahora -y en los próximos años- que nunca se hará debido al dinero, tiempo y esfuerzo que ya se han gastado, y continúan gastándose, para afrontar la crisis de abusos sexuales.
Victi mización
«… Bienaventurados los que ahora lloran, porque reirán» (Lucas 6, 21)
A lo largo del Nuevo Testamento, con sus palabras y ejemplo, Jesús insiste en el cuidado de los necesitados, sea cual sea el origen o naturaleza de su aflicción.
Es una abominación que la Iglesia, -a través de las acciones de algunos de sus miembros más admirados y en los que más se confía-, causara de hecho miles de víctimas. Solo en los Estados Unidos, el estudio John Jay «Naturaleza y alcance…» identificó 10.667 denuncias de víctimas hechas en el período de 1950 a 2002, cuyo número aumentó a 15.235 según datos obtenidos hasta el 2009. Un fenómeno bien conocido y aceptado es que muchas de las víctimas de agresión sexual nunca informan sobre el abuso sufrido. Algunos observadores estiman que puede haber hasta 100.000 víctimas en total en los Estados Unidos. Solo recientemente hemos comenzado a reunir datos del tema de abuso sexual en diversas culturas fuera de Norteamérica y Europa.
Las víctimas de abuso sexual no pueden simplemente «pasar de ello y superarlo». La recuperación definitiva de la víctima se ve afectada e influenciada por una serie de factores, comprendiendo: 1) la naturaleza específica del delito, 2) la frecuencia y duración de la infracción, 3) el nivel de confianza existente en la relación entre la víctima y el delincuente, y por lo tanto, la extensión y el grado de traición experimentado, y 4) el medio ambiente del delito; 5) la resistencia innata de la víctima, y 6) la existencia, o no, de una persona afectuosa y de confianza para confortar y ayudar a la víctima.
Las víctimas suelen presentar secuelas del abuso en siete categorías distintas, pero que se superponen: reacciones emocionales; trastorno de estrés postraumático (TEPT); auto­percepción; efectos físicos y biomédicos; efectos sexuales; efectos interpersonales; e interacción social.
Los síntomas físicos experimentados por las víctimas de abuso sexual infantil son:

  • Dolor pélvico crónico
  • Trastornos gastrointestinales
  • Molestias musculoesqueléticas
  • Obesidad y trastornos alimentarios
  • Insomnio y trastornos del sueño
  • Pseudociesis (síntomas de embarazo sin un embarazo real)
  • Disfunción sexual
  • Asma y otras enfermedades respiratorias
  • Adicciones y abuso de sustancias
  • Dolor de cabeza crónico
  • Dolor de espalda crónico

 

Los síntomas psicológicos y del comportamiento experimentados por víctimas de abuso sexual infantil son:

  • Depresión y ansiedad
  • Trastorno por estrés postraumático (TEPT)
  • Estados disociativos (personalidad múltiple y esquizofrenia)
  • Autolesión repetitiva
  • Suicidio
  • Comportamientos sexuales compulsivos
  • Disfunción sexual
  • Trastornos de somatización (manifestaciones físicas de los estados mentales anormales)
  • Trastornos alimenticios
  • Poca adherencia a las recomendaciones médicas
  • Intolerancia a la intimidad o búsqueda constante de ella.
  • La expectativa de una muerte prematura
  • Incapacidad para confiar
  • Conductas inapropiadas (mentir, robar, huir, etc.)
  • Incapacidad para mantener el empleo

Incluso víctimas que «se han recuperado», están a veces perseguidas por la experiencia de lo que tuvieron que soportar (mecanismos de memoria).
El Obispo Blasé Cupich lo ha dicho muy bien en su artículo Doce cosas que los obispos han aprendido de la crisis de abuso sexual del clero: «La lesión de las víctimas es más profunda de lo que ellas mismas pueden imaginar. El abuso sexual de menores es aplastante, precisamente porque llega en un momento de sus vidas en que son tiernas, vulnerables, entusiastas, con esperanza para el futuro, y con ganas de amistades basadas en la confianza y la lealtad.»

Es también un mito el que haya una gran proporción de denuncias inventadas, hechas por personas que buscan usar a la Iglesia como una «mina de oro.» Los investigadores

 

coinciden en que la mayoría de las denuncias hechas por los niños son informes válidos y que los argumentos de los adultos que presentan las acusaciones mucho después, deben pasar por minuciosas revisiones de la junta diocesana, por las investigaciones de la compañía de seguros, además de los exámenes médicos, declaraciones legales, etc.
Nosotros «nos alegramos en la esperanza» (Romanos 12,12) cada vez que encontramos víctimas que han logrado sobrevivir y, finalmente, dar fruto en nuestra Iglesia. De hecho, muchos se han curado a través de los miles de programas que se llevan a cabo en todo el mundo para ayudar a aquellos que han sido abusados. Esto es lo que pedimos para cada víctima: que no queden encadenadas a su victimización, sino que lleguen a ser lo mejor que pueden ser, miembros aceptados, fortalecidos y apoyados de nuestras comunidades.
Trauma familiar
Las familias también son víctimas del abuso sexual infantil.
A menudo se encuentran Inicialmente en estado de choque emocional, confusos en cuanto a si la información que han recibido es creíble y totalmente confiable o solo en parte. Esto es particularmente cierto cuando el presunto delincuente es una persona admirada y de confianza. A veces las familias realmente harán mayor el dolor de la víctima, ya que creen o sospechan que esta de alguna manera incitó al delito o cooperó con él, ya que disfrutó de ello.
Algunos miembros de la familia se alejan del ser querido que ha hecho la denuncia cuando el presunto delincuente es una persona muy querida por la familia y con quien tienen una estrecha relación -como suele ser el caso-. Esto puede ocurrir incluso cuando creen que la acusación es verdadera.
Los padres a menudo entran en pánico, buscando desesperadamente algún modo en el que pueda ser devuelta a su hijo o hija victimizado la inocencia que tenía antes del delito.
Otras reacciones emocionales comunes de los padres y hermanos son la ira, sobre todo cuando creen que el delito podría o debería haber sido evitado; el dolor, al ir tomando consciencia gradualmente de que su hijo ha sido gravemente herido y de alguna manera alterado para siempre; y en algunos casos, depresión, especialmente si creen que no han protegido adecuadamente a su ser querido.
Por todas estas razones, es imperativo que la Iglesia haga llegar a los padres y hermanos de las víctimas compasión, comprensión, paciencia, disculpa, sin juzgar, y ofreciendo la ayuda profesional necesaria.

 

Miles de buenos sacerdotes, religiosos y ministros laicos han sido desprestigiados por el escándalo de abusos sexuales. A menudo deben hacer frente a la desconfianza, la resistencia, la sospecha e incluso la ridiculización de las personas con las que interactúan, porque han sido «pasados por el mismo tubo» que caracteriza el comportamiento atroz de los abusadores eclesiásticos.
Además de sus ministerios normales, tienen que mediar en los conflictos en sus parroquias, causados por la percepción de los feligreses sobre el escándalo y la forma en que debe -o debería haber sido- manejado.
Según Gregory Erlandson y Matthew Bunson, en una entrevista de ZENIT del 7 de julio de 2010 sobre su libro El Papa Benedicto XVI y la crisis de los abusos sexuales: Trabajando para la reforma y la renovación: «La inmensa mayoría de sacerdotes son dedicados y fieles a sus compromisos, sin embargo, también han visto su reputación mermada y han sentido la desconfianza de los extraños… Las relaciones de los sacerdotes con su obispo también han sido dañadas. No es infrecuente que los sacerdotes sientan que, mientras falta muy poco para que se destruya su reputación por completo, sus obispos no se hacen responsables e incluso los han convertido en chivos expiatorios de grandes problemas institucionales.»
La Junta de Revisión Nacional para la Protección de Niños y Jóvenes de la Iglesia de Estados Unidos, reiteró este tema en su informe de diciembre de 2007 en el que señala que: «otra serie de asuntos tiene que ver con la relación de la Iglesia con sus sacerdotes, que en su gran mayoría no están involucrados en los escándalos, pero muchos de los cuales se sienten alejados tanto de los obispos como de los laicos».
Este fenómeno general lleva a la depresión, ansiedad y agotamiento de buenos sacerdotes, religiosos y ministros laicos.
Alejamiento de los Laicos
El Obispo Blasé Cupich nos vuelve a ofrecer información valiosa en dos de sus comentarios en Doce cosas que los obispos han aprendido de la crisis de abusos sexuales del clero: «Los católicos han sido heridos por los fallos morales de algunos sacerdotes, pero han sido aún más lastimados por los obispos que no han puesto a los niños como prioridad, y se han enojado ante ello. La gente esperaba que los líderes religiosos, sobre todo, fuesen los primeros en oponerse fuertemente al mal, como es el caso del daño hecho a niños y jóvenes por el abuso sexual. El consejo de los laicos, especialmente de los padres, es indispensable en un asunto que afecta tan profundamente a las familias. Nuestra capacidad para responder al abuso sexual de los jóvenes se ha visto reforzada por la visión que los padres nos han compartido en cuanto a cómo hacerlo con eficacia».

Estos comentarios se deben colocar en el contexto de la reacción muy natural de la mayoría de los católicos de EE.UU. ante las revelaciones de abusos que estallaron en

 
2002. El laicado mismo estalló en ese momento -y hasta cierto punto lo sigue haciendo– con fuertes sentimientos de traición, desilusión y desconfianza.
Además, muchos creyentes se sienten avergonzados, impotentes y abrumados al enfrentarse con las percepciones negativas, la crítica y el cinismo con respecto a la Iglesia, manifestado por sus familiares, amigos, vecinos u otros observadores.
Es importante destacar que para los católicos que viven esto en los Estados Unidos, una ayuda para a resolver el problema fue en gran medida el comprometerse en el trabajo eclesial para crear entornos seguros así como realizar labores de asistencia a las víctimas. Su enorme muestra de atención y entrega fue otro ejemplo de la esperanza que «florece eternamente» en medio de la maldad en nuestro mundo. Un incontable número de niños y adultos vulnerables están a salvo de los tormentos del abuso gracias a los esfuerzos coordinados de los miembros de la Iglesia que se ofrecieron para recrear ambientes y programas seguros.
Hay que decir que algunos ven esto como un compromiso personal para manejar una situación que muchos líderes de la Iglesia manejaron mal.
Reacciones de católicos profundamente heridos
Si bien la misión de la Iglesia en este mundo es servir como faro que orienta a la salvación por medio de Cristo, la confusión, la desilusión, la decepción y la ira derivada de la crisis de abusos sexuales a menudo ha tenido trágicamente el efecto contrario en aquellos a los que si rve.
Conozco personalmente a personas que dejaron la Iglesia y se unieron a otras confesiones, o peor aún, han abandonado su fe por completo. Mientras que, esperanzados, confiamos en la acción misteriosa de la gracia de Dios que seguirá actuando en aquellos que han abandonado la Iglesia debido a esta crisis, queda el hecho de una terrible falta de responsabilidad por parte de sacerdotes y líderes de la Iglesia; queda también el fallo de la Iglesia en su misión de reconciliar y ser instrumento de realización de la llamada común a la santidad de todo ser humano, una vida en Dios por medio de Jesucristo.
Me permito recordar a estas personas que se han marchado, que el Catecismo de la Iglesia católica nos enseña que «Mientras que Cristo, santo, inocente, sin mancha, no conoció el pecado, sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo, la Iglesia abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación y busca sin cesar la conversión y la renovación” (LG 8) “Todos los miembros de la Iglesia, incluso sus ministros, deben reconocerse pecadores. En todos, la cizaña del pecado todavía se encuentra mezclada con la buena semilla del Evangelio hasta el fin de los tiempos.” (CEC 827) Sin embargo, para algunos, la herida y el dolor de la traición son demasiado profundos y el abismo entre ellos y la Iglesia es demasiado grande para que escuchen el mensaje.
Autoridad moral disminuida, enseñanza, y vida sacramental
«Pero no seguirán a un extraño, huirán de él, porque no reconocen la voz de los extraños» (Juan 10,5).
Ustedes, sin duda, reconocen este pasaje de la parábola del Buen Pastor. Aunque Jesús estaba hablando de los fariseos, el lenguaje de la parábola describe muy bien el daño que la crisis ha hecho sobre el ejercicio de la autoridad moral de la Iglesia, su Magisterio, y su función santificadora.
Muchos en la Iglesia encuentran inexplicable e inaceptable que la fuente de liderazgo moral, educación doctrinal y ejemplo de santificación haya podido llegar tan lejos por el mal camino, en tantos lugares diferentes, implicando a tan diversas personas, por tanto tiempo. Algunos cuestionan la afirmación de que “El obispo y los presbíteros santifican la Iglesia con su oración y su trabajo, por medio del ministerio de la palabra y de los sacramentos. La santifican con su ejemplo, “no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey” (1P 5, 3)” (CEC 893). Fuera de la Iglesia, los observadores más agudos son frecuentemente muy críticos con la Iglesia, mientras que los menos racionales hacen de la Iglesia blanco del ridículo y de la burla con sus publicaciones.
Daños a la misión de Evangelio
«Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.» (Mateo 28, 19-20).
Todas las fuentes de daño que preceden a esta sección, y su naturaleza, suman una terrible carga que pone un obstáculo monumental al camino de la Iglesia en su intento de guardar el mandamiento de Jesús en el cumplimiento de su misión de hacer discípulos de todas las naciones.
El trabajo del Santo Padre y de todos los obispos, sacerdotes, religiosos y ministros laicos se ha hecho más difícil debido a la mala conducta sexual y los escándalos relacionados con ella. La fe de todos los miembros del laicado ha sido probada por la crisis y seguirá siendo así por algún tiempo. El testimonio del amor de Dios hacia todos los bautizados se ha oscurecido y se ha visto comprometido por la magnitud del escándalo. Todos los miembros del Cuerpo de Cristo se enfrentan, como nunca se había dado antes, al escepticismo del mundo.
Conclusión
«Y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mateo 28,20)
Seguimos confiando en que no todo está perdido. La respuesta de la Iglesia estadounidense a la crisis –aunque todavía es un «trabajo en curso»-, puede demostrar mucho éxito y logros muy positivos en el trabajo por erradicar el abuso sexual de niños y adultos vulnerables. Existen protocolos, políticas, procedimientos y programas que se han demostrado valiosos y útiles. Se ha ganado experiencia, a menudo dolorosa, que se puede compartir. Existen modelos de formación «probados y verdaderos», e inmediatamente disponibles como patrones. Ninguna iglesia local tiene que «empezar de cero» o «reinventar la rueda.» Ya tenemos los medios para ayudar a restaurar la Iglesia como la fuerza más reconocida para el bien en el mundo.
La Iglesia tiene la oportunidad única de convertirse en el modelo internacional y líder en la protección de niños, jóvenes y adultos vulnerables.
Esta Iglesia ha sido probada en varias ocasiones a lo largo de los siglos y ha afrontado varias crisis graves, siempre gracias a Jesús, que es su sustento. El trabajo será largo y a veces difícil, pero tiene una meta posible y muy satisfactoria.
¡Oramos para que Dios conceda las más grandes bendiciones a sus esfuerzos; que el Espíritu Santo les ayude a discernir el camino a seguir, y que la gracia que nos ha ganado Cristo continúe dándoles fortaleza y esperanza!
«La paz sea con vosotros» (Lucas 24,36)

Autor: Eduardo Montoro

Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.

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