Por lo que hemos visto la noción moderna de profesionalismo es algo prácticamente nacido con la industrialización, el trabajo se convierte en un bien de cambio y quien puede ofrecer dentro de ciertos parámetros sociales tal bien con un conjunto de garantías de calidad es llamado ‘profesional’ en su área. Por lo que la novedad semántica que introduce el concepto de ‘profesional’ tiene dos aspectos en primer lugar un nivel de excelencia, en segundo tal nivel de excelencia tiene un precio, está mercantilizado y también se rige por las leyes de mercado como un bien intercambiable.
¿Cuál es la novedad respecto de la antigüedad clásica y medieval?¿Acaso no se lucraba con el oficio en esa época? Sí, por supuesto, pero el oficio no era calificable como ‘profesional’ porque no existía una racionalidad ‘medio-fin’, como dice Tanti Fanfani, el oficio era una forma de vida socialmente respetada que estructuraba al individuo como parte de su identidad en un contexto social determinado. Por supuesto que se lucraba con ello, y se vivía de ello, pero esta realidad no era lo que definía principalmente al oficio, sino el reconocimiento social constitutivo de la propia identidad.
‘Officium’ es una contracción de la palabra ‘opificium’ que a su vez es una unión de ‘opus’ y ‘facium’. ‘Opus’ es trabajo y el resultado del trabajo la obra, ‘facium’ viene de ‘facio’ que significa hacer. Por lo que ‘officium’ nos dice el hacer un determinado trabajo y/o obtener un determinado resultado de ese trabajo, la obra.
De ese modo ‘officium’ significa función: ‘officium consulum’ (la función de cónsules); también misión: ‘confecto legationis officio’ (habiendo cumplido su misión de legado); servicio: ‘huic officio praepositus erat Pufius’ (Pufio era el jefe de este servicio).
Sin embargo íntimamente asociado con estas acepciones viene la siguiente de ‘deber’, es decir de obligación moral: ‘officium suum deserere’ (faltar a su deber); ‘omnia officia persequi’ (cumplir escrupulosamente todos sus deberes); ‘primum oratoris officium es dicere ad persuadendum’ (el primer deber del orador es hablar para persuadir).
Finalmente un significado desprendido del primero es el cargo de quien ejerce la función.
Sin embargo es notable la derivación de la primera acepción (función, misión, servicio) a la segunda (deber). Aquí nos queda bien en claro la función definitoria, en la antigüedad clásica, de la identidad del individuo frente a una sociedad, su oficio se convierte en su responsabilidad y, por ende, finalmente en su deber.
Por otro lado si comparamos ‘oficio’ con ‘profesión’, vemos que en la semántica moderna oficio se ha ‘materializado’, ha perdido ese matiz de deber que orgullosamente portaba en la antigüedad clásica. Es más, actualmente hasta tiene un cierto matiz devaluatorio, se habla de oficio, confrontándolo con el profesional, reduciéndolo a una actividad aprendida de modo intuitivo, no sistemático y no reflexivo. El oficio viene a ser en la semántica moderna ese algo que hace quien se gana la vida y no es profesional.
Por su parte la palabra profesional recibe su diferencia específica en la semántica moderna de dos elementos (en su acepción más amplia):
- la calidad del resultado que ofrece el profesional a pacto de una contraprestación
- el lucro propio del contrato de contraprestación
Elementos que van íntimamente unidos y al que en una semántica más restrigida, en una acepción en particular, se le agrega:
- la preparación mediante estudio para poder llevar a cabo la tarea y obtener esos resultados de calidad profesional.
Al cambio semántico moderno en torno a los significados propios del trabajo hay dos elementos de la antigüedad clásica que se han perdido en el camino de la evolución.
En primer lugar la distinción ‘agere-facere’. En la antigüedad latina clásica existían dos verbos para distinguir dos aspectos de toda actuación humana ‘agere’ y ‘facere’.
- Distinción ‘agere’-‘facere’
El ‘facere’ era vehículo semántico de las actividades transeúntes de aquellas que obtienen un resultado determinado y que la calidad de la acción viene medida no en virtud de la acción en sí misma sino de su resultado. Del ‘facere’ viene en español el ‘hacer’ y asume ese aspecto transeúnte de la acción.
Por otra parte el ‘agere’ designaba el aspecto inmanente de la acción, es decir principalmente como la acción modifica al sujeto y no tanto las cosas fuera del sujeto. Del ‘agere’ deriva ‘agente’ y ‘agenciar’ en español pero el verbo en sí, con la misma función y densidad semántica se ha perdido. Tal vez, en algunos aspectos, el ‘obrar’ ha ocupado su lugar. Por ejemplo si decimos ‘obrar bien’ significa algo muy distinto a ‘hacer bien’. ‘Obrar bien’ nos remite directamente a la calidad de la acción, por su parte ‘hacer bien’ es siempre ‘hacer bien algo’, es decir que nos remite al algo sobre el cual se ejecuta la acción y a su resultado.
La conclusión es que estamos insertos en una semántica que es ‘resultadista’, que le importa más lo que se puede medir como consecuencia de la acción que el cambio cualitativo de quien obra.
Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.