Por supuesto del mismo modo que la noción de ‘profesionalización’ es algo nuevo, es algo contemporáneo, también lo es la contraposición dialéctica de esta nueva noción con la ‘vocación’.
Toda esta novedad la introduce la diferencia específica del profesional, el lucro. No porque antes no haya existido, sino porque se convierte en un emergente, algo que antes tenía razón de medio, como dice Tanti Fanfani, adquiere calidad de fin.
Él enuncia dos componentes de la idea de vocación:
- Al primero lo llama “innatismo”, la vocación como una respuesta a un llamado de afuera.
- El segundo es una especie de “altruismo absoluto” según esto “el docente vocacional hace lo que tiene que hacer (educar, enseñar, etc.) sin exigir contraprestación alguna” (p.2)
En cuanto al primer elemento hay una extrapolación respecto del concepto clásico de vocación. La vocación no es una imposición fatalista que viene de afuera en una alteridad totalmente extraña al yo. Muy por el contrario, es una búsqueda interior que por ser búsqueda humana implica un constante proceso de elección en el cual está totalmente implicado el libre arbitrio y lo que se busca no es una ‘orden que viene de afuera’, respecto de la cual yo nada tengo que hacer más que acatarla, sino los fundamentos más íntimos de la propia identidad. Por lo que una vez encontrados se conciben como elementos más inmanentes al yo, que el yo mismo, lo que los psicólogos llamamos el ‘self’, o en español algunos traducen como el ‘sí mismo’ o el ‘se’. Por lo que la vocación puede ser variable, en algún momento evolutivo se puede encontrar que una determinada orientación constituye el fundamento más íntimo de la propia identidad y en otro momento, la sucesión de los hechos, la maduración, una mayor profundidad en el análisis de sí mismo puede hacer ver que la previa dirección asumida fue en base a un conocimiento todavía superficial de sí mismo, al menos en relación a los conocimientos que actualmente una persona pueda tener de sí. ¿Entonces es un proceso totalmente inmanente? ¿Es pura construcción humana sin apertura a la trascendencia? No, definitivamente, es búsqueda de algo dado, de algo que yo no pongo en absoluto sino que está allí como recibido de otro y testimonio de mi finitud. Pero de algo que está dentro mío, y que por ser ‘búsqueda’, es decir actividad, necesita de mil maneras distintas de mi total involucramiento, y cada uno de los pasos implica elección de mi libre arbitrio, por lo que es lo totalmente contrario al fatalismo de alguien que llama de afuera y no me queda más que obedecer.
El segundo elemento es un altruismo estereotipado que roza lo ridículo como elemento de la vocación que es totalmente extraño a la antigüedad clásica, periodo al cual se atribuye esa noción de vocación. Puede verse en toda la antigüedad pagana, cristiana y judía que a quienes estaban en relación con la religión, trabajo vocacional por excelencia, les era reconocido el derecho de recibir un estipendio del pueblo al cual servían por medio de esta dedicación vocacional.
¿De dónde sale este altruismo que describe Tanti Fanfani? No es un concepto clásico, ciertamente, este tipo de altruismo es un invento totalmente moderno de origen evidentemente kantiano.
Comencemos por la palabra ‘altruismo’ la cual aparece en el DRAE por primera vez en el 1914, decimocuarta edición, invento contemporáneo si los hay, viene del francés ‘altruisme’ es una creación de Augusto Comte en su intento de crear una religión positiva asume los principios kantianos del desinterés absoluto. Tanti Fanfani parece ser víctima de esa semántica y la atribuye como si fuese un elemento constitutivo de la noción clásica de vocación, nada más errado. En la antigüedad clásica el altruismo no existía, el bien del otro se buscaba por un acto de ‘caridad’, que significa al mismo tiempo ‘carestía’ (‘caritas rei frumentariae’, carestía del trigo, Cicerón) y ‘amor’ (‘caritas quae est inter natos et parentes’, amor que existe entre padres e hijos, Cicerón; ‘caritate patriae’ por amor a la patria, Cicerón). La caritas latina algunos autores la hacen derivar del verbo ‘careo’ que significa ‘carecer’ y otros del adjetivo ‘carus’ que significa caro, costoso, de mucho precio; querido, amado, estimado. Seguramente ambos autores tienen razón, la acepción de ‘cáritas’ como carestía proviene directamente del verbo ‘careo’ y la acepción de ‘cáritas’ como amor proviene del adjetivo ‘carus’. Sin embargo el origen de la palabra caridad como carestía y amor es más que sugestivo porque son conceptos que se forjan a partir de una misma realidad que es la tensión por el bien, o más precisamente por los bienes necesarios para la subsistencia de la naturaleza humana. En cuanto esta tensión por los bienes no se ve satisfecha genera ‘carestía’, la carestía de algo hace que ese objeto se vuelva más apreciado (carus), y la cosa más apreciada de todas y difícil de encontrar, que es objeto de una carestía social, es el amor (caritas).
Lo cual nos deja patente que la ‘caritas’ clásica se funda en una necesidad tanto social como personal lo cual la deja en las antípodas del ‘altruismo’ moderno neokantiano que comporta el desinterés absoluto. La caritas latina nace de una necesidad humana de algo realmente escaso, de lo cual en todas las generaciones hay carestía, y que, justamente, esa carestía la convierte en el bien más preciado en la antigüedad clásica, eso es el amor, basta dar como ejemplo el Banquete de Platón[1].
Por otro lado es interesante el nacimiento de la noción las palabras carestía y aprecio que dan contenido y origen a la ‘caritas’ nacen en un contexto de eminente intercambio social de valoración del bien perseguido. Por su lado el altruismo nace de una consideración solipsista del yo frente a los otros, de origen kantiano, que Comte lleva a su máxima expresión y que se traduce en términos morales en algo así como lo únicamente bueno es lo que atiende al desinterés absoluto por sí mismo en favor del interés del otro.
Por lo que si el llamado vocacional es entendido según la semántica moderna la solución es imposible, la dialéctica vocación versus profesión se mantiene como dos polos irreconciliables. Desde una perspectiva clásica es posible la integración de ambas cosas. Iluminada dicha integración por la psicología moderna de las motivaciones de Maslow que muestra y diferencia la vocación del orden jerárquico de motivaciones y urgencias a las que la persona debe atender en un momento existencial determinado en el tiempo, aún teniendo muy en claro su vocación, pero sin desatender lo circunstancialmente prioritario en una determinada situación.
Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.
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