Un comentarista anónimo puso en la página de Theseus, que hace días lucha laboriosa y casi infructuosamente con el tema de la verdad, un comentario mordaz y corrosivo:
que tiempos estos. ahora hasta los tomistas son «moderadamente escépticos» ¿no será que nunca estuvieron seguros de nada? ¿no será que su seguridad es solo la forma de ocultar su cobardía?
A decir verdad a mí también me llamó la atención la frase del amigo Theseus en la que se define como “moderadamente escéptico”. En general el término escéptico tiene una carga negativa y me quedé preguntando si se puede ser “moderado” en ese plano. Como hago siempre que investigo algo, comienzo por la palabra y menuda sorpresa, escéptico viene del griego σκεπτικός que significa pensativo, reflexivo, según el Liddel-Scott, non plus ultra de los diccionarios griegos.
Sin embargo, no conforme con la primera respuesta del diccionario decidí investigar los morfemas que componen la palabra σκεπ y τικός.
Tikós es un sufijo griego bastante frecuente en nuestra lengua (problemá-tico, emblemá-tico, aritmé-tica, etc.) que significa perteneciente a, relativo a, en relación con.
Lo más interesante lo encontré en el morfema σκεπ que transmite el significado de escudo a los sustantivos y escudarse, asegurarse o procurarse seguridad en los verbos. En definitiva σκεπ transmite al término que conforma la idea del “escudarse”. Por lo que σκεπτικός, etimológicamente significa: lo perteneciente o relativo al usar algo como escudo. El escéptico, entonces, es quien se escuda y se protege de algo que lo amenaza. ¿Qué amenaza al escéptico? El error. He conocido en mi vida más de un personaje, muy tomista, pero muy escéptico que terminan encerrándose en la “creencia”, en el sentido de Ortega, como primer movimiento pre-racional, de que en definitiva no es posible conocer nada. Son tipos muy golpeados, muy desilusionados y muy maltratados por el error, alguna vez estuvieron convencidos de algo y pasaron al contrario, sin solución de continuidad, sin una metateoría que explicase tal salto e integrase orgánicamente los diversos estadios existenciales de su vida. Entonces lógicamente se volvieron, para protegerse del dolor, escépticos. “No se puede conocer nada y listo” les hizo decir su desequilibrada ansia de poder aferrarse a algo. Así entendido, desde el punto de vista de la creencia, el escepticismo es nada más que una fórmula que otorga seguridades, exactamente lo mismo que el así llamado dogmatismo filosófico. Una serie de principios promulgados analíticamente, en base a los cuales se puede construir una catedral sistemática, pero que no se pueden revisar. Son así y punto y niegan por la misma naturaleza del estatuto solipsista de quien los ha promulgado la posibilidad de “otras” verdades y de otros sistemas. De este modo escepticismo y dogmatismo se dan la mano, se abrazan y son exactamente lo mismo: el aferrarse desesperado a algo que otorga seguridad.
Éste es lo que yo llamaría el “mal escéptico” (mal entendido como adjetivo, no como sustantivo), y en este sentido, amigo Theseus, usted no es un “escéptico moderado”, simplemente porque no hay modo moderado de invertir la tensión de la búsqueda de la verdad. O la búsqueda de la verdad prima y emerge sobre lo demás o se subordina a nuestra necesidad pre-racional de conseguir un escudo que nos proteja del doloroso error.
Sin embargo, así como hay un “mal escéptico” la lengua griega, quintaesencia maravillosa de las lenguas, me hizo descubrir que existe también un “buen escéptico”. Entre los sinónimos de σκεπτικός, el Liddel-Scott ofrece uno que me llamó la atención y es la palabra ἐφεκτικός que tiene como primera acepción la capacidad de controlar, chequear (able to check) o de detenerse o parar (able to stop). Como segunda acepción se refiere ya a un uso técnico “la práctica de suspender el juicio de los escépticos”. Finalmente, como último significado trae el de calificativo inmóvil, por ejemplo lugar inmóvil (ἐφεκτικός τόπος).
Ahora sí, me dije, esta sí es una parte sana de la actividad de la elaboración de una idea, de un pensamiento o, finalmente, de una ciencia. El buen escéptico, que ya no lo llamaría escéptico, simplemente porque no tiene nada que ver con el personaje anterior y que se lo podría llamar según la transliteración española del vocablo griego: “eféctico”.
El buen escéptico, digamos entonces para no obligar a nadie a un neologismo, es el que puede detenerse y que puede controlar. ¿Qué cosa? Si las condiciones están dadas para emitir un juicio que se ajuste a la verdad o no. El buen escéptico no subvierte el primado de la búsqueda de la verdad y lo convierte en búsqueda de la seguridad, simplemente suspende el juicio, continúa investigando hasta que encuentra las condiciones necesarias para afirmar algo. El buen escéptico puede controlar o chequear lo que va a decir, es decir que va para atrás, puede salirse y mirar de afuera su propia situación, todos los elementos que la componen, y viéndose en tal situación llega a la conclusión que es adecuado afirmar algo, y si no encuentra tal adecuación, para, suspende el juicio, pero no en una quietud paralizante, sino sumido en la misma dinámica de quien investiga, de quien todavía no encuentra lo verdaderamente fundante de lo que busca.
El buen escéptico no afirma jamás que nada puede conocerse, dice, muy por el contrario “sólo sé que no sé nada”. Jamás atribuye metafísicamente a la totalidad de la realidad de sujeto-objeto la imposibilidad de contacto legítimo. Muy por el contrario, sólo afirma de sí mismo que no sabe nada porque encuentra que lo poco que sabe es infinitamente poco en relación al TODO. Su “sólo sé que no sé nada” es una mera declaración de los límites del propio conocimiento, los cuales encuentra, reconoce y define. No los borra, como el mal escéptico, negando la posibilidad de todo conocimiento. Ni los borra como el dogmático o el racionalista con la soberbia pretensión de que no existen, de que pueden correrse hasta el infinito. No, el buen escéptico, conoce ajustadamente los límites de su conocimiento.
El buen escéptico es principalmente apofático, pero no es un apofático absoluto como el mal escéptico, es un apofático de fórmulas, sabe que, como dice Lacan, las palabras se crearon en ausencia de las cosas y esa ausencia está íntimamente inscrita en ellas. Sabe que el lenguaje, en su intercambio racional y cultural, en su estatuto metafísico es principalmente negativo. Una palabra, en cuanto dicha en un lenguaje y usada en un argumento, dice mucho más de sí negativamente en relación a las otras palabras que positivamente en relación a la cosa significada. Pero no renuncia (como lo hace el mal escéptico) al primer contacto significativo e inexpresable con la cosa, porque sabe que ese es el fundamento de toda verdad, aunque sea intrínsecamente inenarrable por ser pura experiencia, puro tocar, pura acción y pasión. Tampoco es un catafático absoluto como lo es un dogmático o un racionalista con más confianza en la propia creación racional que en el mismo fundamento que la hizo posible.
No mi estimado Theseus, usted no es un “escéptico moderado”, eso no es posible, usted es, por lo que le he leído hasta ahora, un eféctico, un “buen escéptico”.
Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.
Esperé hasta desocuparme totalmente, encender mi pipa, y sentarme delante del monitor para re-leer, detenidamente, su post. Y pensar los términos, las expresiones, y el trasunto de su investigación. Del signo verbal a la cosa, de la nomenclatura intencional del verbo hasta el despojo absoluto de la realidad objetiva que ha intentado develarnos.
De una gran profundidad. Y vaya si lo es.
Me recordó al terrible Husserl, a su epoké contemplativa. Al criterioso Anselmo, y su diatriba, munida del «Dice el necio en su corazón: non est Deus».
Hay verdad. Por la simple razón de que las cosas son, chocando nuestra ñata y empañando el cristal de nuestro ser con su respiro vital.
¡Son! Y basta.
Muchas gracias Psique.
Da verdadero gusto encontrar y leer cosas como esta. No sólo por el contenido sino, especialmente, por el modo. Por encontrar gente que muestra sin miedos el camino recorrido. Como los grandes.
Gracias y mis más sinceros respetos.
Natalio
Ay, Theseus, ¡qué pena que el aroma de la pipa no pueda atravesar la virtualidad!
Excelente categorización. El mal escéptico en definitiva, es un dogmático despechado.
En el mismo tren de análisis, hablaría de «buenos ateos»: los que no creen en los dioses concebidos o abarcables por la mente humana, los que no se niegan a la necesaria apófasis. ¿O acaso los primeros cristianos no eran llamados, precisamente, ateos?
¡Un dogmático despechado! ja ja, me hizo reír su definición, yo no lo habría dicho mejor. Es sorprendente el hecho que para «completar» el panorama de toda la realidad del hombre y de su contacto con las cosas mismas, no basten las categorías estáticas de la inteligencia y tengamos que usar las categorías dinámicas, a saber el despecho, propias de la voluntad. Muy sintomático realmente…
Y sí, quien hace una buena apófasis se desprende casi de absolutamente todo… hasta el punto que es casi ateo…
Como dice Aristóteles, es propio del hombre sabio no exigir más certeza de la que la naturaleza de la cosa puede ofrecer.
Un «orden de certezas» subvertido es tan malo como no tener certeza. ¿Por qué? Porque la certeza es accesoria de algo mucho más importante, la verdad. La certeza es la claridad de la verdad. Si yo quiero más claridad sobre algo que la verdad misma, me degeneré. Me convierto en un gourmet de certezas, un viciado que quiere vivir su vida rodeado de seguridad. Qué mas aficionado a las certezas que el idólatra, que tiene la certeza atada y en el patio de la casa. Sólo que es una certeza sin verdad.
Algo así le habrá pasado a muchos contemporáneos de Cristo. Creìan en El, pero sobre todo creían que volvía pronto, en el curso de sus vidas. San Juan le tuvo que agregar un suplemento al Evangelio para terminar de desengañarlos. Y alguno, por esta certeza falsa, por esta certeza vuelto loca, habrá perdido la fe, seguramente. «Iba a volver, no iba a pasar esta generación, Pablo dice que vuelve…»
Y sucede que Dios no es muy amigo de las certezas. La fe es algo raro. Sí, tiene la nota de certeza certerissima, pero… exige abandonar toda otra certeza. Al Padre de la Fe, Yaveh le exige que salga de su casa, que abandone su Ur de Caldea, y que vaya a quién sabe donde…
Otro día le exige que sacrifique su hijo, y sin decirle nada a último momento lo zafa.
Parece que la búsqueda de certeza, más allá de las que Dios nos quiere dar, es bastante enemiga de la fe. De nuevo, se llama idolatría, búsqueda de la seguridad, querer estar asentado en roca sólida.
Una de las grandes intuiciones de Heidegger es que la filosofía desde Descartes hasta nuestros días ha errado el camino cambiando verdad por certeza. Por supuesto, él mismo no escapa a la crítica que hace, ya que se niega a afirmar algo, de modo positivo, sobre el ser. Casi toda su obra no es más que una exquisita antropología decontructivista de cómo el ser se manifiesta en el hombre. Pero le quedó algo del mal escéptico, de kantiano, al no poder hablar del ser como emergente del manifestarse subjetivo en el hombre, y, al no arriesgar una estructura del ser.
Ser apofático es una medida de prudencia filosófica y de poner bien puestos los cimientos para no construir en el aire, pero no arriesgar una visión catafática de la realidad es cobardía, irresponsabilidad e incoherencia. Toda nuestra vida está plagada de creencias (en el sentido de Ortega) catafáticas inconscientes y no fundadas (en lo racional, pero perfectamente fundadas en lo existencial). No darles estatuto de realidad en nuestro sistema racional de interpretación de la realidad es alta traición e incoherencia máxima. Es buscar seguridad, como usted dice, que termina cerrando el camino a Dios, al menos en la vía racional, gracias a Dios no pueden hacerlo en la vida cotidiana. Como decía Kirk, construyen grandes palacios nocionales… para después vivir en chozas.
Según Tomás la certitudo enim scientiae consistit in duobus, scilicet in evidentia, et firmitate adhaesionis. Y la firmeza de la adhesión es un elemento eminentemente dinámico se «debe» poner firmeza de adhesión cuando existe la evidencia suficiente, lo que implica que hay una clara responsabilidad si se le pide más evidencia a algo que no lo puede dar. Pero no me meto más en el tema de la influencia de la voluntad sobre el intelecto da para un post, que antes o después tendré que publicar.
Interesante propuesta de epistemología naturalizada. O epistemología cognitiva o teoria del conocimiento psicologizada. Es muy diferente a lo que esperaba encontrarme en este post. En primer lugar porque el escepticismo es una teoría que se refierea a la imposibilidad del «conocimiento», aunque puede asumir que es posible la «creencia». Generalmente conocimiento es entendido como creencia justificada a pesar de las desventuras frente a los contraejemplos de Gettier. Pero retomando la idea de escéptico moderado tal vez, tal noción entre en «escépticismo local» que como bien señala Dancy Jonathan lleva a un «escepticismo global», pero no creo que haya un buen, moderado o mal escéptico, puede ser total o local. Ahora evidentemente, desde una naturalización, «psicologi…ción» del término obtenmos algo un poco distinto a lo que en filosofía se ha de entender por escépticismoooooo…..
En primer lugar agradecemos la visita a este «búnker continental» la visita de un habitante insular-analítico, ¡eso sí que es aire nuevo por aquí!
Le aclaramos a nuestro nuevo visitante que nuestra reflexión no tiene ninguna pretensión científica, es más bien sapiencial, sin por ello renunciar a la pretensión de ser verdadera, condición de posibilidad (por decirla a la Kant) de toda palabra pronunciada con honestidad y confianza.
Nuestro insular (es más vago y existencial que analítico, adjetivo sustantivado que significa una camisa de fuerza que no le quiero poner a mi amigo Neurona) desde su lugar llama mi propuesta: «epistemología naturalizada», «epsitemología cognitiva», «teoría del conocimiento psicologizada», y confiesa que no es lo que se esperaba encontrar. Sería muy interesante saber qué se esperaba encontrar, ya que eso completaría mucho el cuadro.
De todos modos se ve que lo que le llama la atención a nuestro insular es la descripción fenomenológica de los procesos del conocimiento. ¿Ahora le devolvemos la pregunta?¿Se podría hacer una epistemología desfenomenologizada? Gracias a Dios mi camino fue desde la filosofía a la psicología, y sí, gané mucho contenido fenomenológico que terminó corrigiendo y mejorando muchas de mis tesis filosóficas. ¿Apartarse del fenómeno no es pretender volar tan alto, como el famoso ejemplo de la paloma kantiana, en el que finalmente las alas se quedan sin la resistencia del aire, en el vacío, y sin poder avanzar?
Sigue con una frase muy interesante «el escepticismo es una teoría que se refiere a la imposibilidad del ‘conocimiento’, aunque puede asumir que es posible la ‘creencia'». ¿Cómo es posible asumir cualquier cosa, no solo una ‘creencia’, después que se ha «decretado» la imposibilidad del conocimiento? La posibilidad de conocer es condición de posibilidad de cualquier decir, creencia, o teoría, de otro modo sería una teoría que quiere decir algo de lo cual admite como punto de partida que nada puede conocer e incluye en lo que habla el objeto que supuestamente no puede conocer. El «nada se puede conocer» no puede encerrarse localmente en límites, es de una fuerza nocional tan expansiva y tan puesto en la raíz de cualquier actividad que, si se es radical y sincero con el principio, no hay nada que se le pueda escapar, ni que lo pueda poner en el corral de una región del pensamiento sin que invada todas las demás. No es extraño que hasta el mismo Kant apostrofara a los escépticos como «esa especie de nómadas que repugnan a toda construcción duradera».
Admito lo de «buen escéptico» y «mal escéptico» es un lenguaje que parte de la carga sapiencial del post. En realidad no quise torturar con tecnicismos, sin embargo tendríamos que hablar de escépticos y efécticos, como ya hace más de 2000 años distinguieron en su lenguaje los griegos. Pero tiene razón mi amigo Neurona no hay que llamarlos «buen y mal escépticos», no tienen nada en común entre ambos, los separa un abismo, el abismo de admitir la posibilidad o no de conocer como fundante de todo decir. Sin embargo tampoco coincide con lo que yo describo la taxonomía lo de escepticismo global y local. En realidad el único escéptico real, el que admite como punto de partida el «nada se puede conocer», es el global, una vez admitido el principio pretender abrir una región de la realidad que quede a salvo de él es, en mi opinión, pura fantasía. Ahora bien, tal vez Neurona por escéptico local entiende alguien que afirma en primera instancia que «se puede conocer», y en segunda instancia que ese conocer «tiene límites», no todo se puede conocer. Si ese es el «escéptico local» entonces sí coincidimos con nuestro insular. Pero tal clasificación adolece del mismo defecto que la de buen y mal escéptico. Conclusión, aunque nadie nos entienda y aunque haya que explicarlo dividamos en escéptico y eféctico.