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Ahora describiremos brevemente una cuarta tipología de egocentrismo, que hemos dado en llamar de científico, porque es muchas veces en la ciencia donde se encuentra algún interés altamente absorbente que puede generar esta tipología. Parece una obviedad decirlo, sin embargo, es bueno aclarar que esta tipología no está restringida solamente a científicos. La característica principal de este modo de egocentrismo es la concentración de la vida por un interés que se convierte en excluyente de otras cosas que también son perfectivas de la vida humana. Por contraste decimos que en este tipo de egocéntrico no hay una voluntad eficaz de dominio del mundo, como es el caso del egocéntrico adulto; tampoco hay una voluntad ineficaz de dominio del mundo,  que genera deseos imaginarios de como le gustaría que el mundo fuese, como es el caso del egocéntrico infantil; ni es el caso de una voluntad de dominio del mundo por medio de la generación como sucede con la madre sobreprotectora. En este caso también hay una voluntad de dominio del mundo, que es eficaz, pero que en vez de tratar de someter todo a sí mismo busca crear un pequeño mundo, paralelo del mundo real, en el cual todo responda a los propios esquemas. No les interesa someter a los otros a ese pequeño mundo, sino simplemente no ser molestado en la burbuja que crearon para sí mismos. Tampoco son de tener fantasías, como el egocéntrico infantil, de como les gustaría que el mundo fuese, ya que sus deseos ya están en concreto en el pequeño mundo que se mueven. Generalmente tampoco les interesa generar discípulos, sino simplemente vivir en su mónada existencial.
Generalmente la burbuja en que viven está determinada por dos factores, en primer lugar, un temperamento altamente flemático, es decir con un bajo nivel de la captación de los valores que la realidad presenta combinado con un bajo de nivel de reacción frente a esos valores. Por lo que es un tanto indiferente para todo lo que signifique relaciones humanas, y para todo lo plenificante que esas relaciones humanas pueden conllevar. El segundo factor es algún interés focalizado de gran peso gravitativo para su vida. Ese fuerte interés y esa cierta insensibilidad para otros valores que no sean ese interés, terminan generando una persona fuertemente aislada de la realidad, y sobre todo, de la interactuación social, que es un componente de la plenificación del hombre.
Normalmente son del tipo que “no molesta para no ser molestado”, difícilmente capte las dificultades ajenas, y si las llega a captar, mucho más difícilmente se ponga en movimiento para satisfacerlas. Ciertamente que es la más inofensiva de las tipologías egocéntricas, porque son incapaces de dañar a nadie, ya que no les interesa entrar en relación con nadie. Igualmente son incapaces de hacerse el bien a sí mismos haciendo el bien a otros. Han castrado su vida, en lo más plenificante que esa vida puede tener, que son las relaciones desinteresadas. Igualmente encausan todas sus energías en una “obra”. De todos modos, esa consagración a una obra que actúa excluyendo de sí a los otros, tiene algo de egoísta. Un hombre puede dedicar legítimamente su vida a una obra, sin embargo, la última razón de esa dedicación tiene que ser el bien que causa esa obra a los otros, sean esos otros presentes o futuros. De hecho, las personas que son reconocidas en la historia por su obra realizada, fueron reconocidas justamente por las consecuencias benéficas de dicha obra para la humanidad, y por ninguna razón más. Queda claro entonces que el principal motor de la obra no puede ser ni la satisfacción que me produce el hacer tal cosa, ni la fama que persigo haciéndolo. Esas dos cosas son legítimas en cuanto están subordinadas al fin principal: hacer el bien a otros. El egocéntrico en este caso disloca el fin principal y lo convierte en secundario, por eso se vuelve incapaz actualmente de reconocer las necesidades de los otros que tiene cerca.
No hay mucho más para decir de esta tipología ya que no tiene consecuencias tan graves como las anteriores. Cuando poseen una personalidad más o menos firme jamás van a sentir una gran necesidad de modificar su conducta. Igualmente hacen difícil la vida de los que tienen que convivir con ellos, y siempre la ausencia de la plenitud de la relación con otros se manifiesta de algún modo en su vida, tomando a veces la forma de carencia afectiva o en otras ocasiones de angustia y depresión.

Autor: Eduardo Montoro

Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.

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