En toda esta discusión que se ha planteado aquí también hubieron mails privados, creo que estos párrafos de Milko son de antología, con su autorización los publico (espero no me odie por titularlo con su ya famosa serie «Educando al Clérigo…»):
Y después hay un tema de fondo: no digo ya el fenómeno da la consagración religiosa, sino directamente el hecho religioso cristiano, no tiene ningún asidero de coherencia desde lo exclusivamente humano. Es una locura, un despropósito, una pérdida de tiempo. Más aún entonces consagrarse en castidad a «eso».
Pero como bien decís, desde lo humano no alcanza para formarse una opinión al respecto. O bien, desde lo humano, cualquier explicación termina siendo la explicación de una locura.
Y creo que muchos problemas en los candidatos a la consagración serían minimizados, si por empezar, no les presentaran su futura consagración como algo normalito, tranqui, y natural; o sea, si se dejaran de minimizar el peso que tiene la decisión.
Cuando nuestros futuros consagrados acepten formarse en un estado de vida paradójico en serio, quizá empecemos a tener curas, no formales, sino serios. Seriamente consagrados y comprometidos con su vocación.
Mientras tanto, mientras nuestros futuros curitas se sigan formando como empleados administrativos con funciones litúrgicas, estamos fritos.
Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.
el último es párrafo es una contundencia arrolladora! Hace unas semanas atrás tuvimos un intercambio similar con el monje Diego. Entender la cuestión así de manera tan perversa es lo que ha favorecido una doble vida espantosa… de día sacerdote y de noche… se las dejo a uds! En Europa es praxis común.
Gracias por publicarlo!
Les comparto estos párrafos de «Un cuento de duendes» de Castellani (Martita Ofelia y otros cuentos de fantasmas; Dictio, Bs. As. s/f; p. 179):
«Alicia era demasiado pobre y demasiado valiosa espiritualmente para casarse ahora. Por mi consejo entró en un convento; fracasó en la infantilización psicológica que se considera necesaria para ser buena novicia, y salió del convento, … echada por esas santas mujeres. Al ver que sabía todo lo que pasaba en la vecindad, yo la juzgué apta para monja; pero su dura juventud de huérfana pobre le había fraguado un carácter demasiado sólido para poderlo desmenuzar, moler y volver a remodelarlo de nuevo, como se considera necesario por el Derecho Canónico, por lo cual sólo dan buen resultado como religiosos los que entran cuando tienen 8 años y los conservan toda la vida….»
Genial Castellani, muchas gracias Beatriz
Aunque no creo que el problema sea celibato sí/celibato no, ni el lema progre «celibato optativo», puedo comentar dos casos:
Uno: diácono permanente, casado. Padre de familia numerosa. Jubilado con muy buenos ingresos -previene los peligros de simonía estipendiaria-. Un tono humano, una sensatez y una vida de piedad, que no tienen una docena de curas célibes que podría enumerar.
Dos: cura ortodoxo, casado, cuatro hijos. Durante la semana trabaja en un colegio. Las parroquias ortodoxas son de weekend. Es cierto, está menos disponible, pero se ajusta a las costumbres de los ortodoxos. Se nota: equilibrio, sensatez realista. Y no hay payasadas litúrgicas, que supongo podría interpretarse desde la psicología como manifestación de narcisismo, del cura que quiere ser un showman y no encuentra mejor escenario que la liturgia.
Mi modesta conclusión: el trabajo y las exigencias de la familia son un baño de realismo cotidiano. Parece que vacunan contra el narcisismo. Que el matrimobio tiene sus problemas, es innegable. Pero que tiene sus ventajas, también.
Ex Oriente lux?
Cordiales saludos.
«el trabajo y las exigencias de la familia son un baño de realismo cotidiano» es una verdad incontrastable, pero como vos decís muy bien, no es el problema celibato sí o celibato no, también es incontrastable que es algo querido por Dios en la historia, creo que el punto está en gritar muy fuerte las condiciones patologizantes (entiéndase esta palabra según todas las distinciones del post anterior) a las que somete el prescindir de ese baño de realismo cotidiano, entre otras cosas. De modo que se esté absolutamente alerta respecto de todos los peligros y que no te termines dando cuenta a los 40 que lo que elegiste a los 26 era cartón pintado comparado con la verdadera realidad de la consagración….
Pablo hay una gran diferencia en la historia del orden sagrado en oriente y en occidente. La de occidente quizás es un tanto más accidentada por los largos años que ha estado tan poco clarificada la diferencia entre presbiterado y episcopado. Este último casi transformándose en un título honorífico.
El presbítero en la Iglesia ortodoxa es ministro del culto solamente, mientras que la «cura de almas» la lleva a cabo el obispo… y tiene que ser célibe como era la práctica de la Gran Iglesia…
Celibato sí/no… ya es otra cuestión,
No, ves? caemos de nuevo en la misma.
El cura tiene que ser más «normal», tiene que parecer más «natural», tiene que ser «como nosotros».
Aquí estamos, pero de aquí no somos. El consagrado es «separado para …», y esto para el cristiano en general, y para el cura en particular. Y como todo en la vida, es optar; y optar implica ganancias y pérdidas.
A mi no me molesta un cura «raro», medio loco; un poco desubicado. Sí me molesta un cura mentiroso, acomodaticio, imbécil, cobarde …
Vamos, vamos, quién no ha conocido un cura al que en la cotidianeidad parece que le faltan un par de jugadores, pero en el confesionario tiene una penetración psicológica y espiritual que te deja helado? Quién no ha conocido al cura un poco gruñón en el día a día, pero que es capaz de dejar su plato de comida sin tocar si llama a la puerta un pobre? O quién no se ha topado con un cura detallista hasta lo obsesivo, denso, insoportable a veces, pero que es capaz de mover una comunidad entera al ritmo de la liturgia y de la caridad en acción?
Hay que ser un poco raro para querer ser cura. Hay que estar un poco desubicado en la vida para consagrarte a un Dios que no ves pero que te pide todo. Peeero, pequeño detalle: este Dios existe, no es tan invisible, y se encarga él de la parte difícil, si uno lo deja.
Pero no: al pichón de cura le dicen que es uno más, que tiene que ser normal, que no tiene que ser tan aparato, que tiene que hacerse uno con la gente, que tiene que ser parte del pueblo, que Dios lo va a cuidar; que la comunidad parroquial lo va a entender; que la fraternidad presbiteral lo va a acompañar.
Y después, un día, ya de cura, se da cuenta que si se atreve a abrir la boca y gritar en el desierto lo que Dios le pide, va a quedar solo como un perro; y que si la Madre Iglesia lo cuida, es porque lo tiene que cuidar de sus otros hijos, sus hermanos.
Así que el curita opta, y a veces opta mal. Opta por no quedarse solo, opta por dosificar su misión, se hace un mediocre más. Pero, eso sí!!! RE-NORMAL
Por favor ……
Una amiga dice con humor pero con crudo realismo:
«Ojalá nunca me muera o necesite un cura un día lunes, porque estaré en el horno»