Prefiere morir asfixiado a aceptar vivir en el vaso medio lleno.
Todo o nada y la definición de sí mismo:
Normalmente como los chicos caprichosos hay una cierta actitud de “todo o nada”. Si un chico caprichoso quiere una bicicleta y el padre le regala un auto, ciertamente va a estrellar el auto contra la pared. Hay un desprecio de todo lo que no se ajuste a la propia voluntad. Hay una incapacidad a conformarse con la realidad como es. Y que esa realidad no puede ajustarse a la propia voluntad. Esto genera frustración que a su vez genera tristeza. Normalmente esa actitud de “todo o nada” o “matar o morir”, se oculta bajo distintos mantos, para ocultar el hecho que desean que la realidad se ajuste a su voluntad. Uno de ellos el “perfeccionismo”, es decir que el egocéntrico se autodefine como perfeccionista y necesita de esa definición para justificar sus actitudes exageradas de exigencia. Otra cortina de humo en la cual el egocéntrico también se esconde es la radicalidad, esta es bastante más difícil de desenmascarar, porque el egocéntrico se tiene a sí mismo en un alto concepto porque no soporta “medias tintas”. Otro modo de ser indulgente consigo mismo es definirse como sensible. De ese modo se previene que los demás lo hieran y además gana un arma para justificarse si él reacciona mal. Demás está decir que el perfeccionismo, la radicalidad, el no soportar medias tintas y el ser sensible son cosas buenas en sí mismas y deseables, el problema está en que el egocéntrico no las vive como debería, sino que usa esos conceptos para definirse y ocultar su realidad de niño caprichoso. La definición de sí mismo delante de otros tiene dos efectos indeseados.
En primer lugar fija nuestra situación, la estatiza, impidiendo, en cierto modo, un ulterior crecimiento. De alguna manera esto es lo que sucede cuando la persona proclama delante del medio que la rodea: “yo soy así, ámenme como soy”. Con esa actitud de definición de sí la persona desea declarar públicamente que su modo de ser es fijo, y que no está dispuesta a cambiarlo. Con esto busca huir de las dificultades que acarrea su errado modo de ser, procurando que los otros se adapten a ella, y no adaptarse ella, no ya a los otros, sino a la verdad objetiva de la realidad. Este caso es el más extremo, existen casos más sutiles y difíciles de detectar. Son personas que admiten que tienen que cambiar, y hasta hacen el esfuerzo por hacerlo. Igualmente no abandonan el vicio de definirse a si mismas públicamente, explícitamente por medio de palabras o implícitamente por medio de actos. Podría objetarse que toda acción nos define ya que nos proyecta delante del mundo como quién obra de tal modo. Esto es absolutamente cierto, sin embargo, aquí estoy queriendo llamar la atención sobre el hecho que la persona abandona la intencionalidad de obrar por el bien de la obra en sí, y comienza a buscar principalmente la proyección que esa obra genera, delante de otros o delante de sí misma. Es un cierto obrar buscando principalmente la confirmación de sí y a raíz de esto tiene que padecer las consecuencias de detener y estatizar el propio crecimiento, porque este último fue reemplazado en la intencionalidad por la búsqueda de confirmación[1]. Esa detención se da también en razón de que en la definición de sí delante de otros, la persona es ahora consciente de que los otros conocen su propia definición de sí. Esto le obliga inconscientemente a actuar, no buscando el crecimiento y la plenificación, que siempre está mucho más allá de las limitaciones de la propia definición externa de sí, sino la conformidad y adecuación de los propios actos con la definición de sí dada. Por eso no es extraño que este tipo de personas tengan comportamientos muy diversos en círculos diversos, sean como una especie de camaleones. Dado que en cada círculo actúan según el modo que se definieron a sí mismos, creando una especie de multiplicidad en la personalidad. Esa definición no siempre es verbal y explícita, muchas veces ellos mismos se consideran definidos y etiquetados por las acciones del pasado frente a determinado círculo social. Y la valoración de esa autodefinición, dada por los propios actos, es siempre enormemente mayor que la misma etiqueta o cartel que coloca la sociedad. Por eso, en esos círculos, se consideran a sí mismos como impotentes para mudar de conducta, porque “ya los conocen de ese modo”. O consideran que ese círculo no va a entender su mudanza y como consecuencia están siempre buscando nuevos círculos y nuevos amigos. Ya que pasado un tiempo toman conciencia de las limitaciones de la autodefinición, y buscan huir de esa cárcel. De ese modo están buscando siempre “una nueva oportunidad donde nadie me conozca”, demás está decir que pasado el tiempo estarán buscando otra nueva oportunidad.
En segundo lugar, detiene el crecimiento de autoplenificación porque desvía la atención del objeto plenificante sobre el propio yo. Frankl observa agudamente “Creo que hasta los mismos santos no se preocupan de otra cosa que no sea servir a su Dios, y dudo siquiera de que piensen en ser santos”[2]. Si tomamos el santo como un arquetipo de quien procura intensamente la plenificación, podemos entender, por contraste, lo perjudicial que puede ser la autodefinición. De algún modo, quien busca intensamente y sinceramente la plenificación de si mismo en el objeto que lo plenifica, que jamás es el propio yo, se olvida de sí a causa de la intensidad con que busca el objeto. Esto lo vemos en cualquier actividad que capte fuertemente la atención, por ejemplo ver una película. Cuando vemos una película atrapante jamás pensamos en la consciencia que tenemos de estar viendo esa película. Simplemente nos olvidamos de nosotros mismos y nos dejamos llevar por el argumento de la película, de algún modo, viviendo no nuestra propia vida de estar sentados en un lugar oscuro frente a una pantalla que proyecta imágenes, sino que comenzamos a vivir la vida de los personajes, hasta sintiendo, sufriendo y alegrándonos con ellos. Esa momentánea evasión de nosotros mismos produce un descanso, aunque también pueda significar un riesgo. De hecho, todas las actividades esparsivas del hombre poseen exactamente la misma característica: descansan, y no por casualidad son llamadas “recreación”. Ese descanso es señal de que de algún modo algo plenificante está ocurriendo. El hombre se olvida de sí, se abandona, y en ese abandonarse se re-crea, es decir se vuelve a encontrar, porque deja de lado la permanente, tensa y cansadora actividad del propio yo. Por eso, como decíamos, el hombre cuando busca algo verdaderamente plenificante, siempre distinto de la cárcel del yo, se olvida de la consciencia de sí, re-creándose y expandiéndose en esa actividad que lo plenifica. Ahora bien, si desvía sua atención de esa actividad que lo plenifica, de modo que ya no recae sobre el objeto plenificante, sino que recae sobre sí, evidentemente ese crecimiento y expansión de plenificación se ha detenido. Este es justamente el efecto que provoca la definición de sí, un desvío de la atención de la dinámica del crecimiento humano, en dirección a la estática fijación de la imagen y conciencia de sí. Consecuencia de lo dicho es que no es extraño observar en los egocéntricos una tensión poco natural, y demasiado tensa, en el obrar. Jamás son personas distendidas en la alegría de ser atraídos por el gozo del objeto verdaderamente plenificante. Están siempre tensos para satisfacer, no la plenificación de sí en la búsqueda de aquello otro que es el objeto y que descansa, sino la imagen sobrevaluada que de sí poseen. Lo cual no descansa, sino que acumula más tensión, porque por un lado esa imagen sobrevaluada es insaciable, y por otro jamás es objeto verdadero de plenificación.
Esa tensión es, según mi opinión, la raíz en dos efectos típicamente neuróticos. Primero, la irritabilidad propia del egocéntrico. Y en segundo lugar, la carencia de resistencia, tanto sicológica como física, propia del neurasténico, que se manifiesta en el llamado modernamente stress y en los casos más graves surmenage. Esa fatiga sicológica, que aparece a modo de problemas de atención y memoria, es ciertamente la causa de la fatiga física. Ese exceso de reconcentración e hipertensión sobre el propio yo, causado por la ausencia de una tensión natural del objeto plenificante trascendente al yo personal, es el eje íntimo de varios problemas neuróticos. Esta fatiga de vivir puede ocurrir no solamente a causa del exceso de trabajo intelectual o físico. También puede acontecer en una ausencia de trabajo, ya que la raíz no es tanto el esfuerzo, sino la intencionalidad del esfuerzo. La intencionalidad deja de estar dirigida a una tarea de auténtica plenificación autodonante, en la salida de si por medio del amor, para convertirse en la ímproba y cansadora tarea de alimentar el dragón hambriento del propio ego. El eje de la recuperación de estos casos está en restituir una sana tensión[3] por un sentido de la vida verdaderamente plenificante.
[1] También se podría objetar que toda acción, inclusive la que procura el bien en sí, conlleva consigo una confirmación del propio yo. Ciertamente que esto es verdadero, el problema está en que la confirmación es un efecto y consecuencia de la obra, y no el fin primario directamente buscado. Cuando se invierte este orden y la confirmación ocupa el lugar principal es cuando estamos ante el problema de alguien que busca principalmente definirse en todo ámbito en perjuicio de crecer de un modo plenificante por medio de su obrar.
[2] FRANKL, V., El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, decimoctava edición 1996, p. 100.
[3] “Puede, verse, pues, que la salud se basa en un cierto grado de tensión, la tensión existente entre lo que ya se ha logrado y lo que todavía no se ha conseguido; o el vacío entre lo que se es y lo que se debería ser. Esta tensión es inherente al ser humano y por consiguiente es indispensable al bienestar mental. No debemos, pues, dudar en desafiar al hombre a que cumpla su sentido potencial. Sólo de este modo despertamos del estado de latencia su voluntad de significación. Considero un concepto falso y peligroso para la higiene mental dar por supuesto que lo que el hombre necesita ante todo es equilibrio o, como se denomina en biología ‘homeostasis’; es decir, un estado sin tensiones. Lo que el hombre realmente necesita no es vivir sin tensiones, sino esforzarse y luchar por una meta que le merezca la pena. Lo que precisa no es eliminar la tensión a toda costa, sino sentir la llamada de un sentido potencial que está esperando a que él lo cumpla. Lo que el hombre necesita no es la ‘homeostasis’, sino lo que yo llamo la ‘noodinámica’, es decir, la dinámica espiritual dentro de un campo de tensión bipolar en el cual un polo viene representado por el significado que debe cumplirse y el otro polo por el hombre que debe cumplirlo. Y no debe pensarse que esto es cierto sólo para las condiciones normales; su validez es aún más patente en el caso de individuos neuróticos. Cuando los arquitectos quieren apuntalar un arco que se hunde, aumentan la carga encima de él, para que sus partes se unan así con mayor firmeza. Así también, si los terapeutas quieren fortalecer la salud mental de sus pacientes, no deben tener miedo a aumentar dicha carga y orientarles hacia el sentido de sus vidas. Una vez puesta de manifiesto la incidencia beneficiosa que ejerce la orientación significativa, me ocuparé de la influencia nociva que encierra ese sentimiento del que se quejan muchos pacientes; a saber, el sentimiento de que sus vidas carecen total y definitivamente de un sentido. Se ven acosados por la experiencia de su vaciedad íntima, del desierto que albergan dentro de sí; están atrapados en esa situación que ellos denominan ‘vacío existencial’” (FRANKL, V., El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, decimoctava edición 1996, p. 104).
Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.
Por lo visto, usted sólo está contemplando el caso de que sea el propio sujeto el que ha elegido el «todo o nada», por ejemplo, en el caso del chico caprichoso que recibe un auto y lo rechaza porque él quería la bicicleta. Puede darse también el caso de que alguno de los progenitores le haya inculcado al hijo que si no lo consigue todo -por ejemplo, en los estudios o en cualquier otro aspecto de la vida- entonces es una piltrafa que no vale nada; y que, en consecuencia, esta exigencia de perfección la vuelque sobre sí mismo y no tanto sobre los demás. ¿O quizá considera que ambos casos forman parte de lo mismo?
Pepe, antes que nada bienvenido al blog, esta característica, la dicotomía, es parte de un perfil de estructura de personalidad que vengo publicando de a poco, yo lo llamo «Egocentrismo infantil», los presupuestos, es decir cómo surge causalmente en el tiempo, su relación con el círculo familiar y sus exigencias fueron publicados en post anteriores:
https://psiqueyeros.wordpress.com/2010/04/25/yoyocentrismo-desde-el-nido/
https://psiqueyeros.wordpress.com/2010/05/15/la-estructura-del-inseguro-el-egocentrico-infantil-y-su-division-interna-yoyocentrismo/
ahí se muestra cómo, de algún modo, se origina todo esto en el «nido paterno». Pero tu tercera tesis es la más adecuada, en realidad ambas cosas tienen que ver, el nido ayuda a crear una interpretación de la realidad y nosotros tenemos una cierta responsabilidad en la creación de esa interpretación.
Carísimo PyE!, (diría cierto querido cibermonje, je)
Este post me resulta en cierto punto el desarrollo perfecto de una frase que dice: “Uno es dueño y señor de lo piensa, pero esclavo de lo que dice (y hace)”.
Y me parece que la situación de esclavitud a la que refiero y a la que creo refiere el post, es no siempre fácil de ver. Esto porque al hablar de esclavitud uno siempre lo refiere a un otro distinto de uno mismo, en cambio cuando de lo que se trata es de una imagen sobrevaluada o inflada de uno mismo, la esclavitud resulta enmascarada bajo una aparente obediencia a uno mismo y la hipertensión – reflexión mediante – es soportada por el supuesto fin loable de realizar potencialidades igualmente loables – parto del supuesto en que las imágenes infladas poseen algo de real y de verdadera potencialidad, que es precisamente lo que dificulta identificarlas como tales ¿Cómo saber hasta qué punto están infladas o devaluadas? -.
El punto es que siendo una esclavitud no impuesta por el medio sino que autoimpuesta por el yo, resulta difícil identificarla., De hecho me parece que el medio en este supuesto tiene un rol más bien pasivo y que queda un tanto al margen y descolgado de la “verdadera” (o más bien imaginaria) trama central que vive el yo, que aturdido y ensimismado en la fatigosa tarea de responder a su autodefinición y de reformularla y retocarla y reacomodarla, y etc., solo espera del medio y de la realidad una reafirmación de la autodefinición y un elemento más a tener en cuenta para la construcción de la misma., Se invierte de esta forma el “plano de operaciones” y en lugar de ser la realidad y el medio el plano en donde se desenvuelve la actividad del yo – produciéndose el fis-back edificante y re edificante de la propia identidad- la actividad del yo se vuelca sobre sí misma, produciendo un obrar poco espontaneo y forzado que ni siquiera se corresponde con la autodefinición que se pretende confirmar con la realidad… En definitiva lo que queda es un yo cargado de tensión, incomunicado y un poco como preguntándose …¿De qué lado es stassss chavoooon? (usted no ve televisión, pero bue).
Como punto final, creo son buenos los indicadores que usted propone de irritabilidad, de multiplicidad de personalidades y por sobre todo de estress en personas que digamos “no trabajan mucho”, al fin de cuentas, las cosas se conocen por sus frutos y si esos son los frutos de una pretendida realización de potencialidades, evidentemente algo falla.
Hasta aquí mi desarrollo, un tanto chamuyado y sin más fundamento que – plagió mediante – “soy humano y nada de lo humano me es ajeno” (y quizá la frase del principio se aplique más a mí en cuanto a lo que acabo de escribir que en cuanto a lo que quería describir., Pero bue!) Ahora las preguntas.
Frankl habla de una “tensión bipolar en el cual un polo viene representado por el significado que debe cumplirse y el otro por el hombre que debe cumplirlo”, ¿Cómo tener más o menos precisa dimensión de esté “hombre que debe cumplir”?…mm posiblemente me responda con un montón de links de otras cosas escritas antes, así que vamos a otra pregunta.
Suponiendo que el habito de formar autodefiniciones – con está intencionalidad sobre sí misma y no sobre la realidad- genera ensimismamiento y un poco como abstracción de la realidad (esto último es algo que supongo yo, no sé si encuadra con lo por usted descripto)., Es posible que sean otras las causas, más bien exteriores y del medio, las que generaron dicho ensimismamiento y que el habito o la tendencia a la autodefinición sea consecuencia y reacción de ese ensimismamiento en cierto punto provocado.mmm, tendría que poner algún ejemplo, pero…ya está muy largo el comentario, si le pegue en algo de lo que puse lo pongo en otro comentario, jej
Toda tu disquisición gira en torno a si lo que provoca el desequilibrio es el Yo o el ambiente. La respuesta es que el ambiente es un condicionante enorme y total de la propia identidad, sin embargo el yo emerge, de algún modo, y digamos puede «escaparse» del condicionamiento del medio, puede, en línea de principio, poner algo totalmente nuevo, no dado por el ambiente y que solo le pertenece a su creatividad participada que llamamos libertad.
Para no repetirme te pongo una pregunta que me hacía Milko y que es más o menos tu misma pregunta de otro punto de vista (El Yo sano, es un Yo que sabe que es lo que debe cumplir…): «Ok, entonces una buena pregunta podría ser: hasta qué punto la interacción real con los otros nos conforma como personas en nuestra propia identidad, y hasta qué punto nuestras relaciones nos hacen ex-céntricos de nosotros mismos. Y no me refiero aquí a la etapa adolescente de búsqueda desaforada de aprobación de los pares. No. Me refiero a la persona medianamente madura que en el día a día vive la tensión entre los requerimientos de quienes lo rodean y los propios.
Por otro lado (y este es un problemita mío con la psicología), no me termina de quedar claro cuando he hablado/debatido/discutido/compartido con psicólogos, de qué están hablando cuando hablan de un yo “sano”»
La respuesta que le dí es la siguiente: Bueno, reformulando tu pregunta, Milko, sería ¿dónde está el equilibrio? Hay muchas respuestas a muchos niveles, pero una más inmediata sería si los demás son nuestros espejos ¿Para qué sirven los espejos? o mejor, dicho de otro modo, ¿en qué medida un espejo cumple correctamente su función? En la medida que es fiel a lo que espeja… en la medida que refleja cosas que pertenecen nada más que a la cosa reflejada. Claro, vos me dirás, un espejo lo hace de una forma mecánica y en el hombre no. Cierto, muy cierto, la identificación o diferenciación que llevamos a cabo a través de lo que nos devuelven los otros como espejos es “tutt’altro” que mecánica. Es el acto más íntimo de elección en el cual decidimos incorporar o rechazar lo que los otros nos reflejan. Y… si es elección… hay responsabilidad… ¿responsabilidad ante quien? ante el ser, respondería un filósofo; ante el sí mismo, respondería un psicólogo; ante Dios que es más íntimo a nosotros mismos que nosotros mismos… diría un teólogo. ¿Entonces hay un núcleo más íntimo que el YO? Sí, los psicólogos, desde Jung, lo llaman el “sí mismo”, que lo podríamos definir como: “lo que realmente se es y que no se ha verbalizado y explicitado a nivel consciente todavía”. El Yo es del plano de lo consciente, que en pocas palabras es el plano de lo que puede ser traducido en palabras, pero no somos palabras ni somos consciencia y somos antes de ser palabras y consciencia, por ende, hay que buscar una fidelidad a lo que somos.
-Bueno, me dirás, muy bien todo el divague, pero no me respondiste ¿cómo se llega al equilibrio?
-Te tengo que responder ¿querías una receta? no hay. El equilibrio es pura fidelidad a lo que uno verdaderamente es haciendo identificación con lo que debe hacerse identificación porque realmente nos pertenece, y haciendo diferenciación, con lo que realmente uno debe diferenciarse porque no nos pertenece. No hay receta, no hay método, porque no hay modo de volver sobre el proceso para identificar sus elementos sin, por eso mismo, estar poniéndonos de nuevo en un acto totalmente originario de identificación-diferenciación. Dicho de un modo más simple, siempre estamos construyendo identidad, siempre estamos haciendo identificación-diferenciación, no es posible salirnos y ponernos en un lugar neutro para aplicar una “receta” y hacer entonces una supuesta “correcta” identificación-diferenciación. Por lo tanto, vuelvo a insistir, no hay receta, tal equilibrio se decide en la soledad absoluta y solipsista de decisión frente a lo que nos viene de afuera y que tenemos que responder la pregunta ¿es mío?¿me pertenece? o ¿no?, allí solo cuenta la fidelidad de cada uno para responder a esa pregunta.
No me extraña que esquiven el tema, la mayoría casi total de los psicólogos no tienen un soporte teorético como para responder tamaña pregunta. Muchos ni siquiera lo tienen para responder que es el YO, no digamos “sano” todavía. Tal vez los más equipados pero con muchos baches para responderte sean los psicoanalistas y con eso te estoy diciendo todo…
El Yo es un concepto metapsicológico en categorías psicoanalíticas, por ende es también filosófico, una buena respuesta demandaría un libro, que alguna vez escribiré, y por el cual me odiarás, porque sentirás lo que yo sentí cuando leí la Lógica de Hegel…
Pero, para no tirar la pelota a la tribuna y responderte en la misma línea del post y de lo dicho hasta ahora un YO sano es un YO que puede decidir bien en su intimidad que le pertenece y puede expulsar lo que no, a pesar los disgustos y dificultades inmediatas que ello pueda causar.