Hace unas semanas, con ocasión del problema de los nueve puntos, dí con el sitio de Alberto y con el problema de los «Monjes Lógicos» que algún día pondré en la página para que lo discutamos. Mail viene, mail va analizando el dichoso problema fueron poniéndose de relieve las posturas metafísicas de cada uno. Caí en la cuenta que Alberto es un verdadero escéptico, según la clasificación escéptico-eféctico, o un «mal escéptico», según lo que escribí en el post de semanas atrás. En este bunker «continental» es difícil encontrar alguien que piense como él, por lo que me pareció muy interesante publicar un mail suyo donde bosqueja y define su weltanschauung filosófica. Es interesante leerlo con detenimiento empuja a pensar cosas que, al menos yo, no tenía pensadas y que necesitan respuestas gracias a su estímulo. Por eso le prometí a él y le prometo a ustedes un post sobre el «caos», espero que no suceda como con tantos otros post prometidos que tengo en el tintero. Por ahora disfruten del mail de Alberto.
Bueno, no creo que las matemáticas me enloquezcan. Tampoco el pragmatismo, y menos Pierce: no creo que la mente y el universo estén necesariamente en armonía, siendo la primera un producto azaroso del segundo. En la búsqueda de la creencia capaz de hacernos asumir riesgos, el saber claro y distinto, el conocimiento inmediato del contacto con la cosa me generan bastante poco confianza, pero no por ninguna posición teórica, sino por la experiencia. Que la Tierra sea esférica o que la probabilidad de que en una fiesta de 23 personas, dos de ellas tengan la misma fecha de cumpleaños sea del 50% me dice que mis intuiciones me pueden engañar. La lógica y las matemáticas ofrecen herramientas que ayudan a superar algunos errores. Nada más.
No sé si soy buen o mal escéptico, pero me inclino a pensar que soy de los malos. No hay certezas. No puede haberlas. Lo único que podemos es establecer teorías provisionales, hipótesis que nunca podrán ser probadas, y luego vivir con ellas como si supiésemos algo. La posición fenomenológica es una posición metafísica como cualquier otra de las que privilegian una forma de entrar en contacto con la verdad. No soy racionalista porque no hay razón para pensar que nuestra mente pueda, por sí misma, conocer la estructura de la realidad. Pero creer en la posibilidad de entrar en contacto directo con esa misma realidad a través del fenómeno me parece igualmente fantástico.
¿Mi postura metafísica? El caos. Es la alternativa menos exigente. Su ontología es mínima. Y en el caos cabe todo, hasta la aparente burbuja de orden en la que vivimos. Naturalmente, no tengo razones para creer en el caos: se trata, como digo, de una posición metafísica, y no apostaría mi vida por ninguna. Antes se impondría mi fe animal… supongo
Por otra parte, tenemos una mente y un aparato sensorial que nos muestran un mundo con interesantes regularidades. Es apasionante estudiarlas, como es apasionante estudiar si esas regularidades están realmente en la cosa o son producto de nuestra mente, una simplificación necesaria para navegar en un mundo complejo.
Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.
Estimado Alberto:
ante todo, un gustazo en conocerlo. Gracias por compartir con Psique y con todos sus lectores su pensamiento.
Su pensamiento. Sí, estimado, porque no parece Ud. sostenga propiamente una “metafísica”. La eterna discusión con un profesor de filosofía contemporánea amigo: la modernidad no plantea una filosofía, porque niega la posibilidad de conocer el ser, aunque su mismo postulado, negative, induzca inmediatamente a sostener lo contrario. La negación lo es siempre de algo. Mal que nos guste.
No plantea metafísica, porque el término mismo le escapa lungo. El griego “inventó” el término, con determinadas condiciones insustituibles. La mayor de todas: “prohibido preguntar por lo evidente”. Y de aquí, su firme alianza con el lema heleno por antonomasia: “el ser es, el no ser no es”.
Sí pueden darse “chispasos” de metafísica, intuiciones geniales. Pero filosofía, propiamente, no.
Al menos que se estire el término hasta un acuerdo momentáneo, que nos habilite a intercambiar pareceres. Lo cual significa más bien un cierto “more methodologico”.
Sólo algunas consideraciones preliminares, esperando un diálogo fructífero y alegre.
“…no creo que la mente y el universo estén necesariamente en armonía, siendo la primera un producto azaroso del segundo”. (Primer “verdad” que nos deja)
“En la búsqueda de la creencia capaz de hacernos asumir riesgos, el saber claro y distinto, el conocimiento inmediato del contacto con la cosa me generan bastante poco confianza, pero no por ninguna posición teórica, sino por la experiencia”. (Descartes a la charte. Pero amigo, a juzgar por su página: ¿la experiencia de la “causalidad de los circuitos” le produce desconfianza?)
“No hay certezas. No puede haberlas. Lo único que podemos es establecer teorías provisionales, hipótesis que nunca podrán ser probadas, y luego vivir con ellas como si supiésemos algo” (La verdad de la no certeza es igual que la verdad de la no verdad: en ambos casos, de darse, arriba usted a una verdad, o a su trasunto verdadero o falso: la certeza, incerteza o falsa certeza de… ¡algo! A propòs, amigo: Ud. le anda arrastrando el ala a Popper, verdad. Ja, no se ofenda, es sólo un poco de amenidad cibernética)
“No soy racionalista porque no hay razón para pensar que nuestra mente pueda, por sí misma, conocer la estructura de la realidad. Pero creer en la posibilidad de entrar en contacto directo con esa misma realidad a través del fenómeno me parece igualmente fantástico”. (Como decían los viejos racionalistas escolásticos: concedo la última. Es sencillamente fantástico. Pero bueno, lo fantástico de la realidad se imprime en la poesía, no en los silogismos. “Creer”, ha dicho Ud., y es efectivamente la clase de conocimiento primero que sobre las cosas al entendimiento se le exige. Pero la primera, ¡nego! Fíjese Ud.: para mi el entendimiento del hombre puede por sí sólo penetrar la estructura de lo real, y no me considero racionalista. Ud., amigo, sí es racionalista. Como todos los escépticos)
“¿Mi postura metafísica? El caos. Es la alternativa menos exigente. (No se crea: las exigencias del desorden se pagan en efectivo. Duele)
Naturalmente, no tengo razones para creer en el caos: se trata, como digo, de una posición metafísica, y no apostaría mi vida por ninguna”. (Y aquí está el punto, que me parece cierra el arco de su intención. Ud., siendo un autodefinido “mal escéptico”, un racionalista, un a-metafísico, no apuesta su vida por ninguna razón, y sin embargo, cree poder argumentar. De allí lo que Papini mostrara tan acertadamente en el “Ocaso de los filósofos”, o Alberto Boixadós en “Literatura y poder”: en el fondo, el error metafísico agnóstico tiene un origen pasional. Un sentimiento anterior, que induce a argumentar sin caer en la cuenta que, de no haber posibilidad de conocer, es el silencio el único refugio.
En fin amigo, me da la impresión que el mail que Psique nos deja venía cortado. Así que sería algo excelente tener nuevas respuestas suyas, que nos pueda brindar a todos, y salir un poco a la luz, desde las oscuridades del silencio metafísico moderno. Como rezaba el escudo cardenalicio del beato Newman: “ex umbris et imaginibus in veritatem”: “de las sombras y fantasías, hacia la verdad”.
Un abrazo.
Theseus.
Hola a todos:
Hablar de escepticismo siempre supone una contradicción: “si eres escéptico, si no crees en nada, ¿por qué subes a los aviones o vas al médico?”. La respuesta es patética: “los aviones, la medicina, la realidad que cuestiono, es todo lo que tengo”.
La contradicción no es solo vital, sino lógica: al afirmar que no existen certezas se está afirmando una certeza. Esto se parece mucho a las paradojas lógicas que trató de resolver Russell con su teoría de tipos, y de ahí sale una pista de cómo se pueden resolver las aporías del escéptico: jugando al como si.
Mi idea es la siguiente: dado que la posibilidad de que el cosmos sea en realidad una burbuja de aparente causalidad dentro de un absoluto caos es irrefutable (e indemostrable, por supuesto), no veo forma de tener ninguna certeza. Ante esta situación, puedo hacer dos cosas: ponerme a llorar desconsoladamente o inaugurar el primer nivel de un constructo conceptual en el que voy a instalar mi escepticismo radical, mi duda sistemática, mis sospechas.
Cada cual es libre de elegir lo que quiera, claro, pero yo prefiero la segunda opción, porque tiene la ventaja de que nos permite, a los escépticos, vivir y amueblar un montón de niveles con todo tipo de suposiciones que explorar. En un segundo nivel, por ejemplo, puedo instalar la suposición de que el mundo es comprensible (es decir, que nuestra mente es capaz de comprenderlo y que hay algo que comprender), y dedicarme a estudiar sus regularidades. En un tercer nivel puedo, por ejemplo, suponer que los humanos disponemos de cierta capacidad de elección y buscar entonces sistemas que nos permitan disfrutar de una buena vida. Puedo pensar en otros niveles y subniveles en los que explorar otras combinaciones y posibilidades, otros mundos.
¿Quiere decir esto que creo en la ciencia, en el libre albedrío, en el arte? No, no creo, no tengo fe. Ni falta que me hace. ¿Defiendo acaso que la realidad está estructurada en una especie de lasaña de conceptos? No, claro que no: los niveles de los que hablo son un artificio mental para manejar la complejidad de lo real. Lo cierto es que se puede vivir bien navegando entre los niveles, explorando sus posibilidades, sus fronteras y sus puntos de contacto. Los niveles son móviles y permeables, porque sus definiciones son provisionales y sus fronteras borrosas, si no fractales.
Puedo apasionarme con la física porque es realmente fascinante lo que están encontrando los físicos. Pero para ello no tengo por qué creer en la realidad de un modelo matemático que no es otra cosa que una metáfora, un mapa más o menos ajustado. Creer en la realidad de nuestro conocimiento es confundir el mapa con el territorio. Y no es que piense que esto sea esencialmente malo: es que es innecesario.
E injustificable. Como es lógico, la carga de la prueba recae sobre quien afirma. Theseus, dice usted que “para mi el entendimiento del hombre puede por sí sólo penetrar la estructura de lo real”. Me parece genial, pero, ¿podría explicarnos en qué se basa para pensar semejante cosa?
Espero haber dado con estas notas una idea de cómo gestiono mi escepticismo. Ahora me gustaría hacerle, amigo Theseus, algunas precisiones.
1. Confieso que mi uso de la palabra metafísica es etimológico: si considero que la posibilidad de que el caos subyazca a todo es metafísica es porque está “más allá de la física”, como le pasaba al libro de Aristóteles que inauguró el término. Pero, si el uso que hago de la palabra no gusta, no tengo problema ninguno en usar otra expresión. En esto sí que soy absolutamente popperiano. Así, podríamos hablar de, se me ocurre, “hipótesis inaccesible”. ¿Vale así? A mí, al menos, me parece bonito.
2. No pretendo dejar “verdades”, aunque a veces el lenguaje le traicione a uno: discúlpeme. Lo que quería decir es que, hasta donde sé, solo disponemos de una hipótesis acerca del origen de la mente que no recurra al mito: la selección natural. ¿Conoce usted alguna otra?
3. Dice usted que soy racionalista. ¿Podría explicarme por qué? Yo pensaba que los racionalistas son los que defienden la capacidad de la razón para comprender la realidad, cosa que usted defiende y yo pongo en duda. ¿Podría explicarme mi error?
Termino reconociendo que me ha gustado mucho eso de que “el error metafísico agnóstico tiene un origen pasional”. Ya decía el escocés que la razón es esclava de las pasiones. Pero donde yo veo el error es en el pensamiento algo naif que dice que dudar de la omnipotencia de la razón significa negarla. No tenemos otra cosa para negociar con la realidad que nuestro propio cuerpo, razón y sentidos incluidos. Pero que no tengamos otra cosa no nos obliga a creérnoslo todo.
Salud.
Alberto.
Disculpen que me meta, no quiero arruinar lo que posiblemente sea una linda charla, pero bue, como para el escorpión… la tentación es más fuerte. Igual me dejan colgadito ahí no ma` y ustedes sigan con lo suyo!.
Les cuento que la tentación viene por lado de un particular interés y curiosidad en dos tipos de personas: las que de verdad creen y las que de verdad no creen, ambas me parecen especímenes raros de encontrar y dignas de curiosear. Asumo como a priori de este “de verdad” que nadie que sea verdadero creyente (el término “creyente” tiene una connotación religiosa, en cuanto a sistema o conjunto dogmatico al que uno adhiere, y no es exactamente a esto a lo que aludo, aunque quizá y casi como mera consecuencia pueda comprenderse dentro) o que sea verdadero no creyente (no necesariamente en el sentido de mal escéptico, de dogmatico despechado, del seguro, aunque más no sea del más rotundo No, simplemente por la necesidad-miedo de afirmar algo. Aunque sea una negativa. No a esté, sino a aquel que de verdad, de en serio, quiere desesperadamente ser el mismo…simplemente por si mismo)., En ambos casos me parece que ninguno de los dos se animaría a emitir como juicio certero el auto calificativo de verdadero creyente o verdadero no creyente –ese es el aludido a aprioris -, simplemente porque en ambos casos nunca puede tenerse como una tarea concluida aquello que es pura dialéctica del instante, de más está decir que a esa altura bastante irrelevante resulta el calificativo que cualquier otro pueda atribuir, y en general, cualquier calificativo resulta irrelevante. En ambas hay afirmación -solo que en la primera la afirmación está en el abandono y en la segunda la afirmación está en el poder-, en ambas hay conocimiento de sí mismo – solo que en la primera se conoce a si porque cree y en la segunda lo hace en la negativa a abandonarse -., En ambas hay en suma, desafío y eso es creo lo que las hace interesantes y por sobre todo…divertidas.
Dicho sea de paso, se me antoja que siempre que se realizan meta interpretaciones o explicaciones de estos fenómenos siempre resultan estériles y que en todo caso capaz aquí si quepa eso de que “de todo lo que no se puede hablar hay que callar”, o bien al menos sincerarse – con los otros y con uno – y aclarar que de lo que se habla no es lo que es, no solamente por las limitaciones propias del aparto cognoscitivo y del lenguaje, sino principalmente por lo irrelevante que en cierto sentido –en el impórtate- resulta tal raciocinio., Al fin del cuentas, ni el creyente ni el no creyente lo son gracias al hecho de poder explicar el cómo del fenómeno.
Toda está lucubración anterior es a puro balde y no viene a colación de nada, solo que fue algo que se me vino a la cabeza cuando vi el título del post., En cuanto al post mismo…hay una frase de Alberto que me gusto bastante “En la búsqueda de la creencia capaz de hacernos asumir riesgos…”, Me hizo acordar aquello del bigotón alemán que decía algo así como que “el problema del hombre no es el sufrimiento, sino la falta de respuesta a la pregunta del ¿para qué sufrir?”. En ese sentido la explicación meta-física del caos puede resultar bastante atrayente, bastante liberadora, bastante desafiante, podría decirse… nada de cobardías, nada de quedarse desconsoladamente – es decir, esperando consuelo – llorando, no!, nada de eso, el caos te pone en la posición de “inaugurar el primer nivel de construcción conceptual en el cual (yo) voy a instalar mi escepticismo radical, mi duda sistemática, mis sospechas”…En fin, y objetivamente hablando, bastante soberbia digamos! Y no por eso menos interesante.
Bajo esta meta-física, simplemente no hay metafísica, toda verdad es, a lo sumo, una mentira irrefutable, el caos mismo es solo un como si más, o como diría el mismo impío que termino demente respecto al “eterno retorno de lo idéntico”: de lo que se trata es solo de desengañar para engañar mejor. Todo esto resulta realmente interesante, el absoluto caos, aunque irrefutable he indemostrable es al menos una osada interpretación…y creo que eso es todo lo que se puede sacar de ella, la osadía.
Por mi parte, otra no me toca, la postura del absoluto caos me resulta indigerible, no tanto por razones de pruebas epistemológicas y ontológicas –que es lo que Alberto reclama, y yo como él respecto a la fe, casi ni falta me hacen- sino tan solo porque la realidad, en tanto que exterior y diferente de mí, me resulta simplemente…inevitable, como dijo en otro post Theseus, “te choca la ñata” o como dicen los que preferimos las técnicas a las ciencias – solo porque nos resultan menos pretenciosas – la realidad Existe “ sin tu conocimiento, sin tu consentimiento y a aún contra tu voluntad”., Explicar lo inevitable, es, se me antoja, una falta de respeto y una pérdida de tiempo.
Podrá objetárseme en esto un acto de cobardía, y en tal caso, que así sea. Elijo la cobardía pues en cierto sentido me es inevitable. Y encuentro en ella bastante de desafío y bastante de diversión como para manterme entretenido.
Gracias Gabis por tus comentarios, que me han parecido muy lúcidos. Permíteme algunas precisiones:
Nunca he estado de acuerdo con Wittgenstein con eso de que “De lo que no se puede hablar hay que callar”. Me parece una tautología sospechosa. En el mejor de los casos, una prohibición sin sentido. ¿Por qué no deberíamos compartir nuestras especulaciones, nuestras locuras? A mi me gusta, y me estimula.
Lo de “escéptico de verdad” es de nuestro anfitrión, y yo me lo tomé como un guiño irónico. No sé si se puede ser un creyente de verdad, pero un escéptico de verdad, en el sentido de perfecto, acabado y total, se me antoja un personaje imposible, vitalmente imposible.
Tienes casi toda la razón en eso de que del caos no se puede sacar nada. Y digo casi porque algo sí se puede sacar: la imposibilidad de la certeza. Que esto nos lleve a la desesperación o a una mirada lúcida sobre el mundo depende de la necesidad de certezas de cada cual.
Termino con una pregunta y un desacuerdo: cuando dices que “Explicar lo inevitable, es, se me antoja, una falta de respeto”, ¿a quién te refieres?, ¿a quién le faltamos al respecto? En cuanto a lo de la pérdida de tiempo, no puedo compartirlo. Las más extrañas especulaciones han ayudado a avances científicos que, con el tiempo, han contribuido al avance de esas técnicas que dices preferir.
Salud.
Estimado Alberto:
Gracias por responder a mi pedido de aclaración. Confieso que al explayarse Ud. en su “instructo conceptual” espanta varias conjeturas surgidas de sus escasas primeras líneas.
La verdad, amigo, que no veo manera satisfactoria para ambos en responder a sus cuestiones. No por ellas mismas, de las cuales pudiera dar, si no satisfactoria, cumplida cuenta. Más bien es la posición suya respecto al ser, y la mía también, ojo, la que me deja, por así decirlo, fuera de combate. En resumen: mora Ud. en las antípodas de mi rancho. Pero no en antípodas, digámoslo así, del mismo planeta. Más bien en distintos planetas, cada uno
Hay un famoso libro del P. Balmes titulado “Cartas a un escéptico en materia de religión”. En la primera de ellas, el célebre filósofo catalán aclara a su interlocutor lo a-dogmático que puede llegar ser un pensador cristiano a la hora de entablar el diálogo, tratando con esto de despejar el a priori tan arraigado en la masa: “los cristianos son dogmáticos. No usan de su mollera más que para acatar reverencialmente las palabras del rito”.
Hay un solo “dogma”, eso sí, que un pensador realista guarda celosamente. El único que la antigüedad jamás puso en tela de juicio, y que la modernidad, por el contrario, accedió a cuestionar. Y me refiero, en término de Kant, a las posibilidades a priori de conocimiento.
Ud. me cita de Aristóteles su Meta-física. No hace falta entrar aquí en cuestiones de precisión demasiado exhaustivas. Me contento con señalarle tan sólo que la palabra “Metafísica” le fue impuesta a la obra del estagirita por Andrónico de Rodas, en el siglo I. Al editarse las obras de Aristóteles, las referidas a la “filosofía primera” vinieron a quedar justo detrás de los libros de la Física. Por lo que, en rigor, los términos “tá metá tá physiká” significan “los que (los libros que) están detrás de la Física.
Sin entrar en las formalidades teológicas que el mismo Aristóteles le da al estudio de la metafísica, que a más de un moderno deja helado, es preciso decir que el significado del término se extendió, por analogía, al hecho que usted señala: el estudio de “la cosa que está más allá de la física”. Por ello, sería más atinado hablar de una “transphysica”. Si lo que se halla más allá del “ser físico” es un ser inteligible, entonces la metafísica será el estudio del ser inteligible. “Hay una ciencia que estudia el ser en tanto que ser y los accidentes propios del ser. Esta ciencia es diferente de todas las ciencias particulares, porque ninguna de ellas estudia en general el ser en tanto que ser. Estas ciencias sólo tratan del ser bajo cierto punto de vista, y sólo desde este punto de vista estudian sus accidentes; en este caso están las ciencias matemáticas. Pero puesto que indagamos los principios, las causas más elevadas, es evidente que estos principios deben de tener una naturaleza propia. Por tanto, si los que han indagado los elementos de los seres buscaban estos principios, debían necesariamente estudiar los elementos del ser, no en tanto que accidentes, sino en tanto que seres. Por esta razón debemos nosotros también estudiar las causas primeras del ser en tanto que ser”. (Aristóteles, Metafísica • libro cuarto • Γ • 1003a-1012b)
¿Se da cuenta, amigo Alberto, por qué no se puede “demostrar” que la inteligencia por sí sola puede penetrar la estructura de lo real? Es un hecho primario, de experiencia, que la inteligencia conoce. Y por lo tal, indefinible por sus posibilidades de ser. “Es”, a secas, y por lo tanto, directamente orientada a lo real, y medible por “eso real”. “Recapitulando lo que hemos dicho sobre el alma, repetiremos que ella es, en cierto modo, todas las cosas; porque los seres se dividen en sensibles e inteligibles, y el conocimiento se identifica de algún modo con lo cognoscible, como la sensación con lo sensible. Conviene ahora investigar cómo sucede esto. Así pues, el conocimiento y la sensación se dividen como las cosas; y el conocimiento y sensación en potencia, corresponden a las cosas en potencia; si están en acto, a las cosas en acto. Las facultades sensitiva y cognoscitiva del alma son en potencia estas cosas: la intelectiva es lo inteligible; la sensitiva, lo sensible. (Del Alma L. III, Cáp. VIII, 431 b 26)”. “Conviene ahora investigar “cómo” sucede esto”. El modo es lo “preguntable”, lo “demostrable”, usando el término último lo más independientemente posible del ajuar de laboratorio.
Platón, de un modo más plástico, dio cuenta de la primariedad del conocimiento, como punto de partida, como la “base”, que dijera el Bambino Veira, medida por lo que es, por el ser. La tensión entre la inteligencia y lo real. “–Ahora bien, ¿no vinculamos de modo necesario la ignorancia con lo que no existe, y el conocimiento con lo que existe? –Y con razón –dijo–. –Por consiguiente, no se opina sobre lo que existe, ni tampoco sobre lo que no existe. –No, efectivamente. –Y por tanto, la opinión no será la ignorancia, ni tampoco conocimiento. –No, según parece. –¿Está, acaso, más allá de los dos, aventajando al conocimiento en claridad o a la ignorancia en oscuridad? –Ni a uno ni a otra –respondió. –¿Te parece, entonces, que la opinión es algo más oscuro que el conocimiento, pero más claro que la ignorancia? –Ciertamente –contestó. –¿Se halla, pues, entre los dos? –Sí. –Por consiguiente –dije–, la opinión sería un término medio entre ambos”. (República, 478c-478d)
De esta manera, la existencia de la verdad es evidente. Hablo aquí de la verdad llamada “in comunni”, en general. No esta o aquella verdad particular, predicada de un caso dado, sino de la verdad en cuanto dada por la evidencia. Así, como le espeté en mi primer comentario, Tomás de Aquino señala “que la verdad se funda sobre el ente (ens), por lo que así como el ser en general (esse comunne) es evidente de por sí (per se notum), así también que la verdad es (veritatem esse) (De Ver. 10, 2 ad 3). Por lo cual no puede ser demostrada. A lo sumo, como yo ahora, refutada, más nunca violando el sustrato evidencial, que ya no sería evidente. Y esto no es mera lógica bizantina, amigo. Usted mismo habló de “contradicción vital”. “Es evidente que existe la verdad, porque quién niegue su existencia concede que existe, ya que, si la verdad no existiese, sería verdad que la verdad no existe, y claro está que, si algo es verdadero, es preciso que exista la verdad. (Suma de Teología, I, 2, 1 obj. 3)
Por lo que respecta a la cuestión del racionalismo, la cosa es manifiesta. ¿Puede un escéptico, como el irlandés amigo suyo, construir un sistema de consideraciones noéticas para fundamentar su escepticismo? Términos tales como “Asociación de Ideas – Ciencia de la naturaleza humana – Conocimiento de cuestiones de hecho – Conocimiento de relaciones entre ideas – Creencia – Criterio empirista de conocimiento – Critica a la posibilidad del conocimiento de Dios – Critica a la idea de substancia – Critica a la idea del yo como substancia – Critica a la tesis del conocimiento de la realidad exterior – Critica al innatismo – Critica a la relación de causalidad – Deísmo – Emotivismo moral – Empirismo – Empirismo inmaterialista – Experiencia – Fenomenismo – Hábito o costumbre – Ideas: concepto y tipos – Ilustración – Imaginación – Impresiones: concepto y tipos – Leyes de la asociación: causa y efecto, contigüidad y semejanza – Obras de Hume – Percepciones: concepto y tipos – Psicologismo – Racionalismo moral – Sentimiento moral – Yo o alma o mente” llaman más a contradecirse vitalmente.
Y sí, concedo lo de la razón como esclava de las pasiones. Al menos, en algunos hombres, la pasión de razonar todo traiciona las mejores intenciones de independencia intelectual.
Es “al cuete”, querido amigo. La razón termina vengándose.
El racionalismo tiene la particularidad de alzarse con prerrogativas mitológicas. El caos, tan caro al pensamiento de algunos antiguos, y tan contrario al proceder de los “racionalistas de lo real”, no puede fundar una metafísica. Porque lo que no guarda armonía en sí, lo que se pianta arisco de la regla inteligible de las cosas, es inexistente. Y solo porque no es, o mejor, siendo la negación del orden de algo que es, puede de él hablarse, como si fuera, pero no siendo. Pura mitología, amigo, pura mitología.
Que, por cierto, para una mente tan mitológica como la mía, es interesante. Lo que no me resulta agradable, ni dable, es desdeñar la mitología, que no creo un escéptico-racionalista pueda describir tan acertadamente como un realista extremo de la laya de Platón.
He aquí, amigo, mis respuestas, que me dejan con una espina en el alma, y un lagrimón de amargura. Hace falta más que una soga para lograr que un escéptico del pozo de sus razones. Un toque neurálgico, vivencial. Que la realidad ofrece al alma a cada momento, y que nuestro ser padece irremediablemente.
Hay mucho de romántico en el escéptico. Como el joven Werther, enamorado, termina matándose por amor. Pudiendo conquistar, huye. Porque quiere, nada más.
Vale, amice!
Theseus, solo estoy de acuerdo con usted en eso de que moramos planetas distintos: el dogma; el “es” a secas; la verdad evidentemente existente; el alma; todo eso sobre lo que usted asienta ese extraño edificio del que se ve tan convencido no es para mí más que discurso vacío, sin referente. No tiene ningún sentido construir sobre dogmas, a no ser que se acepten como meras hipótesis de trabajo para deducir mundos posibles; pero, en fin, allá cada cual. Estoy seguro de que usted ha pensado mucho en todo esto y de que no voy yo, por tanto, a hacer ahora mella en su visión con dos frases.
Lo que sí le diré es que lo de la soga y el pozo me ha molestado profundamente. Me parece innecesariamente despreciativo. Por eso pensé contestarle algo así como “gracias, pero guárdese la soga para salir de su propio pozo de superstición”, aunque no lo voy a hacer porque, por no creer, tampoco creo en los pozos.
Por favor, discúlpeme la preterición como una broma.
PD: Hume era escocés.
Gabis: muy buen comentario. Mire que acá no hay un contrapunto Alberto-Theseus, así que intervenga nomás.
Es verdad eso que dice usted de la fe. De más está decir que no estamos hablando de la fe religiosa, de modo directo. Es más bien el presupuesto, ese del que habla Ortega, a partir del cual nos lanzamos a la aventura filosófica.
La base, de la que hablé en mi último comentario. Que en las ciencias positivas es sustrato, y en la filosofía también. De la cual deviene la experiencia, aunque no se reduzca a ella. Porque está la otra experiencia, del yo interno, que entabla comercio ad intra y construye un mundo intencional (en el sentido de presencia noética, psicológica) muy rco. Olvidado, por otra parte, por la filosofía realista, y tachado de fenomenología (horror!)
Alberto: disculpe usted la infortunada metáfora. No me creo arriba suyo, ni por pienso.
El dogma. Ay, cuestión que si no se dilucida correctamente nos llevará a una pelea tipo inquisitorial, Galileo vs. Vaticano.
Retiremos el término dogma, para nadar en el mismo pozo. Trato de hacer el esfuerzo de cambiar de planeta, créame. Siga dándome una mano, no se me ofenda.
Hablemos mejor de realidad primera. ¿Le parece? Es allí donde la cuestión viene a tornarse dialéctica, felizmente dialéctica.
La gnoseología, la teoría del conocimiento halla una realidad primera, de la cual parte como evidente. El mundo, digamos. Que si no tiene orden, es imposible se origine el entusiasmo intelectual por el constructo conceptual, como usted llama. El diccionario de la RAE ofrece esta difinición de evidencia.
Del lat. evidentia.
1. f. Certeza clara, manifiesta y tan perceptible, que nadie puede racionalmente dudar de ella.
moral.
1. Certidumbre de una cosa, de modo que el sentir o juzgar lo contrario sea tenido por temeridad.
en evidencia.
1. loc. adv. Con los verbos poner, estar, quedar, etc., en ridículo, en situación desairada.
Me parece que comenzar a filosofar, o a pensar siquiera, desde una crítica a la evidencia de la cosa que es, da doble trabajo, y un movimiento al infinito. Lo cual, lógica y metafísicamente es absurdo. Es un empezar a empezar perpetuo.
Por ello el pensamiento sólo observa y describe, si quiere. Pero no fundamente las posibilidades de existencia de la realidad primera. A no ser, como antes dije, que se tome la Metafísica como sinónimo de teología, que Aristóteles tranquílamente hace. El origen de la realidad en su Causa Primera. Si nos metemos a pensar en el origen o principio primero de la mente, y de la cosa extra mentis, debemos hacer «teología», lo cual no me desagrada para nada. Es «teología natural», o «teología filosófica», que tipos como Leibniz y Wolf trataron, desde otros paradigmas, hablando a lo Kuhn.
Supersticioso, ummm. Algo tengo. Pero el comentario que le hice a Gabis viene a relevarme del cargo. No es fe religiosa, es creencia a la manera de Ortega. Que supersticioso no era.
Sigamos amigo, proponga usted una nueva arista, pa´seguir en este interesante ruedo amical. Algún punto en común hemos de tener, y del cual partir.
Vale.
«No tiene ningún sentido construir sobre dogmas, a no ser que se acepten como meras hipótesis de trabajo para deducir mundos posibles».
Alberto, supongo se refiere a «mundos posibles» a la manera de modelos físicos, constructos matemáticos, ¿no?
No estoy en desacuerdo con ello, al contrario. Admiro esa terrible capacidad de los matemáticos de arribar a verdaderos cosmos, a fórmulas que, de lo abstractas que son, al decir de un profesor amigo, rayan lo metafísico.
Mi pregunta es: ¿de qué cosa se predicará la posibilidad? Si de otra, pienso, la conclusión es evidente. Si de sí (no es su posición, creo) se acaba la posibilidad, halllando en sí su misma razón de ser. Si de nada, pues no sé, se me ocurre que no tiene seriedad la investigación. A no ser que se trate de un juego más.
Me parece interesante este texto. Aunque no lo comparto totalmente, sin embargo el autor está de acuerdo en la descripción de un fenómeno, y en la formulación científica del mismo, desde sus regularidades físicas.
«Los conceptos físicos son creaciones libres del espíritu humano y no están, por más que parezca, únicamente determinados por el mundo exterior. En nuestro empeño de concebir la realidad nos parecemos a alguien que tratara de descubrir el mecanismo invisible de un reloj, del cual ve el movimiento de las agujas, oye el tic-tac, pero no le es posible abrir la caja que lo contiene. Si se trata de una persona ingeniosa e inteligente, podrá imaginar un mecanismo que sea capaz de producir todos los efectos observados; pero nunca estará segura de si su imagen es la única que los puede explicar: Jamás podrá compararla con el mecanismo real, y no puede concebir, siquiera, el significado de una comparación que le está vedada. Como él, el hombre de ciencia creerá ciertamente que, al aumentar su conocimiento, su imagen de la realidad se hará más simple y explicará mayor número de impresiones sensoriales. Puede creer en la existencia de un límite ideal del saber, al que se aproxima el entendimiento humano, y llamar a este límite la verdad objetiva».
Albert Einstein – Leopoldo Infeld, La física, aventura del pensamiento, Losada, Bs. As., 198614, pág. 34.
Pido disculpas por estar un poco ausente del debate y contemplarlo desde afuera. Pero bueno estoy exultante de gozo y de estímulos por los contrapuntos. Me acuerdo cuando estudiaba metafísica o epistemología gozaba tanto que en un punto no podía continuar estudiando tenía que salir a caminar un buen rato, un par de horas, hasta que se me pasaba para poder retomar el tema. Ya no tengo la virginidad en el alma de aquellas experiencias primeras, las cuales no se vuelven a repetir (recuerdo con exactitud la primera vez que escuché música en estéro, después de esa primera vez nunca fue igual), pero sin embargo lo que aquí sucede me hace recordar aquellos tiempos…
Una distinción que tal vez ayude a que nos entendamos, tal vez no…
Las «evidencias» a las que apela Teseo son experienciales, es decir implican todo el hombre puesto en situación concreta y determinada en el ejercicio de todas sus facultades cognocitivas, desde los sentidos internos hasta la elaboración simbólica más abstracta. Es, por tanto, una evidencia en primera persona y que la totalidad de los seres humanos viven y actúan en su realidad cotidiana.
El problema viene en el momento de la elaboración simbólica de tal evidencia. Como dice Lacan las palabras (por desgracia y gracias a Dios) aparecen en ausencia de la cosa, es decir que la misma elaboración simbólica nace en un acto disociativo. El acto por el cual en un momento nos separamos, nos alejamos, nos disociamos del mundo, para representarlo con nuestro verbo en nuestro interior. Y eso se da en una situación totalmente diversa de la experiencia evidente anteriormente mencionada, ahora estamos en la «res cogitans» por decirla con el torpe lenguaje cartesiano. Pensando, nada más que pensando, se puede contradecir todo, Tomás decía que con las palabras es posible contradecir hasta los primeros principios, y tiene razón. Por tanto, como dice Alberto (si interpreto bien) allí no hay evidencia de la que no se pueda dudar. Porque los primeros principios, allí, están en estado simbólico, no en el ejercicio de todo el hombre puesto frente al ser. La pregunta es si es legítimo disociarse en el interior de lo simbólico y escuchar nada más que una de las necesidades del discurrir simbólico, que parecería ser la de una evidencia que tuviera en sí la capacidad de forzar lo simbólico en una dirección única. ¿Es esta necesidad legítima?
Pongo solo esta observación, tendría preámbulos (no sé que filósofo decía que la filosofía no trata más que de preámbulos) para escribir un libro, pero no los aburro….
Ja, ja, tu sensación fue como la de un enamorado por primera vez, ¿no? me admira que haya gente que sienta eso con el descubrimiento filosófico de la realidad, maravilloso.
Ante el resto, me llamo a un pudoroso silencio, pero al menos, ahora hablan de modo que una neófita (mejor dicho, una ignorante) como yo pueda entender. ¡Gracias!
Gracias por el empujón, Psique.
Que la representación simbólica deba llevarnos en una dirección, es claramente erroneo. De ser cierto, o todos tendríamos razón, o todos nos equivocaríamos.
Pasa que la experiencia de lo evidente sí, creo yo, nos lleva a lo noético. Es precisamente lo que trato de mostrar, torpemente, quizás.
La cuestión es: ¿cómo puedo luego lograr un redditus, una vuelta hacia lo primero que me dio la pauta de inicio del pensar negando a veces su existencia, a veces su conocimiento?
Estoy de acuerdo con Alberto en el caracter hipotético, usando la palabra lo más que puedo en conceder, o como dice Gabis, el caracter dialéctico del momento. Un «hasta ahora esto», que es resultado de la imposibilidad no sólo de abarcar en un solo acto de conocimiento todo lo dado, sino también de la dificultad de arrivar, paso a paso, hasta la realidad.
Por eso, la herramienta del escepticismo clásico, la epoxé, que congela por un momento el trasunto cognoscitivo, puede muy bien ser el punto a partir del cual vengamos a ponernos de acuerdo en algo con Alberto. «Hasta ahora, esto». «Luego, dándose las posibilidades que me fuercen a afirmar, lo otro».
El estagirita comparaba nuestra potencia intelectiva con los ojos de la lechuza, que veía de noche. Porque la realidad, o como lo quieran llamar, es más, potencialmente penetrable. Se vé, si, pero no todo.
De aquí mí «efecticismo».
Naturalmente que tenemos un punto en común, Theseus, y usted mismo lo menciona: el entusiasmo intelectual. Las dificultades empiezan cuando nos condena a los escépticos a no experimentar tal entusiasmo.
Como no puede ser de otra manera, no comparto esta terrible asimetría. En primer lugar, porque mi propia experiencia me habla de entusiasmo. Pero una experiencia personal nunca es un argumento, así que necesito algo más. Ya que ha salido Einstein por ahí citado, voy a utilizar uno de sus recursos más frecuentes: los experimentos mentales.
Una mañana, despierto en un mundo muy distinto al que estoy acostumbrado: la gravedad es mucho menos intenso; se puede ver a través de las paredes y, si no me concentro, los pensamientos de los demás invaden mi conciencia.
Ante tal situación, me pongo a buscar explicaciones:
1. Me he vuelto loco.
2. Estoy soñando.
3. Me han conectado a una máquina de realidad virtual.
4. El genio maligno de Descartes ha vuelto.
Supongo que tardaría algo más de tiempo, pero sé que también acabaría planteándome una quinta posibilidad: era antes cuando estaba loco, o cuando estaba soñando, o cuando estaba conectado a una realidad virtual, o cuando estaba siendo engañado por el genio maligno de Descartes, y es esta de ahora la verdadera realidad.
Sea como fuere, mi reacción sería, y confieso que descubrir esto me ha producido cierta inquietud, seguir mi vida como si tal cosa porque si a algo me dedico es a intentar entender el mundo lo más posible. Supongo que la principio, la novedad de los hechos extraordinarios me insuflarían un mayor entusiasmo si cabe, pero, con el tiempo, me instalaría en esta “búsqueda sin término” en la que consiste mi vida.
He narrado el experimento en primera persona, pero ahora les rogaría a todos que lo hiciesen propio: ¿dejarían de investigar, de pensar, dejarían de filosofar por el hecho de dudar de sus experiencias? Pienso que no. Pienso que, si me apuran, la duda le hace a uno más intelectualmente entusiasta, aunque no sea más que por cazar la trampa.
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Tenemos más puntos de vista comunes: dice Theseus: “La gnoseología, la teoría del conocimiento halla una realidad primera, de la cual parte como evidente. El mundo, digamos”. A eso me refiero cuando hablo de hipótesis. A eso me refiero cuando hablo de niveles o de planos. A partir de cada conjunto de evidencias, de realidades primeras, de dogmas, de axiomas, sale una línea de investigación. Lo que nos diferencia es que yo no acabo de entender por qué aceptar una línea de investigación cuando hay tantas posibles. Supongo que el quid de la cuestión está en qué entendemos por evidencia.
Theseus, no querría caer en el ergotismo, pero la definición del DRAE que usted mismo propone me da el partido, pues dice que evidencia es “Certeza clara, manifiesta y tan perceptible, que nadie puede racionalmente dudar de ella”. Dado que yo puedo dudar racionalmente de cuanta presunta certeza usted me presente, de la definición propuesta se deduce que no existen certezas.
Más allá de la broma, no pretendo que esto sea tan fácil. Pero lo cierto es que, más allá de la certeza de que algo hay (el hecho de que experimente cosas me dice que al menos, hay dos cosas, una que siente y otra la sentida) cualquier otra certeza se puede cuestionar como producto de la locura, la realidad virtual, el sueño, el genio maligno…
Pero hay más. A lo largo de la historia hemos considerado como evidentes muchas cosas que han resultado erróneas.
En otros momentos de la historia se ha considerado evidente la planitud de la tierra y su centralidad en el universo; la generación espontánea de la vida; la inmutabilidad de las especies; la ortogonalidad del espacio o la ley del tercio excluso, ideas que hoy no solo sabemos que no son evidentes, sino que son falsas. Lo que consideramos evidente, por mucho que le añadamos el calificativo de racional, depende de nuestra experiencia y de nuestra capacidad, ambas evidentemente limitadas. Hoy día la física estándar nos propone un modelo difícilmente creíble si no fuese porque los experimentos se empeñan, tercamente, en decirnos siempre lo mismo: nuestra percepción del universo macroscópico no tiene nada que ver con lo que pasa en el mundo subatómico. Algo parecido pasa con la información que nos viene de la neurociencia: nuestras percepciones son interpretaciones bastantes elaboradas de los inputs proporcionados por los sentidos. No vemos la realidad: la recreamos a partir de un conjunto de datos insuficientes. Siendo así, la evidencia, ¿dónde está?
Supongo que ahora vendría la crítica a la aceptación de los hallazgos científicos por parte de un escéptico. Bien, no hay problema. Me explico: yo no me creo la ciencia. Pero la disfruto.
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Otro punto en común, y ya van tres, es el texto propuesto de Einstein e Infeld. Yo mismo lo podría haber aportado en mi defensa (habla de modelos, de mecanismos análogos, es decir, de hipótesis, no de verdades), si no fuese porque no comparto una de sus conclusiones. Su descripción de la ciencia como el estudio de una caja cerrada es impecable: escuchamos, vemos, palpamos el mundo, pero nunca podemos llegar a su interior, al noúmeno kantiano.
Donde no estoy de acuerdo con mi tocayo es en la idea de “verdad objetiva”. Esta es cuestionable desde muchos puntos de vista. Pero, para no entrar en deconstrucciones, hermenéuticas del texto y relativismos culturales, me voy a permitir otro experimento mental basado en una metáfora que se usa en biología para explicar lo chapuza que es la evolución.
Imaginemos estar en una extensa y perfecta llanura en la que sobresale una única colina. Nos dejan allí con una sola instrucción: alcanza la máxima altura, y con una limitación: somos ciegos. ¿Podemos resolver el problema? Sí. Basta ponernos a andar por la llanura y a estar atentos a la más mínima pendiente. Podemos realizar nuestra exploración al azar o sistemáticamente. La cosa es que, antes o después, daremos con una leve pendiente. Bastará entonces que la sigamos para alcanzar la cumbre. Si la colina simbolizase el conocimiento del universo, estaríamos diciendo que, incluso ciegos, podríamos alcanzarlo.
Imaginemos ahora que la llanura está moteada por colinas de distintas alturas. ¿Podríamos alcanzar la mayor de todas ellas? Aplicando el método de antes, podríamos localizar una colina, y subir hasta su cima, pero, una vez allí, no podemos saber si se trata de la máxima altura o tan solo de una pequeña mota. Podemos bajar a la llanura y seguir buscando y asciendo a otras colinas, pero nuestra ceguera nos impedirá siempre saber si quedan más colinas que subir. Si cada colina simboliza una posible teoría acerca del universo, significaría que nunca podríamos estar seguros de estar acercándonos a la verdad o, simplemente, a una teoría aproximada, a una metáfora.
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A la pregunta “¿Es legítimo disociarse en el interior de lo simbólico y escuchar nada más que una de las necesidades del discurrir simbólico, que parecería ser la de una evidencia que tuviera en sí la capacidad de forzar lo simbólico en una dirección única?” solo puedo contestar de una manera: ¿por qué tenemos que elegir? ¿Por qué esa necesidad de certezas? El mundo nos ofrece una aventura intelectual que no necesita de asideros. Por el contrario, nos ofrece multitud de interpretaciones excitantes. Hace unos años, un amigo filósofo me hizo una pregunta astronómica. Empecé a darle contestación desde un modelo simplificado, copernicano. Entonces él me dijo: “¿no puedes contármelo en un mundo ptolemaico? Me quedé sorprendido, y le dije que a cuento de qué utilizar un modelo que sabíamos erróneo. Me contestó: “es que yo lo entiendo mejor”.
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Amigos, esta conversación es para mí un placer.