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Tradicionalmente se ha subdividido la esquizofrenia en pa­ranoide, catatónica, hebefrénica y simple, alzándose varias vo­ces al inicio de la década de 1970 al considerar que en estu­dios controlados la sintomatología atribuida a cada una de ellas no era significativamente diferente (Carpenter). En la si­guiente década aparecen clasificaciones dicotómicas como las de Andreasen (esquizofrenia negativa y esquizofrenia posi­tiva) (tabla 30-4), o la de Crow (tabla 30-5), que diferencia entre tipos I y II. Estas clasificaciones han ido cediendo te­rreno por su escasa fiabilidad y por la comprobación de que, en el transcurso del tiempo, no se mantenían y había pacien­tes que cambiaban de grupo. El cambio de grupo tanto en la esquizofrenia negativa como en la de grupo II suponía qúe enfermos con un predominio de la sintomatología defectual y con alteraciones neuroanatómicas pasaban a ser pacientes de buen pronóstico, con aceptable respuesta al tratamiento con neurolépticos y menor tendencia a las recidivas. Andreasen propone un modelo tridimensional al añadir el grupo mixto, pero al clasificar a los enfermos la mayoría de pacientes perte­necen a ese grupo. La validez de estas clasificaciones y de las posteriores que han ido apareciendo, cuatro y pentadimensio­nales (Strauss, Peralta y Cuesta, Lindstrom), se cuestiona si se están refiriendo a diferentes formas clínicas o a subtipos caracterizados primordialmente por un síntoma predominante. Una de las formas de dar validez a estas clasificaciones es su permanencia en el tiempo. Entre nosotros, Leal, en un tra­bajo sobre 150 pacientes diagnosticados por el DSM-III-R y con un seguimiento de 7 años, halla un 89% de estabilidad frente al diagnóstico genérico de esquizofrenia. Ante los dife­rentes subtipos destaca la mayor estabilidad de la forma paranoide, seguida de la residual. Como conclusión, la estabilidad de la forma paranoide frente a las otras es sugerente para plantearse una clasificación paranoide/no paranoide, que en estudios biológicos y de neuroimagen parece tener mayor consistencia respecto a otras clasificaciones.
 
Aunque el DSM-IV-TR yla CIE-10acogen más formas que las definidas como clásicas, nos ceñiremos a éstas porque gozan del suficiente predicamento en nuestro me­dio clínico.
 

Eduardo Montoro

Autor: Eduardo Montoro

Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.

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