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Trastorno del lenguaje y síntomas gástricos.

En otra oportunidad, y en relación con el contexto del material asociativo, pudo evidenciarse otro significado vinculado con el trastorno del lenguaje. Se quejaba de un padecimiento gástrico que sufría desde hacía dos días y lo describía como si tuviera un agujero en el estómago, con sensación de hambre intensa. Recordó un sue­ño, analizado hacía un tiempo, en el que veía a su madre muerta con un boquete en la frente, y lo relacionó con el «agujero» de su calmar así su hambre, pero paradójicamente el alimento no le ali­estómago. Sentía la necesidad de tapar ese agujero con comida y viaba sino que aumentaba sus dolores y determinaba la necesidad de defecar repetidamente pero sólo eliminaba escíbalos con grandes esfuerzos. Atribuía, en parte, sus malestares digestivos a haber co­mido verduras que «le habían caído mal», en lugar de un plato de su predilección que había pedido a su hermana y que ella no sa­tisfizo acusándole de egoísmo por sus exigencias. Se refirió poste­riormente a los reproches que le hacía su padre por regresar tarde cuando salía con su novia. En ambos casos se consideró tratado in­justamente.

 

A medida que iba refiriendo el citado material se incrementaba su dificultad para hablar, manifestando: …»Siento que las pala­bras salen como si fueran de piedra… me cuesta pronunciarlas, como si las letras fueran pedazos de granito que tengo que ir juntando para formar las palabras…» al mismo tiempo que describía el ex­trañamiento que acompañaba, por lo general, a ese tipo de pertur­baciones. Las palabras representaban, pues, los escíbalos que tenía dificultad en eliminar, la mala comida que no pudo digerir y «le había caído como piedra». La frustración sufrida por parte de la hermana, sustituto materno, al negarle el alimento deseado obligán­dolo a ingerir otro, reactivaba el trauma infantil de sentirse dañado y agujereado como consecuencia de la agresión de su madre frus­tradora por haberle dado leche mala que no podía digerir y lo de­jaba con hambre. En el sueño trataba de superar la posición depre­siva proyectando sobre el objeto materno la vivencia de su propia destrucción y muerte. Por otra parte, también el padre al privarlo del alimento bueno, prohibiéndole su genitalidad, condicionaba su regresión a sus fijaciones orales. Expresó luego que había notado la agravación del trastorno cuando se le ocurrió que me podía pe­dir prolongar la hora de sesión; últimamente las sesiones le resul­taban  cortas, pero le parecía un abuso pretender que le dedicara más tiempo.

Considerando todo el material aportado le interpreté su difi­cultad para expulsar los aspectos malos de sus objetos internalizados que le habían hecho padecer hambre, por quienes se sentía castrado, que no le habían permitido tomar de la vida más que lo desprovisto de gusto y placer, y a quienes estaba masoquísticamente fijado. Le había angustiado la posibilidad de que yo fuera como ellos. Por otra parte, temía agredirme con sus palabras (arrojarme piedras) y me pedía tiempo suficiente para comprobar que no me dañaba y pro­yectar sobre mí las partes buenas de sus objetos. El tiempo representaba, también, el alimento bueno esperado, pero se angustiaba ante la idea de exigirme tanto que me vaciara de mis cosas buenas. Después de estas interpretaciones, el trastorno desapareció.

 

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