Otra de las perturbaciones características de sus momentos de despersonalización era la noción de la continuidad temporal: algunas situaciones presentes las vivía como si pertenecieran al pasado, etcétera.
En una ocasión este trastorno se manifestó en una forma muy singular: expresó, a poco de iniciada la sesión, que al estrecharme la mano tuvo la impresión de que el tiempo se eternizaba, como si esta escena quedara fijada en una fotografía. Al mismo tiempo, y envuelto en la atmósfera del extrañamiento, se sentía como transportado de una habitación a otra, queriendo significar con ello que se trasladaba a otra época. En efecto, apareció material infantil, con especiales referencias a su padre. Se desprendía de sus asociaciones que paralizaba el momento actual, en el que me veía como padre bueno, para tener tiempo de retroceder en busca del padre de su niñez y traerlo al presente y superponerlo a mi imagen. Es dable suponer, dada su evolución, que hubo aspectos positivos en sus imagos infantiles en los que necesariamente hubo de apoyarse, y considero que el padre puede haber representado esa parte positiva durante el primer año y medio de vida del paciente, antes de ausentarse.
Ya mencioné que una de las características de la despersonalización de este paciente, tan estrechamente ligada a la situación transferencial, era su influenciabilidad por la interpretación. Sucedía, a veces, que la interpretación provocaba su aparición por el montante de angustia consiguiente que se movilizaba. Una vez establecido el fenómeno con las características ya descriptas, sufría modificaciones en su intensidad de acuerdo con el material surgido, pero solía persistir hasta que una interpretación adecuada y oportuna lo hacía desaparecer. La frecuencia con que observé esta relación de causa a efecto tenía casi el valor de un test de verificación de la exactitud de una interpretación.
Análogamente a lo que ocurre en la dramatización onírica donde la sucesión en el tiempo está representada espacialmente por el pasaje de un lugar a otro.
Resultó interesante comprobar, por otra parte, en qué forma se efectuaba la reversibilidad del proceso, especialmente en aquellos casos en que predominaba la sensación de alejamiento y deformación de las cosas que lo rodeaban. Percibía entonces que los objetos se acercaban y readquirían sus formas habituales; a esto se agregaba, a veces, la sensación de que una ola de calor invadía todo su cuerpo, cobrando mayor intensidad en la zona de los genitales, y acompañada de deseos de llorar: cuando lograba hacerlo se sentía aliviado. Debido a la angustia de castración había proyectado sobre los objetos la vivencia de sus genitales destruidos como también otras partes dañadas de su yo: al sentirse castrado se había sentido muerto. A través del llanto y la sensación de calor .percibía la reintegración de su yo como una recuperación de los genitales (superación de la angustia de castración) y de sus objetos perdidos, con la significación de un renacer.