Tal vez valdría la pena detenernos un momento para recordar qué es angustia, ya que puede presentarse de muy diversas formas. Es uno de los sentimientos displacenteros más universales. Subjetivamente, puede ser vivida como un sentimiento de aprensión, difuso, vago, o bien como un estado emotivo de incertidumbre y desamparo. Presenta una constelación de síntomas físicos, principalmente respiratorios y circulatorios, como disnea, palidez, aceleración del pulso y latidos cardíacos, estremecimiento, transpiración, sensación de vacío en el estómago, etcétera. En casos excepcionales, cuando la angustia llega a ser muy intensa, puede transformarse en pánico que impulsa la huida desesperada y descontrolada. Cuando la huida no resulta posible, puede provocar una desintegración temporaria de la personalidad con el resultado de una crisis psicótica. Muchas veces se exterioriza a través de formas indirectas, como por ejemplo, estados de malhumor, irritabilidad o franca agresión.
En general, se asocia la angustia con la depresión. Sin embargo, es importante poder diferenciarlas. En forma muy simplificada, se puede señalar que la angustia constituye una reacción del individuo frente a un peligro, en la que el individuo manifiesta su deseo de sobrevivir, se prepara para la lucha o para la fuga, según el caso. Aparece ante la inminencia de un ataque dirigido contra el yo, y se relaciona más con el futuro.
En cambio en la depresión, el yo se encuentra paralizado, el deseo de vivir ha sido sustituido por el deseo de morir y el yo se siente impotente para enfrentar los peligros que lo amenazan: se manifiesta por apatía, tristeza, decaimiento, vivencias de impotencia y desesperanza. Esta suele ser consecuencia de experiencias que tienen que ver con el pasado.
Freud planteó inicialmente una teoría acerca de la angustia que luego modificó, aunque sin abandonarla del todo. En un principio la había considerado una consecuencia de la represión de los impulsos libidinosos y, por lo tanto, como una transformación automática de la energía instintiva. Más tarde, en cambio, la consideró una «señal de alarma» originada en el yo y que lo alertaba acerca de la inminencia de algún peligro, movilizando las defensas que pudieran ser necesarias (4) .
Cabe distinguir, sin embargo, según el mismo Freud, entre la que llamó «angustia real» y la «angustia neurótica», que tiene considerables implicaciones en relación con nuestro tema. Porque la primera aparece frente a situaciones concretas de peligro; en cambio, la angustia neurótica es producida por el yo por motivos internos y, por lo tanto, puede estar muy disociada de la realidad externa.
En este caso, la angustia no funciona ya como guía, activando la capacidad de defensa frente a peligros reales, sino que tiene una calidad destructiva, pues incapacita al hombre para reconocer la realidad, evaluarla y actuar frente a ella utilizando su capacidad de aprendizaje que contribuye al crecimiento y al cambio.
La angustia real o angustia ante el peligro es concebida profundamente como el miedo a la castración que se convierte en miedo a la propia conciencia moral y en miedo social.
Freud plantea además el siguiente interrogante: «¿Cuándo la separación del objeto [que implica un cambio] produce angustia, cuándo tristeza y cuándo quizá sólo dolor?» … «El dolor es la verdadera reacción ante la pérdida de objeto mientras que la angustia lo es al peligro que tal pérdida trae consigo»… «La tristeza surge bajo la influencia del examen de la realidad que impone la separación del objeto, puesto que el mismo no existe ya.»