En realidad, el «mundo adolescente» debe ser considerado como una verdadera estructura social cuyos integrantes conforman una multitud ansiosa que oscila entre dos polos: 1) la inestabilidad determinada por sus cambios psicobiológicos y la inseguridad que les ofrece el ambiente social, y 2) la búsqueda de un continente estable que confiera solidez y garantía a su insegura identidad.
Ese continente es buscado en la vida grupal, en que distintas partes de sí mismo pueden ser proyectadas en los diferentes miembros del grupo, al mismo tiempo que en la relación interpersonal los otros asumen roles que complementan y permiten asumir el propio (así como para ser padre se necesita que alguien sea hijo) . Por otra parte, la inclusión en grupos permite «hacerse oír» por otros, que pueden representar a los padres, ya que no poder hacerse oír hace dudar de la propia realidad.
Se comprende entonces por qué Freud había señalado que el psicoanálisis es ante todo una psicología social, ya que siempre interesa la relación del individuo con el otro, su semejante.
Hubo otros investigadores que destacaron también, en forma especial, la influencia del medio externo de la sociedad en el desarrollo del individuo. Entre ellos, Kardiner llegó a definir la personalidad básica de la siguiente manera: «Se trata de una configuración psicológica particular, propia de los miembros de una determinada sociedad, que se manifiesta por un determinado estilo de vida sobre el cual los individuos tejen sus variantes singulares. Es, pues, una especie de ‘matriz’ que constituye el fundamento de la personalidad para todos los miembros del grupo» (9) .