El vínculo de integración social se refiere a la connotación social de la identidad y está dado por la relación entre aspectos del self y aspectos de los objetos mediante los mecanismos de identificación proyectiva e introyectiva.
En el momento de nacer, el niño no tiene noción de la diferenciación entre su persona y el inundo circundante. Las experiencias placenteras por un lado y las penosas por el otro irán condicionando la primera separación. El niño tiende a rechazar y expulsar hacia afuera todo lo que siente desagradable. Se trata de un movimiento psíquico de tipo centrífugo al que se agrega otro contrario, centrípeto, que tiende a incorporar lo placentero. Estos dos mecanismos, proyección e introyección, dan origen a dos mundos psicológicos, el externo y el interno, poblados de objetos, externos e internos también, y se pueden considerar como los cimientos que reforzarán el primer estado rudimentario de la identidad determinada por el nacimiento. Pero el lactante no reconoce, en un comienzo, otra experiencia, que la suya propia; para su fantasía inconsciente, el pecho materno no es más que una parte de sí mismo. Y es precisamente la experiencia angustiante y dolorosa determinada por la amenaza de aniquilación de los impulsos tanáticos o la vivencia de una pérdida abrumadora, lo que pone en marcha el proceso tendiente a la discriminación del objeto como algo exterior a uno mismo. Empieza a diferenciarse el no-self del self, poniendo en funcionamiento los fenómenos de disociación y proyección.
Se ha señalado que los sentimientos de confusión forman parte del desarrollo normal y que, en la más temprana infancia, el niño vive en un estado de no-integración en el cual la percepción es incompleta y los estímulos externos e internos, los objetos externos e internos y las partes del cuerpo a menudo pueden no ser diferenciados. Durante la etapa esquizo-paranoide no siempre se logran mantener separados los objetos buenos y malos y, por lo tanto, se los siente como mezclados o confundidos. Estos son estados confusionales de desintegración y déficit de identidad que se relacionan con los estados confusionales esquizofrénicos. El estado confusional está asociado a una angustia extrema porque al confundir las pulsiones libidinales y las destructivas, toda la personalidad está en peligro de destrucción. Como defensa se busca reforzar los mecanismos de disociación. Tales defensas disociativas, si bien disminuyen la confusión y alivian la angustia, producen desintegraciones progresivas con el consiguiente trastorno de identidad, debido a la fragmentación del self (19).