La relativa estabilidad lograda durante los años de latencia y mantenida a costa de la represión de las fantasías sexuales, los mecanismos obsesivos y las fuertes disociaciones, entra en crisis cuando irrumpe la pubertad, con la reaparición de la masturbación y la ruptura de la disociación diferenciadora obsesiva, rígida y exagerada de la latencia, que permitía saber muy tajantemente qué era bueno y qué malo, qué femenino y qué masculino, etcétera.
En cuanto comienza la adolescencia, por el contrario, todo es confusión, que da lugar a nuevas y variadas disociaciones como defensa.
La experiencia de identidad es altamente fluctuante, dependiendo del tipo de experiencia psíquica que predomine en cada momento: identificaciones proyectivas e introyectivas. Esta fluctuación produce la cualidad característica de inestabilidad emocional que se ve en el adolescente, y puesto que se basa en procesos disociativos, los estados mentales sucesivos están muy poco en contacto unos con otros: por ello le es tan difícil asumir una responsabilidad, que implica continuidad en el tiempo: ser el mismo en el momento de hacer algo que el que era cuando pensó que lo haría o que no lo haría. Esa fluctuación se evidencia también en la persistente búsqueda de la firma que lo identifique, a través de reiterados ensayos en que escribe su nombre una y otra vez, siguiendo distintos modelos, hasta encontrar la firma que mejor lo represente.
En los momentos de mayor confusión, resurgen las incertidumbres con respecto a las diferenciaciones interno-externo, bueno-malo, masculino-femenino, características de la evolución pre-genital. A estas incertidumbres se agrega la confusión entre las zonas erógenas, unidas a la confusión entre amor sexual y sadismo. Cuando la reaparición de la masturbación trae consigo una fuerte tendencia regresiva a abandonar la propia identidad y a tomar la identidad de un objeto por intrusión en él, el adolescente será presa de ansiedades confusionales, más intensas que las que todos los adolescentes experimentan en cierta medida. Esta es la confusión acerca de los cuerpos, que aparece con el primer vello pubiano, el primer crecimiento de los senos, la primera eyaculación, etcétera.
El adolescente se pregunta de quién es el cuerpo que ve en el espejo: si es el propio o es el de su padre, joven, de sus recuerdos infantiles y objeto de su admiración y envidia infantiles y al que ahora se parece. En otras palabras, no puede distinguir con certeza su estado adolescente de las ilusiones infantiles de adultez, inducidas por la masturbación con fantasías de identificación proyectiva. Esto es lo que subyace detrás de la preocupación del adolescente por sus ropas, arreglo, peinado, tanto en los varones como en las niñas (11) . El camino hacia la aceptación del cuerpo como propio pasa por la elaboración del duelo por la pérdida del cuerpo infantil y la pérdida de la imagen de los padres de la infancia (2) .
En la adolescencia se produce también, además de la cada vez más amplia integración social, como veremos en el capítulo siguiente, la integración de la sexualidad en el self, luego de las vicisitudes variables desarrolladas en el capítulo anterior. Las relaciones sexuales prematuras pueden ser huidas de la masturbación y equivalentes a ella. Por eso, cuando priman las fantasías masturbatorias y la identificación proyectiva, la relación sexual es sentida como algo que pone en peligro la propia identidad, por el temor a diluirse en el otro. Por el contrario, en condiciones de mayor madurez, habiendo hecho las paces consigo mismo, aceptado el propio cuerpo, renunciado a la omnipotencia bisexual masturbatoria y aceptado el cuerpo del otro, la relación sexual se integra en una relación más completa y real, que completa también al individuo y fortalece su sentimiento de identidad.