A lo largo de este capítulo, hemos pasado revista a los principales elementos constitutivos del vínculo de integración espacial de la identidad. Señalamos la importancia de la noción del propio cuerpo con la fantasía inconsciente de una «piel-continente» que contrarresta la ansiedad de desintegración y «desparramo» de los primeros períodos de vida. La percepción del cuerpo como unidad, a través de las reacciones del niño frente al espejo, contribuyen al establecimiento de la noción del esquema corporal que se extiende más allá de los límites del cuerpo, comprendiendo —además de las experiencias kinestésicas y las estructuras posturales— una relación espacial y temporal. Presentamos brevemente las características de la evolución de la identidad sexual del niño y de la niña durante las etapas preedípicas y edípicas del desarrollo, ya que son las que determinarán las condiciones en que se establecerá la identidad sexual adulta. Finalmente, planteamos la problemática de esa identidad sexual a la luz de las pautas culturales y de su gravitación en las diferencias entre el hombre y la mujer en la sociedad victoriana, y en el borramiento de esas diferencias tal como se viene presentando en la sociedad actual y como parece que se configurará en la sociedad del futuro, a menos que se produzcan cambios radicales en su estructura y en la relación entre los individuos.