Los dos primeros tiempos de este nuevo matrimonio fueron idealmente perfectos. T. Mann los describe como el paraíso, sin limitaciones, prohibiciones ni renuncias, «allí donde lo permitido y lo prohibido, que aquí son tan distintas cosas, se desarrollan en unidad y donde lo hermoso prohibido lleva la corona espiritual de lo permitido, mientras que lo permitido, para colmo, adquiere el encanto de lo prohibido»… Sita «era la mujer más favorecida del mundo, pues se hallaba en posesión de un esposo que, si puede decirse, estaba compuesto de puras partes principales».
Este paraíso parecía estar caracterizado por la realización mágica y omnipotente de deseos, tal como puede ocurrir en una fantasía de regresión fetal (todo había ocurrido en la cueva de la diosa, pidiendo entrar «por la puerta del cuerpo materno») con la participación de los típicos mecanismos maníacos, como los ha descripto A. Rascovsky (20) .
Las gentes no se extrañaron demasiado de la transformación del esposo por «la significación decisiva y sin lugar a dudas que la cabeza tiene a los ojos de todos, para la identidad de una persona humana». Por otra parte, el nuevo cuerpo fue vestido «con arreglo a las leyes de la cabeza», pero además con el tiempo el cuerpo deseado y adquirido del amigo fue cambiando. «Ahí estaba el error que Sita cometió con el error… no había pensado, y su felicidad no lo quería admitir, que el cuerpo de Nanda unido a la nariz delgada de Chridaman, sus ojos mansos y pensamientos y la barba suave en forma de abanico no era ya el mismo, no era ya el alegre cuerpo de Nanda sino otro.»
Chridaman no era herrero ni pastor, sino que siguió comerciando con muselinas, sedas y alcanfor, al mismo tiempo que leía los Vedas en los intervalos, «y no es milagro que los brazos de Nanda disminuyeran en su robustez y se hicieran más delgados, su pecho se estrechara y se aflojara, se hiciera más ralo el rizo del ‘ternero de la suerte’ … y todo en conjunto: el alegre cuerpo del amigo, lo principal en su anterior composición, se conviritó en humilde accesorio y colgante de una cabeza, a cuyos nobles impulsos no podía ya seguir respondiendo con perfección paradisíaca».
También la cabeza de Chridaman, determinante de los sentimientos del yo y de lo mío, estuvo sometida a cambios de adaptación. «Sus labios, antes tan finos y delgados dentro de la barba, se hicieron más satisfechos y llenos… su nariz, un tiempo delgada como el filo de un cuchillo, aumentó en carnosidad y hasta mostró una innegable inclinación a bajar y caer en lo caprino y sus ojos adoptaron la expresión de una cierta alegría roma… A la larga, fue un Chridaman con un cuerpo de Nanda afinado y cabeza de Chridaman embastecida.»
Estas transformaciones que no llevaron, con todo, al restablecimiento total de las identidades primitivas, parecían indicar un fracaso de la disociación y de la buscada distribución definida de las respectivas partes buenas y malas. La dilución de los rasgos hacía reaparecer nuevamente la amenaza de la confusión y un resurgimiento de la angustia por la pérdida de la identidad.
Estos cambios, negados al principio, fueron desilusionando a Sita y despertando nostalgia por el alejado, a quien suponía, y con razón, haber sufrido cambios correlativos.