Sexualidad
S/ escuchamos a los chicos y chicas justo en el momento en que están más despreocupados, llenos de granos y poco atractivos, podremos penetrar en un misterio que la mayoría de nosotros experimentamos intensamente en nuestro interior y que habíamos olvidado. Ese misterio es el proceso de la creación de un hombre o una mujer.
COLÍN MCINNES
Escritor escocés contemporáneo
Durante la adolescencia, la vida de los chicos y de las chicas se ve envuelta en un halo de sexualidad. En el Capítulo 3 estudiamos las bases biológicas de la maduración sexual, incluyendo el calendario de los cambios biológicos y hormonales implicados. En este capítulo nos centraremos en las actitudes y experiencias sexuales de los adolescentes. Cuando concluya este capítulo, debería haber alcanzado los siguiente objetivos de aprendizaje:
Objetivo de aprendizaje 1 Entender que la sexualidad es un aspecto normal del desarrollo adolescente.
Objetivo de aprendizaje 2 Conocer mejor sobre las actitudes
y comportamientos heterosexuales de los adolescentes.
Objetivo de aprendizaje 3 Describir las actitudes y los comportamientos homosexuales de los adolescentes.
Objetivo de aprendizaje 4 Analizar el tema de la autoestimulación y evaluar el uso de los métodos anticonceptivos.
Objetivo de aprendizaje 5 Saber más sobre los embarazos adolescentes.
Objetivo de aprendizaje 6 Describir las enfermedades de transmisión sexual.
Objetivo de aprendizaje 7 Exponer el tema de los abusos sexuales y el acoso sexual.
Objetivo de aprendizaje 8 Evaluar los conocimientos sobre la sexualidad que tienen los adolescentes y la educación sexual que se imparte en los centros educativos.
Objetivo de aprendizaje 9 Conocer la satisfacción sexual de los adolescentes y las medidas de política social relacionadas con los problemas sexuales de los adolescentes.
LOS MISTERIOS Y CURIOSIDADES DE LA SEXUALIDAD ADOLESCENTE
Tengo 16 años y me gusta mucho esa chica. Pero ella quiere llegar virgen al matrimonio. Anoche salimos juntos y me dejó ir bastante lejos, pero no tanto como a mi me hubiera gustado. Yo sé que a ella también le gustó, pero siempre me frena cuando las cosas empiezan a ir deprisa. Todo esto me resulta muy difícil de soportar. Ella no lo sabe, pero yo también soy virgen. Siento que ya estoy preparado para mantener relaciones sexuales. He de admitir que también tengo fantasías sexuales con otras chicas. Tal vez debería salir con otras chicas.
Paco C.
Tengo 14 años y pienso mucho en el sexo. A veces, justo antes de dormirme, pienso en ese tío bueno de 16 años que juega en el equipo de fútbol. Está tan cachas. Siento cómo me estrecha entre sus brazos, cómo me besa y cómo me acaricia. Cuando paseo por los pasillos del instituto entre clase y clase, a veces imagino historias con los chicos con quienes me cruzo y me pregunto cómo sería mantener relaciones sexuales con ellos. El año pasado perdí la cabeza por el entrenador del equipo de atletismo de los chicos. Yo estoy en el equipo de atletismo de las chicas, por lo que lo veía bastante amenudo. No creo que supiera lo mucho que pensaba en él, aunque intenté coquetear con él en varias ocasiones.
Esther S.
¿Es normal tener 17 años y seguir siendo virgen? A veces me siento como el único chico de 17 años que no ha mantenido relaciones sexuales. Siento como si me estuviera perdiendo algo importante, o por lo menos eso es lo que dicen. Soy bastante religioso y a veces me siento culpable cuando pienso en el sexo. Me ronda por la cabeza la idea de que es mejor esperar al matrimonio o por lo menos a tener una relación estable con una chica que realmente me importe.
Tomy B.
Tengo 15 años y mantuve relaciones sexuales por primera vez hace poco. Tenía unas expectativas enormes sobre lo maravilloso que iba a ser… El tampoco tenía demasiada experiencia. Los dos estábamos bastante asustados. Todo fue tan rápido. Lo primero que pensé fue: «¿Eso es todo?». Fue una experiencia muy decepcionante.
Clara T.
Hacía mucho tiempo que me sentía distinto a los demás chicos; me gustó un chico por primera vez cuando tenía 13 años. Ahora acabo de cumplir los 16 y por fin estoy empezando a asumir el hecho de que soy gay. Todavía no se lo he contado a mis padres. No sé si ellos lo sabrán encajar. Me siento un poco confuso con todo esto. Sé que algún día tendré que «salir del armario».
Jason R.
EXPERIMENTAR LA SEXUALIDAD ADOLESCENTE
La adolescencia es un período de exploración y experimentación con el sexo, de fantasías y realidades sexuales y de incorporación de la sexualidad a la identidad de la persona. Los adolescentes tienen una curiosidad casi in-saciable por los misterios del sexo. Se plantean preguntas sobre si son sexualmente atractivos, cómo comportar-se sexualmente con sus parejas y qué les deparará el futuro en lo que se refiere a la sexualidad. Al final, la mayoría de los adolescentes consigue desarrollar una identidad sexual madura, aunque pasen por muchos momentos de vulnerabilidad y confusión.
La sexualidad: un aspecto normal del desarrollo adolescente
La mayor parte de lo que se comenta sobre la sexualidad adolescente hace referencia a los aspectos negativos, como los embarazos adolescentes y las enfermedades de transmisión sexual. Éstas son cuestiones preocupantes, pero es importante clarificar las cosas y recordar que la sexualidad es una parte normal del desarrollo adolescente.
Un puente entre el niño asexual y el adulto sexual
Un tema importante sobre el que hemos hecho mucho hincapié en este libro es que con frecuencia se asumen es-
tereotipos negativos sobre los adolescentes. Planteamos esta cuestión en el Capítulo 1, «Introducción», y lo retomaremos en el Capítulo 14, «Problemas adolescentes», y en el Epílogo. Todos los comentarios que hicimos sobre los estereotipos negativos y los problemas adolescentes también son aplicables al tema de la sexualidad (Crockett, Raffaelli y Molilanen, en prensa).
A continuación analizaremos diversos problemas relacionados con la sexualidad, como los embarazos adolescentes y las enfermedades de transmisión sexual. De todos modos, es importante recordar que el interés por la sexualidad y el desarrollo sexual son aspectos normales del desarrollo adolescente y que la mayoría de los adolescentes tienen actitudes sexuales sanas y se implican en conductas sexuales que no comprometen en absoluto su progreso hacia la etapa adulta.
La adolescencia es un puente entre la etapa infantil asexual y el adulto sexual (Feldman, 1999). Todas las sociedades prestan alguna atención a la sexualidad adolescente. Algunas sociedades vigilan a las mujeres para protegerlas de los ataques sexuales de los hombres. Hay otras que potencian los matrimonios precoces y algunas otras, como por ejemplo las occidentales, que aunque toleran una cierta permisividad sexual, mantienen una cierta ambigüedad respecto hasta dónde deben llegar las experiencias sexuales.
En los capítulos previos tratamos algunas cuestiones relevantes para la comprensión de las actitudes sexuales y el comportamiento sexual durante la adolescencia:
- Capítulo 3: «Pubertad, salud y fundamentos biológicos»: un aspecto importante del cambio puberal es la maduración sexual y el considerable aumento de los niveles de andrógenos y estrógenos en los chicos y las chicas, respectivamente. En la actualidad, la pubertad se ha adelantado, en comparación con épocas anteriores. En las niñas comienza, aproximadamente, dos años antes que en los niños. En las chicas, la maduración temprana se asocia a precocidad en las citas con miembros del otro sexo y en el mantenimiento de relaciones sexuales.
- Capítulo 4. «El desarrollo del pensamiento en los adolescentes»: los adolescentes mas jóvenes suelen adolecer de un cierto egocentrismo —se perciben a si mismos como únicos y todo poderosos. Lo que puede llevarles a exponerse a determinados riesgos relacionados con la sexualidad. En los momentos de excitación como los que están implicados en la exploración sexual, el deseo imperioso de los adolescentes de experimentar las tentaciones propias de los adultos puede anular su capacidad para tomar decisiones adecuadas. Unos breves momentos de actividad sexual irresponsable pueden tener consecuencias negativas incluso durante la etapa adulta.
- Capítulo 5: «Familias»: los conflictos intensos y prolongados con los padres y la falta de supervisión
paterna se asocian a problemas con la sexualidad en la adolescencia. La necesidad de autonomía propia de los adolescentes y los intentos de implicarse en comportamientos propios de los adultos (como las relaciones sexuales) para demostrar su madurez pueden aumentar los conflictos con sus padres. El hecho de tener buenas relaciones con los padres se asocia a una mayor tendencia a posponer las relaciones sexuales, menor frecuencia a establecer cierto tipo de relaciones y a tener menor cantidad de parejas durante la adolescencia (Miller, Benson y Galbraith, en prensa). Cuando los adolescentes mantienen una buena relación con sus padres y perciben que éstos desaprueban el hecho de que mantengan relaciones sexuales, son más proclives a no tener este tipo de relaciones (Dittus y Jaccard, 2000; Sieving, McNely y Blum, 2000). Más adelante, en este mismo capítulo, veremos que los adolescentes reciben muy poca educación sexual en sus familias y que en muy pocas ocasiones hablan con sus padres sobre temas realcionados con el sexo.
- Capítulo 6: «Los iguales»: los grupos de iguales y amigos son contextos donde los adolescentes pueden aprender y hablar sobre sexualidad (Caruthers y Ward, 2002). Los adolescentes no suelen hablar de sexo con sus padres, pero sí lo hacen con sus hermanos del mismo sexo, los iguales y los amigos. Al pensar sobre la sexualidad adolescente, hemos de tener en cuenta que el sexo no es un comporta-miento individual, sino diádico. La sexualidad tiene lugar dentro del marco de las relaciones entre miembros del sexo opuesto o del mismo sexo. Du rante la adolescencia, el atractivo y el interés sexuales están relacionados con la popularidad y la aceptación en el seno del grupo de iguales. El he-cho de tener amigos mayores se asocia a más problemas que el hecho de tener amigos de edades similares. Asimismo, empezar a salir con chicos de forma precoz está relacionado con diversos problemas adolescentes. Las relaciones de pareja son un elemento importante (sobre todo para las chicas) durante la adolescencia. El principal ingrediente de las relaciones de pareja durante esta etapa, es la atracción sexual, pero este tipo de relación también implica emociones positivas y negativas. Los chicos y las chicas desmpeñan roles diferentes en las citas, proactivos y reactivos, respectivamente. En este capítulo seguiremos analizando las diferencias existentes entre los guiones sexuales de los adolescentes en función del género.
- Capítulo 7: «La escuela»: en el Capítulo 7 no tratamos el tema de la educación sexual, pero los centros educativos desempeñan un papel cada vez más importante en esta área. Como veremos más adelante, en este mismo capítulo, la mayoría de los padres reconocen que la educación sexual es un as-
pecto importante de la educación que deben recibir sus hijos en la escuela.
- Capítulo 8: «La cultura»: la cultura impone importantes variaciones respecto al comportamiento sexual. En algunas culturas la sexualidad está muy reprimida, mientras que en otras hay modelos de comportamiento sexual mucho más liberales. Los medios de comunicación suelen presentar la sexualidad adolescente de una forma poco realista (Kim, 2002). Un aspecto cada vez más preocupan-te es el acceso de los adolescentes a los contenidos sexuales en internet.
- Capítulo 9: «La construcción del yo y la identidad»: la identidad sexual es una de las dimensiones de la identidad personal (Russell y Trong, 2002). La intimidad es un aspecto importante de la naturaleza diádica de la sexualidad adolescente.
- Capítulo 10: «Género»: existen diferencias físicas y biológicas entre los miembros de ambos sexos. A medida que los niños se van acercando a la adolescencia, se añade una nueva dimensión a su identidad de género: la sexualidad. Según la hipótesis de la intensificación de la identidad género, los cambios puberales favorecen que los chicos y las chicas adapten sus comportamientos a los roles tradicionales masculino y femenino.
Como acabamos de ver, la sexualidad tiene conexiones con todas las áreas del desarrollo adolescente analiza-das en este libro, ya que se trata de un aspecto importante en el desarrollo normal. A continuación analizaremos la cultura sexual a la que están expuestos los adolescentes en los países occidentales.
La cultura sexual
Es importante ubicar la sexualidad adolescente en el con-texto de la cultura norteamericana (Crockett, Raffaeli y Moilanen, en prensa) y de las culturas occidentales. En breve, analizaremos la creciente permisividad que ha aparecido a lo largo del siglo XX respecto a la sexualidad. Mientras que en el pasado el sexo estaba reservado a las parejas casadas, hoy en día el sexo entre adultos ocurre fuera del matrimonio, entre personas divorciadas, solteras y un largo etcétera. Han aumentado considerable-mente los nacimientos en las mujeres adultas solteras. El sexo entre adolescentes solteros no es más que una ex-tensión de esa tendencia general hacia una mayor permisividad sexual en la cultura de los adultos.
Muchas personas tienen actitudes ambivalentes hacia el sexo. Se utiliza para vender prácticamente cualquier cosa, desde coches hasta detergentes. Se muestra explícitamente en el cine, los programas de televisión, los vídeos, las letras de las canciones, la cadena MTV y las páginas de internet. Entonces, ¿por qué nos sorprende que los adolescentes muestren tanta curiosidad por el sexo y quieran experimentar con él?
Con frecuencia la sexualidad implica más tensión entre padres y adolescentes en la cultura norteamericana que en el resto de las culturas. En un estudio, se concluyó que las tensiones entre padres y adolescentes en lo que respecta al sexo son mayores en Estados Unidos que en Japón porque los adolescentes norteamericanos se implican en más conductas sexuales y porque en la cultura norteamericana la actividad sexual posee ciertas connotaciones sociales, como por ejemplo un estatus elevado, entre los miembros del sexo masculino (Rothbaum et ai, 2000).
En la cultura occidental el sexo está en todas partes y se utiliza para vender cualquier cosa. ¿Por qué nos extrañamos, entonces, de que los adolescentes muestren tanta curiosidad por el sexo y se sientan tentados a experimentar con él? |
El desarrollo de la identidad sexual
El dominio de las sensaciones sexuales emergentes y la formación de un sentido de la identidad sexual es un proceso multifacético (Brooks-Gunn y Graber, 1999; Brooks-Gunn y Paikoff, 1997; Graber y Brooks-Gunn, en prensa; Graber, Brooks-Gunn y Galen, 1999).
Este largo proceso implica aprender a manejar determinadas sensaciones, como por ejemplo la excitación y la atracción sexual, el desarrollo de nuevas formas de intimidad y el aprendizaje de habilidades para regular el comportamiento sexual a fin de evitar sus consecuencias indeseables. Además, el desarrollo de la identidad sexual incluye muchas más cosas que el comportamiento sexual y tiene conexiones con otras identidades en proceso de desarrollo. La identidad sexual emerge en el contexto de factores físicos, sociales y culturales, y la mayoría de las culturas ponen límites al comportamiento sexual de los adolescentes.
La identidad sexual de un adolescente incluye su orientación sexual (homosexual, heterosexual o bisexual) y también las actividades, intereses y estilos de comportamiento relacionados con el sexo. Un estudio realizado sobre una muestra de 470 estudiantes australianos de 15 a 18 años permitió identificar cinco estilos diferentes de identidad sexual (Buzwell y Rosenthal, 1996):
- Ingenuidad sexual. Este grupo mostró una baja autoestima en relación al sexo que indicaba una falta de confianza o algún tipo de descontento con su sexualidad y sus rasgos físicos. Estos adolescentes mostraron mucha ansiedad en lo que se refiere al sexo y puntuaron más bajo que ningún otro grupo en excitación y exploración sexual. Estaba compuesto prioritariamente por chicas de 15 a 16 años, que en su mayoría eran vírgenes.
- Inseguridad sexual. Este grupo informó sobre una autoestima especialmente baja en relación al sexo y mucha ansiedad respecto a este tema. Estos adolescentes no se sentían sexualmente atractivos, estaban descontentos con su comportamiento sexual y percibían sus cuerpos como poco desarrollados y desagradables. Este grupo estaba compuesto prioritariamente por chicos y la mayoría eran vírgenes.
- Competencia sexual. Este grupo tenía una autoestima elevada, parecían estar seguros de su atractivo sexual y de su cuerpo y se sentían cómodos con su comportamiento sexual. Presentaban un nivel moderado de compromiso sexual, y el sexo les provocaba un nivel de ansiedad bajo. Este grupo estaba compuesto por adolescentes de entre 17 y 18 años, con un ligero predominio del sexo femenino. La mayoría de ellos tenían experiencias sexuales.
- Experimentación sexual. Este grupo tenía una auto-estima elevada en relación al sexo, baja ansiedad sexual, escaso compromiso sexual y un gran interés por explorar las distintas opciones sexuales. Este
grupo incluía una cantidad mayor de chicas que de chicos, de las cuales la mayoría no eran vírgenes. Elevada motivación sexual. Estos adolescentes tenían una autoestima sexual elevada y estaban seguros de su capacidad para manejar situaciones sexuales. Puntuaron más bajo que ningún otro grupo en compromiso sexual. Este grupo estaba compuesto casi en su totalidad por chicos y contenía la mayor proporción de adolescentes sexualmente experimentados.
Obtener información sobre la sexualidad adolescente
Reunir información sobre las actitudes y comportamientos sexuales de los adolescentes no siempre es una tarea fácil. Piense en cómo contestaría usted si alguien le preguntara: ¿cada cuánto tiempo mantiene relaciones sexuales? O ¿cuántos compañeros sexuales ha tenido? Las personas que tienen más posibilidades de responder a las encuestas sobre sexualidad son las que tienen actitudes y comportamientos sexuales más liberales. Por lo tanto, las investigaciones sobre las prácticas sexuales están limita-das por las reticencias de algunos individuos a responder sinceramente a preguntas sobre cuestiones tan personales (Halonen y Santrock, 1999). Además, cuando a una persona se le hacen preguntas sobre su actividad sexual, ¿responde sinceramente o se limita a dar respuestas social-mente deseables? Por ejemplo, un muchacho de 15 años puede afirmar que ha mantenido relaciones sexuales sin haberlo hecho por el temor a que alguien se entere de que todavía es virgen.
Se han desarrollado métodos para incrementar la validez de los autoinformes sobre cuestiones sexuales. Por ejemplo, en un estudio reciente, entrevistadores del mismo sexo que los entrevistados formulaban individual-mente a los adolescentes preguntas relacionadas con ciertas conductas sexuales en orden creciente hasta que éstos contestaban que no se habían implicado en determinados comportamientos sexuales, momento en el que se daba por finalizada la entrevista (Paikoff et al, 1997). Probablemente esta estrategia es preferible a un listado de conductas, que puede favorecer el engaño, sea por defecto o por exceso, y provocar vergüenza en el entrevistado. Algunos investigadores han presentado a los adolescentes preguntas grabadas en una cinta magnetofónica con el fin de disminuir la vergüenza de los entrevistados para responder a preguntas relacionadas con su comportamiento sexual ante un entrevistador desconocido.
Hasta aquí, hemos analizado una serie de ideas sobre el hecho de que la sexualidad es un aspecto normal del desarrollo adolescente. El siguiente repaso le ayudará a alcanzar los objetivos de aprendizaje relacionados con este tema.
Después de revisar la sexualidad como un aspecto normal del desarrollo adolescente, nos centraremos en las actitudes y comportamientos sexuales de los adolescentes.
PARA TU REVISIÓN
Objetivo de aprendizaje 1 | Entender que la sexualidad es un aspecto normal del desarrollo adolescente.
|
Actitudes sexuales y comportamiento sexual
A continuación analizaremos las actitudes sexuales y el comportamiento sexual de los adolescentes —primero heterosexuales y después homosexuales.
Actitudes y comportamientos heterosexuales
¿Cuál es la progresión de los comportamientos heterosexuales de los adolescentes? ¿En qué medida han cambia-do las actitudes y comportamientos sexuales durante el siglo XX? ¿Qué roles sexuales siguen los adolescentes? ¿Son algunos adolescentes más proclives que otros al comportamiento sexual irresponsable?
La progresión de los comportamientos sexuales durante la adolescencia
Los adolescentes se implican en conductas sexuales que siguen una progresión bastante consistente (DeLamater y MacCorquodale, 1979). Los besos suelen preceder a lo que se conoce vulgarmente como «darse el lote». Y después viene el coito o, en algunos casos, el sexo oral, que ha aumentado considerablemente entre los adolescentes durante los últimos años. En una investigación realizada con estudiantes de entre 15 y 18 años, el 15 por 100 de las chicas que informaron no haber practicado el coito indicaron haber practicado sexo oral (Newcomer y Udry, 1985). En otro estudio reciente, se preguntó a 452 sujetos de entre 18 y 25 años sobre sus experiencias sexuales (Feldman, Turner y Araujo, 199). A partir de sus res‑
puestas se identificó la siguiente progresión de comportamientos sexuales: los besos precedieron a tocamientos, que a su vez precedió al coito y al sexo oral. El Cuadro 11 .1 de la página siguiente muestra las edades aproximadas a las que los miembros de ambos sexos practicaron por primera vez distintos comportamientos sexuales. Se constata el hecho de que los chicos se implican en los distintos comportamientos sexuales aproximadamente un año antes que las chicas.
Comportamiento adolescente heterosexual, tendencias e incidencia
Si usted hubiera ido a la universidad en 1940 probable-mente tendría una actitud muy diferente hacia muchos aspectos de la sexualidad. Una revisión sobre las prácticas sexuales de los estudiantes universitarios a lo largo del siglo XX reveló dos tendencias muy claras (Darling, Kallen y VanDusen, 1984). En primer lugar, el porcentaje de jóvenes que afirman haber mantenido relaciones sexuales ha aumentado considerablemente. En segundo lugar, la proporción de estudiantes universitarias que afirman haber practicado el coito ha crecido más rápidamente que la de hombres, aunque el porcentaje inicial era superior en el grupo de los hombres.
¿Cuál es el perfil actual de la actividad sexual entre los adolescentes norteamericanos? A partir de los datos procedentes de una encuesta realizada a nivel nacional en Estados Unidos, el coito es poco frecuente durante la adolescencia temprana, y se hace más común en los años de bachillerato y universidad (véase la Figura 11 . 1) (Alan Guttmacher Institute, 1995, 1998; Centers for Disease and Prevention, 2000). A continiación se presentan algunos de los principales resultados de este estudio:
CUADRO 11.1
Edad de la primera experiencia respecto a diversos comportamientos sexuales.
- Ocho de cada diez chicas y siete de cada diez chicos siguen siendo vírgenes a los 15 años.
- Las probabilidades de que un adolescente haya practicado el coito crecen significativamente con la edad, pero 1 de cada 5 adolescentes sigue siendo virgen a los 19 años.
- La mayoría de adolescentes practican el coito por primera vez durante la adolescencia media o tardía, aproximadamente 8 años antes de contraer matrimonio. Más de la mitad de los adolescentes de 17 años ha practicado el coito.
- La mayoría de los compañeros con quienes las adolescentes se implican voluntariamente en actividades sexuales son más jóvenes que ellas, de su misma edad o no más de dos años mayores que ellas; el 27 por 100 tienen tres o cuatro años más que ellas y el 12 por 100 les llevan cinco años o más.
La mayoría de los estudios indican que los adotescentes tienden en mayor medida que las adolescentes a afirmar que han mantenido relaciones sexuales y que son
FIGURA 11.1
Porcentaje de jóvenes que afirman haber practicado el coito a distintas edades.
sexualmente activos (Feldman, Turner y Araujo, 1999; Hayes, 1987). Los chicos también son más proclives que las chicas a informar de que el coito les ha parecido una experiencia gratificante. Los adolescentes afroamericanos suelen tener un calendario menos restrictivo para mantener relaciones sexuales que otros grupos étnicos, mientras que los norteamericanos de origen asiático suelen ser más restrictivos (Feldmam, Turner y Araujo, 1999) (véase el Cuadro 11.2).
CUADRO 11.2
Calendario sexual de los adolescentes norteamericanos de raza blanca, afroamericanos y norteamericanos de origen hispano y asiático.
En algunas áreas de Estados Unidos es posible que los porcentajes de adolescentes jóvenes sexualmente activos sean incluso superiores. En un barrio céntrico de Baltimore, el 81 por 100 de los chicos de 14 años afirmaron haber practicado el coito. Otras encuestas realiza-das en áreas urbanas de baja extracción social también re-velan una incidencia elevada de las relaciones sexuales precoces (Clark, Zabin y Hardy, 1984).
Recientemente han aparecido algunos informes sobre el incremento del sexo oral entre la población adolescente (Remez, 2000; Schuster, 2000). Entre las posibles causas de este tipo de práctica se incluyen el hecho de que no se pueda asociar a embarazos y la creencia de que esta conducta no transmite enfermedades, aunque más adelante veremos que dicha creencia es errónea. Hablar sobre sexo oral se ha convertido en algo habitual en los medios de comunicación, lo que ha expuesto a los adolescentes a esta práctica.
Resumiendo, en Estados Unidos al final de la adolescencia la mayoría de las personas han practicado el coito. Los chicos, los afroamericanos y los adolescentes que vi-ven en los barrios céntricos de las ciudades son los que afirman ser sexualmente más activos. Aunque el coito pueden ser una experiencia llena de significado para los adolescentes mayores y más maduros, muchos adolescentes jóvenes todavía no están preparados para afrontar este tipo de experiencias. En un estudio se comprobó que, cuanto más precoz era la practica del coito en los adolescentes de ambos sexos, más probabilidades tenían de presentar problemas de adaptación (Bingham y Crockett, 1996).
El momento en que los adolescentes empiezan a mantener relaciones sexuales varía considerablemente de unos países a otros y entre los distintos géneros. En un estudio, se observó que la proporción de chicas que mantuvo relaciones sexuales por primera vez entorno a los 17 años oscilaba entre el 72 por 100 en Mali, el 47 por 100 en Estados Unidos, y el 45 por 100 en Tanzania (Singh et al., 2000). La proporción de chicos que mantuvo relaciones sexuales por primera vez en torno a los 17 años oscilaba entre el 76 por 100 en Jamaica, el 64 por 100 en Estados Unidos y el 63 por 100 en Brasil.
Las pautas de actividad sexual de los adolescentes de 15 a 19 años son muy diferentes, entre ambos sexos, en todas las regiones del mundo (Singh et ai, 2000). En los países en vías de desarrollo, la mayoría de los chicos de esa edad, sexualmente experimentados, son solteros, mientras que dos tercios o más de las chicas de la misma edad, sexualmente experimentadas, están casadas. Sin embargo, en los países occidentales la inmensa mayoría de las chicas de 15 a 19 años están solteras.
Roles sexuales masculinos y femeninos. Cuando los adolescentes exploran su identidad sexual, se guían por los llamados roles sexuales. Un rol sexual es un patrón estereotipado de prescripciones acerca de cómo deberían comportarse sexualmente las personas. Las mujeres y
los hombres han sido socializados para que sigan roles sexuales diferentes. Las diferencias existentes entre los roles femenino y masculino pueden provocar problemas y confusiones en los adolescentes a medida que van construyendo su identidad sexual. Las adolescentes tienden a asociar el hecho de mantener relaciones sexuales con el amor (Michael et al., 1994). A menudo, racionalizan su comportamiento sexual diciéndose a sí mismas que se dejaron arrastrar por la pasión del momento. Diversos estudios han llegado a la conclusión de que las chicas son más proclives, que los chicos, a mencionar que están enamoradas como principal razón para ser sexualmente activas (Cassell, 1984). Otra de las razones que esgrimen las chicas para ser sexualmente activas es que ceden a la presión de los chicos, la suposición de que mantener relaciones sexuales es una forma de conseguir novio, así como la curiosidad y el deseo sexual no relacionado con el hecho de estar enamoradas.
En la mayoría de las experiencias sexuales adolescentes es el chico quien toma la iniciativa y la chica la que establece los límites (Goodchilds y Zellman, 1984). Durante la adolescencia, los chicos experimentan una intensa presión por parte del grupo para mantener relaciones sexuales. Como comentó un adolescente joven: «Siento una enorme presión para estrenarme». Todavía recuerdo vividamente las conversaciones subidas de tono que teníamos en el vestuario de chicos cuando iba al instituto. Cuando tenía 15 años, estaba seguro de que era el único miembro del equipo masculino de baloncesto que toda-vía era virgen, pero…, ¿cómo iba a explicárselo al resto del equipo?
En un estudio se comprobó que los adolescentes deseaban mantener relaciones sexuales y presionaban a las chicas para que mantuvieran relaciones con ellos, pero no las forzaban (Crump et ai, 1996). En una encuesta de ámbito nacional realizada en Estados Unidos, los adolescentes de entre 12 y 18 años afirmaron que «a menudo hay una razón» para que los adolescentes mantengan relaciones sexuales (Kaiser Familiy Foundation, 1996):
- Un chico o una chica los está presionando (61 por
100 de las chicas, 23 por 100 de los chicos)
- Creen que ya están preparados (59 por 100 de los
chicos, 51 por 100 de las chicas)
- Quieren sentirse amados (45 por 100 de las chicas, 28 por 100 de los chicos)
- No quieren que los demás se metan con ellos por que todavía son vírgenes (43 por 100 de los chicos, 38 por 100 de las chicas)
Factores de riesgo respecto a los problemas sexuales. La mayoría de los adolescentes se vuelven sexualmente activos en algún momento durante la adolescencia. Cuan-do practican el coito antes de cumplir 16 años, muchos corren el riesgo de tener problemas sexuales y de otro tipo. Con esta edad no utilizar de manera adecuada los métodos anticonceptivos, lo que aumenta el riesgo de
contraer enfermedades de transmisión sexual y de tener embarazos no deseados. La actividad sexual precoz también se asocia a otros comportamientos problemáticos, como beber en exceso, abusar de las drogas, mostrar conductas delictivas y tener problemas escolares (Rosenbaumy Kandel, 1990).
En un estudio longitudinal realizado recientemente, el hecho de que las chicas hubieran mantenido relaciones sexuales durante la adolescencia temprana se asoció a ni-veles de autoestima más bajos, mayores posibilidades de padecer depresión, mayor actividad sexual y obtención de peores notas durante los años de bachillerato (Buhrmester, 2001). El hecho de salir con chicos a una edad muy temprana se asoció a un mayor abuso de sustancias tóxicas y a una mayor actividad sexual durante los años de bachillerato.
Los factores de riesgo para tener problemas sexuales durante la adolescencia incluyen factores contextúales como el nivel socioeconómico y las circunstancias familiares. En una reciente revisión se constató que el hecho de vivir en un barrio peligroso y/o de bajo nivel socioeconómico eran factores de riesgo para los embarazos adolescentes (Miller, Benson y Galbraith, 2001). En esta re-visión también se identificaron algunos aspectos de la educación paterna asociados a menor riesgo de embarazo adolescente: por ejemplo estrecha vinculación entre padres y adolescentes, supervisión o regulación paterna de las actividades de los adolescentes y valores paternos contrarios al establecimiento de relaciones sexuales precoces o al hecho de mantener relaciones sexuales sin protección durante la adolescencia (Miller, Benson y Galbraith, 2001).
Después de considerar una serie de ideas sobre las actitudes y comportamientos heterosexuales durante la adolescencia, nos centraremos en las actitudes y comportamientos homosexuales.
Actitudes y comportamiento homosexuales
La mayoría de las personas creen que el comportamiento heterosexual y el comportamiento homosexual son patrones claramente diferenciados y fácilmente definibles. Sin embargo, la preferencia por compañeros sexuales del mismo sexo o del sexo opuesto no siempre es una decisión definitiva que se toma una vez y se mantiene de por vida. Por ejemplo, no es raro que una persona, sobre todo si es de sexo masculino, experimente con comportamientos homosexuales durante la adolescencia pero no vuelva a implicarse en este tipo de conductas durante la etapa adulta.
El continuo entre la heterosexualidad y la homosexualidad. Hasta finales del siglo XIX se creía que las personas o eran heterosexuales o eran homosexuales. Hoy en día, es más aceptable considerar la orientación sexual como un continuo que va de la heterosexualidad exclusiva a la homosexualidad exclusiva.
Entre los pioneros de este enfoque se encuentran Alfred Kinsey y sus colaboradores (1948), quienes describieron la orientación sexual como un continuo en una es-cala de seis puntuaciones, en la que el 0 se asigna a la heterosexualidad exclusiva y el 6 a la homosexualidad exclusiva (véase el Cuadro 11.3 de la página siguiente). Algunos individuos son bisexuales, es decir, se sienten atraídos por personas de ambos sexos. En la investigación llevada a cabo por Kinsey aproximadamente el 1 por 100 de los individuos afirmaron ser bisexuales (1,2 por 100 en el sexo masculino y 0,7 por 100 en el femenino) y entre el 5 por 100 y el 7 por 100 afirmaron ser homo-sexuales (4,7 por 100 en el sexo masculino y 1,8 por 100 en el femenino). En una encuesta de ámbito nacional llevada a cabo en Estados Unidos, sólo el 2,3 por 100 de los encuestados de sexo masculino dijeron haber tenido experiencias sexuales con miembros del mismo sexo y sólo el 1,1 por 100 afirmó ser exclusivamente gay (Alan Guttmacher Institute, 1995). En otro estudio también realizado en Estados Unidos, el porcentaje de individuos que afirmaron ser homosexuales activos fue mucho más bajo (2,7 por 100 en el sexo masculino y 1,4 por 100 en el femenino) que el a menudo citado 10 por 100 (Michael etal, 1994).
Dilemas a la hora de tomar
una decisión sexual
Elizabeth es una adolescente que se está debatiendo entre si debería o no mantener relaciones sexuales con un chico del que está enamorada. Dice que no es cuestión de si lo ama o no. Ella sabe que lo ama, pero todavía no sabe si el hecho de mantener relaciones sexuales con él estaría bien o mal. El chico le ha propuesto mantener relaciones sexuales, pero ella sabe que a sus padres no les gustaría que lo hiciera. Cuando plantea la cuestión a sus amigas, algunas le dicen que sí y otras que no. Elizabeth no sabe qué hacer. Después de varios días de darle vueltas al tema, en un momento de sinceridad, admite que no considera que el chico esté profundamente enamorado de ella. Esto le hace decantarse más por la decisión de no mantener relaciones sexuales con él. Se da cuenta de que, en el caso de que la relación no prosperara, miraría hacia atrás y se arrepentiría por haber mantenido relaciones sexuales. Al final, Elizabeth le dice al chico que no va a hacer el amor con él.
Las cavilaciones de Elizabeth reflejan su lucha in-terna por entender que está bien y qué está mal sobre el hecho de mantener relaciones sexuales. En sus circunstancias, el hecho de admitir en un momento de sinceridad que el chico no está profundamente enamorado de ella le ayuda a tomar una decisión.
CUADRO 11.3
El continuo de la orientación sexual.
El continuo va desde la exclusiva heterosexualidad, a la que Kinsey y sus colabora-dores (1948) asignaron la puntuación de 0, a la exclusiva homosexualidad (6). Las personas a quienes les atraen ambos sexos en la misma medida (2 a 4) son bisexuales.
Causas de la homosexualidad. ¿Por qué algunos individuos son homosexuales y otros heterosexuales? Se han hecho muchas especulaciones acerca de esta pregunta, pero todavía no se ha llegado a ninguna respuesta definitiva. Los hombres y las mujeres homosexuales y heterosexuales tienen respuestas fisiológicas similares durante la excitación sexual y parecen excitarse ante el mismo tipo de estimulación táctil. Los investigadores no han detectado diferencias entre homosexuales y heterosexuales en un amplio abanico de actitudes, comportamientos y nivel de adaptación (Bell, Weinberg y Mammer-smith, 1981; Savin-Williams, 1995). Tanto la American Psychiatric Association como la American Psychological Association reconocieron que la homosexualidad no es ninguna enfermedad y dejaron de clasificarla como un trastorno en la década de los setenta.
Recientemente, los investigadores han explorado las posibles bases biológicas de la homosexualidad (D’Augelli, 2000; Herek, 2000). A este respecto, evaluaremos los estudios sobre las hormonas y el cerebro; y los estudios sobre gemelos. Los resultados obtenidos en los estudios hormonales han sido inconsistentes. De hecho, si a un homosexual de sexo masculino se le administran hormonas masculinas (andrógenos), su orientación sexual no se modifica; lo único que ocurre es que se incrementa su deseo sexual. Es posible que sobre la orientación sexual influya un período crítico situado en un momento muy temprano del proceso de desarrollo. Entre el segundo y el quinto mes después de la concepción, la exposición del feto a los niveles hormonales característicos del sexo fe-menino puede provocar que el individuo (independiente-mente de su sexo) se sienta atraído por los hombres (Ellis y Ames, 1987). Si esta hipótesis del período crítico resultara ser cierta, podría explicar por qué los clínicos han comprobado que la.orientación sexual es difícil, si no imposible, de modificar (Meyer-Bahlburg et al., 1995).
En lo que se refiere a las estructuras anatómicas, el neurocientífico Simon LeVay (1991) encontró que un área del hipotálamo que regula el comportamiento sexual es el doble de grande (aproximadamente del tamaño de un grano de arena) en los hombres heterosexuales que en
los homosexuales. Este área tiene el mismo tamaño en los hombres homosexuales y en las mujeres heterosexuales. Los críticos del estudio de LeVay señalan que muchos de los homosexuales del estudio tenían sida, por lo que es posible que sus cerebros estuvieran alterados por la enfermedad.
En otra investigación se anlizó la orientación sexual de pares de gemelos (Withman, Diamond y Martin, 1993). Los investigadores empezaron estudiando un grupo de homosexuales cada uno de los cuales tenía un hermano gemelo, y después comprobaron la orientación sexual de estos últimos. Los gemelos monocigóticos proceden del mismo ovocito fecundado, por lo que son genéticamente idénticos. De todos los gemelos monocigóticos estudiados, casi dos tercios tenían una orientación homosexual. Los gemelos dicigóticos proceden de dos ovocitos diferentes y, por lo tanto, no son más parecidos genéticamente que dos hermanos que no son gemelos. De todos los gemelos dicigóticos estudiados, menos de un tercio presentó una orientación homosexual. Los autores interpretaron los resultados como consistentes con una interpretación biológica de la homosexualidad. En cualquier caso, no todos los gemelos monocigóticos estudia-dos presentaban una orientación homosexual, lo que indica claramente que los factores ambientales también juegan un papel importante.
Lo más probable es que la orientación sexual de una persona —heterosexual, homosexual o bisexual— esté determinada por una combinación de factores genéticos, hormonales, cognitivos y ambientales (Strickland, 1995). La mayoría de los expertos en homosexualidad creen que no existe un factor aislado que provoque la homosexualidad y que el peso relativo de cada uno de ellos puede variar de un individuo a otro. De hecho, nadie sabe qué es exactamente lo que provoca que un individuo sea homosexual. Los científicos tienen una idea bastante clara sobre los factores que no provocan la homosexualidad. Por ejemplo, los niños criados por parejas de padres homosexuales —gays o lesbianas— no tienen más probabilidades de ser homosexuales que los niños criados por padres heterosexuales (Patterson, 1995). Tampoco existen
pruebas de que la homosexualidad masculina sea provocada por una madre dominante o un padre débil, ni que la homosexualidad femenina obedezca a la elección de modelos de rol masculinos.
Identidad gay o lesbiana durante la adolescencia. Aunque el desarrollo de la identidad gay o lesbiana ha sido ampliamente estudiado en los adultos, pocos investigadores han analizado la identidad gay o lesbiana (a me-nudo conocida como el proceso de «salir del armario») durante la adolescencia (Flowers y Buston, 2001). En un estudio sobre adolescentes gays, se identificaron tres fases en el proceso de «salir del armario»: sensibilización; conciencia con confusión, negación, culpa y vergüenza; y, por último, aceptación (Newman y Muzzonigro, 1993). La mayoría de los adolescentes gays afirmaron que duran-te la infancia se sentían diferentes a los demás niños. La edad promedio en que por primera vez les gustó otro chico fueron los 12,7 años. La mayoría de los chicos afirmaron que se sintieron confundidos cuando se dieron cuenta de que eran gays. Aproximadamente la mitad de ellos comentaron que al principio intentaron negar su identidad gay.
Las reacciones ante el reconocimiento de la homosexualidad oscilaron entre el alivio y la alegría («Ahora lo entiendo y me siento mejor») y la ansiedad, la depresión y las ideas suicidas («No puedo permitir que se entere nadie; tengo que matarme»). Con frecuencia los adolescentes gays desarrollan mecanismos de defensa para protegerse de la estigmatización. Estos mecanismos de defensa incluyen racionalizaciones tales como las siguientes (Savin-Williams y Rodríguez, 1993):
«Debía de estar borracho».
«Sólo fue una vez que estaba atravesando una mala racha».
«He oído que todos los chicos lo prueban alguna vez». «Sólo la amo a ella, no a todas las chicas».
«Me sentía demasiado solo».
«Sólo lo hice por curiosidad».
Este tipo de justificaciones pueden ser temporales o durar toda la vida. Pueden tener consecuencias positivas (como redirigir las energías sexuales a objetivos académicos) o destructivas (como casarse con una persona hacia la que uno no se siente erótica o emocionalmente atraído).
Salir del armario. Basándonos en las investigaciones empíricas, podemos formular las siguientes conclusiones sobre los adolescentes que revelan su identidad gay o lesbiana (Savin-Williams, 1998, 2000):
- Casi nunca son los padres las primeras personas a
quienes los adolescentes dan a conocer que se sien‑
ten atraídos por miembros de su mismo sexo.
- Las madres suelen recibir la noticia antes que los
padres, probablemente porque los adolescentes tie‑
No estaba interesado en ligar con las chicas como mis amigos
«Durante los primeros años que estudié en el instituto es-tuve muy metido en el grupo de teatro. Mi voz es una mezcla entre la de Elvis y la de Roger Rabbit, pero siempre me daban algún papel en los musicales. Era un ‘adicto’ a ser el centro de atención… Tenía mucho carisma y me sentía muy seguro de mí mismo, hasta que entró en juego el tema del sexo… Yo no estaba interesado en ligar con las chicas como lo estaban mis amigos y no encontraba a Daniela ni a sus pechos tan irresistibles. La forma en que Raúl conquistó a Celia no me parecía nada interesante, sobre todo porque yo no tenía ningún interés por participar en ese tipo de conductas. Cuando por fin desarrollé deseos sexuales, en torno a los 13 o los 14 años, comprobé que Daniela y sus pechos seguían sin decirme nada. Sin embargo, me di cuenta de que me fijaba mucho en Tony, con sus rasgos angulosos y su musculoso cuerpo».
Adolescente gay
nen una relación más distante con sus padres que con sus madres.
- Las madres tienen más probabilidades que los padres de saber que sus hijos se sienten atraídos por miembros de su mismo sexo.
- Aproximadamente entre el 50 y el 60 por 100 de los adolescentes que son gays, lesbianas o bisexuales se lo han contado a alguno de los hermanos, aun-que los hermanos no suelen ser las primeras personas con quienes se sinceran los adolescentes pertenecientes a estas minorías sexuales.
- La primera persona a quien los adolescentes revelan su orientación homosexual o bisexual suele ser
Sesgos y discriminación. El hecho de tener sentimientos negativos e irracionales hacia los homosexuales recibe el nombre de homofobia. En sus formas más extremas, la homofobia puede llevar a un individuo a ridiculizar, combatir o incluso asesinar a otras personas por su condición de homosexual. En sus formas mas habituales supone la evitación de los homosexuales, mantener creencias erróneas sobre el estilo de vida homosexual (como creer que la mayoría de las personas que abusan sexualmente de los niños son homosexuales), o la discriminación sutil, o no tan sutil, en la vivienda, el empleo y otros ámbitos de la vida. Uno de los aspectos más negativos de la estigmatización de la homosexualidad es la autodevaluación en la que incurren muchos gays (Patterson, 1995; Rodges,
2000; Savin-Williams y Rodríguez, 1993). Una forma habitual de esta evaluación negativa consiste en ocultar o di-simular la identidad sexual real. Entre las estrategias de ocultamiento se incluyen dar información que falsea la identidad homosexual o evitar mostrar la verdadera identidad sexual. Las estrategias de disimulo también incluyen decir: «Yo soy normal y me siento atraído por los individuos del otro sexo». Este tipo de mecanismos de defensa contra el reconocimiento de la homosexualidad está fuertemente arraigado en nuestra sociedad. Sin el apoyo adecuado y ante el temor de la estigmatización, muchos adolescentes gays y lesbianas se esconden dentro del armario durante mucho tiempo y no salen hasta que se sienten más seguros, cosa que suele ocurrir al llegar a la universidad. Un aspecto especialmente preocupante es la falta de apoyo que los gays y lesbianas reciben de sus padres, profesores y orientadores, durante la adolescencia (Davis y Stewart, 1997; Savin-Williams, 2001).
Otro aspecto importante es la asociación existente entre riesgo de suicidio y orientación sexual (Morrison y L’Heureux, 2001; Rose y Rogers, 2000). En un estudio sobre estudiantes de enseñanza secundaria obligatoria y bachillerato, los intentos de suicidio se produjeron en el 28 por 100 de los chicos bisexuales/homosexuales, el 21 por 100 en las chicas bisexuales/homosexuales, el 15 por 100 en las chicas heterosexuales y sólo el 4 por 100 en los chicos heterosexuales (Ramafedi et al., 1998).
Después de estudiar las actitudes y comportamientos heterosexuales y homosexuales, analizaremos otra dimensión de la sexualidad adolescente: la autoestimulación.
La autoestimulación
Independientemente de la orientación sexual que tenga una persona, durante la adolescencia, tendrá que enfrentarse a una creciente activación sexual. Muchos jóvenes que no salen con nadie o que eligen conscientemente abstenerse de mantener relaciones sexuales superan esta insistente activación sexual mediante la masturbación o la autoestimulación.
Como ya hemos visto, las experiencias sexuales de muchos adolescentes heterosexuales siguen un continuo que empieza en los besos y sigue con los tocamientos, para finalizar con el coito y el sexo oral. Sin embargo, hay una cantidad considerable de adolescentes cuyas experiencias sexuales no encajan en este continuo heterosexual, al implicarse en conductas de masturbación y comportamientos sexuales con miembros del mismo sexo. La mayoría de los chicos eyaculan por primera vez entre los 12 y los 13 años. La masturbación, el contacto genital con una pareja sexual del mismo sexo o del otro sexo, o las poluciones nocturnas son las situaciones más comunes en las que se producen estas eyaculaciones.
La masturbación es la práctica más frecuente que utilizan muchos adolescentes para liberar su excitación sexual (Gates y Sonnenstein, 2000). En una investigación se constató que la masturbación estaba muy extendida en‑
tre los adolescentes (Has, 1979). Más de dos tercios de los chicos y la mitad de las chicas se masturbaban una o varias veces a la semana. A diferencia de lo que ocurría en el pasado, los adolescentes de hoy en día no se sien-ten culpables por el hecho de haberse masturbado, aun-que se pueden sentir avergonzados o ponerse a la defensiva cuando se les pregunta al respecto. En el pasado se afirmaba que la masturbación prodcucia todo tipo de males, desde lombrices hasta la locura. En la actualidad, sólo el 15 por 100 de los adolescentes desaprueban esta práctica (Hyde y DeLamater, 2000).
En un estudio se analizaron las prácticas masturbatorias de los estudiantes universitarios de ambos sexos (Leitenberg, Detzer y Srebnik, 1993). Casi el doble de chicos que de chicas afirmaron haberse masturbado en alguna ocasión (el 81 por 100 de los chicos frente al 45 por 100 de las chicas), y los chicos que se masturbaron durante la adolescencia temprana y la juventud lo hicieron tres veces más a menudo que las chicas que se masturba-ron en las mismas etapas evolutivas. No se detectó ninguna asociación entre el hecho de practicar la masturbación durante la preadolescencia y/o la adolescencia temprana y el ajuste sexual durante la etapa adulta.
El uso de métodos anticonceptivos
La actividad sexual, aunque es un actividad normal necesaria para la procreación, lleva consigo riesgos considerables si no se toman las precauciones pertinentes (Zimmer-Gembeck, Doyle y Daniels, 2001). Los adolescentes se enfrentan a dos tipos de riesgo: los embarazos no deseados y las enfermedades de transmisión sexual. Ambos tipos de riesgo se pueden reducir significativa-mente utilizando métodos anticonceptivos. Aunque los gays y las lesbianas no corren el riesgo de embarazo, están expuestos al igual que los heterosexuales al riesgo de las enfermedades de transmisión sexual.
Una buena noticia es que los adolescentes cada vez utilizan más los métodos anticonceptivos (Child Trends, 2000). El uso de métodos anticonceptivos entre las chicas aumentó del 48 por 100 al 65 por 100 durante la dé-cada de los ochenta (Forrest y Singh, 1990). En torno al año 1995, el uso de métodos anticonceptivos en la primera ocasión en que se practica el coito alcanzó el 78 por 100, y dos tercios de los casos se asociaron al uso de preservativos. Una adolescente sexualmente activa que no utilice métodos anticonceptivos tiene un 90 por 100 de probabilidades de quedarse embarazada en un año (Alan Guttmacher Institute, 1998). En Estados Unidos el método anticonceptivo que utilizan más a menudo las adolescentes es la pildora (44 por 100), seguido del preservativo (38 por 100). Aproximadamente el 10 por 100 utiliza anticonceptivos inyectables, el 4 por 100 el coitus inte-rruptus, y el 3 por 100 los implantes (Alan Guttmacher Institute, 1998). Aproximadamente un tercio de las adolescentes que utilizan preservativos también toma la pildora o practican el coitus interruptus.
Aunque el uso de métodos anticonceptivos entre los adolescentes está aumentando, una gran cantidad de los que son sexualmente activos siguen sin utilizar estos métodos o los utilizan de forma inconsistente (Ford, John y Lepkowski, 2001). Los adolescentes mas jóvenes que son sexualmente activos suelen tomar menos precauciones. Tienden a utilizar preservativos o la interrupción del coito, mientras que los mayores utilizan la pildora o el diafragma. Un estudio reveló que las adolescentes han modificado su comportamiento en la dirección de un sexo más seguro en mayor medida que sus homólogos de sexo masculino.
Al pensar en el uso de anticonceptivos durante la adolescencia, es importante tener en cuenta el contexto interpersonal de la vida de los adolescentes. Por ejemplo, una de las razones que aducen las chicas para no exigir a sus compañeros sexuales que utilicen preservativos es que no quieren arriesgarse a perderlos como pareja. Es decir, a los ojos de una adolescente el riesgo potencial de que-darse embarazada sin desearlo o de contraer una enfermedad de transmisión sexual no es tan amenazador como la pérdida potencial de su pareja (Feldman, 1999).
La cuestión de la anticoncepción resulta más difícil para los adolescentes que para los adultos debido a que estos dos grupos de edad tienen patrones de actividad sexual diferentes (Feldman, 1999). Mientras que muchos adultos, especialmente los que están casados, mantienen relaciones sexuales regularmente o con una periodicidad predecible y típicamente con una sola pareja (o con una cantidad reducida de compañeros sexuales), la actividad sexual de los adolescentes suele ser irregular e impredecible. Por ello, algunas de las formas de anticoncepción que son más eficaces y más utilizadas por los adultos (como la pildora y el DIU) no son tan adecuadas para el tipo de relaciones sexuales que suelen mantener los adolescentes. Además, las parejas casadas suelen hablar sobre el método anticonceptivo que prefieren utilizar, mientras que este tipo de conversaciones son mucho menos frecuentes entre adolescentes y entre adultos jóvenes solteros. Ello determina que, a menudo, los adolescentes acudan a los preservativos, que no son fiables al 100 por 100. No obstante, los preservativos, a diferencia del DIU
y la pildora, son eficaces para prevenir el contagio de enfermedades de transmisión sexual.
¿Qué factores están relacionados con el uso de anticonceptivos? Tener un nivel socioeconómico bajo es uno de los mejores predictores del establecimiento de relaciones sexuales sin utilizar métodos anticonceptivos durante la adolescencia. Los adolescentes más jóvenes también son más reacios a utilizar anticonceptivos que los de más edad (Hofferth, 1990). El hecho de no tener una relación estable en la que exista un compromiso también se asocia a la no utilización de métodos anticonceptivos (Chuman, 1979). Asimismo, los adolescentes con escasas habilidades de afrontamiento, falta de visión de futuro, elevada ansiedad, escaso ajuste social y actitud negativa hacia los anticonceptivos son más reacios a utilizar este tipo de métodos. El nivel de preocupación personal sobre el sida y la percepción de que la compañera sexual valorará positivamente el uso de preservativos son facto-res que se asocian a un uso más consistente entre los adolescentes de sexo masculino (Pleck, Sonenstein y Ku, 1991). La vergüenza y el temor a que esta práctica se asocie a una reducción del placer sexual inhibe el uso de preservativos. Los programas educativos que incluyen in-formación sobre el sida y sobre la prevención de los embarazos no deseados pueden favorecer un uso más habitual de los preservativos entre los adolescentes de sexo masculino.
Aunque el uso de anticonceptivos entre los adolescentes norteamericanos ha aumentado durante las dos últimas décadas, los adolescentes de Canadá, Gran Bretaña, Francia, Suecia y los Países Bajos siguen utilizando es-tos métodos en mayor proporción que los estadounidenses (Child Trends, 1000; Forrest, 1990). Particularmente, los adolescentes norteamericanos son menos proclives a utilizar métodos anticonceptivos eficaces, como la pildora, que sus homólogos de otros países occidentales.
Desde el último repaso, hemos analizado muchos aspectos sobre las actitudes y comportamientos hetero y homosexuales, la autoestimulación y el uso de métodos anticonceptivos. El repaso de la página siguiente le ayudará a alcanzar los objetivos de aprendizaje relacionados con estos temas.
PARA TU REVISIÓN
Objetivo de aprendizaje 2 Conocer mejor sobre las actitudes y los comportamientos heterosexuales de los adolescentes.
- La progresión típica de los comportamientos sexuales es empezar por los besos y seguir con los «tocamientos», el coito y, en algunos casos, el sexo oral.
- La cantidad de adolescentes que afirman haber practicado el coito ha aumentado significativamente durante el siglo XX. La proporción de adolescentes de sexo femenino que se implican en este tipo de comportamiento ha crecido más deprisa que la de sus homólogos de sexo masculino. Los datos disponibles en Estados Unidos indican que a los 17 años de edad más de la mitad de todos los adolescentes han prac-
304 Psicología del desarrollo en la adolescencia
PARA TU REVISIÓN (continuación)
ticado el coito, aunque el porcentaje varía en función del sexo, la etnia y el contexto. Los adolescentes afroamericanos de sexo masculino y los que viven en los barrios céntricos de las grandes ciudades son los que informan sobre una frecuencia más elevada de prácticas sexuales.
- El rol sexual tradicional implica que el chico tome la iniciativa, siendo la chica la que establece los límites a los avances sexuales de su compañero. Los roles sexuales de las adolescentes vinculan más el sexo con el amor que los guiones sexuales de sus homólogos de sexo masculino.
- Entre los factores de riesgo relacionados con los problemas sexuales se incluyen el inicio precoz de la actividad sexual, las reticencias a utilizar métodos anticonceptivos, la implicación en otros comportamientos de riesgo como consumir alcohol y la delincuencia, vivir en un barrio de bajo nivel económico y el hecho de pertenecer a una minoría étnica.
Objetivo de aprendizaje 3 Objetivo de aprendizaje 4 | Describir las actitudes y los comportamientos homosexuales de los adolescentes.
Analizar el tema de la autoestimulación y evaluar el uso de los métodos anticonceptivos. |
- La autoestimulación forma parte de la actividad sexual de prácticamente todos los adolescentes y es una de las válvulas de escape más habituales de sus necesidades sexuales.
- Los adolescentes cada vez utilizan con más frecuencia los métodos anticonceptivos, aunque una cantidad considerable de ellos sigue sin hacerlo. Los adolescentes jóvenes y los de extracción social mas baja son más reacios a utilizar anticonceptivos que los de más edad y los de clase media.
Hasta aquí, en este capítulo, hemos revisado los aspectos normales de la sexualidad adolescente, así como las actitudes y comportamientos sexuales. Al hablar sobre las actitudes y comportamientos sexuales, mencionamos algunos factores que están relacionados con los problemas sexuales de los adolescentes. A continuación, exploraremos más extensamente este tipo de problemas.
PROBLEMAS SEXUALES EN LOS ADOLESCENTES
Los problemas sexuales que pueden tener los adolescentes incluyen los embarazos no deseados, las enfermedades de transmisión sexual, los abusos sexuales y el acoso sexual.
Los embarazos adolescentes
Angela tiene 15 años y está embarazada. Se dice a sí misma: «Estoy de tres meses. Esto podría arruinarme la vida. Había hecho tantos planes para el futuro…, y ahora los he echado todos a perder. No tengo a nadie con quien hablar sobre éste problema. No se lo puedo contar a mis padres. Ellos no lo entenderían.» En el pasado, las adolescentes embarazadas eran invisibles e innombrables, pero el secreto de ayer se ha convertido en un dilema a voces hoy. En nuestra exposición sobre los embarazos adolescentes, nos centraremos en su incidencia y naturaleza, sus con-secuencias, los factores cognitivos que pueden estar implicados en ellos, las respuestas de los padres de los adolescentes y las formas en que se puede reducir su incidencia.
La incidencia y la naturaleza de los embarazos adolescentes
Las adolescentes que se quedan embarazadas tienen antecedentes étnicos diferentes y son de lugares distintos, pero sus circunstancias son igual de estresantes. Como Angela, hay muchas adolescentes que se quedan embarazadas durante la adolescencia. En Estados Unidos, más de 200.000 chicas se quedan embarazadas antes de cumplir dieciocho años. Como dijo una madre de 17 años de Los Angeles que tenía un hijo de un año: «Somos niñas que tenemos niños».
Los estudios transculturales indican que Estados Unidos tiene uno de los índices de embarazos adolescentes más altos de todo del mundo desarrollado, a pesar del considerable descenso que se produjo en la década de los noventa (Alan Guttmacher Institute, 2000; Centers for Disease and Prevention, 2001).
El índice de embarazos adolescentes es similar en Estados Unidos, Rusia y varios países del este de Euro-pa, como Bulgaria, cuadruplicando los índices de Francia, Alemania y Japón. Prácticamente multiplica por 8 al de los Países Bajos. Aunque los adolescentes norteamericanos no son sexualmente más activos que sus homólogos de los Países Bajos, su índice de embarazos es mucho más elevado.
De todos modos, los datos más recientes son esperanzadores (Ventura et al, 2001). En el año 2000, los par-tos de adolescentes descendieron a una cifra record (Centers for Disease Control & Prevention, 200 1a). Por cada 1.000 chicas de edades comprendidas entre los 15 y los 19 años, se produjeron 49 nacimientos —la cifra más baja de las seis décadas en que se ha registrado este dato. El índice de embarazos adolescentes ha descendido un 22 por 100 desde 1991. Entre las razones de este descenso se incluyen el incremento del uso de métodos anticonceptivos, el temor a contraer enfermedades de transmisión sexual, como el sida, y la prosperidad económica de los años noventa, que ha motivado que muchas adolescentes retrasen el momento de formar una familia para poder labrarse un futuro profesional.
El mayor descenso del índice de embarazos adolescentes en Estados Unidos fue el que afectó a las afroamericanas de edades comprendidas entre los 15 y los 17 años. El miedo a contraer enfermedades de transmisión sexual, especialmente el sida, las clases sobre sexualidad y las perspectivas de un futuro más halagüeño se incluyen entre las razones más probables del descenso de los índices de embarazos adolescentes durante la década de los noventa. Las adolescentes de origen hispano que vi-ven en Estados Unidos son más proclives a quedarse embarazadas que las afroamericanas y las de raza blanca no hispanas (Child Trends, 2001). Las adolescentes de origen hispano y las afroamericanas son más proclives a reincidir en los embarazos que las de raza blanca no hispanas.
Las consecuencias de los embarazos adolescentes
Las consecuencias de los altos índices de embarazos adolescentes son motivo de preocupación (Kalil y Konz, 2000). El hecho de quedarse embarazada durante la adolescencia supone riesgos para la salud tanto del hijo como de la madre. Los hijos de madres adolescentes tienen más posibilidades de nacer con bajo peso —un factor de riesgo para la mortalidad infantil y para los problemas neurológicos y las enfermedades infantiles (Dryfoos, 1990). Además, las madres adolescentes suelen dejar los estudios. Aunque muchas madres adolescentes retoman los estudios después, generalmente, no alcanzan el nivel educativo de aquellas mujeres que posponen la maternidad. En la National Survey of Work Experience of Youth (Encuesta Nacional sobre la Experiencia Laboral de los Jóvenes Estadounidenses), se constató que sólo la mitad de las mujeres de edades comprendidas entre los 20 y los 26 años que dieron a luz a su primer hijo cuan-do tenían 17 años habían completado el bachillerato (en aquellas que habían tenido hijos siendo más jóvenes, el porcentaje era todavía más bajo) (Mott y Marsiglio, 1985). Sin embargo, entre las mujeres de la misma edad que esperaron a cumplir 20 años para tener un bebé, el 90 por 100 había completado el bachillerato (Kenney, 1987).
Estas deficiencias educativas tienen consecuencias negativas tanto para las madres como para sus hijos (Kenney, 1987). Los padres adolescentes tienen más probabilidades de tener trabajos mal pagados, ocupar puestos de menos prestigio o estar en paro que los que retrasan la paternidad. Los ingresos familiares medios de las mujeres de raza blanca que dan a luz antes de cumplir 17 años son aproximadamente la mitad de los de aquellas mujeres que retrasan la maternidad hasta después de cumplir 20 años.
Aunque es cierto que las consecuencias del elevado índice de embarazos entre las adolescentes norteamericanas es motivo de preocupación, no suele ser el embarazo, considerado aisladamente, lo que se asocia a consecuencias negativas para las madres y sus hijos (Brooks-Gunn y Paikoff, 1997; Feldman, 1999; Pittman, 2000). Las madres adolescentes tienen más posibilidades de proceder de una baja extracción social (Hoffman, Foster y Furstenberg, 1993). Muchas madres adolescentes no eran buenas estudiantes antes de quedarse embarazadas. Además, debemos tener en cuenta que no todas las adolescentes que tienen hijos están abocadas a una vida de pobreza y bajo rendimiento. Por lo tanto, aunque es cierto que el hecho de quedarse embarazada durante la adolescencia es una circunstancia de alto riesgo y que generalmente a las adolescentes que no tienen hijos les va mejor que a las que los tienen, algunas madres adolescentes van bien en los estudios y obtienen un balance positivo de la experiencia de la maternidad temprana (Ahn, 1994; Leadbetter y Way, 2000).
Los factores cognitivos implicados en los embarazos adolescentes
Los cambios cognitivos tienen implicaciones interesantes para la educación sexual de los adolescentes (Lipsitz, 1980). Con su emergente idealismo y la capacidad de pensar de forma abstracta e hipotética, los adolescentes más jóvenes pueden quedarse atrapados en un mundo mental muy alejado de la realidad. Por esta razón creen que las cosas malas no les pueden pasar o no les pasarán a ellos y que son omnipotentes e indestructibles. El he-cho de tener información sobre los métodos anticonceptivos no basta —lo que parece predecir si los adolescentes utilizarán o no este tipo de métodos es la medida en que se acepten a sí mismos y acepten su sexualidad—. Y esta aceptación no requiere solamente madurez emocional, sino también madurez cognitiva.
La mayoría de las discusiones sobre los embarazos adolescentes y su prevención asumen que los adolescentes son capaces de anticipar las consecuencias, ponderar los resultados probables de su conducta y proyectar en el futuro qué les ocurrirá si se implican en ciertos actos, como por ejemplo el coito. Es decir, la prevención se basa en la creencia de que los adolescentes poseen la capacidad cognitiva de resolver problemas de una manera planificada, organizada y analítica. Sin embargo, algunos adolescentes sólo han empezado a desarrollar esa facultad y hay otros que todavía están lejos de alcanzarla.
La exclusividad personal descrita en el Capítulo 4 se puede relacionar con los embarazos adolescentes. El adolescente se dice a sí mismo: «Bueno, eso no me ocurrirá a mí». Si una adolescente cae en la trampa de la exclusividad personal, es posible que no responda bien a un curso sobre educación sexual que fomenta la prevención. Sólo un enfoque evolutivo que tenga en cuenta las capacidades dé los adolescentes será adecuado para determinar qué es lo que se puede enseñar a los adolescentes en las clases de educación sexual.
Los adolescentes de 18 o 19 años son hasta cierto punto bastante realistas y tienen una visión de futuro sobre las experiencias sexuales y sus consecuencias, al igual que sobre las carreras y el matrimonio. Los adolescentes de edades comprendidas entre los 15 y 17 años a menudo envuelven la sexualidad en un halo de romanticismo. Pero los adolescentes más jóvenes, de 10 a 15 años, parecen experimentar el sexo de una forma despersonalizada, llena de ansiedad y negación. Esta forma des-personalizada de concebir la sexualidad no favorece el comportamiento preventivo.
Los adolescentes como padres
Los hijos de padres adolescentes tienen que afrontar problemas incluso antes del nacimiento. Sólo una de cada cinco adolescentes embarazadas recibe algún tipo de cuidados prenatales durante los tres primeros meses de embarazo, que son fundamentales. Las adolescentes emba‑
Niños que tienen niños
He aquí algunos comentarios hechos por adolescentes y adultos sobre los embarazos adolescentes:
«Tener un hijo demasiado pronto no es justo ni para el niño ni para ti. El amor no basta. Yo tenía 16 años y estaba soltera cuando tuve mi primer hijo. Dejé los estudios y tuve al bebé en otro estado. Mi madre hizo los trámites necesarios para dar al bebé en adopción. Sufrí, lloré y me preocupé tanto…, sola en aquella habitación, tan lejos de casa. Me quería morir, pero también quería vivir para ver a aquel bebé que llevaba en mi vientre. Lo vi brevemente después del parto, y muchos años después contacté con él. Nunca podré perdonármelo.»
Esperanza, una adulta reflexionando sobre su juventud
«Es preciso crear una atmósfera acogedora donde los adolescentes puedan hacer preguntas. Entonces, habrá más adolescentes que pidan preservativos y pildoras anticonceptivas.»
Sara, 17 años
«Deberíamos preguntarnos: ¿Por qué hay tantos padres tan negligentes? En vez de ¿Por qué hay tantas adolescentes que se quedan embarazadas’?»
Susan, adolescente norteamericana
«Los planes de estudio de la educación secundaria deberían mostrar a los adolescentes en qué se convierte la vida cuando se tiene un bebé. La experiencia, aunque sea simulada, es el mejor método de aprendizaje.»
Ricardo, que fue padre con 17 años
razadas tienen más probabilidades de padecer anemia y de tener complicaciones relacionadas con la prematuridad que las madres que dan a luz cuando tienen entre 20 y 24 años. Los problemas de los embarazos adolescentes duplican el riesgo normal de dar a luz a un bebé con bajo peso (menos de 2,5 kg), una situación que coloca al bebé en mayor riesgo de padecer deficiencias físicas y menta-les (Dryfoos, 1990).
Los bebés que consiguen superar los riesgos físicos asociados al hecho de tener una madre adolescente no siempre consiguen esquivar los riesgos psicológicos y sociales (Brooks-Gunn y Chase-Lansdale, 1995; Luster et al., 1995). Los hijos de madres adolescentes obtienen pe-ores resultados en los tests de inteligencia y tienen más problemas de conducta que aquellos cuyas madres los tu-vieron cuando superaban la veintena (Silver, 1988). Las madres adolescentes utilizan prácticas de crianza menos adecuadas y tienen expectativas menos realistas sobre el desarrollo de los bebés que las madres de más edad
(Osofsky, 1990). A los 18 años, una madre que había te-nido un hijo siendo adolescente comentó: «Al poco tiempo del nacimiento, empecé a estar resentida con el bebé. Durante el primer año, no jugué con él. No habló hasta los dos años —se limitaba a gruñir—. Estoy segura de que la lentitud de su proceso de desarrollo fue en gran parte culpa mía. Ahora intento compensar mi error dedicándole toda mi atención, pero sigue estando retrasado para su edad». Otras madres adolescentes pueden esperar con emoción la llegada de la «adorable criaturita» y anticipar que su vida con el bebé será maravillosa. Pero, cuan-do comprueban que el bebé exige toda su atención y que tienen que cuidar de él en vez de salir con chicos, sus expectativas positivas dan paso a la amargura.
Por ahora, sólo hemos hablado sobre las madres adolescentes. Aunque algunos padres adolescentes se implican en el cuidado de sus hijos, la mayoría no lo hacen. Sólo una cuarta parte de las madres adolescentes con un hijo de tres años afirmó que los padres mantenían una relación estrecha con ellas y sus hijos (Leadbetter, Way y Raden, 1994). En otro estudio se comprobó que en las dos últimas décadas se ha reducido considerablemente la implicación de los padres en la vida de los hijos de madres adolescentes (Leadbetter, 1994).
Los padres adolescentes tienen ingresos inferiores, ni-veles educativos más bajos y más hijos que los padres que posponen la paternidad hasta que tienen veinte años o más. Una de las causas de estas dificultades es que muchos padres adolescentes reaccionan ante el hecho de haber deja-do embarazadas a sus novias abandonando los estudios (Resnick, Wattenberg y Brewer, 1992). En cuanto dejan los estudios, pasan a ocupar puestos de trabajo mal remunerados. Los padres adolescentes se dicen a sí mismos: «De-bes ser un buen padre. Lo mínimo que puedes hacer es conseguir un trabajo y traer algún sustento a casa».
Muchos padres jóvenes no saben qué se supone que debe hacer un padre. Es posible que quieran a sus hijos, pero no sepan cómo comportarse. Las sociedades occidentales les ofrecen poca guía y poco apoyo. Los programas diseñados para ayudar a los padres adolescentes siguen siendo relativamente escasos, aunque en los últimos años van en aumento. Terry, de 21 años, tiene un hijo de 17 meses y es hijo de padres adolescentes. Después de beneficiarse del Teenage Pregnancy and Parenting Project de San Francisco, ahora trabaja en este proyecto como orientador. Explica: «Mi padre me tuvo siendo adolescente. Mi abuelo también tuvo a mi padre siendo todavía un chaval. Sé que la cadena se romperá en mi hijo» (Stengel, 1985).
Reducir la incidencia de los embarazos adolescentes
Se deben hacer serios esfuerzos para ayudar a las adolescentes embarazadas y a las madres jóvenes a mejorar sus oportunidades educativas y profesionales. Las madres adolescentes también necesitan ayuda para poder acceder a guarderías de calidad y a planificar su futuro (Klaw y
Saunders, 1994). John Conger (1988) hizo cuatro recomendaciones para reducir los altos índices de embarazo adolescente: (1) educción sexual y planificación familiar; (2) acceso a métodos anticonceptivos; (3) utilizar el en-foque de las opciones vitales, y (4) apoyo y profunda implicación de la comunidad. Seguidamente consideraremos cada una de estas recomendaciones.
Es conveniente que los adolescentes reciban una educación sexual adaptada a su edad. Más adelante, en este mismo capítulo hablaremos sobre la educación sexual.
Ademas de una educación sexual y algunos conocimientos sobre cuidados parentales adecuados a sus capacidades intelectuales, los adolescentes sexualmente activos deben tener acceso a métodos anticonceptivos. En ocasiones estas necesidades son satisfechas por los centros de planificación familiar y de atención a la mujer que ofrecen servicios integrales y de muy buena calidad. En cuatro clínicas, ubicadas en St. Paul (Minnesota), el índice anual de embarazos adolescentes primerizos ha descendido del 80 por 1.000 al 29 por 1.000 (Schorr, 1989). Estas clínicas ofrecen desde vacunas y servicios de medicina deportiva hasta el tratamiento de enfermedades de trasmisión sexual. También asesoran a los adolescentes sobre métodos anticonceptivos y recetan pildoras anticonceptivas (siempre y cuando los padres hayan dado su consentimiento para que los adolescentes visiten la clínica). Un aspecto importante de estos centros es la presencia de personal formado específicamente para atender las necesidades especiales y los problemas propios de la etapa adolescente.
Pero, mejorando solamente la educación sexual, la planificación familiar y el acceso a los métodos anticonceptivos, no evitaremos los embarazos adolescentes, sobre todo en lo que respecta a los grupos de riesgo. Los adolescentes deben estar motivados para reducir los riesgos de embarazo. Esta motivación llegará cuando miren hacia el futuro y vean que tienen la oportunidad de ser autónomos y tener éxito. Además, necesitan oportunidades para mejorar sus habilidades académicas y profesionales, sus oportunidades laborales, asesoramiento para planificar sus vidas y amplios servicios de salud mental.
Por último, para que la prevención de los embarazos adolescentes tenga éxito, necesitamos la implicación y el apoyo de toda la sociedad en su conjunto (Duckett, 1997). Este apoyo es una de las principales razones del éxito de los esfuerzos para prevenir los embarazos adolescentes en muchos países desarrollados donde los índices de embarazo, aborto y parto adolescente son mucho más bajos que en Norteamérica, a pesar de poseer índices similares de actividad sexual. En Holanda, al igual que en otros países europeos como Suecia, el sexo no posee las connotaciones de misterio y conflicto que tiene en la sociedad norteamericana. En Holanda no hay un programa obliga-torio de educación sexual, pero los adolescentes pueden recibir asesoramiento sobre métodos anticonceptivos en clínicas subvencionadas a muy bajo coste. Los medios de comunicación holandeses también han desempeñado un papel importante en la educación sexual del público, di-
fundiendo información sobre el control de la natalidad, el aborto y otros temas afines. Los adolescentes holandeses no conciben la posibilidad de mantener relaciones sexuales sin utilizar métodos anticonceptivos.
Una estrategia para reducir el índice de embarazos adolescentes en Estados Unidos, es el Teen Outreach Program (TOP), que se centra en fomentar la participación de los adolescentes en servicios a la comunidad de carácter voluntario y estimula coloquios que los ayudan a valorar los aprendizajes realizados a través del voluntariado. En un estudio, en el que participaron 695 estudiantes de edades comprendidas entre los 14 y los 18 años se asignaron aleatoriamente a un grupo de TOP o a un grupo control (Alien et ai, 1997). Las estudiantes fueron evaluadas tanto al inicio como al final del programa, de nueve meses de duración. El índice de embarazos fue considerablemente inferior en el grupo que había participado en el programa TOP. Las estudiantes del grupo TOP también tenían índices más bajos de fracaso escolar y de expulsiones escolares.
Girls, Inc. (Sociedad de Chicas) tiene cuatro programas cuyo objetivo es incrementar la motivación de las adolescentes para evitar el embarazo hasta que sean lo suficientemente maduras como para tomar decisiones responsables sobre la maternidad (Roth et ai, 1998). Growing Together (Crecer Juntos), incluye una serie de cinco talleres de trabajo de dos horas de duración para madres y adolescentes, y Will Power / Won’t Power (El poder de
la voluntad / el poder de decir No), está formado por una serie de seis sesiones de dos horas de duración centradas en el entrenamiento en asertividad, dirigidas a chicas de entre 12 y 14 años de edad. Para adolescentes mayores, Taking Care of Business (Cuidar de los Negocios) consta de nueve sesiones que enfatizan la planificación del futuro profesional y proporcionan información sobre la sexualidad, la reproducción y los métodos anticonceptivos. Health Bridge (Puente de Salud) coordina servicios educativos y sanitarios —las chicas pueden participar en este programa como una de las actividades de su club o asociación. Las investigaciones indican que las adolescentes que participan en estos programas tienen muchas menos probabilidades de quedarse embarazadas que las que no lo hacen (Girls, Inc., 1991).
Hasta aquí, hemos comentado cuatro formas de disminuir la incidencia de los embarazos adolescentes: educación sexual y planificación familiar, acceso a métodos anticonceptivos, opciones educativas y profesionales, y la implicación y el apoyo de la comunidad en su conjunto. Una última consideración, que es especialmente importante para los adolescentes más jóvenes es la abstinencia. La abstinencia se recomienda cada vez más en las clases de educación sexual (Darroch, Landry y Singh, 2000).
Desde el último repaso, hemos analizado una serie de aspectos para reducir la incidencia de los embarazos adolescentes. El siguiente repaso le ayudará a alcanzar los objetivos de aprendizaje relacionados con este tema.
PARA TU REVISIÓN
Objetivo de aprendizaje 5 | Saber más sobre los embarazos adolescentes.
|
Después de revisar algunos de los factores implicados en los embarazos adolescentes, dirigiremos nuestra atención hacia otro problema relacionado con la sexualidad en esta etapa de la vida: las enfermedades de transmisión sexual.
Las enfermedades de transmisión sexual
Tania, de 15 años, acaba de escuchar la conferencia de un experto en la clase de educación para la salud. Oímos lo que le comenta a una amiga conforme van avanzando por el pasillo del instituto: «¡Vaya conferencia tan repulsiva! No me creo que puedas coger todas esas enfermedades por el mero hecho de mantener relaciones sexuales. Creo que sólo intentaba asustarnos. Se ha pasado mucho rato hablando del sida, que he oído que es una enfermedad que no afecta a las personas normales. ¿Verdad? Sólo afecta a los homosexuales y a los drogadictos. Y también dicen que la gonorrea y muchas otras enfermedades de transmisión sexual tienen curación, o sea que ¡tampoco se va a hundir el mundo por el hecho de contraer alguna de esas enfermedades!». La actitud de Tania ante las enfermedades de transmisión sexual —que siempre les ocurren a los demás; que se pueden curar con facilidad y sin riesgos, que son demasiado desagradables para que una persona de bien hable sobre ellas y todavía más para que las contraiga— es bastante común entre los adolescentes. Pero lo cierto es que los adolescentes que mantienen relaciones sexuales sin protección corren el riesgo de con-traer este tipo de enfermedades.
Las enfermedades de transmisión sexual (ETS) son enfermedades que se contraen fundamentalmente a través del contacto sexual. Este contacto no se limita a la penetración vaginal, sino que incluye también el contacto oral-genital y el ano-genital. Son un problema sanitario cuya incidencia va en aumento. Se estima que aproximadamente, el 25 por 100 de los adolescentes sexualmente activos contraen alguna ETS cada año (Alan Guttmacher Institute, 1998).
Tipos
Entre las principales ETS que pueden contraer los adolescentes se incluyen las infecciones bacterianas (como la gonorrea y la sífilis), la clamidiasis, y dos ETS provoca-das por virus —el herpes genital y el sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida).
Gonorrea. La gonorrea es una de las enfermedades de transmisión sexual más frecuentes en Estados Unidos. Está provocada por una bacteria llamada Neisseria Gonorrhoeae, que se desarrolla en las membranas mucosas húmedas que recubren la boca, la garganta, la vagina, el cuello del útero, la uretra y el tracto anal. La bacteria se contagia a través del contacto entre las membranas mucosas del individuo afectado y las de otro individuo.
Los primeros síntomas de la gonorrea son más visibles en los hombres, que segregan un fluido por el pene y experimentan una sensación de quemazón al orinar. El primer síntoma de gonorrea en las mujeres, que a menudo pasa desapercibido, es un leve flujo vaginal, a veces irritante. Las complicaciones de la gonorrea en el sexo masculino incluyen los problemas de próstata, vejiga y riñones, así como la esterilidad. En el sexo femenino puede cursar con enfermedad pélvica inflamatoria, esterilidad y adherencias abdominales (Crooks y Buer, 2002).
La gonorrea se puede tratar de forma eficaz en sus fases iniciales con penicilina u otros antibióticos. A pesar de que la incidencia de la gonorrea ha disminuido, anual-mente se dan más de 500.000 casos en Estados Unidos. El índice de afectación más elevado en el sexo femenino y el segundo más elevado en el masculino se da en la adolescencia (Centres for Disease Control, 2000).
Sífilis. La sífilis es una enfermedad de transmisión sexual provocada por la bacteria Treponema Pallidum, un miembro de la familia de las espiroquetas. Las espiroquetas necesitan un ambiente cálido y húmedo para sobrevivir, y se transmiten a través del contacto entre el pene y la vagina, el contacto oro-genital o el anal. También la puede transmitir la madre al feto después del cuarto mes de embarazo. Si la madre es tratada con penicilina antes de ese momento, no contagiará la sífilis al feto. Si no se trata, la sífilis se desarrolla en cuatro fases: primaria (aparición de pupas en la piel, llamadas chancros), secundaria (aparición de una erupción cutánea generalizada), latente (asintomática, puede durar varios años), y terciaria (puede cursar con enfermedad cardiovascular, ceguera, parálisis, úlceras cutáneas, lesiones hepáticas y problemas mentales) (Crooks y Bauer, 2002). En sus fases iniciales, la sífilis se puede tratar con éxito administrando penicilina. En Estados Unidos se diagnostican aproximadamente 100.000 casos de sífilis cada año.
Clamidiasis. La clamidiasis es la más frecuente de todas las enfermedades de transmisión sexual. Debe su nombre a Chlamydia Trachomatis, un organismo que se contagia a través del contacto sexual e infecta los órganos sexuales de ambos sexos. A pesar de que hay muchas menos personas que han oído hablar de la clamidiasis que de la gonorrea o la sífilis, la incidencia de la primera es mucho mayor (Morris, Warren y Aral, 1993).
Aproximadamente 4 millones de norteamericanos contraen clamidiasis cada año. Entorno al 10 por 100 de los estudiantes universitarios padecen clamidiasis. Esta ETS es muy contagiosa y las mujeres tienen un riesgo de contraerla que supera el 70 por 100 en un solo contacto sexual. Para el sexo masculino, el riesgo se ha estimado entre el 25 y el 50 por 100.
Muchas mujeres que tienen clamidiasis presentan pocos o ningún síntoma. Cuando aparecen los síntomas, éstos incluyen alteraciones menstruales, dolor pélvico, fiebre, náuseas, vómitos y dolor de cabeza. Entre los sin-
tomas que pueden presentar los hombres, se incluyen la secreción de fluido por el pene y la sensación de escozor o quemazón al orinar.
Debido a que muchas mujeres que padecen clamidiasis son asintomáticas, con frecuencia la enfermedad pasa desapercibida sin recibir tratamiento hasta que se extiende al tracto reproductor superior, provocando una enfermedad pélvica inflamatoria. La resultante cicatrización del tejido de las trompas de Falopio puede cursar con esterilidad o embarazos ectópicos (o tubares) cuando el cigoto se implanta fuera del útero. La cuarta parte de las mujeres que contraen la enfermedad pélvica inflamatoria se vuelven estériles; el hecho de padecer repetidamente esta enfermedad incrementa las posibilidades de quedar estéril al 50 por 100. Algunos investigadores sugieren que la clamidiasis es la primera causa prevenible de esterilidad.
A continuación nos centraremos en las ETS provoca-das por virus —el herpes genital y el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida)—. Ninguna de estas dos enfermedades tiene curación.
Herpes genital. El herpes genital es una enfermedad de transmisión sexual provocada por una amplia familia de virus procedentes de cepas diferentes. Estas cepas producen otras enfermedades no trasmitidas por vía sexual, como la varicela y la mononucleosis. Tres días después del contacto, se puede experimentar picor u hormigueo en el área genital, seguido de una erupción de pupas o am-pollas. Los ataques pueden durar hasta tres semanas y pueden volver a presentarse al cabo de varias semanas o incluso años.
Aunque se pueden utilizar algunos fármacos, como el acyclovir, para aliviar los síntomas, no se conoce ninguna forma de curar el herpes. Por este motivo, las personas infectadas por el herpes genital experimentan una gran angustia emocional, aparte del considerable malestar físico. El virus se puede transmitir a través de preservativos que no sean de látex y de espermicidas, lo que hace que los individuos afectados sean reticentes a mantener relaciones sexuales, preocupados por la impredictibilidad de sus vidas y temerosos del dolor que les provocará el próximo ataque. Por este motivo, se han establecido grupos de apoyo para los afectados de herpes genital.
Sida. Ninguna otra ETS considerada de forma aislada ha tenido mayor impacto sobre el comportamiento sexual, ni ha creado más temor en la población durante las dos últimas décadas que el sida. Revisaremos su naturaleza e incidencia, cómo se transmite, las fases de la enfermedad y su prevención.
El sida es una enfermedad fundamentalmente transmitida por vía sexual provocada por el VIH (virus de la inmunodeficiencia humana), que destruye el sistema in-muno lógico de los afectados. Después de haber contraí‑
do el sida, un individuo es vulnerable a una serie de gérmenes que un sistema inmunológico normal podría destruir.
En junio de 2000 se diagnosticaron casi 4.000 casos de sida entre los adolescentes norteamericanos de 13 a 19 años (Centers for Disease Control and Prevention, 200 1b). En el grupo de edad de 20 a 24 años, se habían diagnosticado más de 26.000 casos de sida. Debido al largo período de incubación existente entre la infección por VIH y el diagnóstico del sida, la mayoría de las personas diagnosticadas entre los 20 y los 24 años contrajeron la enfermedad durante la adolescencia.
La mayor preocupación en lo que se refiere al sida se encuentra en el África subsahariana, donde ha alcanzado proporciones epidémicas (Pisan, 2000; OMS, 2000). En muchos países africanos las adolescentes son especial-mente vulnerables a ser infectadas con VIH al mantener relaciones sexuales con hombres adultos. En estos países la cantidad de adolescentes de sexo femenino con sida casi multiplica por 6 a la de sus homólogos de sexo masculino. En Kenia, el 25 por 100 de las chicas de entre 15 y 19 años dan positivo en la prueba del VIH en comparación con el 4 por 100 de los chicos de la misma edad. En Botswana más del 30 por 100 de las adolescentes embarazadas están infectadas por el VIH.
En Estados Unidos hay más chicos que chicas afectados por el VIH (Centers for Disease Control and Prevention, 200 1b). La diferencia existente entre Estados Unidos y África probablemente obedece a la mayor transmisión del VIH de los hombres adultos a las adolescentes en el África subsahariana y a la mayor transmisión entre hombres homosexuales que entre heterosexuales en Estados Unidos.
El sida sigue generando una gran preocupación en muchas partes del mundo, aparte del África subsahariana. En Estados Unidos la prevención se dirige especial-mente a aquellos grupos que presentan una mayor incidencia de la enfermedad; grupos de riesgo que incluyen a las personas que consumen drogas inyectables, las personas afectadas por alguna otra ETS, los homosexuales jóvenes de sexo masculino, las personas con escasos re-cursos económicos, los norteamericanos de origen hispano y los afroamericanos (Centers for Disease Control and Prevention, 2001b). Asimismo, en los últimos años, en Estados Unidos, ha aumentado la transmisión heterosexual del VIH.
Existen algunas diferencias entre los casos de sida diagnosticados en los adolescentes en comparación con los diagnosticados en los adultos:
- Un mayor porcentaje de los casos de sida adoles‑
cente se transmiten por contacto heterosexual.
- Un mayor porcentaje de adolescentes son asinto‑
máticos (aunque se volverán sintomáticos al llegar
a la etapa adulta).
- Entre los adolescentes, hay un mayor porcentaje de afectados afroamericanos y de origen hispano.
- En el diagnóstico y la información a las parejas y
los padres de los adolescentes está implicado un
conjunto especial de cuestiones éticas y legales.
- Entre los adolescentes, el uso y la disponibilidad de
métodos anticonceptivos es menor.
En un estudio se comprobó que el uso de preservativos entre los adolescentes norteamericanos que están en situación de riesgo de contraer el sida —por ejemplo, los consumidores de drogas intravenosas— estaba significativamente por debajo de la media (Sonenstein, Pleck y Ku, 1989). Sólo el 21 por 100 de los adolescentes que habían consumido drogas inyectables o aquellos cuyos compañeros sexuales habían consumido este tipo de drogas utilizaban preservativos. Entre los adolescentes que afirmaron haber mantenido relaciones sexuales con prostitutas, sólo el 17 por 100 dijo haber utilizado preservativos. Los adolescentes que reconocieron haber mantenido relaciones sexuales con cinco o más parejas sexuales durante el año anterior, utilizaron preservativos sólo el 37 por 100. Los adolescentes que mantenían relaciones homosexuales fueron los que utilizaron preservativos en mayor porcentaje —el 66 por 100.
La transmisión del VIH
Los expertos afirman que el sida sólo se puede transmitir mediante el contacto sexual, el hecho de compartir jeringuillas y las transfusiones de sangre (que durante los últimos años han estado estrictamente controladas) (Kelly, 2000). Aunque en Estados Unidos el 90 por 100 de los casos de sida siguen ocurriendo entre homosexuales de sexo masculino y consumidores de drogas inyectables, recientemente se ha producido un incremento des-proporcionado de casos entre las mujeres cuyas parejas son bisexuales o consumidores de drogas inyectables. Este incremento sugiere que el riesgo de contraer el sida probablemente está creciendo entre los heterosexuales que tienen múltiples compañeros sexuales. En el Cuadro 11.4 de la página siguiente se describen las conductas de riesgo y las que no lo son respecto al contagio del sida.
Preguntarle a tu pareja sobre su vida sexual anterior no es ninguna garantía de protección contra el sida u otras ETS. Por ejemplo, en una investigación se formularon preguntas a 655 estudiantes universitarios sobre la mentira y el comportamiento sexual (Cochran y Mays, 1990). De los 422 que dijeron ser sexualmente activos, el 34 por 100 de los hombres y el 10 por 100 de las mujeres reconocieron haber mentido a sus parejas con el pro-pósito de mantener relaciones sexuales. Un porcentaje superior —el 47 por 100 de los hombres y el 60 por 100 de las mujeres— dijeron que otras personas les habían mentido para mantener relaciones sexuales con ellos. Cuando les preguntaron sobre qué aspectos de su pasado serían más proclives a mentir, más del 40 por 100 de los miembros de ambos sexos dijeron que minimizarían la
Comportamiento sexual
y decisiones morales: privacidad y protección
El novio de Carolina, con quien llevaba saliendo 3 años, le contagió un herpes genital. Después de romper esta relación y de pasar algún tiempo sola, Carolina empezó a salir con Carlos. Antes de mantener relaciones sexuales con su nuevo novio, Carolina le informó sobre su infección, pensando que era lo correcto. Carlos aparentemente aceptó bien la noticia, pero poco tiempo después empezó a tratar a Carolina de una forma diferente. Se volvió distante y frío con ella y acabó rompiendo la relación diciendo que «no iba bien». Carolina estaba convencida de que Carlos rompió con ella a causa del herpes.
Posteriormente Carolina conoció a Javier, un chico que le gustaba mucho y con quien le apetecía salir «en serio». Empezaron a quedar y, conforme se iba acercan-do el momento de mantener relaciones sexuales, Carolina sentía que debería informar a Javier sobre el herpes, pero temía que, si se lo contaba, él también la abandonara. Pensó que si conseguía evitar las relaciones sexuales en el momento en que tuviera las ampollas del herpes (cuando es más fácil contagiar la enfermedad), protege-ría a Javier. También pensó que si utilizaban preservativos de látex Javier estaría protegido, a pesar de que los preservativos se pueden romper.
¿Es aceptable que Carolina oculte esta información a Javier? Si considera que Javier lo debería saber, ¿de qué modo sería mejor explicárselo? Si Carolina se lo contara a Javier y éste rompiera la relación, ¿habría sido un error explicárselo? ¿Tiene Javier el derecho a saber que Carolina padece una enfermedad de transmisión sexual? ¿Tiene Carolina el derecho a la privacidad?
cantidad de compañeros sexuales que habían tenido. El 20 por 100 de los hombres, pero sólo el 4 por 100 de las mujeres afirmó que mentiría si dieran positivo en la prueba del sida.
La prevención
Puesto que en los grupos de alto riesgo es posible e incluso probable contraer simultáneamente varias ETS, los esfuerzos para prevenir una enfermedad pueden reducir la prevalencia de otras enfermedades. Los esfuerzos para prevenir el sida también pueden ayudar a evitar embarazos adolescentes y otros problemas relacionados con la sexualidad. Debido a la alta incidencia de las ETS, es fundamental que tanto los adolescentes como los adultos comprendan las consecuencias de estas enfermedades (Klaus, 1997).
Un estudio en el que se evaluaron 37 proyectos de prevención del sida dirigidos a niños y adolescentes (Janz et al, 1996), se comprobó que las actividades que
El virus del sida no se transmite como un resfriado o la gripe, sino mediante el intercambio de sangre, semen o fluidos vaginales infectados. El contagio se suele producir al mantener relaciones sexuales, al compartir jeringuillas o cuando una madre transmite el virus a su hijo antes o durante el parto.
El sida no se contagia por:
El contacto cotidiano con otras personas en el centro educativo, el lugar de trabajo, las tiestas, las guarderías o los comercios.
Nadar en una piscina, aunque alguno de los bañistas tenga el sida.
La picadura de un mosquito, pulga, piojo, moscardones u otros insectos.
La saliva, el sudor, las lágrimas o las heces. Los besos.
Ropas, teléfonos o los asientos de los inodoros.
Utilizar el vaso, los cubiertos o cualquier otro utensilio para comer que haya utilizado otra persona que tiene el sida.
Coincidir en un autobús, ascensor o tren muy concurrido donde hay alguien que tiene el sida.
Donar sangre en un banco de sangre.
El riesgo de contraer el sida al recibir una transfusión de sangre se ha reducido considerablemente. Los donantes se seleccionan teniendo en cuenta los factores de riesgo y en la sangre donada se analizan los anticuerpos del sida.
Comportamientos arriesgados:
Las probabilidades de entrar en contacto con el virus del sida aumentan si:
— Se tiene más de una pareja sexual.
— Se comparten jeringuillas y agujas.
— Se practica el sexo anal, vaginal u oral sin utilizar preservativo.
— Se practica el sexo anal, vaginal u oral con alguien que consume drogas intravenosas.
— Se mantienen relaciones sexuales con personas desconocidas o que tienen varios compañeros sexuales.
— Se mantienen relaciones sexuales sin protección (sin preservativo) con una persona infectada.
Comportamientos seguros: Abstinencia sexual.
Practicar actividades sexuales que no impliquen intercambio de fluidos (caricias, abrazos, masajes).
Mantener relaciones sexuales con una sola pareja sexual que también sea fiel y no esté infectada.
Mantener relaciones sexuales con la protección adecuada. No consumir drogas intravenosas.
CUADRO 11.4
Entender mejor el sida: ¿Qué es arriesgado y qué no lo es?
FUENTE: America Responds to AIDS. U.S. Folleto informativo del gobierno de Estados Unidos, 1988.
se mostraron como más eficaces fueron las discusiones en grupos reducidos, el hecho de acceder a los sectores de la población que exhiben conductas de alto riesgo y la formación a cargo de iguales y voluntarios. Las discusiones en grupos reducidos, con un énfasis especial en la comunicación abierta y la repetición de los mensajes, son excelentes oportunidades para que los adolescentes aprendan y compartan información sobre el sida. Los mejores programas dirigidos a los grupos de riesgo están adaptados a los rasgos culturales de cada grupo e incluyen incentivos para fomentar la participación. En este tipo de programas, los monitores que son personas conocidas y respetadas pueden ayudar a romper las barre-ras del miedo y la desconfianza y dar seguridad para que sus mensajes sean escuchados y seguidos. Para que los incentivos funcionen, también se deben adaptar a poblaciones específicas. Los niños y adolescentes en edad es-colar se pueden sentir atraídos por créditos académicos o por incentivos económicos. Los consumidores de drogas inyectables pueden sentirse atraídos por los alimentos, un techo y un lugar seguro donde reunirse. Para las madres que tienen un trabajo remunerado, ayudarles en el cuidado de sus hijos para que tengan más oportunidades para pasar tiempo con otros adultos puede ser un
buen incentivo. Utilizar educadores de edades similares a las personas a quienes va dirigido el programa suele dar buenos resultados. Como modelos de rol, los iguales pueden mostrar estilos de vida saludables a la población a la que va dirigido el programa, al tiempo que ofrecen retroal i mentación y modelan normas grupales para apoyar el cambio conductual. Los educadores de edades similares a las de la población a la que van dirigidos los proyectos de prevención del sida suelen ser eficaces a la hora de conseguir la implicación de los participantes.
Por ahora, hemos expuesto dos problemas relaciona-dos con la sexualidad adolescente: los embarazos adolescentes y las enfermedades de transmisión sexual. Seguidamente exploraremos otros dos de esos problemas: los abusos sexuales y el acoso sexual.
Los abusos sexuales y el acoso sexual
La mayoría de las personas eligen, voluntariamente, tener relaciones sexuales u otras actividades de carácter sexual. Pero, lamentablemente, hay algunas personas que fuerzan a otras a mantener relaciones sexuales.
Abusos sexuales
La violación consiste en forzar a otra persona a mantener relaciones sexuales en contra de su voluntad. Las definiciones legales de violación varían de un país a otro. E incluso en Estados Unidos, en algunos estados está permitido que un marido obligue a su mujer a mantener relaciones sexuales, mientras que en otros no lo está. Debido a las dificultades asociadas al hecho de informar sobre este tipo de actos, su incidencia actual no es fácil de determinar. Al parecer, se producen más violaciones en las grandes ciudades, donde se ha informado de que 8 de cada 10.000 mujeres mayores de 11 años son violadas cada año. En Estados Unidos se documentan casi 200.000 violaciones anuales, el 95 por 100 de las cuales son cometidas por miembros del sexo masculino.
¿Por qué son tan frecuentes las violaciones en la cultura norteamericana? Las escritoras feministas creen que los hombres son socializados para que sean sexualmente agresivos, vean a las mujeres como seres inferiores y antepongan su propio placer al de las mujeres. Los investigadores han detectado una serie de características que son comunes a todos los violadores: el hecho de cometer la agresión incrementa su sensación de poder o masculinidad, suelen sentir ira hacia las mujeres en general y quieren hacer daño a sus víctimas.
Un aspecto especialmente preocupante es la violación consecuente a una cita o entre conocidos que es la actividad sexual coercitiva dirigida a alguien a quien el agresor conoce en cierta medida. Este tipo de violaciones es un problema cada vez mayor en los institutos y campus universitarios. Aproximadamente, dos tercios de los universitarios de sexo masculino reconocen haber tocado a alguna mujer en contra de su voluntad, y la mitad admite haber obligado a una mujer a mantener relaciones sexuales. En un estudio reciente se puso de manifiesto que en dos tercios de los incidentes de abuso sexual, los agresores y las víctimas habían mantenido previamente una relación de pareja (Flanagan, 1996). En otro estudio reciente, el 15 por 100 de las adolescentes afirmó haber sido víctima de una violación en el contexto de una cita (Vicary, Klingaman y Harkness, 1995).
La violación es una experiencia traumática para la víctima y sus allegados. Las víctimas de una violación inicialmente se sienten desconcertadas y paralizadas y con frecuencia profundamente desorganizadas. Algunas mujeres expresan su dolor a través de la palabra y el llanto, mientras que otras interiorizan su sufrimiento. Aunque se esfuercen para que sus vidas vuelvan a la normalidad, pueden experimentar miedo, depresión y ansiedad durante meses o años. Las disfunciones sexuales, como la disminución de la libido y la incapacidad para alcanzar el orgasmo, se dan en el 50 por 100 de las víctimas de violación. Muchas de ellas introducen cambios en su forma de vida, como mudarse de casa o dejar de salir por las no-ches. Aproximadamente, una quinta parte de las víctimas de una violación intentan suicidarse —un índice que
multiplica por ocho al de las mujeres que no han sido violadas.
La recuperación de las víctimas depende tanto de sus habilidades de afrontamiento como del ajuste psicológico previo al asalto. El apoyo social procedente de los padres, la pareja u otros allegados es un factor importante para la recuperación, al igual que la posibilidad de obtener ayuda profesional (Koss, 1993), disponible en centros de atención a la mujer y casas de acogida para mujeres violadas y maltratadas. Muchas víctimas de violación se sienten más fuertes al denunciar el episodio a la policía y al participar en el juicio contra el violador, en el caso de que sea detenido. De todos modos, en el caso de las mujeres que optan por la vía legal es especialmente recomendable que soliciten la ayuda de un profesional para que las apoye a lo largo de la dura experiencia que supone el proceso. Todas las mujeres tienen derecho a tomar sus propias decisiones acerca del hecho de denunciar o no una violación.
Aunque la mayoría de las víctimas de una violación son mujeres, también se producen violaciones de hombres. Los hombres que ingresan en prisión son especial-mente vulnerables a las violaciones, a menudo practica-das por heterosexuales, que utilizan la violación para establecer su dominancia y su poder dentro de la cárcel. Aunque pueda parecer imposible que una mujer viole a un hombre, la erección no está completamente bajo el control voluntario del hombre, y existen informes de algunos casos de violación de hombres cometidos por mujeres (Sarrel y Masters, 1982). A pesar de que los hombres sólo representan un 5 por 100 de las víctimas de todas las violaciones, el trauma que experimentan es igual de fuerte al que experimentan las mujeres.
El acoso sexual
Las mujeres son víctimas de acoso sexual de muchas formas diferentes —desde los comentarios sexistas y el contacto físico encubierto (palmaditas, roces) hasta las proposiciones explícitas y las agresiones sexuales (Fitzgerald, 2000; Paludi, 1998). Literalmente millones de mujeres sufren acoso sexual cada año en contextos educativos y laborales.
En un estudio, el 85 por 100 de las chicas de entre 13 y 17 años informaron de que eran víctimas de acoso sexual con cierta frecuencia (American Association of University Women, 1993). Un porcentaje sorprendentemente alto de chicos (el 75 por 100) también afirmó ser víctima de acoso sexual frecuentemente. Los comentarios, bromas, miradas y gestos sexuales eran las formas más habituales de acoso. Los estudiantes también informaron sobre otros comportamientos molestos, que iban desde ser objeto de rumores sexuales hasta ser forzado a participar en actos sexuales.
La oficina de derechos civiles del Departamento de Educación de Estados Unidos publicó una guía de 40 páginas sobre el acoso sexual. En esta guía, se establece una
distinción entre dos tipos distintos de acoso sexual: el acoso sexual quid pro quo y el acoso sexual de ambiente hostil (Chmieleski, 1997). El acoso sexual quid pro quo ocurre cuando un docente amenaza con basar una decisión curricular (por ejemplo, una calificación) en la participación del alumno en una conducta de carácter sexual en la que éste no desea participar. Por ejemplo, un profesor pone un sobresaliente a un alumno por aceptar implicarse en ciertas actividades sexuales, o bien le suspende por negarse a participar en tales actividades. El acoso sexual de ambiente hostil ocurre cuando los estudian-tes son objeto de conductas sexuales en las que no desean participar que son tan graves, persistentes u omnipresentes que limitan la capacidad de los estudiantes de beneficiarse de la educación. Este tipo de ambientes hostiles se generan a raíz de una serie de incidentes previos, como repetidas proposiciones sexuales.
El acoso sexual es una forma de poder o dominio ejercido por una persona sobre otra, que puede acarrear con-secuencias perjudiciales para la víctima. Puede ser espe‑
cialmente nocivo cuando es perpetrado por profesores y otros adultos que tienen un poder y una autoridad considerable sobre la víctima (Lee et ai, 1995). Como sociedad, debemos ser menos tolerantes con el acoso sexual (Firpo-Triplett, 1997).
Los abusos sexuales que ocurren en las citas entre adolescentes también son un motivo de preocupación. En un estudio reciente, se entrevistó a 2.000 estudiantes de sexo femenino de entre 14 y 18 años sobre la medida en que habían sido objeto de violencia física y sexual (Silverman et al, 2001). Aproximadamente el 20 por 100 de las entrevistadas informaron de que los chicos con quienes salían les habían inflingido malos tratos físicos o abusos sexuales. Además, los malos tratos y los abusos sexuales se asociaron a abuso de sustancias tóxicas.
Desde el último repaso, hemos revisado ciertas cuestiones sobre las enfermedades de transmisión sexual, los abusos sexuales y el acoso sexual. El siguiente repaso le ayudará a alcanzar los objetivos de aprendizaje relacionados con estos temas.
PARA TU REVISIÓN
Objetivo de aprendizaje 6 Objetivo de aprendizaje 7 | Describir las enfermedades de transmisión sexual.
Exponer el tema de los abusos sexuales y el acoso sexual.
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Hasta aquí, en este capítulo hemos analizado la se tamientos sexuales y los problemas sexuales de los ado‑
xualidad como un aspecto normal del desarrollo adoles lescentes. Seguidamente nos centraremos en los conoci‑
cente. Asimismo hemos revisado las actitudes y compor- mientos sobre la sexualidad que tienen los adolescentes.
LOS CONOCIMIENTOS SOBRE LA SEXUALIDAD
QUE TIENEN LOS ADOLESCENTES Y LOS CONTENIDOS
DE LA EDUCACIÓN SEXUAL
Debido a la elevada incidencia de las ETS, un aspecto especialmente importante para su prevención es que tanto los adolescentes como sus padres tengan los conocimientos adecuados sobre estas enfermedades y sobre otros aspectos de la sexualidad. ¿Qué conocimientos tienen los adolescentes sobre la sexualidad? ¿Cuáles son las fuentes a partir de las que obtienen información sexual los adolescentes? ¿Qué papel desempeñan los centros educativos en la educación sexual?
Los conocimientos sobre la sexualidad que tienen los adolescentes
En una investigación sobre adolescentes norteamericanas de 15 a 17 años, se comprobó que un tercio de ellas no sabía en qué fase del ciclo menstrual tenían más probabilidades de quedarse embarazadas (Loewen y Leigh, 1986). En otro estudio, la mayoría de los adolescentes creía que el riesgo de embarazo es mayor durante la menstruación (Zelnick y Katner, 1977). En un trabajo realizado en 1992, el 12 por 100 de una muestra de más de 8.000 estudiantes creía que la pildora anticonceptiva ofrecía alguna protección contra el sida, y el 23 por 100 creía que sólo mirando a un compañero sexual potencial podía, saber si estaba o no infectado por el VIH (Hechinger, 1992). En una investigación de ámbito nacional desarrollada recientemente en Estados Unidos con una muestra de más de 1.500 adolescentes de 12 a 18 años, los encuestados contestaron que disponían de suficiente información para comprender el embarazo pero no para obtener y utilizar métodos de control de la natalidad (Kaiser Family Foundation, 1996).
Según June Reinisch (1990), director del Kinsey Institute for Sex, Gender and Reproduction, los ciudadanos norteamericanos saben más acerca de cómo funcionan sus coches que sobre el funcionamiento sexual de sus propios cuerpos. Los adolescentes y adultos norteamericanos no están preparados para comprender los mensajes sexuales. Reinisch opina que con demasiada frecuencia los adolescentes reciben gran cantidad de información sexual, pero no son capaces de entenderla. La información sexual abunda, pero la mayor parte de ella es errónea o poco ajustada a la realidad. En algunos casos, hasta los profesores de educación sexual adolecen de una gran ignorancia sobre este tipo de conocimientos. Un profesor de instituto que impartía clases de educación sexual se refería a las zonas erógenas como «zonas erróneas», ¡tal
vez haciendo pensar a sus alumnos que sus zonas sexualmente sensibles eran un error!
Las fuentes de las que procede la información sexual
Cuando a un chico de 14 años se le preguntó dónde había aprendido lo que sabía sobre sexo, contestó: «En la calle». Cuando le preguntaron si ésa había sido su única fuente de información, respondió: «Bueno, aprendí algo más del Playboy y otras revistas sobre sexo.» ¿Y en el instituto?. «Nada. Me hablaron sobre higiene, pero nada que sirva realmente de ayuda». Cuando le preguntaron sobre la contribución de sus padres, contestó: «No me explicaron absolutamente nada».
Los padres son un factor importante, aunque en gran medida ausente, en la lucha contra los embarazos adolescentes y las enfermedades de transmisión sexual (Brock y Jennings, 1993). La gran mayoría de los adolescentes dicen que no pueden hablar libremente con sus padres sobre cuestiones sexuales. Las encuestas indican que, aproximadamente, el 17 por 100 de la educación sexual que tienen los adolescentes procede de las madres y sólo un 2 por 100 de los padres (Thornburg, 1981). Aun-que los padres y las madres, especialmente los primeros, en escasas ocasiones son fuentes información sobre educación sexual para sus hijos adolescentes, éstos afirman que, cuando hablan sobre sexo abierta y libremente con sus padres, son menos proclives a ser sexualmente activos. El uso de métodos anticonceptivos por parte de las adolescentes también aumenta cuando pueden hablar sobre sexo con sus padres (Fisher, 1987).
Como acabamos de ver, los adolescentes tienen más conversaciones sobre sexo con sus madres que con sus padres. Esto es cierto para ambos sexos, aunque las chicas afirman mantener más conversaciones de este tipo con sus madres que sus compañeros de sexo masculino (Feldman y Rosenthal, 1999; Lefkowitz et al, 1999). Asimismo, en un estudio reciente en el que se grabaron en vídeo las conversaciones sobre cuestiones sexuales entre adolescentes de ambos sexos y sus madres, las chicas mostraron mayor entusiasmo e interés que los chicos (Lefkowitz et al, 1999).
En una encuesta que se pasó a los 1.152 alumnos de un instituto norteamericano, se les preguntó dónde habían aprendido lo que sabían sobre distintos aspectos del sexo (Thornburg, 1981). Como en otras investigaciones, la principal fuente de información sexual eran los iguales, seguida del material escrito, las madres, los centros educativos y sus propias experiencias.
Aunque se suele creer que los centros educativos son la principal fuente de información sexual para los adolescentes, sólo el 15 por 100 de la información que reciben procede de la instrucción explícita. En un estudio, los
alumnos universitarios afirmaron que habían obtenido más información sobre sexo de la lectura que de ninguna otra fuente (Andre, Frevert y Schuchman, 1989).
La educación sexual en los centros de enseñanza
En una encuesta reciente se comprobó que el 93 por 100 de los norteamericanos estaban de acuerdo con que que se impartiera educación sexual en los institutos de bachillerato y el 84 por 100 apoyaban la idea de que se impartiera en los centros educativos de secundaria obligatoria (SIECUS, 1999). El dramático incremento del sida y de otras enfermedades de transmisión sexual es una de las principales razones para que la gente cada vez apoye más la inclusión de la educación sexual en el currículo escolar. En la encuesta mencionada se comprobó que 8 de cada 10 norteamericanos opina que los adolescentes deberían recibir información sobre cómo protegerse de los embarazos no deseados y de las enfermedades de transmisión sexual, así como sobre los métodos de abstinencia. Y 8 de cada 10 personas encuestadas rechazaba la idea de que el hecho de proporcionar información sexual a los adolescentes fomentara su actividad sexual.
La naturaleza de la educación sexual que se imparte en los centros educativos está cambiando. En un estudio reciente, se analizaron los programas de educación sexual que se impatieron en los centros de enseñanza públicos de Estados Unidos desde 1988 hasta 1999 (Darroch, Landy y Singh, 2000). Los resultados de la encuesta indican que:
- Algunas cuestiones —cómo por ejemplo como se transmite el VIH, las ETS, la abstinencia, cómo resistir a la presión de los iguales para mantener relaciones sexuales y la forma correcta de utilizar un preservativo — se enseñaban en niveles educativos mas bajos en 1999, que en 1988.
- En 1999. el 23 por 100 de los profesores de enseñanza secundara explicaba la abstinencia como la única forma de prevenir los embarazos y las ETS, en comparación con el 2 por 100 de 1988. Los profesores encuestados en 1999 también tenían más probabilidades que los de 1988 de señalar que la abstinencia era el mensaje más importante que que rían transmitir (el 41 por 100 frente al 25 por 100).
- Entre los años 1988 y 1999 se produjo una marca-da reducción del porcentaje de profesores que estaban dispuestos a instruir a sus alumnos sobre el control de la natalidad, el aborto y la orientación se xual.
Resumiendo, la educación sexual que se imparte actualmente en los centros de enseñanza norteamericanos cada vez está más centrada en la abstinencia y no ofrece una visión exhaustiva que incluya contenidos sobre
el control de la natalidad, el aborto y la orientación sexual.
En un estudio reciente realizado con 1.789 profesores norteamericanos que impartían clases a estudiantes de quinto y sexto curso de primaria (10 a 12 años), se formularon preguntas sobre el contenido de las clases de educación sexual que se habían impartido en su centro durante el año 1999 (Landry, Singh y Darroch, 2000). Los resultados informaron que:
- El 72 por 100 dijo que en sus centros se impartía educación sexual tanto a los alumnos de quinto curso, como a los de sexto.
- Más del 75 por 100 de los profesores que incluían la educación sexual en sus clases trataban los siguientes temas: la pubertad, la transmisión del VIH y el sida, el consumo de drogas y alcohol, y cómo mantenerse firme en una decisión. Sin embargo, había muchos profesores de quinto y sexto curso que no impartían ningún contenido de educación sexual. Asimismo se estimó que, globalmente, estos temas se enseñan aproximadamente en la mitad de los grupos de quinto y sexto de primaria.
- Más de la mitad de los profesores incluían el tema de la abstinencia en sus clases de educación sexual.
Los programas de educación sexual que se imparten de forma aislada en algunos centros educativos no bastan para prevenir los embarazos adolescentes y las ETS. La investigación ha puesto de manifiesto que las clases de educación sexual mejoran el conocimiento que tienen los adolescentes sobre la sexualidad humana, pero dichos conocimientos no siempre repercuten sobre su conducta. Cuando se combinan los programas de educación sexual con el acceso a los métodos anticonceptivos, los índices de embarazo adolescente tienen más probabilidades de disminuir (Wallis, 1985). Esto ha motivado el desarrollo de programas de educación sexual y prevención de embarazos vinculados al centro educativo, más que con sede en el centro de enseñanza (Kirby et al., 1993). En un pro-grama aplicado de forma experimental por algunos centros públicos de enseñanza de Baltimore en colaboración con la Universidad John Hopkins, los centros de planificación familiar se ubican cerca de los institutos (Zabin, 1986).
Estos centros envían a un enfermero y a un asistente social a los institutos, donde hacen una presentación formal de los servicios que ofrece el centro y hablan de forma muy general sobre la sexualidad. También se ponen a disposición de los alumnos varias horas al día por si éstos desean hacerles alguna consulta. El mismo personal sanitario dirige sesiones de formación en el centro de planificación familiar después del horario escolar. Estas sesiones incluyen asesoramiento, películas e información sobre planificación familiar. Los resultados han sido muy positivos. Los estudiantes que participaron en este programa retrasaron el establecimiento de relaciones se-
Aplicar conceptos psicológicos a la propia historia sexual
Piense en cómo aprendió usted «las cosas de la vida». ¿Procedía la mayor parte de la información de fuentes bien documentadas? ¿Pudo hablar de forma libre y abierta con sus padres sobre estos temas? ¿Adquirió algunas creencias erróneas a través del ensayo-error? Conforme fue creciendo, ¿descubrió algún aspecto de su conocimiento sexual que tenía que revisar porque era erróneo? Basándose en su experiencia sobre la adquisición de in-formación sexual, ¿cómo cree que se debería enfocar el tema de la educación sexual para que tuviera una mayor incidencia en la sociedad? ¿Cómo desarrollaría su pro-puesta psicológica basándose en los datos existentes?
xuales respecto a los del grupo control. Al cabo de 28 meses, el índice de embarazos se redujo en un 30 por 100 en los centros donde se había aplicado el programa, mientras que en los centros que formaron el grupo control aumentó en un 60 por 100. Este programa demuestra que un aspecto clave de la prevención de los embarazos es la relación entre los servicios de información y los de apoyo (Kenney, 1987).
Sin embargo, algunos críticos de este enfoque sostienen que la vinculación entre los centros de planificación familiar y los institutos potencian el sexo prematrimonial y fomentan el aborto entre las adolescentes embarazadas. Estos críticos consideran que se debería hacer más hincapié en potenciar la abstinencia sexual de los adolescentes. Los defensores de los centros de planificación familiar vinculados a los institutos argumentan que la actividad sexual se ha convertido en una práctica habitual entre los adolescentes y que, por lo tanto, las intervenciones deberían centrarse en enseñar comportamientos sexuales responsables y en facilitar el acceso a los métodos anticonceptivos (Dryfoos, 1995). Además, en un estudio reciente se analizaron los efectos de un programa llamado «Safer Choices» («Elecciones más seguras»), que se centraba en la prevención de los embarazos y en el uso de preservativos. Su aplicación en todos los cursos de un instituto de secundaria permitió reducir la cantidad de adolescentes que mantenían relaciones sexuales sin utilizar preservativos y la cantidad de personas con quienes los adolescentes mantenían relaciones sexuales (Basen-Enquist et al, 2001).
En Estados Unidos los adolescentes se dejan seducir por las historias de amor romántico y las escenas de sexo que difunden los medios de comunicación. En este país, se fomentan los contactos directos entre chicos y chicas. Pero, al mismo tiempo, existen muchas reticencias a hablar abiertamente sobre sexo, disgusta la idea de facilitar
el acceso a los métodos anticonceptivos (incluyendo los preservativos) a los adolescentes, y nadie ofrece otras alternativas que no sea la abstinencia sexual (Crockett, Raffaelli y Moilanen, en prensa). El contraste existente entre Estados Unidos y otros países occidentales es considerable. Por ejemplo la Comisión Estatal Sueca sobre Educación Sexual recomienda que los estudiantes obtengan unos conocimientos que les permitan experimentar su vida sexual como una fuente de felicidad y satisfacción. Sin embargo, en Estados Unidos la educación sexual se ha centrado típicamente en los peligros del sexo y en la necesidad de proteger a las adolescentes de sus depreda-dores de sexo masculino (Fine, 1988).
Los adolescentes suecos empiezan a ser sexualmente activos antes que los norteamericanos y la televisión les expone a un sexo incluso más explícito. Pero el Departa-mento Nacional de Educación Sueco ha desarrollado un plan de estudios que asegura que todos los niños del país, empezando a los 7 años, adquieran unos amplios conocimientos sobre biología reproductiva, de modo que, cuan-do tienen entre 10 y 12 años, se les introduce en el tema de los métodos anticonceptivos. En los centros educativos de este país se espera que los profesores estén dispuestos a tratar el tema del sexo siempre que sea pertinente, independientemente de la asignatura que estén impartiendo. La idea es desmitificar y desdramatizar el sexo para que la familiaridad con este tema haga a los estudiantes menos vulnerables a los embarazos no deseados y a las enfermedades de transmisión sexual. La sociedad
El sexo está mucho más desmitificado en Suecia que, por ejemplo, en Estados Unidos. El índice de embarazos adolescentes es mucho más bajo en Suecia que en Estados Unidos.
norteamericana está a años luz de esta apertura de mente en lo que a educación sexual se refiere.
Los suecos han tenido bastante éxito con los programas de prevención de los embarazos adolescentes. A pesar de que empiezan a mantener relaciones sexuales a una edad bastante temprana, el índice de embarazos adolescentes de Suecia es uno de los más bajos de todo el mundo.
SATISFACCIÓN SEXUAL, POLÍTICA SOCIAL Y ADOLESCENTES
Previamente en este mismo capítulo, comentamos algunos de las principales problemas que puede presentar la sexualidad de los adolescentes, como los embarazos no deseados, las enfermedades de transmisión sexual, los abusos sexuales y el acoso sexual. Es importante recordar que, por norma general, el interés y la actividad sexual son un aspecto normal del desarrollo adolescente. Sin embargo, como ya hemos visto, la sociedad envía a los jóvenes mensajes contradictorios. Esperamos que los niños no tengan ningún interés por el sexo y que los adultos normales sean sexualmente activos (dentro del matrimonio). Pero no proporcionamos pautas claras acerca de cómo debería producirse la transición de un niño sin interés por el sexo a un adulto sexualmente activo. Se trata de una de las transiciones vitales más importantes y por tanto, merece mayor atención. Seguidamente, analizaremos algunas relaciones entre las transiciones evolutivas propias de la adolescencia y la satisfacción sexual.
Satisfacción sexual y transiciones evolutivas
Todas las sociedades tienen mecanismos para regular la sexualidad adolescente, y algunos son más eficaces que otros (Brooks-Gunn y Paikoff, 1997; Graber y Brooks-Gunn, en prensa). Existen variaciones respecto al control que ejercen los padres, la influencia del grupo de iguales, las normas sociales y las costumbres de cada barrio, tanto entre sociedades como en diferentes grupos dentro de una misma sociedad. Los cambios históricos también influyen sobre la medida en que los grupos que están inmersos en el seno de cada cultura se atienen a las normas sociales. En las sociedades tradicionales el matrimonio se asocia a la madurez sexual y el primer matrimonio tiene lugar durante la adolescencia (Piage y Piage, 1985). Pero en las sociedades industrializadas, que requieren mayores niveles de educación formal, el matrimonio se pospone hasta la edad adulta. La mayor precocidad de la pubertad y el retraso del matrimonio han alargado considerable-mente el período existente entre la llegada de la madurez reproductiva y el matrimonio. En 1890, el intervalo entre ambos acontecimientos era de poco más de 7 años; hoy en día, se ha alargado a unos 12 años, que pueden pare‑
cerle una eternidad a un adolescente o a un adulto joven en plena efervescencia sexual.
Aunque a algunos adultos les gustaría ignorarlo, lo cierto es que el sexo tiene un importante significado en la vida de los adolescentes. Los adolescentes están desarrollando su identidad sexual, participan en conductas de exploración sexual (sea besándose, practicando el coito o simplemente soñando con el sexo) y negocian la autonomía y la intimidad en contextos sexuales.
La mayoría de las investigaciones sobre sexualidad adolescente se han centrado en el estudio de las relaciones sexuales y el uso de métodos anticonceptivos, en vez de examinar las multiples dimensiones que afectan a la sexualidad y a los contextos en los que las relaciones sexuales tienen lugar. El estudio de la sexualidad adolescente se puede ampliar, incluyendo también los sentimientos que tienen los adolescentes sobre la pubertad y sobre su propio cuerpo, la excitación y el deseo sexual, el comportamiento sexual no limitado al coito y el sexo seguro como algo que va mucho más allá que el uso de preservativos (Graber, Brooks-Gunn y Galen, 1999). Según Jeanne Brooks-Gunn y Roberta Paikioff (1997), hay cinco cuestiones evolutivas que deberían examinarse más detenidamente en el estudio de la sexualidad adolescente:
- Calendario de los comportaientos sexuales. Para una chica madurar precozmente se asocia al hecho de mantener relaciones sexuales a una edad temprana. Este hecho desencadena una cascada de acontecimientos tales como empezar a salir con chicos, tener amigos mayores, ser perseguida por chicos mayores, exigir más autonomía a los padres y pasar más tiempo en actividades que no están super-visadas por los adultos. Por ello, se debe prestar una atención especial a las chicas que maduran precozmente, ya que estas presentan una mayor vulnerabilidad (Graber, Britto y Brooks-Gunn, 1999).
- Concurrencia de comportamientos de riesgo. La maduración precoz no sólo se asocia al hecho de mantener relaciones sexuales a una edad temprana sino también a comportamientos como fumar y beber alcohol siendo muy joven. Muchos jóvenes considerados de alto riesgo no presentan sólo un problema, sino que presentan varios al mismo tiempo. La confluencia de problemas como el mantenimiento de relaciones sexuales sin protección, el consumo de drogas, la delincuencia, e ir mal en los estudios sitúan a los adolescentes en una trayectoria evolutiva de riesgo, sobre todo cuando estos problemas aparecen en la adolescencia temprana.
- Contextos del comportamiento sexual. El comportamiento sexual de los adolescentes está influido por muchos factores contextúales, como la pobreza, el nivel socioecómico del barrio en el que viven, las características del centro educativo al que asisten regularmente y las normas del grupo de iguales al que pertenecen (Brooks-Gunn et al, 1993). En
diferentes apartados de este capítulo hemos visto que la edad a la que se establecen las primeras relaciones sexuales y el porcentaje de embarazos entre los adolescentes varía notablemente de unas culturas a otras.
- El desarrollo de las experiencias sexuales. Los adolescentes jóvenes no deberían practicar el coito, ya que son más reticentes que los adolescentes de más edad a utilizar métodos anticonceptivos, y ello incrementa notablemente sus probabilidades de embarazo. Desde el punto de vista cognitivo y emocional, los adolescentes más jóvenes tienen dificultades para afrontar las experiencias intensas asociadas a la sexualidad y para entender los complejos significados de la sexualidad.
- Género y sexualidad. Las experiencias sexuales de muchas adolescentes son involuntarias o, por lo menos, ocurren en contextos en los que domina el sexo masculino. Además, como vimos previamente, en este mismo capítulo, los roles sexuales de ambos sexos suelen ser distintos.
El estudio de la sexualidad adolescente debería reformularse para tener en cuenta tanto los comportamientos como los sentimientos, así como potenciar un enfoque multidimensional y analizar las transiciones sexuales que van más allá de las primeras relaciones o de la utilización de métodos anticonceptivos. Las trayectorias sexuales saludables incluyen (Brooks-Gunn y Paikoff, 1997):
En política social, una meta importante es educar a los adolescentes para la paternidad.
- Practicar la abstinencia sexual, al tiempo que se tienen actitudes y sentimientos positivos hacia el propio cuerpo.
- No practicar el coito, pero sí la exploración sexual.
- Participar con otra persona en las conductas preparatorias o prolegómenos sexuales que suelen preceder al coito durante la adolescencia temprana, lo que puede, o no, desembocar en el coito propia-mente dicho en la adolescencia tardía.
- Practicar el coito en el marco de una relación que implique compromiso en la adolescencia tardía o la edad adulta, utilizando prácticas sexuales seguras.
Política social y sexualidad adolescente
Los adolescentes deberían adquirir una serie de conocimientos sobre la reproducción y la sexualidad humana, mucho antes de ser sexualmente activos. Los programas de promoción de una sexualidad saludable no deberían empezar después de la adolescencia temprana. La educación sexual debería incluir información suficiente como para prevenir la transmisión del virus del sida. Por ejemplo, muchos adolescentes no saben que el período de in-cubación del sida puede ser de 10 años o incluso más y que una mujer embarazada puede transmitir el VIH al feto. Las intervenciones deberían identificar aquellas situaciones de carácter sexual en las que es más probable que se puedan encontrar los adolescentes y proporcionarles un entrenamiento útil para poder afrontar dichas situaciones de forma eficaz. Los centros educativos, las familias y los medios de comunicación pueden contribuir a este propósito.
Los embarazos adolescentes constituyen otro de los caballos de batalla de las iniciativas de la política social (Dannhausen-Brun, Shaliwitz y Berry, 1997). La mayo-ría de los embarazos adolescentes no son deseados. Cualquier enfoque educativo sólido necesita dejar muy claro que convertirse en padre en el momento adecuado —y éste es siempre después de la adolescencia— es funda-mental para el desarrollo óptimo tanto de los padres como de los hijos.
El informe Starting Points: Meeting the Needs of Our Youngest Children (Carnegie Foundation 1994) hizo hincapié en la importancia de preparar a los adolescentes para una paternidad responsable. Cuando las personas toman la decisión consciente, informada y comprometida de tener hijos, tienen más probabilidades de convertirse en buenos padres. Las personas que no están preparadas para las responsabilidades que entraña la paternidad suponen mayores riesgos para sus hijos.
Las sociedades occidentales necesitan aumentar considerablemente los esfuerzos dedicados a educar a los adolescentes para la paternidad. A este respecto, las familias son una importante fuente de información, pero también lo son los centros educativos, los lugares de cul-
to y las organizaciones comunitarias. Se debería animar a los adolescentes a participar como voluntarios en guarderías y jardines de infancia. Esto puede ayudarles a experimentar en su propia piel todo lo que se necesita para cuidar a un hijo.
Si las adolescentes tienen hijos, ¿qué medidas de política social podrían adoptarse? Entre estas recomendaciones, se incluyen las siguientes (Chase-Lansdale y Brooks-Gunn, 1994). Primero, la diversidad que caracteriza a las trayectorias vitales de las madres adolescentes sugiere que ningún programa de intervención tiene una aplicabilidad universal. Más bien deberían desarrollarse distintos tipos de programas para distintos tipos de madres adolescentes. Por ejemplo, aquéllas que han dejado los estudios necesitan servicios diferentes que aquellas que han completado el bachillerato y tienen un trabajo remunerado. En segundo lugar, los servicios deberían ampliarse para incluir también a niños de educación primaria. A pesar de que la mayoría de los estudios muestran consecuencias más negativas para los niños mayores que para los de menos edad, la mayor parte de los servicios dirigidos a hijos de madres adolescentes están pensados para bebés y niños en edad preescolar.
Otras dos medidas de política social son la coordinación de los servicios y los sistemas familiares. Se necesita una mejor coordinación entre los servicios dirigidos a las madres y los dirigidos a los hijos. Históricamente, los pro-gramas se han dirigido bien a las madres (haciendo hinca-pié en la formación laboral) o bien a los hijos (haciendo hincapié en la estimulación precoz), pero no han relacionado la vida de las madres adolescentes con las de sus hijos. Asimismo, en los enfoques de política social se echa en falta una perspectiva de sistemas familiares. Las abuelas suelen ser miembros significativos en las familias de las madres adolescentes y los servicios de apoyo deberían tener esto en cuenta. Prácticamente no existe ningún programa dirigido específicamente a las abuelas. Además, el sis-tema familiar puede ayudar o, por el contrario, obstaculizar los esfuerzos de la adolescente para ser una madre eficaz, o para alcanzar una cierta estabilidad económica.
Desde el último repaso, hemos analizado diferentes aspectos de los conocimientos sobre la sexualidad y la educación sexual, así como sobre la satisfacción sexual y la política social relacionada con los adolescentes. El siguiente repaso le ayudará a alcanzar los objetivos de aprendizaje relacionados con estos temas.
PARA TU REVISIÓN
Objetivo de aprendizaje 8 Objetivo de aprendizaje 9 | Evaluar los conocimientos sobre la sexualidad que tienen los adolescentes y la educación sexual que se imparte en los centros educativos.
Conocer la satisfacción sexual de los adolescentes y las medidas de política social relacionadas con los problemas sexuales de los adolescentes.
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En este capítulo nos hemos centrado en la sexualidad adolescente. En varias ocasiones, hemos comentado cuestiones morales relacionadas con el comportamiento sexual. En el Capítulo 12 estudiaremos el desarrollo moral más detenidamente.
ALCANZAR LOS OBJETIVOS DE APRENDIZAJE
Al principio de este capítulo formulamos nueve objetivos de aprendizaje e instamos al lector a ir repasando el ma-
terial relacionado con estos objetivos en cinco puntos del capítulo. Éste es un buen momento para retomar esos re-pasos y utilizarlos como guía de estudio para alcanzar los objetivos de aprendizaje.
Objetivo de aprendizaje 1 Entender que la sexualidad es un aspecto normal del desarrollo adolescente.
Objetivo de aprendizaje 2 Conocer mejor sobre las actitudes y los comportamientos heterosexuales de los adolescentes.
Objetivo de aprendizaje 3 Describir las actitudes y comportamientos homosexuales de los adolescentes.
Objetivo de aprendizaje 4 Analizar el tema de la autoestimulación y evaluar el uso de los métodos anticonceptivos.
Objetivo de aprendizaje 5 Saber más sobre los embarazos adolescentes
Objetivo de aprendizaje 6 Describir las enfermedades de transmisión sexual.
Objetivo de aprendizaje 7 Exponer el tema de los abusos sexuales y el acoso sexual.
Objetivo de aprendizaje 8 Evaluar los conocimientos sobre la sexualidad que tienen los adolscentes y la educación sexual que se imparte en los centros educativos.
Objetivo de aprendizaje 9 Conocer la satisfacción sexual de los adolescentes y las medidas de política social relacionadas con los problemas sexuales de los adolescentes.