Apoyándose en los fracasos pasados, esta presunción pesimista se presenta a sí misma como el no va más allá de lo científico, cuando en realidad es filosófica. Los fracasos anteriores no demuestran nada al margen de sí mismos. No se debe construir una visión del mundo sobre un estancamiento tal vez temporal de la investigación. Hacer antimetafísica equivale a seguir haciendo metafísica. En cualquier instante podría surgir una nueva hipótesis que respondiera finalmente de manera satisfactoria, esto es, científica, a la cuestión del origen, de la naturaleza y de la función no sólo del sacrificio sino de lo religioso en general.
No basta con afirmar determinados problemas como nulos e inexistentes, al final de una bendición puramente «simbólica», para instalarse, sin esfuerzo alguno, en la ciencia. La ciencia no es una posición de repliegue en relación a las ambiciones de la filosofía, una sabia resignación. Es otra manera de satisfacer estas ambiciones. En el origen de los mayores descubrimientos, existe una curiosidad despreciada por muchos en nuestros días como «pueril», una confianza en el lenguaje, incluso el más cotidiano, condenada ahora como «ingenua». Cuando un nil admirari renovado de los dandíes burgueses caricaturizados por Stendhal aparece como el colmo del conocimiento, conviene preocuparse. El fracaso relativo de los Frazer, de los Freud, de los Robertson Smith, no debe convencernos de que su formidable apetito de comprensión pertenece al pasado. Afirmar que carece de todo sentido interrogarse acerca de la función y la génesis reales del ritual, es afirmar que el lenguaje religioso está destinado a permanecer letra muerta, que nunca dejará de ser un abracadabra, probablemente muy sistemático, pero totalmente desprovisto de significación.
De vez en cuando se alza una voz para recordar la extrañeza de una institución como la del sacrificio, la necesidad irresistible que experimenta nuestro espíritu de darle un origen real, la de Adolphe Jensen, por ejemplo, que reanuda en Mythes et coutumes des peuples primitifs,2 con los grandes interrogantes del pasado pero que, por este mismo hecho, apenas despierta ecos:
«Habrán sido precisas unas experiencias extremadamente inquietantes para llevar a los hombres a introducir en su vida unos actos tan crueles. ¿Cuáles fueron sus razones?
»¿Qué ha podido afectar a los hombres hasta el punto de matar a sus semejantes, no con el gesto inmoral e irreflexivo del bárbaro semianimal que sigue sus instintos sin conocer otra cosa, sino bajo un impulso de vida consciente, creadora de formas culturales, intentando explicarse la naturaleza última del mundo y transmitir su conocimiento a las generaciones futuras creando unas representaciones dramáticas?… El pensamiento mítico retorna siempre a lo que ocurrió la primera vez, al acto creador,
2. París, 1954, pp. 206-207.