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La génesis de los mitos y de los rituales 120

Para entender el incesto del monarca, hay que situarlo en un contexto ritual que coincide con la propia institución monárquica. Hay que reco­nocer en el rey un futuro sacrificado, es decir, al sustituto de la víctima propiciatoria. Así pues, el incesto sólo desempeña un papel relativamente secundario. Está destinado a reforzar la eficacia del sacrificio. Es ininteli­gible sin el sacrificio mientras que el sacrificio es inteligible sin él, en una referencia directa a la violencia colectiva espontánea.

Es cierto que en unas formas muy derivadas puede suceder que el sa­crificio desaparezca por completo mientras que persiste el incesto o un simbolismo incestuoso. No hay que deducir que el sacrificio es secundario respecto al incesto, que el incesto puede y debe interpretarse sin la me­diación del sacrificio. Hay que deducir que los principales interesados es­tán tan alejados, ahora, del origen, que contemplan sus propios mitos con los mismos ojos que los observadores —estamos tentados de decir los mirones— occidentales. El incesto se perpetúa gracias a su propia sin­gularidad. En el naufragio ritual que, en cierto modo, no es en absoluto naufragio puesto que prolonga y refuerza el desconocimiento original, el incesto es el único en sobrevivir; nos acordamos de él cuando todo el resto está olvidado. Estamos en la fase folklórica y turística de la monar­quía africana. También la etnología moderna ha aislado casi siempre el incesto de su contexto; no llega a comprenderlo porque ve en él una rea­lidad autónoma, una enormidad tan considerable que debiera significar por sí misma, sin referencia a lo que le rodea. El psicoanálisis persiste en este error; cabe decir incluso que constituye su supremo desarrollo.

La transgresión incestuosa procura al rey su carácter regio, pero ella, a su vez, sólo es regia porque exige la muerte del culpable, porque evoca la víctima original. Esta verdad es especialmente visible tan pronto como se dirige hacia un tipo de excepción bastante notable en el seno de las sociedades que exigen el incesto del rey. Esta excepción consiste pura y simplemente en un rechazo formal y absoluto del incesto regio. Podría­mos creer que este rechazo se reduce a la regla general, es decir, a la inter­dicción pura y simple del incesto, sin excepción de ningún tipo. Pero no es así. En esta sociedad, el incesto del monarca no es simplemente recha­zado en el sentido en que lo sería en la mayoría de las sociedades, sino que se toma contra unas precauciones extraordinarias. El séquito del mo­narca aleja de éste a sus parientes más próximos, le hacen ingerir unas pócimas ya no fortificantes sino debilitantes. Es decir, en torno al trono flota el mismo perfume de incesto que en las monarquías de la vecindad.»

19. «Los nioka imponen al jefe la continencia para el resto de su vida. Debe despedir a todas sus mujeres, se le obliga a revestir un estuche peniano que jamás deberá abandonar, y se le hacen ingerir drogas depresivas. En los njumba de Kasii, es la «mujer jefe», o la primera mujer del jefe, la que debe tomar unas medicinas

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