Si se convierte al rey en un trangresor, si se le obliga a violar las leyes más santas y especialmente la de la exogamia, no es, evidentemente, para «perdonarle» o por demostrar magnanimidad respecto a él, es, por el contrario, para castigarle con la mayor severidad. Las injurias y los malos tratos culminan en unas ceremonias sacrificiales en las que el rey desempeña el papel principal puesto que es, en su origen, la víctima. Ya hemos dicho anteriormente que hay que situar el incesto en su contexto ritual. Ese contexto no se limita a la transgresión. Incluye, sin lugar a dudas, el sacrificio real o simbólico del monarca. No debemos vacilar en ver en el sacrificio del rey el castigo merecido por las transgresiones. La idea de que el rey es sacrificado porque ha perdido su fuerza y su virilidad es tan fantasiosa como la que explica el incesto por la pureza de la sangre real. Esta segunda idea también debe formar parte de una ideología más o menos tardía de las monarquías africanas. Son escasos los etnólogos que se toman en serio ambas ideas. Y los hechos etnológicos les dan la razón. En Ruanda, por ejemplo, el rey y la reina madre, pareja visiblemente incestuosa, deben someterse varias veces durante la duración del reinado a un rito sacrificial que es imposible dejar de interpretar como un castigo simbólico del incesto.
«Los soberanos aparecían en público, atados como unos cautivos, como unos condenados a muerte. Un toro y una vaca, sus sustitutos, eran golpeados e inmolados. El rey se montaba a los lomos del toro y se le inundaba con su sangre a fin de llevar la identificación lo más lejos posible.» 13
Es fácil, a partir de aquí, entender qué historia está llamado a interpretar el rey y entender qué lugar ocupa en ella el incesto. Esta historia se asemeja extraordinariamente a la del mito edípico, no por unas razones de filiación histórica sino porque, en ambos casos, el pensamiento mítico o ritual se refiere a un mismo modelo. Detrás de las monarquías africanas, existe, como siempre, la crisis sacrificial repentinamente cerrada con la unanimidad de la violencia fundadora. Cada rey africano es un nuevo Edipo que debe volver a interpretar su propio mito, de principio a fin, porque el pensamiento ritual ve en esta actuación el medio de perpetuar y renovar un orden cultural siempre amenazado con su disgregación. Asociada al linchamiento original, y justificándolo, aparecía evidentemente, también en este caso, una acusación de incesto que parece confirmada por los afortunados efectos de la violencia colectiva. Al rey se le exigirá, pues, que realice aquello de que se le ha acusado una primera vez, y no lo realizará bajo los aplausos del público sino bajo sus imprecaciones, al igual
13. Luc de Heusch, «Aspects de la sacralité du pouvoir en Afrique», en le Pouvoir et le Sacré (Bruselas, 1962). La cita es de L. de Lagger, Ruanda, I, Le Ruanda ancien (Namur, 1939), pp. 209-216.