Nuestra hipótesis se precisa y se amplía. Permite descubrir, detrás de actos religiosos tales como la ejecución del pharmakos, cuya opacidad jamás ha sido penetrada, un proyecto perfectamente inteligible. Pronto veremos que esta misma hipótesis no sólo explica los ritos en su conjunto sino también en sus más pequeños detalles. Sólo hemos mencionado hasta ahora unos sacrificios en los que las víctimas son seres humanos. El vínculo entre el rito y el mecanismo de la unanimidad violenta es aquí muy visible, pues la víctima original también es un ser humano. La relación de iniciación entre el rito y el acontecimiento primordial es fácil de comprender.
Ahora hay que preguntarse si los sacrificios animales deben ser definidos, a su vez, como mimesis de un homicidio colectivo fundador. Nuestro primer capítulo nos ha mostrado que no hay diferencia esencial entre el sacrificio humano y el sacrificio animal. A priori, pues, la respuesta debiera ser afirmativa. El famoso «chivo expiatorio» judaico y todos los ritos animales del mismo tipo nos llevan inmediatamente a pensar que así ocurre. Pero no es malo detenerse algo más detenidamente en un sacrificio animal que podemos calificar de «clásico» a fin de mostrar, si es posible, que también él tiene por modelo la muerte de una víctima propiciatoria. Si este sacrificio intenta realmente reproducir el mecanismo de la unanimidad violenta, si la víctima propiciatora es realmente la clave de todos los ritos, podremos echar más luz sobre todos los aspectos de este sacrificio. Será, claro está, la presencia o la ausencia de esta luz lo que decida acerca de la suerte de la hipótesis.
Hay que dirigirse hacia una de las pocas sociedades en las que el sacrificio ha seguido vivo hasta nuestros días y ha sido descrito por un etnólogo competente. En Divinity and Experience, Godfrey Lienhardt refiere detalladamente varias ceremonias sacrificiales observadas en los dinka. Condensamos aquí el conjunto de sus relatos insistiendo sobre los puntos que nos parecen esenciales.
Unos encantamientos cantados a coro atraen poco a poco la atención de una multitud al principio distraída y dispersa. Los asistentes se entregan a unos simulacros de combate. Sucede también que unos individuos aislados golpeen a los demás pero sin hostilidad real. En el transcurso de las fases preparatorias, por tanto, ya está presente la violencia, bajo una forma ritual, ciertamente, pero todavía recíproca; la imitación ritual se refiere en primer lugar a la propia crisis sacrificial, a los caóticos antecedentes de la resolución unánime. De vez en cuando alguien se desprende del grupo para ir a insultar o golpear al animal, una vaca o un ternero, atado a una estaca. El ritmo no tiene nada de estático ni de inmóvil; define un dinamismo colectivo que triunfa gradualmente sobre las fuerzas de