estimando con razón que es el que aporta sobre un hecho dado el testimonio más vivo… Si el homicidio desempeña un papel tan decisivo (en el ritual), es preciso que tenga un lugar especialmente importante (en el momento fundador).»
Sin renunciar a las recientes contribuciones en el orden de la descripción, ya es hora, tal vez, de preguntarnos de nuevo si la primera vez no ocurrió realmente algo decisivo. Hay que volver a plantear las cuestiones tradicionales en un marco renovado por el rigor metodológico de nuestra época.
Una vez admitido el principio de dicha investigación, debemos interrogarnos acerca de las condiciones a priori que debe cumplir cualquier hipótesis a fin de merecer un examen. Si existe un origen real, si los mitos, a su manera, no cesan de rememorarla, si los rituales, a su manera, no cesan de conmemorarla, debe tratarse de un acontecimiento que ha ocasionado sobre los hombres una impresión no imborrable, ya que acaban por olvidarla, pero en cualquier caso muy fuerte. Esta impresión se perpetúa a través de lo religioso y tal vez de todas las formas culturales. Así pues, no es necesario, para explicarlo, postular una determinada forma de inconsciente, sea individual o colectivo.
El extraordinario número de conmemoraciones rituales que consisten en una ejecución hace pensar que el acontecimiento original es normalmente un homicidio. El Freud de Totem y tabú ha percibido claramente esta exigencia. La notable unidad de los sacrificios sugiere que se trata del mismo tipo de homicidio en todas las sociedades. Eso no significa que este homicidio haya tenido lugar de una vez por todas o que está circunscrito en una especie de prehistoria. Excepcional en la perspectiva de toda sociedad especial de la que señala el comienzo o el recomienzo, este acontecimiento debe ser completamente banal dentro de una perspectiva comparativa.
Creemos tener en la crisis sacrificial y el mecanismo de la víctima propiciatoria el tipo de acontecimiento que satisface todas las condiciones que cabe exigirle.
Es posible afirmar que si dicho acontecimiento hubiera existido, la ciencia ya lo habría descubierto. Hablar así equivale a ignorar completamente una carencia realmente extraordinaria de esta ciencia. La presencia de lo religioso en el origen de todas las sociedades humanas es indudable y fundamental. De todas las instituciones sociales, la religiosa es la única a la que la ciencia nunca ha conseguido atribuirle un objeto real, una función auténtica. Afirmamos, pues, que lo religioso tiene por objeto el mecanismo de la víctima propiciatoria; su función consiste en perpetuar o renovar los efectos de este mecanismo, esto es, mantener la violencia fuera de la comunidad.