lingüístico, pues el elemento representativo sigue estando presente. La definición clásica del símbolo conviene, paradójicamente, a la relación entre los gemelos y la crisis sacrificial.
En el caso de los hermanos enemigos, el elemento representativo se ha difuminado. La relación entre hermanos es una relación normal, situada en el interior de la familia. Entre hermanos, pues, siempre hay una diferencia, por pequeña que sea. Cuando se pasa de los gemelos a los hermanos, se pierde algo en el plano de la representación simbólica, que se recupera del lado de la verdad social; se asientan los pies en la realidad. Puesto que, en la mayoría de las sociedades, la relación entre hermanos sólo supone realmente un mínimo de diferencia, podría muy bien constituir un punto débil del sistema diferencial, siempre expuesto a un ataque de la indiferenciación violenta. Si la fobia a los gemelos en tanto que gemelos es claramente mítica, no se puede decir lo mismo de la preponderancia de la rivalidad fraternal. No es prerrogativa exclusiva de los mitos que los hermanos estén a la vez aproximados y distanciados por una misma fascinación, la del objeto que ambos desean ardientemente y que no quieren o no pueden compartir, un trono, una mujer, o, de manera más general, la herencia paterna.
Los hermanos enemigos, a diferencia de los gemelos, están a caballo entre la desimbolización puramente simbólica y la desimbolización real, la auténtica crisis sacrificial. En algunas monarquías africanas, la muerte del rey abre entre sus hijos una querella sucesoria que les convierte en hermanos enemigos. Es difícil, cuando no imposible, determinar en qué medida esta querella es simbólica y ritual, y en qué medida se abre sobre un futuro indeterminado, sobre unos acontecimientos reales. En otras palabras, no sabemos si nos encontramos ante un auténtico conflicto o ante un simulacro sacrificial, destinado únicamente a alejar con sus efectos catárticos la crisis que significa de una manera un poco demasiado directa.
Si no entendemos lo que representan los gemelos o incluso los hermanos enemigos, se debe fundamentalmente, claro está, a que ignoramos completamente la existencia de la realidad representada. No sospechamos que la más insignificante pareja de gemelos o de hermanos enemigos anuncia y significa la totalidad de la crisis sacrificial, que siempre se trata de la parte entendida por el todo, al nivel no de una retórica formal sino de una violencia muy real: cualquier indiferenciación violenta, por muy reducida que sea en su origen, puede extenderse como un reguero de pólvora y destruir toda la sociedad.
No somos enteramente responsables de nuestra incomprensión. Ninguno de los temas míticos es realmente adecuado para conducirnos a la verdad de la crisis sacrificial. En el caso de los gemelos, la simetría y la identidad están representadas de una manera muy exacta; la no-diferencia está presente en tanto que no-diferencia, pero se encarna en un fenómeno tan excepcional que constituye una nueva diferencia. La no-diferencia representada acaba por aparecer como la diferencia por excelencia, la que