dañar al hombre y que perturban su tranquilidad, las fuerzas naturales y las enfermedades jamás son diferenciadas de la confusión violenta en el seno de la comunidad. Aunque la violencia propiamente humana domina secretamente el juego de lo sagrado, aunque jamás esté totalmente ausente de las descripciones que de él se ofrecen, siempre tiende a pasar a un segundo rango, por el hecho mismo de que se sitúa fuera del hombre; diríase que intenta ocultarse, como detrás de una pantalla, detrás de las fuerzas realmente exteriores a la humanidad.
Lo que se perfila detrás de los gemelos es el conjunto de lo sagrado maléfico, percibido como una fuerza a un tiempo multiforme y formidablemente desnuda. La crisis sacrificial se entiende como una ofensiva general de la violencia contra la comunidad, ofensiva de la que el nacimiento de los gemelos podría constituir perfectamente el signo precursor.
En las sociedades en que los gemelos no son eliminados, con frecuencia disfrutan de un estatuto privilegiado. Esta inversión no se diferencia en nada de la que hemos verificado anteriormente respecto a la sangre menstrual. No hay fenómeno unido a la violencia impura que no sea suscepbtile de invertirse y de convertirse en benéfico, pero únicamente en un marco ritual inmutable y rigurosamente determinado. La dimensión purificadora y pacificadora de la violencia predomina sobre su dimensión destructora. Así es como los gemelos, correctamente manipulados, pasan, en determinadas sociedades, por una fuente de beneficios extraordinarios, en los planos más diferentes.
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Si los hechos anteriores son exactos, dos hermanos no necesitarán, en el límite, ser gemelos para que su parecido inquiete. Cabe suponer, casi a priori, que existen sociedades en las que el mero parecido consanguíneo resulte sospechoso. La verificación de esta hipótesis confirmaría la insuficiencia de la tesis habitual respecto a los gemelos. Si la fobia a los gemelos puede extenderse a otros consanguíneos, ya no es posible invocar, para explicarla, el exclusivo «problema de la clasificación». Ya no es cierto, en esta ocasión, que surjan dos individuos allí donde sólo se espera a uno de ellos. Lo que se pone en discusión, y lo que es considerado maléfico, es exactamente el parecido físico.
Cabe preguntarse, sin embargo, si una cosa tan normal como la semejanza entre hermanos y hermanas puede ser objeto de una prohibición sin crear una difícultd considerable e incluso sin hacer prácticamente imposible el funcionamiento de una sociedad. Al fin y al cabo, una comunidad no puede convertir a la mayoría de sus miembros en una especie de réprobos sin originar una situación absolutamente intolerable. Esto es muy cierto,