privilegiado a los grandes problemas de la etnología religiosa. Afirmar esto significa exponerse, evidentemente, a descubrirse rechazado tanto por los
investigadores con pretensiones científicas como por los enamorados de la Grecia antigua, tanto por los defensores tradicionales del humanismo como por los discípulos de Nietzsche y de Heidegger. Los científicos son especialmente propensos a ver en la obra literaria una «mala compañía» en la misma medida en que su voluntad de rigor se hace más teórica. Los helenistas están siempre dispuestos a rasgarse las vestiduras tan pronto como se sugiere el menor punto de contacto entre la Grecia clásica y las sociedades primitivas.
Hay que disipar de una vez por todas la idea de que un recurso a la tragedia significa obligatoriamente un compromiso en el plano de la investigación, una manera «estética» de ver las cosas. Y recíprocamente hay que disipar el prejuicio de los literatos según el cual la puesta en relación de una obra literaria y de una disciplina científica, sea la que fuere, se reduce necesariamente a una fácil «reducción», a un escamoteo de lo que constituye el interés propio de la obra. El supuesto conflicto entre la literatura y la ciencia de la cultura se basa en un mismo fracaso y en una misma complicidad negativa, tanto para los críticos literarios como para los especialistas de las ciencias religiosas. Ni unos ni otros consiguen identificar el principio sobre el que basan sus objetos respectivos. Inútilmente la inspiración trágica se empeña en hacer manifiesto este principio. Sólo lo consigue parcialmente y su éxito a medias aparece cada vez obstruido por las lecturas diferenciadas que los exégetas se esfuerzan en imponer.
La etnología no ignora que la impureza ritual va unida a la disolución de las diferencias’ Pero no entiende la amenaza asociada a esta disolución. Como hemos visto, el pensamiento moderno no consigue concebir la indiferenciación como violenta y viceversa. La tragedia podría ayudarle, sí se estuviera de acuerdo en leerla de manera radical. La tragedia trata del tema más candente de todos, del tema del que nunca se habla directamente, y con razón, en el seno de las estructuras significantes y diferenciadas, esto es, la disolución de estas mismas estructuras en la violencia recíproca. Y como este tema es tabú, e incluso más que tabú, prácticamente inefable en un lenguaje consagrado a las diferencias, la crítica literaria recubre con su propia red de diferencias la indiferenciación relativa de los trágicos antagonismos.
Para el pensamiento primitivo, contrariamente al pensamiento moderno, la asimilación de la violencia y de la no-diferenciación es una evidencia inmediata que puede desembocar en auténticas obsesiones. Las diferencias naturales están pensadas en términos de diferencias culturales y viceversa. Incluso allí donde, ante nuestros ojos, la pérdida de las diferencias tiene un carácter puramente natural, sin repercusión real en las rela‑
3. Cf. Mary Douglas, Purity and Danger, Londres 1966.