luvio que licúa todas las cosas, convirtiendo el universo sólido en una especie de papilla, reaparece frecuentemente en Shakespeare para señalar la misma indiferenciación violenta que en el Génesis, la crisis sacrificial.
No se perdona a nada ni a nadie; desaparece todo proyecto coherente o actividad racional. Todas las formas de asociación se disuelven o entran en convulsiones, todos los valores espirituales y materiales languidecen. Los diplomas universitarios se ven arrastrados con todo el resto, al no ser otra cosa que unos Degrees, que extraen su fuerza del principio universal de diferenciación y la pierden cuando este principio se oculta.
Soldado autoritario y conservador, no por ello el Ulises de Shakespeare confiesa cosas menos extrañas sobre el orden que tiene por tarea exclusiva proteger. El término de las diferencias es la fuerza que domina la debilidad; el hijo que golpea a su padre hasta la muerte es, pues, el final de toda justicia humana, la cual también se define, de manera tan lógica como inesperada, en términos de diferencia. Si, como en la tragedia griega, el equilibrio es la violencia, es preciso que la no-violencia relativa asegurada por la justicia humana se defina como un desequilibrio, como una diferencia entre el «bien» y el «mal» paralela a la diferencia sacrificial de lo puro y lo impuro. Nada más extraño a este pensamiento, por consiguiente, que la idea de la justicia como balanza siempre equilibrada, imparcialidad jamás turbada. La justicia humana se arraiga en el orden
diferencial y sucumbe con él. En todas partes donde se instala el equilibrio interminable y terrible del conflicto trágico, desaparece el lenguaje
de lo justo y de lo injusto. Qué decir a los hombres, en efecto, cuando
acuden, si no reconciliaos o castigaos los unos a los otros.
Si la crisis doble y única que acabamos de definir constituye una realidad etnológica fundamental, si el orden cultural se descompone en la violencia recíproca y si esta descomposición, a cambio, favorece la difusión de la violencia, debemos poder alcanzar esta realidad de otra manera que a través de la tragedia griega, o shakesperiana. A medida que nosotros, modernos, entramos en contacto con ellas, las sociedades primitivas desaparecen, pero esta misma desaparición podría producirse, al menos en ciertos casos, a través de una crisis sacrificial. No se excluye que dichas crisis hayan sido objeto de observaciones directas. Un examen de la literatura etnológica muestra que tales observaciones existen, están incluso bastante extendidas pero es excepcional que compongan un cuadro realmente coherente. Son casi siempre fragmentarias, mezcladas con unas anotaciones de tipo propiamente estructural. La obra de Jules Henry Jungle People, dedicada a los indios kaingang (Botocudo) del Estado de