La tragedia nos muestra claramente que el contagio coincide con la violencia recíproca. El juego de los tres protagonistas sucesivamente aspirados por la violencia se confunde con los progresos de la epidemia, siempre dispuesta a aniquilar a quienes pretenden dominarla. Sin llegar al punto de asimilar explícitamente las dos series, el texto reclama nuestra atención sobre su paralelismo. Suplicando a Edipo y a Creonte que se reconcilien, el coro exclama:
«…Ay de mí infeliz, / me roe el alma así el país / podrirse ver, y mal con mal / que con el viejo el fresco venga / a unirse así.» *
Tanto en la tragedia como fuera de ella, la peste simboliza la crisis sacrificial, o sea exactamente lo mismo que el parricidio y el incesto. Es legítimo preguntarse por qué son necesarios dos temas, más que uno, y si ambos temas desempeñan realmente el mismo papel.
Conviene relacionar los dos temas para ver en qué difieren el uno del otro y qué papel puede desempeñar esta diferencia. Varios aspectos perfectamente reales, de la crisis sacrificial están presentes en los dos temas, pero distribuidos de manera diferente. En la peste aparece un solo aspecto, y es el carácter colectivo del desastre, el contagio universal; la violencia y la no-diferencia quedan eliminadas. En el parricidio y en el incesto, al contrario, la violencia y la no-diferencia están presentes con la máxima magnificencia y concentración posibles, pero en un solo individuo; lo que se elimina, en esta ocasión, es la dimensión colectiva.
Detrás del parricidio y del incesto, por una parte, y, por otra, de la peste, nos encontramos por repetido con lo mismo, un disfraz de la crisis sacrificial, pero no se trata del mismo disfraz. Todo lo que falta al parricidio y al incesto para revelar plenamente la crisis, nos lo aporta la peste. Y, recíprocamente, todo lo que le falta a la peste para representar inequívocamente esta misma crisis, lo poseen el parricidio y el incesto. Si se operara la fusión de los dos temas y se repartiera la sustancia de manera muy equilibrada sobre todos los miembros de la comunidad, volveríamos a encontrar la crisis misma. Resultaría imposible, una vez más, afirmar o negar cualquier cosa de cualquier individuo sin que sea inmediatamente necesario afirmarlo o negarlo de todos los demás. La responsabilidad quedaría igualmente compartida por todos.
Si desaparece la crisis, si se elimina la reciprocidad universal, se debe a la distribución desigual de aspectos muy reales de esta crisis. Nada se escamotea realmente y no se añade nada; toda la elaboración mítica se reduce a un desplazamiento de la indiferenciación violenta que abandona a los tebanos para concentrarse por completo en la persona de Edipo. Este per‑
* ídem, p. 38. (N. del T.)