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EL MUTISMO EN EL AUTISMO PRECOZ INFANTIL

EL MUTISMO EN EL AUTISMO PRECOZ INFANTIL

Encontramos que el autismo es un tipo de retardo en el desarrollo que sobre­viene en niños de gran inteligencia, buena disposición y alta sensibilidad emocio­nal, cuando durante el primer año de su vida se enfrentan con estados depresivos en la figura materna. El severo deterioro en el contacto por parte de la madre catapulta al niño hacia angustias depresivas intensas en el momento en que, en forma correspondiente, carece de los servicios de una figura receptiva para com­partir este diluvio de sufrimiento mental y poder, en consecuencia, modificar su impacto. Su respuesta a esta privación es drástica, pero fundamentalmente con­cuerda con una notoria predisposición obsesiva, es decir, una tendencia a enfren­tar la ansiedad con fantasías de control omnipotente de los objetos. Emplean un tipo especial de mecanismos de disociación con el que desmantelan su yo en sus distintas capacidades perceptuales de ver, tocar, oír, oler, etc., y con lo cual el objeto, en lugar de ser un objeto de «sentido común» (Bion), se reduce a una mul­tiplicidad de eventos unisensuales en los cuales los aspectos animado e inanimado son indiferenciables. La consecuencia es que, en los estados de autismo propia­mente dicho, estos niños quedan reducidos a un tipo de desmentalización equiva­lente a un defecto cerebral orgánico.

Por otro lado, debido a que estas disociaciones se logran siguiendo lo que podríamos llamar las líneas «fisiológicas» (al permitir la desintegración pasiva del yo en su clivaje natural mediante la suspensión de la atención y no mediante la disociación activa a través de ataques sádicos), la reintegración es muy fácil y no implica sufrimiento depresivo. Cuando un objeto atractivo hace que el yo se reú­na, también se reintegra la percepción de los objetos. Por esta razón, el estado autista propiamente dicho es notablemente reversible de manera momentánea y

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no cónstituye una enfermedad, sino que es más equivalente a un estupor induci­do. Sin embargo, el empleo de este mecanismo priva al niño en gran parte de la experiencia del desarrollo (en sentido cuantitativo) y puede retardar el desarrollo del yo en una manera muy característica. Típicamente, la oscilación de la expe­riencia del objeto de «sentido común» y la experiencia del objeto «desmantela­da», tanto como el factor de la falta relativa de dispdnibilidad de la madre, inter­fieren en la evolución del concepto de espacio interno, tanto del self como del objeto, empobreciendo entonces los procesos introyectivos y proyectivos. En con­secuencia, el yo tiende a permanecer en un estado primitivo de fusión con su, objeto externo, mediante una fantasía de aferrarse o adherirse (Bick), lo que pro duce una forma altamente narcisista de identificación y aumenta la intolerancia a la separación, que resulta en una experiencia de ser arrancado de su objeto y de su piel (Bion), o de desgarrar una parte del objeto (Tustin, Meltzer).

La naturaleza primitiva del yo, la cualidad poco común de las ansiedades y la oscilación entre estados integrados y autistas crean un cuadro clínico terriblemen­te confuso, imposible de distinguir mediante la observación de la conducta biza­rra de las psicosis delirantes. A medida que los pacientes se recuperan o mejoran, este cuadro se ve gradualmente reemplazado por otro que es una mezcla de inma­durez y rasgos obsesivos.

El mutismo tiene un lugar especial en este contexto, determinado por múlti­ples factores. Los examinaré uno por uno en el orden de su significación evoluti­va, relacionándolos con los aspectos del desarrollo del lenguaje que ya se han definido con el material de pacientes psicóticos.

  1. El mutismo acompaña de manera inevitable el estado autista propiamente dicho, pues es esencialmente un estado «desmentalizado» en el cual se manifies­tan más las funciones cerebrales que las mentales. Esto puede inducir a confusión cuando el niño ha desarrollado cierta habla fuera del autismo propiamente dicho,. ya que los hechos lingüísticos que tienen lugar en el estado autista carecen esen­cialmente de significado, como es el caso también, por ejemplo, en los equivalen­tes epilépticos. Esta área del mutismo corresponde al fracaso en el desarrollo de pensamientos oníricos.
  2. La notoria inmadurez de los niños autistas, con sus especiales interferen­cias en los procesos de introyección por el fracaso en formar el concepto de espa­cio interno, favorece a su vez el fracaso del desarrollo del lenguaje, porque los procesos de identificación con objetos parlantes están detenidos. El tipo adhesivo de identificación narcisista parece estimular la identificación. con funciones obje­tales corporales más que mentales; se podría decir con la danza más que con la canción del lenguaje profundo.
  3. Más tarde, cuando la introyección y la proyección son más operativas, los celos edípicos pregenitales interfieren en el coito verbal de los objetos internos, dejándolos separados y silenciosos. Esto se agrega a la tendencia a no vocalizar, aun cuando el lenguaje interno se esté desarrollando.
  4. La prolongada inmadurez tiende a superar el período del intenso impulso al balbuceo, que parece desaparecer alrededor de los siete años. Los niños que

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aún a esta edad son mudos se encuentran en especial desventaja para aprender a hablar más adelante.

  1. Puesto que los procesos de identificación sufren tantas interferencias y da­do que el modo adhesivo no logra delinear los aspectos humanos del objeto, para no hablar de los animadds, sino más bien sus cualidades sensuales y mecánicas, la distinción entre animado e inanimado, humano y no humano, no se desarrolla ni lleva a establecer objetos internos que sean una audiencia adecuada para el habla.
  2. Finalmente puede verse que las identificaciones empobrecidas y los aspec­tos deshumanizados de los objetos no estimulan el deseo de comunicarse, sino sólo el de controlar o despertar la obediencia de los objetos. Para este propósito, los gestos y las señales resultan suficientes.
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