DISCUSION
Estos tres ejemplos clínicos pueden por tanto ilustrar lo que conforma una teoría del lenguaje, su desarrollo tanto como su patología, dando lugar al axioma de que el habla hace «usos infinitos de medios finitos» (Chomsky). Podríamos aclarar y recapitular los cinco aspectos de la vida mental que se definieron a sí
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mismos como condiciones sine qua non del desarrollo y continuación del lenguaje. El primero es el deseo de comunicar estados mentales e información, cuyo colapso hemos visto en Sylvia. El segundo es la necesidad de tener un objeto en la realidad psíquica, y que no sea de significado delirante, al cual puede dirigirse el lenguaje —demostrado por el cambio en Phillipa que, de hablar al analista, pasa a una silenciosa conversación con una «foto» de éste que era «tan buena como la persona»—. El tercer requisito es la introyección de un objeto parlante del cual, mediante la identificación, puede adoptúse la música gramatical de las proposiciones del lenguaje. La experiencia de Jonathan sugiere la reconstrucción de un objeto de ese tipo. El cuarto elemento necesario es la adquisición de un vocabulario que puede utilizarse con el virtuosismo originado en el laleo de repetición, capaz de revertir los pensamientos oníricos en un lenguaje pasible de emplearse internamente para pensar, o externamente para comunicarse. Estos cuatro elementos dependen de un quinto, un aparato mental capaz de elaborar pensamientos oníricos que se adecuen al pensamiento y la memoria (proceso 0), y no que sirvan meramente para la evacuación (elementos p de Bion).
No es éste el lugar adecuado para un prolongado análisis de cómo esta teoría se relaciona con otras pasadas o actuales en psicología, lingüística o filosofía. No obstante, y con el fin de ubicar brevemente sus referencias, dos citas pueden resultar útiles para la comparación. Roman Jakobson (Fundamentals of Language, pág. 74) escribe: «La gradual regresión del patrón de los sonidos en los afásicos invierte regularmente el orden de laS adquisiciones fonérnicas de los niños. Esta regresión implica un aumento de los homónimos (comparar con Sylvia) ; y una disminución del vocabulario. Si esta doble incapacidad —fonémica y léxica— continúa progresando, los últimos residuos del habla son emisiones de un fonema-una palabra-una oración; el paciente recae en las fases iniciales del desarrollo lingüístico del bebé o incluso a la etapa prelingüística…»
Se verá que la teoría formulada en este trabajo no considera que en los niños la transición tiene lugar mediante la «emisión de un fonema-una palabra-una oración», sino por medio de la entonación de proposiciones a través de la ‘identificación y con creciente precisión. Compárese la observación de Jakobson con la siguiente de Ludwig Wittgenstein en sus Philósophical Investigations (1, SS 20): «Quien no comprendiera nuestro idioma, un extranjero, que hubiera oído frecuentemente a otro dar la orden: ‘Tráigame una tabla’, podría llegar a pensar que toda esta serie de sonidos fuera una sola palabra correspondiente, tal vez, a una palabra en -su propia lengua. Si él mismo hubiera dado esta orden, probablemente la hubiera pronunciado de manera distinta, y entonces podríamos decir: ‘él la pronunció de manera tan extraña porque la toma por una sola palabra’ «.
Esta afirmación se corresponde más de ce:ca con nuestra teoría, y recuerda inmediatamente los numerosos chistes que están basados en este tipo de malentendidos. Entonces suponemos que la idea de que las palabras son artefactos primarios y que la gramática tiene una existencia como una cosa-en-sí-misma, es. insostenible. O si dejamos nuevamente que Wittgenstein lo explique por nosotros (P.I. SS 25): «Se dice a veces que los animales no hablan porque carecen de la capacidad mental necesaria. Y esto significa: ‘No piensan y por esto no hablan’. Pero…- simplemente, ellos no hablan. O para decirlo de otra forma: no utilizan el
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lenguaje —exceptuando sus formas más primitivas—. Dar órdenes, hacer preguntas, relatar, charlar, son parte de nuestra historia natural, como caminar, comer, beber, jugar.»
No voy a resaltar una vez más los errores metodológicos que surgen de confundir mente con cerebro. Nuestra teoría intenta considerar el lenguaje como una verdadera función de la mente y de su historia natural. Pero equipados con esta teoría debemos ahora volcar nuestra atención al problema del mutismo en el niño autista, y espero que el hecho de que esta parte del trabajo no presenta ilustraciones clínicas, no decepcione al lector. Hay dos motivos para ello: primero, el material clínico pertinente proviene del trabajo de colegas cuyos tratamientos supervisé y no de mis propias observaciones; segundo, quiero construir el concepto de mutismo en el niño autista de una manera algo distinta —tomándolo por el flanco, como ya dije—. No quiero considerar el mutismo en la fauna corriente, como un síntoma, derivando su estructura, sino más bien que, a partir de la estructura de la enfermedad, se puede demostrar que el hablar está naturalmente ausente en el niño autista, que no es parte de su historia natural, en el sentido de Wittgenstein.