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Motivación y emoción

CAPÍTULO 4

 

Motivación y emoción

 

¿Por qué la gente escala el Monte Everest y cruza el Atlántico en un globo? ¿Por qué algunas personas pa-san largas horas memorizando porcentajes de bateo y otras ni siquiera conocen la diferencia entre los Yankees de Nueva York y las Medias Rojas de Bos­ton? Y, finalmente, ¿por qué nos enamoramos perdi­damente?

La psicología estudia en general lo que hace la gente y cómo lo hace; en cambio, la investigación so­bre la motivación y la emoción se centra en la causa subyacente del comportamiento.

MOTIVOS BIOLÓGICOS

Vemos a Elisa estudiar todo el fin de semana mientras nosotros haraganeamos tranquilamente; como sabe­mos que quiere inscribirse en la escuela de derecho, concluimos que está «motivada» por el deseo de con-seguir buenas calificaciones. Vemos a Ramiro trabajar después de clases en un empleo que no le gusta; como sabemos que desea comprar un automóvil, sacamos en conclusión que se siente «motivado» para ganar dinero y adquirir el automóvil. Las concepciones psi­cológicas de la motivación se asemejan, en muchos aspectos, a las expresadas en el lenguaje diario; pues­to que no es posible observarla directamente, los psi‑

cólogos —como el resto de nosotros— deben deducir-la del comportamiento orientado hacia una meta.

Algunos comportamientos los rige el estado fi­siológico del organismo. Igual que otros animales, el hombre tiene ciertas necesidades de supervivencia. El sistema nervioso está construido de manera que algunos cambios importantes del azúcar sanguíneo, el agua, el oxígeno, la sal o vitaminas esenciales oca­sionan alteraciones del comportamiento, cuya fina­lidad es restablecer el equilibrio químico del cuerpo. En la primera sección de este capítulo trataremos de qué manera esos factores fisiológicos participan en la motivación de la conducta.

Pero muchos motivos humanos, entre ellos el de-seo de Elisa de inscribirse en la escuela de derecho o el de Ramiro de comprarse un automóvil, no tienen un simple origen fisiológico. A pesar de que no to­dos los psicólogos coincidirán en la explicación de estos comportamientos, ninguno se atrevería a decir que son resultado de déficits fisiológicos. En el resto de la presente sección examinaremos algunos méto­dos con que se analizan las causas de esta clase de actividades humanas.

Fisiología de la motivación

Todos los organismos, entre ellos el del hombre, es­tán dotados de sistemas reguladores que funcionan

 

PSICOLOGÍA EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO

Anorexia nerviosa y butimia. La anorexia nerviosa (falta de apetito) y la bulimia (apetito insaciable) son severos problemas de la ingestión de alimentos. Ambos síndromes se observan principalmente en mujeres jóvenes. Rara vez se presentan en los varones.

El individuo que sufre de anorexia nerviosa deja de comer al punto que puede morir de inanición. El trastorno suele ir asociado de una dieta exagerada. Los síntomas son los siguientes: disminución al menos de un 15% del peso por debajo del nivel normal, gran temor a engordar y pensar que el peso es excesivo o que se está gordo. Los psicólogos estiman que sufren anorexia una de cada 250 mujeres estadounidenses, cuya edad fluctúa entre 12 y 18 años. Un 10% de los anoréxicos mueren en un lapso de 10 años.

La bulimia es un problema más común de la ingestión de alimentos. Se caracteriza por periodos aIternos de una ingestión incontrolable y de purga: vómitos autoinducidos, ingestión de laxantes, ayuno. Por esto a la bulimia se le llama también el síndrome de comilona-purga. La bulimia puede ocasionar úlceras, caries dental y desequilibrio de los electrólitos, todo lo cual puede ocasionar problemas cardiacos. Se calcula que en Estados Unidos cerca del 4.5% de las universitarias la sufren.

 

 

 

como termostatos para mantener la temperatura cor­poral, la concentración de azúcar en la sangre, la pro­ducción de hormonas y otros procesos. Como ya se vio en el capítulo correspondiente, cuando disminu­ye el nivel de la tiroxina en la corriente sanguínea, la hipófisis segrega una hormona estimuladora de la tiroxina. Al elevarse considerablemente la concentra­ción de la tiroxona, la hipófisis deja de producirla. De manera parecida, cuando la temperatura corpo­ral desciende por debajo de cierta magnitud, comen­zamos a temblar, se reduce el calibre de los vasos sanguíneos y nos abrigamos. Todas estas actividades aminoran la pérdida de calor y restablecen la tempe­ratura corporal en el nivel normal. Si la temperatura corporal rebasa cierto punto, empezaremos a sudar, se dilatan los vasos sanguíneos y nos quitamos parte de la ropa. Estos procesos contribuyen a enfriar el cuerpo.

La tendencia de todos los organismos a corregir desequilibrios y desviaciones del estado normal re­cibe el nombre de homeostasis. Algunos de los im­pulsos que motivan el comportamiento son de tipo homeostático; por ejemplo, el hambre.

El hambre. ¿Qué nos motiva a buscar comida? Al­gunas veces comemos por la vista y el olor de un ali­mento exquisito —como una pizza recién hecha— nos impulsa a entrar en un restaurante. Otras veces co­memos por hábito (siempre tomamos la comida a la una de la tarde) o por ser sociables (un amigo nos

invita un bocadillo). Pero supóngase que estamos tra­bajando frenéticamente para terminar un trabajo es-colar. No hay comida en el cuarto, de modo que ignoramos el hecho de que es hora de comer y segui­mos trabajando. Pero en cierto momento el cuerpo comenzará a reclamar alimentos. Sentimos una mo­lesta sensación en el estómago. ¿A qué se debe? ¿Qué es lo que nos hace sentir hambre?

El organismo necesita nutrientes para funcionar. Cuando se omite una comida, para que el organismo siga trabajando el hígado libera el azúcar almacena-do hacia la corriente sanguínea. Pero al cabo de un tiempo el suministro se agota y entonces el hipotála­mo entra en acción.

Como vimos en páginas anteriores, el hipotála­mo es una estructura que está situada en la base del encéfalo y que regula la ingestión de alimentos. No sólo nos indica cuándo necesitamos comer, sino que además cuándo hemos de dejar de hacerlo. El hipo-tálamo está muy vascularizado y esto lo hace extre­madamente sensible a la concentración de Azúcar en la sangre. Tiene también numerosas conexiones con el cerebro, que pueden aumentar o reducir el nivel de algunas sustancias químicas del cerebro (Ahlskog y Hoebel, 1973). Los experimentos han demostrado que esto es lo que nos hace desear la comida o sentir-nos demasiado saturados.

Si estimulamos con electrodos la parte del hipo-tálamo denominada hipotálamo lateral, un animal de laboratorio comenzará a comer, aun cuando aca-

 

 

Flgura 4.1

Rata obesa (izquierda). Dibujo que muestra la parte del cerebro humano correspondiente a la región lesionada de la rata (derecha). La vista está tomada desde el área frontal del cerebro, con una mitad que aparece en sección transversal.

 

be de ingerir una comida abundante. Por el contra­rio, si extirpamos esa porción, el animal dejará de comer y terminará muriendo de inanición en caso de que no lo alimentemos artificialmente. En conclusión, el hipotálamo lateral emite las señales de «siga»: in­dica cuándo ingerir alimentos.

Si estimulamos otra parte del hipotálamo —el hi­potálamo ventromedial—, el animal comerá más len­tamente o dejará de hacerlo, aunque lleve mucho tiempo sin ingerir nada. Pero si se lo extirpamos, co­merá todo lo que esté a la vista hasta que se ponga tan gordo que apenas si podrá moverse. Esto signifi­ca que el hipotálamo ventromedial emite las señales de «detenerse»: indica cuándo hemos ingerido sufi­ciente cantidad de alimentos.

El nivel de azúcar en la sangre no es lo único que hace intervenir al hipotálamo. Si el estómago está vacío, las paredes de sus músculos se contraerán pe­riódicamente (produciendo dolores de hambre). Es­tas contracciones activan el hipotálamo lateral, que envía señales de «siga» o «comer» a otras áreas del encéfalo. Cuando el estómago está lleno, el hipotála­mo ventromedial emite señales de «detenerse», aun cuando la energía obtenida de la comida que acaba­mos de ingerir todavía no llegue a la corriente san­guínea (la digestión tarda tiempo). Además, el hipotálamo responde a la temperatura. El hipotála­mo lateral, o sea la señal de «siga», es más activo en

las temperaturas cálidas (supuestamente porque las personas y otros animales necesitan comer más en clima frío).

En resumen, el hipotálamo «interpreta» al menos tres clases de información: la concentración de azúcar en la sangre, la cantidad de comida en el estómago y la temperatura corporal. Esos tres factores determinan si nos indicará (a través de cambios químicos en el cerebro) si comemos o dejamos de hacerlo.

La obesidad. A semejanza de las ratas cuyo hipotá­lamo ventromedial ha sido destruido, a muchas per­sonas les cuesta mucho trabajo no engordar. Stanley Schachter (1971) y sus colegas de la Columbia Uni­versity efectuaron varios e ingeniosos estudios según los cuales los gordos responden a estímulos externos: comen no porque tengan hambre, sino porque ven algo agradable el comer o porque su reloj biológico les dice que es hora de ingerir alimentos.

Para probar su teoría, Schachter primero realizó un experimento ficticio del gusto, en el cual los suje­tos debían clasificar cinco tipos de galletas en cues­tionarios muy complejos. Schachter simplemente quería comprobar cuántas galletas comerían los su­jetos de peso normal y los que tenían exceso de peso. A los sujetos se les pidió omitir la comida, de modo que todos llegaran con hambre al experimento. Se les indicó que la prueba de gusto requería llenar el estó-

 

mago; se les dieron, pues, sandwiches de carne de res asada a discreción. La teoría de Schachter pre­decía que los sujetos normales comerían porque te­nían hambre, mientras que los obesos lo harían sin importar si tenían hambre o no. Y así fue. Los sujetos de peso normal comieron más galletas que los obe­sos cuando ambos grupos sentían hambre y una me­nor cantidad de galletas cuando habían comido antes la carne.

En otro estudio, Schachter puso frente a un grupo de personas un recipiente de cacahuates de donde podían tomarlos y comerlos, mientras aguardaban en un cuarto de espera. Algunas veces los cacahuates no estaban pelados y otras veces sí. Los sujetos obe­sos los comían sólo si no tenían que tomarse la mo­lestia de quitarles la cascara. Y, una vez más, comían simplemente porque había comida. Los sujetos de peso normal mostraron las mismas probabilidades de probar unos cuantos cacahuates, estuvieran o no pe-lados. En otro estudio, Schachter descubrió que en Estados Unidos los estudiantes gordos de primer año de universidad tendían más a cancelar los contratos de comida en el dormitorio que los de peso normal. ¿Por qué? Simplemente porque daban más importan­cia al sabor de la comida y no soportaban los pasteles de pescado ni el espagueti que les servían allí.

En resumen, Schachter afirma que los obesos res­ponden a los estímulos externos (por ejemplo, el olor

de panecillos calientes proveniente del horno) y, en cambio, las personas de peso normal lo hacen a los estímulos internos (las contracciones estomacales causadas por el hambre). Sus trabajos demuestran que, en el caso del hombre, factores extremadamente complejos influyen hasta en las necesidades fisioló­gicas como el hambre.

Teoría de la reducción del impulso

La teoría de la reducción del impulso, que dominó el pensamiento psicológico en la década de los cuaren­ta y a principios de la de los cincuenta, nació de los trabajos del psicólogo experimental Clark Hull y sus colegas (1943). Hull encontró el origen de la motiva­ción en las necesidades fisiológicas básicas. En su opinión, cuando un organismo se ve privado de algo que necesita (alimento, agua o sexo, entre otras cosas), se torna tenso y agitado. Para atenuar la tensión, realiza una actividad más o menos aleatoria. De ese modo, las necesidades fisiológicas lo impul­san a actuar.

Si uno de los comportamientos aleatorios amino­ra el impulso, el organismo aprenderá a adquirir un hábito; es decir, cuando se active de nuevo el impul­so, ante todo emitirá otra vez la misma respuesta. Los hábitos canalizan los impulsos en ciertas direcciones. En síntesis, la teoría de la reducción del impulso

 

 

Si quieres adelgazar, comienza por llevar un registro pormenorizado de todo lo que comes durante una o dos semanas. Consigue un buen libro sobre alimentación y analiza tus hábitos de ingestión de alimentos, sobre todo las calorías que consumes en un día normal. Olvídate de las dietas mila­grosas que te prometen que puedes comer cuantos pastelillos quieras. Los únicos que se benefician con esta clase de dietas son los que escriben libros acerca de ellas.

Una vez que hayas determinado qué comes y qué deberías comer, viene lo más difícil: hace algo al respecto. Establece un sistema de premios para la observancia de la dieta y de castigo para cuando la quiebres, como cuando no resistes la tentación de un rico helado o de una apetito­sa hamburguesa. Continúa vigilando qué y cuánto comes y gráfica tus progresos.

Algunos terapeutas piensan que no debería iniciarse un programa de reducción del peso, si por ahora el resto de nuestra vida es un auténtico caos. Por supuesto, si tu vida siempre es todo un caos, quizá te convenga empezar a cambiarla adelgazando.

Másdetales sedon en R. L.Williamsy*i.D.Long,Toward aSelf-ManagedLife Style, 2a. ed., Boston: Houghton Mífflin, 1979

 

 

establece que las necesidades fisiológicas hacen que un organismo actúe de manera aleatoria o habitual hasta satisfacer sus necesidades.

Hull y sus colegas sostuvieron que todos los mo­tivos humanos —desde el deseo de adquirir una pro-piedad hasta la lucha por alcanzar la excelencia y la búsqueda de afecto y diversión— son meras exten­siones de las necesidades biológicas básicas. Por ejem­plo, el ser humano adquiere la necesidad de la aprobación social, porque de niño una madre o un padre sonrientes lo alimentaron y lo cuidaron. Pau­latinamente, a través de la generalización y el condi­cionamiento, la necesidad de aprobación cobró importancia propia. Así la aprobación se convierte en un impulso aprendido.

La teoría de la reducción del impulso dominó el pensamiento de los psicólogos por más de una déca­da. Sin embargo, los resultados de los experimentos efectuados a fines de los años 50 indican que algunos de los factores más importantes de la motivación humana —y también de la motivación animal— ha­bían pasado inadvertidos para ellos.

Conforme a la teoría de la reducción del impulso, los niños se apegan a su madre, porque son ellas quie‑

Figura 4.2

Este mono trabajó duro para obtener el privilegio de ver un tren eléctrico, pero no nos atreveríamos a decir cuál impulso atenuó al lograrlo.

nes atenúan sus necesidades, como el hambre y la sed. Harry Harlow, entre otros, dudaba de que éste fuera el único o ni siquiera la causa principal del amor que sienten los hijos por la madre. Decidió probar la teoría en un experimento. Alejó a unas crías de mo­nos de la madre y los metió, solos, en jaulas con dos «madres» sustitutas hechas de alambre. Una de las madres estaba equipada con una botella. Si la teoría de reducción del impulso era correcta, los monos deberían mostrar apego hacia la botella por ser su única fuente de alimento. La otra madre de alambre está cubierta con tela blanda, pero sin que pudiera proporcionar comida ni aminorar el hambre. Prueba tras prueba, los monos prefirieron abrazarse a la madre de tela, sobre todo cuando en las jaulas se co­locaban objetos extraños y amenazadores (Harlow y Zimmerman, 1959).

Así pues, uno de los factores en que no repararon muchos teóricos del impulso es que algunas expe­riencias (como acariciar algo o a alguien blando) son intrínsecamente placenteras. Aunque al parecer no atenúan los impulsos biológicos, sirven de incenti­vos o metas para el comportamiento. Otro factor que omitieron es el placer que la estimulación o excita­ción procura al hombre y a otros animales. Pensemos simplemente en que a los perros les gusta que los acaricien y que a los niños les gustan muchísimo las películas de terror y subirse a los juegos mecánicos, cuyo fin es aterrorizarlos. Así, al final la existencia de un impulso tendientes la estimulación parece tan verosímil como la de uno tendiente a reducirla.

Muchos psicólogos llegaron a la conclusión de que no puede haber una teoría general de la motivación del tipo de la propuesta por Hull. En lugar de ella, nos queda una lista de impulsos innatos, no aprendi­dos, que comprende el hambre y la sed, pero tam­bién la curiosidad, el contacto con objetos blandos y muchos otros.

MOTIVOS SOCIALES

Algunos psicólogos han concentrado sus trabajos de investigación en los motivos sociales más que en los motivos biológicos no adquiridos de que he­mos venido ocupándonos. Este tipo de motivos los aprendemos en nuestras interacciones con otras personas.

 

Más adelante hablaremos de las teorías de los psi­cólogos que trataron de explicar el desarrollo de la personalidad. Uno de ellos fue Henry Murray, cuya teoría de la personalidad identifica 16 necesidades básicas. Nótese que, en su mayor parte, se trata de motivos sociales y no de necesidades biológicas (Mu­rray etal, 1934). Listas como ésta en ocasiones se ol­vidan poco después de su publicación, pues no poseen mucha utilidad. Pero la de Murray no ha sido olvidada. De hecho, se han dedicado cientos de estu­dios a una de esas necesidades: la del logro.

McClelland y la necesidad del logro

El motivo del logro ha sido objeto de muchas investi­gaciones, porque —entre otras cosas— David McCle‑

lland se propuso encontrar alguna forma cuantitati­va de medir los motivos sociales (McClelland y otros, 1953). Una vez hecho esto, creyó que podía buscar una técnica para modificar la motivación pues en­tonces tendría un método para determinar si el cam­bio había tenido lugar. Se concentró en la necesidad de logro, ya que a su juicio las técnicas para intensifi­car este motivo servirían para mejorar la vida de mi­llones de personas.

Su principal medio de medirlo fue el Test de Aper­cepción Temática (TAT), prueba que consta de una serie de fotografías. A los sujetos se les ordena in­ventar una historia que explique cada foto. A este tipo de tests se le llama pruebas proyectivas. En ellas no hay respuestas correctas ni erróneas. Puesto que las preguntas son ambiguas, se supone que las res-

 

n    Adquisición

(obtener posesiones y propiedades)

n    Conservación (reunir, reparar, limpiar y preservar las cosas)

n    Orden

(arreglar, organizar y poner en su sitio las cosas)

n    Construcción (organizar y construir)

n    Logro

(superar obstáculos, ejercer el poder, luchar por

hacer algo difícil y también hacerlo lo más

rápidamente posible)

n    Reconocimiento (conseguir elogios y alabanzas)

n    Defensa

(defenderse en contra de una acusación

o menosprecio)

n    Dominio

(influir en otros)

n    Autonomía

(resistir ia influencia o la coacción)

n    Agresión

(atacar o injuriar)

n    Afiliación

(hacer amigos o grupos)

n       Rechazo

(repudiar, ignorar o excluir)

n       Crianza

(alimentar, ayudar o proteger)

n    Socorro

(buscar ayuda, protección o simpatía)

n    Juego

(relajarse, divertirse, buscar diversión y entretenimiento)

n    Cognición

(explorar)

Figura 4.3

Necesidades identificadas por Henry Murray en su formulación de una teoría de la personalidad. Distingue entre una clase de necesidades fundamentalmente primarlas y una clase —mucho más extensa— de necesidades psicológicas.

puestas reflejan los deseos inconscientes del sujeto. Cada historia se «codifica» buscando algunas clases de temas y calificándolos según su relación con di-versos tipos de necesidades, entre ellas la del logro. La codificación ha sido perfeccionada a tal grado que los codificadores capacitados coinciden el 90% de las veces.

Primero McClelland observó que los sujetos con hambre tendían a incluir más historias referentes a la comida que los que no tenían hambre. En seguida realizó un test análogo relacionado con la necesidad

de logro: formó un grupo de sujetos a quienes «pri­vó» del logro. Lo consiguió administrándoles una serie de pruebas diseñadas de modo que obtuvieran puntuaciones bajas y lo supieran. Volvieron a apli­cárseles pruebas y otra vez sus resultados fueron defi­cientes. Y luego les administró el TAT (Test de Apercepción Temática), asegurándoles que con ella se intentaba detectar a los líderes creativos e inteli­gentes del grupo. Amanera de control, aplicó la mis­ma prueba a otro grupo que había recibido instrucciones «de relajamiento», alentándolos a escri­bir historias que les gustasen. Después McClelland las analizó para ver en qué diferían. Además, las his­torias de todo tipo acerca de personas exitosas muy conocidas fueron estudiadas y comparadas con las de los grupos de control.

Basándose en estas pruebas, McClelland ideó un sistema de puntuación del TAT. Por ejemplo, se asig­naría alta calificación en el logro a una historia, si el personaje central deseaba alcanzar altos niveles de excelencia y de desempeño, con logros extraordina­rios (invenciones y premios, por ejemplo), dedicán­dose a una carrera o meta a largo plazo.

En estudios posteriores, los que habían obtenido altas y bajas puntuaciones en el TAT fueron compa­rados en varias situaciones. Por ejemplo, se descu­brió que los primeros podían resolver anagramas (descifrando y reordenando letras en palabras con sentido) más rápidamente que los que mostraban menor interés en el logro (Kolb). Más importante aún: McClelland efectuó el seguimiento de algunos estu­diantes de Weleyan University a quienes en 1947 se les habían aplicado este tipo de tests. Quería averi­guar cuáles de ellos habían escogido un trabajo que requiriese espíritu emprendedor, es decir, un trabajo en que tuvieran que iniciar proyectos por su cuenta. Descubrió lo siguiente: 11 años después de la gradua­ción, 83% de los emprendedores (gerentes de empre­sas, vendedores de seguros, inversionistas de bienes raíces, consultores y otros profesionistas) habían al­canzado altas calificaciones en el logro, pero apenas el 21% de los no emprendedores las habían logrado (McClelland, 1965).

A continuación McClelland verificó si el motivo del logro tenía alguna influencia en la sociedad (1961). Junto con sus colegas estudió la literatura infantil de Inglaterra, España y Atenas, calificándola de la misma forma que habrían hecho con una historia ins­pirada en el TAT. Observaron que, en términos ge-

 

nerales, altos niveles de motivación aparecían de cin­cuenta a cien años antes de que mejorase la situación económica de cada país.

Alentados por este hallazgo, McClelland y otros investigadores empezaron a diseñar un curso de ca­pacitación en la motivación del logro. Los participan-tes aprendían a calificar las historias basadas en el TAT y a reconocer los temas relacionados con el lo-gro. También reescribían sus historias una y otra vez, procurando incluir en ellas más temas de logro. Des­pués discutían situaciones e historias de la vida dia­ria con otros integrantes del grupo, concentrándose en los temas referentes al logro. También participa­ban en un juego de negocios cuya finalidad era su-ministrarles una retroalimentación rápida para la toma de decisiones y la solución de problemas.

Este programa ha tenido éxito después de apli­carlo a países tan diversos como España, México, Italia, India y las regiones pobres de Kentucky (McClelland y Winter, 1969). Por ejemplo, se capaci­tó a un grupo de sesenta y seis hombres que dirigían pequeños negocios en aldeas de la India y más tarde se les comparó con un grupo semejante que no la había recibido. Los grupos capacitados mostraron aumentos importantes en su actividad emprendedo­ra (por ejemplo, iniciaban nuevos negocios o conseguían grandes aumentos de sueldo), mientras que el grupo sin capacitación no mostraba cambio alguno.

En opinión de McClelland, no todos deben some­terse a una capacitación para llegar a alcanzar gran-des logros. De hecho, señala que este tipo de individuos no siempre son interesantes y que rara vez poseen sensibilidad artística (McClelland y Harris, 1971). Tienden a no apreciar la intimidad en las rela­ciones. Los estudios han revelado que ese tipo de in­dividuos prefieren asociarse con expertos que les ayuden a progresar y no con personas más amistosas.

Una característica interesante de la investigación dedicada a la motivación del logro es que práctica-mente en todos los estudios más importantes los sujetos fueron varones. Las generalizaciones concer­nientes a los factores que influyen en el deseo del lo-gro se aplican a los hombres, no a las mujeres. La investigación indica que éstas tienen un conjunto más complejo de motivos para el logro y el éxito.

Miedo al éxito. Los trabajos de McClelland inspi­raron muchas investigaciones sobre otros aspectos de

la motivación. Matina Horner (1970, 1972) pidió a ochenta y nueve hombres escribir una historia que empezara con la línea: «Después de los exámenes del primer semestre, John ocupa el primer lugar en su clase de la facultad de medicina.» Sustituyendo el nombre de John por el de Arme en la línea inicial, también pidió a noventa mujeres escribir una histo­ria. El 90% de los varones escribió historias de éxito. Sin embargo, más del 65% de las mujeres le pronosti­caron un rotundo fracaso a Arme.

Algunas de las mujeres mostraban inquietud por la vida social de Arme. La describían como una mu­jer sin novio o condenada a la soltería, y afirmaban que se aislaría de la sociedad si destacaba en sus estudios y en su profesión. Algunas escribieron acer­ca de los sentimientos de culpa y la desesperación que experimentaría si seguía teniendo éxito. Y hubo quienes se negaron a creer en la primera línea de la composición. Era imposible que Anne fuera la pri­mera de su clase; tenía que haber necesariamente un error.

Basándose en este estudio, Horner descubrió otra dimensión de la motivación del logro: el motivo a evitar el éxito. En la sociedad moderna las mujeres son (o fueron) criadas con la idea de que en casi to­das las carreras el éxito exige demasiado y es poco femenino. En consecuencia, si una mujer tiene éxito en medicina, en derecho y en otras profesiones tradi­cionalmente propias del varón, será un fracaso como mujer. Tal vez fue para Anne aprobar sus exámenes, pero el hecho de haber superado a todos los hombres de su clase provocaba ansiedad en las mujeres que participaron en el test.

Horner descubrió lo siguiente: las mujeres brillan-tes, que habían tenido oportunidad de alcanzar lo­gros en su carrera, mostraban mayor miedo al éxito que las de inteligencia promedio o ligeramente por encima del promedio. (Las probabilidades de obte­ner el éxito les impulsaba a evitarlo, pese a las evi­dentes ventajas de una buena carrera.) Esto parece confirmar la opinión de Horner de que el éxito gene­ra fuertes conflictos en la mujer.

Muchos otros investigadores emprendieron la ta-rea de verificar los hallazgos de Horner. No tarda-ron en darse cuenta de que las cosas eran más complicadas de lo que parecía sugerir el estudio de Horner. Ante todo, resulta muy difícil definir el éxi­to. Ser madre puede ser muy satisfactorio para una mujer y una señal de fracaso para otra que prefiera

 

seguir una carrera. Además, a veces no es fácil de-terminar si el que no intenta algo teme más al éxito o al fracaso.

Conviene recordar que gran parte de las prime-ras investigaciones dedicadas a la necesidad del lo-gro o al miedo al éxito se llevaron a cabo cuando los estereotipos de los papeles sexuales tradicionales gozaban de mayor aceptación que hoy. En los años 70 empezamos a advertir un cambio en la forma de tratar a ambos sexos. Esos cambios han originado un conjunto diferente de motivos para hombres y mujeres. Muchos tests de las actitudes hacia el éxito fueron inventados a raíz de los trabajos de Horner, y los psicólogos empiezan a comprender los proble‑

mas que produce el progresar en la sociedad mo­derna. Tresemer (1976b: 215) escribió que en el mo­mento actual los investigadores preguntan: «¿Cuándo alguien evita el éxito y, a propósito, qué es el éxito?

Jerarquía de necesidades de Maslow

Abraham Maslow, uno de los pioneros de la psico­logía humanista, está convencido de que todos los seres humanos necesitan sentirse competentes, ob­tener la aprobación y el reconocimiento, y sentir tam­bién que han logrado algo. Sitúa la motivación para

 

Figura 4.4

Jerarquía de necesidades de Maslow. Según Maslow, sólo después de atendidas las necesidades de nivel inferior, podemos pasar a satisfacer la necesidad suprema de la autorrealización.

 

el logro dentro del contexto de la jerarquía de las ne­cesidades comunes a todos los hombres.

El modelo de Maslow incorpora todos los facto-res que hemos venido explicando en el presente ca­pítulo y va más allá. Comienza con los impulsos biológicos, entre ellos la necesidad de la seguridad y protección física. Si queremos sobrevivir, hemos de satisfacer estas necesidades primarias. Cuando te­nemos hambre, la mayor parte de nuestras activida­des nacerán del deseo de adquirir comida y no podremos funcionar en un nivel superior.

En el segundo nivel de la jerarquía encontramos las necesidades psicológicas: la necesidad de perte­nencia y de dar y recibir amor, así como la de conse­guir la estimación por medio de la competencia y el logro. Estas necesidades, dice Maslow, funcionan en forma muy parecida a como lo hacen las necesidades biológicas y pueden ser atendidas únicamente por una fuente externa. Ante la falta de amor o estimación las personas se tornan tensas y muestran ansiedad. En su comportamiento se observa un carácter compulsivo. Para reducir sus tensiones, realizan actividades alea­torias, desesperadas y, a veces, neuróticas o inadapti­vas. No podrán continuar su vida normal, a menos que satisfagan sus necesidades. Gran parte de su con­ducta estará motivada por las necesidades psicológi­cas insatisfechas. Así, una mujer de una inteligencia extraordinaria que no se siente amada tal vez rehuya el éxito con la esperanza de ser aceptada como parte del grupo.

Las necesidades de autorrealización ocupan la parte superior de la jerarquía de Maslow. Entre ellas podemos incluir la búsqueda del conocimiento y la belleza o cualquier otra cosa necesaria para la reali­zación de nuestro potencial personal. Según Maslow, todos sentimos este tipo de necesidades aunque sea‑

mos pocos los que llegamos a este nivel. Si queremos ser creativos en la conducción de la vida y en la utili­zación de nuestros talentos, primero debemos satis­facer las necesidades primarias y las psicológicas. Una vez hecho esto, nos sentiremos motivados para bus­car la autorrealización.

En conclusión, Maslow incorpora a la teoría de la motivación la hipótesis de que algunas necesidades predominan sobre otras y que, al alcanzar un nivel de satisfacción, aparecen otras necesidades y moti­vaciones.

EMOCIÓN

Es difícil trazar una línea clara entre los motivos y las emociones. Vimos que, cuando alguien necesita co­mida, el estómago se contrae, disminuye la concen­tración de azúcar en la sangre, los sistemas nervioso y endocrino sufren un ligero desequilibrio y aumen­ta la sensibilidad de los botones gustativos. Vimos también que, si una persona está aterrorizada, se ace­lera su respiración, se eleva el nivel de energía, los sentidos se movilizan y la sangre se desplaza rápida-mente del estómago hacia el cerebro, el corazón y otros músculos. Claro que un poeta podría atribuirle al amor los fuertes latidos del corazón, la pérdida del apetito y una percepción intensificada de la luz y de las fragancias de la noche. Si los tres estados psíqui­cos presentan cambios fisiológicos identificables, ¿de­cimos que el hambre es un impulso biológico y que el temor y el amor son emociones?

La respuesta es la siguiente: el nombre que les asignemos depende de si nos estamos refiriendo a la

 

 

 

¿REALIDAD O MITO?

Una persona de buen humor tiende a ser más servicial.

Realidad. Los estados emocionales positivos se asocian a un mayor deseo de ayudar. Se ha comprobado que «el efecto benéfico de un buen estado de ánimo» se produce, aun cuando dicho estado se deba a un hecho de poca importancia. Así, los que encuentran monedas de cambio en una cabina telefónica o pastelillos en su mesa de estudio en la biblioteca son más generosos cuando se les pide ayuda.

 

causa del comportamiento o bien a los sentimientos conexos con él. Cuando queremos poner de relieve las necesidades, deseos y cálculos mentales que dan origen al comportamiento orientado a una meta, uti­lizaremos el término «impulso» o «motivación». En cambio, si queremos destacar los sentimientos aso­ciados a tales decisiones y actividades, utilizaremos la palabra «emoción» o «afecto».

Desde luego, los motivos y las emociones están interrelacionados: a menudo explicamos aquéllos a partir de éstas. ¿Por qué nos salimos de la junta? Es­tábamos enojados. ¿Por qué vamos a tantas fiestas? Nos gusta conocer a otras personas y nos encanta bai­lar. ¿Por qué le prestamos los apuntes a alguien que no nos es muy simpático? Nos sentíamos culpables por hablar contra él a sus espaldas. ¿Por qué solicita­mos un empleo en el extranjero? Nos emociona la idea de volar a Arabia Saudita.

Como se aprecia en los ejemplos anteriores, las emociones nos llevan en varias direcciones. Algunas veces actúan como impulsos biológicos: los sentimien­tos nos dan energía y nos hacen perseguir una meta. Otras veces hacemos algo porque pensamos que así nos sentiremos bien: las emociones previstas son el incentivo de la actividad. Las consecuencias de lu­char por alcanzar alguna meta también provocan emociones.

Expresión de las emociones: comportamiento innato y aprendido

En su obra The Expression of the Emotions in Man and Animáis (Expresión de las emociones en el hom­bre y en los animales, 1872), Charles Darwin afirmó

 

Figura 4.5

Los datos de la tabla muestran que hay una importante correspondencia entre los miembros de varias culturas respecto al significado de algunas expresiones faciales. Los movimientos musculares que las producen posiblemente sean respuestas innatas del ser humano. (Según Ekman, Friesen y Ellsworth, 1972)

 

que todos los hombres manifiestan sus sentimientos básicos en la misma forma. Aun sin conocer el idio­ma de un individuo, podemos saber si está alegre o enojado con sólo mirarle la cara.

Los estudios recientes vienen a corroborar que Darwin estaba en lo cierto. Un grupo de investigado-res seleccionó un grupo de fotografías que, a su jui­cio, indicaban enojo, tristeza y alegría. Se las mostraron después a personas pertenecientes a cin­co culturas distintas y les pidieron decir qué sentía la persona de cada fotografía. La gran mayoría de los sujetos identificó las emociones tal como los investi­gadores habían previsto. ¿Se debió ello al simple he-cho de que habían conocido a estadounidenses o, por lo menos, los habían visto en programas de televisión y en películas, aprendiendo así a «leer» las expresiones faciales? Por lo visto, no fue así. Un segundo estudio se efectuó en una remota región de Nueva Guinea, con personas que habían tenido poco contacto con extraños y que prácticamente no conocían los medios masivos de comunicación. Tam­bién ellos lograron identificar las emociones que se expresaban en las fotografías (Ekman, Friesen y Ell­sworth, 1972).

De los estudios citados se deduce que algunas expresiones faciales básicas son innatas, es decir, for­man parte de la herencia biológica. Las observacio­nes de niños ciegos y sordos de nacimientos vienen a confirmar esta suposición. Ellos no podían haber aprendido a comunicar sus sentimientos observan-do a la gente. Con todo, reían como los niños norma-les cuando se sentían contentos, fruncían el cejo y hacían rabietas para manifestar su enfado, apretaban los puños y los dientes cuando se enojaban (Goode­nough, 1932).

El psicólogo Carroll Izard y sus colegas (Trotter, 1983) inventaron un sistema de codificación para valorar los estados emocionales. Han observado los cambios en varias partes de la cara (los párpados, los ojos y la boca) y así lograron identificar diez estados emocionales. Por ejemplo, el enojo se indica cuando el individuo baja mucho los párpados y los contrae, al mismo tiempo que ve de soslayo. Con su sistema de codificación Izard estudió las expresiones emo­cionales de los lactantes. Personas bien capacitadas en el sistema, que observaban detenidamente seg­mentos de videotapes del rostro de un niño, evalua­ban los estados emocionales de él. Esta técnica es de gran utilidad cuando se estudian las emociones de

niños de corta edad que no pueden comunicar ver­balmente lo que sienten. Los trabajos de Izard per­miten a los psicólogos estudiar la eficacia con que los padres leen el rostro de su hijo y deducen lo que está sintiendo. No sólo los padres ven a su hijo, sino que también se da el proceso contrario. Los niños tienen muchas oportunidades de aprender las emociones y manifestarlas sirviéndose del rostro de sus padres como modelo.

El aprendizaje es un factor importante en la ex-presión de las emociones. James Averill (1983) pien­sa que muchas de las reacciones emocionales diarias son resultado de las expectativas y consecuencias sociales. Averill cree que las emociones serían, pues, respuestas de la persona total, sin que podamos se-parar la experiencia física o biológica y las emocio­nes provenientes de los pensamientos del sujeto o de las acciones relacionadas con las emociones. Apren­demos a expresar y sentir las emociones en compa­ñía de otros y también que las emociones cumplen varias funciones sociales. Los padres de familia, por ejemplo, modifican las emociones de sus hijos al re-accionar con enojo ante algunas manifestaciones emocionales, al mostrarse comprensivos ante otras y, a veces, ignorándolas simplemente. De este modo, los niños aprenden cuáles emociones se consideran apropiadas en cada situación y cuáles deberán apren­der a controlar.

El aprendizaje explica asimismo las diferencias que observamos entre las culturas, cuando vamos más allá de las expresiones básicas como la risa o el llanto. Por ejemplo, en las novelas de la época victoriana las mujeres cerraban los ojos, abrían la boca y con un quejido se desmayaban cuando se sentían aterrorizadas o impactadas por algo. En las novelas chinas, los hombres se desmayaban cuando se enfu­recían. Los expedientes médicos de la época indican que efectivamente los varones de ese país se desma­yaban de ira (Klineberg, 1938). Los hallazgos men­cionados revelan lo siguiente: tenemos una capacidad innata de sentir emociones y de expresar algunas formas básicas de ellas; pero cuándo, dónde y cómo las manifestemos depende en gran medida del aprendizaje.

El análisis de las expresiones faciales nos sirve para describir las emociones, pero no nos indica de dónde provienen. Algunos psicólogos piensan que se originan en los cambios físicos; otros opinan que resultan de los procesos mentales.

 

Teorías fisiológicas

En su Principies ofPsychology (Principios de psico­logía), obra clásica de este tema publicada en 1890, William James intentó sintetizar la mejor literatura disponible acerca del comportamiento, las motiva­ciones y sentimientos del ser humano. Pero desistió cuando llegó el momento de elaborar un catálogo de las emociones humanas; se dio cuenta de que había demasiadas variantes sutiles, demasiadas di­ferencias personales. No obstante descubrió con sor-presa que prácticamente todas las descripciones ponen de relieve los cambios orgánicos. Esto lo con-firmaron las observaciones de sus propias emocio­nes y las ajenas. Asociamos los sentimientos con un aumento o decremento repentino de la energía, la ten­sión muscular, el relajamiento y las sensaciones en la boca del estómago.

La teoría de James-Lange. Tras una prolongada re-flexión James concluyó que con la palabra «emoción» describimos las reacciones viscerales o «instintivas» ante lo que sucede a nuestro alrededor. Dicho de otra manera, James (1890) estaba convencido de que las

emociones son la percepción de determinados cam­bios internos del cuerpo.

Según mi teoría… el cambio orgánico acompaña directamente a ¡apercepción del hecho excitante y también que la sensación del mismo cambio en el momento en que ocurre es la emoción. Como sabemos por el sentido común: perdemos nues­tra fortuna, nos sentimos tristes y lloramos; nos encontramos con un oso, nos sentimos aterrori­zados y corremos; nos insulta un rival, nos enoja­mos y lo agredimos… Una formulación más racional de las experiencias anteriores es la si­guiente: nos sentimos tristes porque lloramos, enojados porque agredimos, aterrorizados porque temblamos… sin los estados orgánicos que acom­pañan la percepción, esta última sería… delezna­ble, sin color y privada del calor emotivo.

En cierto modo, James estaba poniendo la carreta antes que el caballo. Otros psicólogos supusieron que las emociones desencadenan los cambios orgánicos; James sostuvo lo inverso. A esta concepción se le lla­ma teoría de James-Lange, porque Cari Lange llegó

 

Figura 4.6

Aplicación de una prueba del detector de mentiras: el polígrafo mide el sudor de la piel, la respiración, la presión sanguínea y la frecuencia cardiaca.

 

a idéntica conclusión más o menos por la misma época (Lange y James, 1922). La teoría de las emociones pro-puesta por Izard (1972) guarda gran semejanza con la de James-Lange. La experiencia consciente de la emoción, señaló, proviene de la retroalimentación sensorial que recibimos de los músculos de la cara. Esto lo comprobamos fijándonos en las diferencias de la experiencia emocional cuando sonreímos du­rante dos minutos, a diferencia de lo que ocurre cuan-do fruncimos el cejo durante ese mismo lapso. En opinión de Izard, si seguimos frunciendo el cejo, sen­tiremos una emoción desagradable.

La teoría de Cannon-Bard. Las técnicas con que se estudian los cambios orgánicos mejoraron en las tres décadas siguientes a la formulación de la teoría de James-Lange, empezando entonces a obtenerse evi­dencia que la contradecía. Por ejemplo, las alteracio­nes fisiológicas que ocurren durante los estados emocionales también se producen cuando el indivi­duo no se siente enojado ni triste, ni experimenta cual­quier otra emoción. De hecho, la inyección de una droga que causa una excitación fisiológica no nece­sariamente provoca cambios en las emociones. (Si James y Lange tuvieran razón, estos cambios siem­pre originarían emociones.) Por lo demás, el estado interno del cuerpo se modifica con lentitud. Las re-acciones «orgánicas» no podrían producir la abrupta emoción que sentimos de cuando en cuando. En efec­to, si los cambios del cuerpo fueran la sede de la emo­ción, serían personas bastante aburridas.

En 1929, Walter B. Cannon publicó un resumen de la evidencia en contra de la teoría de James-Lan­ge. Sostuvo que el tálamo como estructura de la par-te inferior del cerebro es la base de la emoción, idea que Philip Bard (1934) amplió y perfeccionó. De acuerdo con la teoría de Cannon-Bard, ciertas expe­riencias activan el hipotálamo y éste envía mensajes a la corteza cerebral, asiento de funciones superio­res, y a los órganos. (Experimentos más refinados demostraron que el tálamo no interviene en la expe­riencia emocional, sino el hipotálamo.) Así cuando usamos la palabra «emoción», nos referimos a una intensificación repentina de la actividad en las reac­ciones cerebrales y «orgánicas». En palabras del pro­pio Cannon: «La característica distintiva de la emoción se agrega a la simple sensación cuando se activan los procesos del tálamo» (1929).

Además Cannon puso de manifiesto la importan­cia de la excitación fisiológica en algunas emociones. Fue el primero en describir la reacción de «lucha o huida» del sistema nervioso simpático que nos pre­para para una emergencia. Algunas de las señales de la excitación fisiológica se miden en una de las más famosas aplicaciones de la psicología: la detección de mentiras.

Teorías cognitivas

Los teóricos de la cognición piensan que los cambios orgánicos y el pensamiento funcionan conjuntamen­te para producir emociones. La excitación fisiológica

 

 

 

más SOBRE PSICOLOGÍA

Los hombres, las mujeres y la mentira. Un psicólogo que realizó una investigación acerca del conflicto entre hombres y mujeres descubrió que muchas de ellas se sienten molestas por la falta de expresión emocio­nal de los hombres.

Las mujeres parecen expresar sus emociones con más frecuencia que los varones. Ello explica otro hallaz­go: los hombres saben mentir mejor. En un estudio se comprobó que las videocintas de estudiantes universi­tarios a quienes se les había indicado mentir transmitían más sinceridad. En cambio, era más fácil detectar las mentiras de las mujeres.

¿Por qué las mujeres no mienten tan bien como los hombres? Una posible explicación es el hecho de que expresan mejor sus emociones. Debido a esto y a que las expresan más frecuentemente que los valores, les será más difícil ocultar lo que sienten cuando tengan que hacerlo. Por su parte, los varones tienden a limitar sus expresiones emocionales. También piensan que pueden controlar estas expresiones. Por tanto, a muchos hombres les será más fácil manifestar una emoción que en realidad no sienten.

 

nada más es la mitad del proceso. Lo que sentimos depende de cómo interpretemos nuestros síntomas. Y la interpretación depende a su vez de lo que esté sucediendo en nuestra mente y en el entorno.

El experimento de Schachter-Singer. Stanley Scha­chter y Jerome Singer diseñaron un experimento para verificar la veracidad de esta teoría (1962). Le dije-ron a un grupo de sujetos que iban a probar los efec­tos que la vitamina C tiene en la vista. En realidad, a casi todos ellos les inyectaron adrenalina. Aun gru­po se le avisó que con la inyección de «vitamina» au­mentaría el ritmo cardiaco y el cuerpo empezaría a temblar (lo cual era cierto). Deliberadamente se pro­porcionó información falsa a otro grupo: con la in­yección se sentirían entorpecidos. Aun tercer grupo no se le comunicó información alguna sobre cómo reaccionaría su organismo ante la inyección. Y un cuarto grupo recibió una inyección neutral que no ocasionaba síntoma alguno. A semejanza del tercer grupo, estos sujetos tampoco recibieron información respecto a posibles efectos secundarios.

Después de la inyección, los sujetos fueron lleva dos a una sala de recepción donde esperarían para someterse a una «prueba de la vista». Allí se encon­traron con una persona que, en realidad, era parte del experimento. Los sujetos creían que este cómpli­ce del experimentador había recibido la misma in yección que ellos. Con algunos de ellos se observaba una conducta excéntrica: se mostraban incontrolables y hacían locuras como bailar alrededor, reír, hacer aviones de papel con el cuestionario que se les había pedido llenar. Otros sujetos tuvieron que llenar un largo y ofensivo cuestionario donde, entre otras co­sas, se preguntaba: «¿Con cuántos otros hombres (además de tu padre) tiene tu madre relaciones sexua­les? 4 o menos_______________ ; 5-9___ ; 10 o más____ .» En este grupo el cómplice del experimentador aparecía muy enojado.

Los sujetos del primer grupo, a quienes se les ha­bía dicho que la inyección les afectaría, observaron divertidos al cómplice del experimentador; lo mis­mo hicieron los que habían recibido la inyección neu­tral. En cambio, los de los grupos segundo y tercero, que no tenían idea o tenían una idea equivocada sobre los efectos secundarios, se pusieron a imitarlo. Si esa persona se mostraba eufórica, también ellos aparecían eufóricos; si se enojaba, también ellos se enojaban.

¿Qué demuestra este experimento? Demuestra que los componentes internos de la emoción (como los que produce la adrenalina) nos afectan de mane­ra diferente, según la interpretación o percepción que tengamos de la situación social. Cuando no podemos explicar las reacciones físicas, tomamos indicaciones o señales del ambiente. Y el cómplice del experimen­tador las daba. Pero cuando los sujetos sabían que el corazón les palpitaba más rápidamente a causa de la inyección de adrenalina, no se sentían ni muy ale-gres ni muy enojados. El experimento prueba ade­más que los cambios internos son importantes, pues de lo contrario los sujetos del grupo que habían reci­bido una inyección neutral habrían observado la mis­ma conducta que los pertenecientes a los grupos con información falsa. La percepción y la excitación ínter-actúan para producir las emociones.

Teoría de Arnold. En opinión de Magda Arnold, las emociones ordinarias pueden dividirse en una serie de etapas. En la primera, percibimos una persona, un objeto o un hecho. Esto puede tener lugar en la imaginación, como cuando pensamos en algo que esperamos que ocurra en el futuro o reproducimos una escena del pasado.

La siguiente etapa es la evaluación. Decidimos si lo que está sucediendo nos ayudará, nos lastimará o no nos afectará en absoluto. Supon que ves a uno de tus profesores que se dirige hacia ti. Si no tienes nada que ganar ni temer de él, no emitirás ninguna reac­ción emocional. Lo saludarás, charlarás unos momen­tos con él y luego seguirás tu camino.

Pero si has venido faltando a clases y sospechas que el profesor te pedirá una explicación o si sabes que le impresionó mucho tu trabajo del semestre y seguramente va a felicitarte, reaccionarás con una respuesta fisiológica y emocional. El corazón empe­zará a latirte un poco más rápidamente y te sentirás nervioso o excitado (según que hayas faltado a cla­ses o que hayas escrito un trabajo excelente). Éstas son las etapas tercera y cuarta: el cambio orgánico y las emociones.

En la generalidad de los casos, los cambios emo­cionales y corporales se producen al mismo tiempo. Pero en algunas situaciones se omite la tercera etapa (la de los cambios orgánicos) pasando inmediatamen­te a la quinta, que es la de la acción. Ves que un auto-móvil se dirige hacia ti a toda velocidad, la adrenalina se difunde por tu sistema y te haces a un lado sin

 

detenerte a pensar un solo momento. Sólo después que te sientes a salvo, advertirás que el corazón te late aceleradamente y experimentarás la emoción del miedo (Arnold, 1960,1970).

La emoción, según otros investigadores, contri­buye de manera importante a la supervivencia de la especie humana y a la capacidad de alcanzar metas, precisamente porque impulsa a la acción. Pongamos el ejemplo del automóvil que a toda velocidad se di-rige hacia ti. Si no te haces rápidamente a un lado, posiblemente no vivas para contarlo. En situaciones menos extremas, las emociones nos sirven para cum­plir objetivos difíciles. Supongamos que quieres te‑

ner tu propio automóvil, pero tus padres se niegan a comprártelo. Tal vez te enojes con ellos o te sientas avergonzado porque todos tus amigos tienen su pro­pio coche. Estas emociones te impulsarán a conse­guir un empleo y ganar suficiente dinero para comprar el automóvil o a considerar otras opciones con tus padres. Sea como fuere, a la emoción respon­des haciendo algo para conseguir una meta.

Las emociones y los cambios físicos están interre­lacionados. Lo más seguro es que pasen muchos años antes que logremos entender las formas tan comple­jas en que unas y otros interactúan en la conducta humana.

 

RESUMEN

 

 

 

  1. Algunos de los impulsos fisiológicos que moti­van el comportamiento son de carácter homeos­tático. Es decir, reflejan la necesidad de corregir las desviaciones respecto al estado normal.
  2. La teoría de la reducción del impulso establece que las necesidades fisiológicas impulsan un organis­mo a actuar de manera aleatoria o habitual hasta satisfacer sus necesidades. Pero es una teoría que prescinde del siguiente hecho: algunas experien­cias son intrínsecamente agradables y, aunque no aminoren los impulsos biológicos, sí aportan in­centivos o metas para el comportamiento.
  3. Las necesidades sociales también motivan el com­portamiento. Una de ellas, la de logro, ha sido estudiada exhaustivamente por David McCle­lland. Él y sus colegas idearon un método para medir la motivación del logro. También diseña-ron programas para capacitar en este tipo de mo­tivación, los cuales han tenido éxito en varias culturas.
  4. Los trabajos de McClelland inspiraron varias in­vestigaciones acerca de otros aspectos de la mo­tivación. Una investigadora, Matina Horner, descubrió otra dimensión de la motivación para el logro: el motivo que consiste en evitar el éxito. Estaba convencida de que era más bien un pro­blema de las mujeres que de los hombres, pero otros investigadores pusieron en tela de juicio tal creencia.
  5. Abraham Maslow pensaba que todos queremos sentirnos competentes, obtener la aprobación y el reconocimiento, y sentir que hemos logrado algo. Conforme a su teoría, existe una jerarquía de necesidades: las necesidades primarias, las necesidades psicológicas y las de autorrealiza­ción. Algunas deben ser atendidas antes que otras, y la obtención de cierto nivel de satisfac­ción libera nuevas necesidades y motivaciones.
    1. Las emociones y las motivaciones están interre­lacionadas.
  6. Todos nacemos con la misma capacidad básica para sentir emociones. Dónde y cuándo las expresemos depende en gran medida del apren­dizaje.
  7. La investigación del origen de las emociones llevó a los teóricos cognitivos a la conclusión de que los cambios internos del organismo y el pensamiento funcionan conjuntamentepam pro­ducirlas.
    1. Las sensaciones internas afectan de manera dis tinta a cada persona, según la interpretación mental que les dé y su situación social.
  8. Según Magda Arnold, la emoción se produce en cuatro etapas: percepción, evaluación, cambio corporal y emoción. La quinta etapa es simple-mente la acción.

 

PREGUNTAS DE REPASO

 

 

 

  1. ¿Qué procesos fisiológicos determinan si «sentimos hambre» o si no la sentimos? ¿En qué difieren nor­malmente las personas de peso normal y las obesas en cuanto a su sensibilidad a estos estímulos?
  2. Explica por qué los siguientes motivos no son compatibles con la teoría de reducción de impul­sos propuesta por Hull: hambre, curiosidad, ne­cesidad de oxígeno, correr riesgos.
  3. ¿Cómo midió McClellan la necesidad del logro? ¿Qué tipo de individuos tienen una gran necesi­dad de logro?
  4. ¿Cómo se explica el hecho de que las mujeres es­tén más motivadas para evitar el éxito? ¿Por qué tal diferencia entre ambos sexos posiblemente desaparezca en el futuro?
  5. Conforme a la jerarquía de necesidades de Mas­low, ¿cuáles han de atenderse primero? ¿Cuáles se satisfacen después que otras?
  6. ¿Qué resultados de la investigación revelan que la expresión de las emociones es universal en to­das las sociedades y culturas y que tal vez sea innata? ¿Qué evidencia indica que el aprendiza-je influye en las emociones?
    1. ¿En qué se diferencia la teoría de Cannon-Bard de la propuesta por James-Lange?
  7. Supon que conduces un automóvil y que, una manzana delante de ti un niño se atraviesa en tu camino. Por medio de la teoría de Arnold expli­ca tu respuesta.

 

 

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